Hace años, los viajeros llegaron a Lisboa con el deseo de pasear por el barrio del Chiado, recién recuperado tras el terrible incendio de 1988. En su paseo llegaron al centro comercial en la confluencia de las calles Garret con Carmo, -entonces recién inaugurado y que sería considerado patrimonio cultural de la ciudad y uno de los mejores centros comerciales de Europa- y aprovecharon la ocasión para comprar una grabación original de “Grândola, vila morena”, en la voz de José Zeca Afonso. Entraron en la tienda Fnac y se dirigieron a un joven solicitándole el disco en cuestión. El chico, que hablaba un correcto español, nos miró como si fuéramos extraterrestres. ¿Grândola? ¿Zeca Afonso? Ni idea de lo que hablábamos. Al fin, se dirigió a un compañero suyo de más edad que, efectivamente, localizó el cd, que guardamos como oro en paño.
Cuando abandonábamos la Fnac, después de haber hecho acopio de varios discos de Afonso y de Amalia Rodrigues, la viajera se despidió del joven ignorante. Que sepas que la mitad de tu libertad actual se la debes a esta canción y a quienes, el 25 de abril de 1974, siguieron la consigna con la que se desencadenó la revolución de los claveles.
Grândola, vila morena es la canción con la que empezó la esperanza en un futuro político distinto al franquismo para quienes éramos jóvenes en los años setenta. El nombre de la vila morena tiene, pues, para los viajeros resonancias sentimentales casi épicas así que, aprovechando el itinerario entre Lisboa y el Algarve, se acercan a Grândola sólo para rendir homenaje a José Afonso, el malogrado cantautor.
Llegamos a un pueblo pequeño, muy luminoso, de casas blancas y espacios abiertos, que recibe a los viajeros con una plaza amplia en cuyo frontal puede leerse letra y música de la canción que lleva su nombre. Detrás de su emblemática plaza, se vislumbran estructuras de localidad tradicional y otras de ciudad moderna. Parece un lugar agradable para vivir.
El día se presenta caluroso y no hay un alma en derredor de la plaza. Fotografiamos el clavel que se levanta en el centro del frontal conmemorativo y en ese tiempo aparecen dos viejillas que nos miran con curiosidad. ¿Podría hacernos una foto?, pedimos a la que parece más joven. ¡Yo no sé hacer fotos!, se resiste. Pero el colega la convence y así podemos guardar un recuerdo de nuestro paso por la vila morena.
Cuando retomamos el camino hacia el mar los viajeros se reiteran en la idea de que Grândola marcó el pistoletazo de salida: portugueses y españoles empezamos a intuir que esta vez el futuro iba en serio.
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