Hace
muchos, muchos años, cuando España no era un país oficialmente
desarrollado, era frecuente que a la pregunta de ¿cuanto vale? o
¿qué le doy?, referida a algún objeto o producto, la persona
interpelada respondiera: la voluntad.
Esa
forma de tasación es impropia de un país con ínfulas como el que
vivimos, donde con demasiada frecuencia confundimos valor y precio y,
en todo caso, ya es poco frecuente que alguien pida la voluntad a
cambio de algo que, generalmente, tiene su precio tasado. Sin
embargo, la voluntad, lo voluntario, el voluntariado nos está
salvando de mucha omisión oficial.
No
voy a referirme a quienes están dedicando tiempo y energías
gratuita y voluntariamente ayudando a quienes se arrojan a las aguas
del Mediterráneo para salvar la vida amenazada por el hambre o por
la guerra o por ambas, que están haciendo el trabajo que no hacen
esos gobiernos que miran para otro lado como si se tratara de un
incidente y no de una crisis humanitaria en la que los intereses
europeos tienen bastante responsabilidad. No voy a hablar de ello
porque aún estamos en verano y ya es bastante sofoco.
Para
acceder a la iglesia de Santa María de Aranda hay que abonar un euro
por visitante. La restauración de esa iglesia se ha hecho con fondos
públicos -que pagamos todos- así que parece lícito preguntarse
cuánto se ingresa por el acceso a la iglesia, quién lo administra,
si se pagan impuestos por esos ingresos.
Si
el viajero pretende seguir el itinerario artístico por San Juan y
visitar su museo, sepa que San Juan -que también se ha restaurado
con fondos públicos- está cerrado desde que se clausuró la
exposición de las Edades del Hombre. ¿Por qué? Porque se quiere
remodelar, me dicen por un lado, y porque no hay mucha voluntad de
abrirlo, corroboran por otro. Teniendo en cuenta que los obispos de
cada demarcación eclesiástica se están dedicando a registrar a
nombre de la iglesia cuanta propiedad no registrada se encuentran a
tiro, que los templos son restaurados con fondos del Estado o de las
Comunidades Autónomas, que los bienes eclesiásticos no pagan el
Impuesto de Bienes Inmuebles que pagamos el resto de ciudadanos, no
parece ni razonable ni rentable que la iglesia de San Juan esté
cerrada.
El
monasterio de San José de Burgos -la última fundación de Santa
Teresa- está normalmente cerrado como corresponde a un convento de
clausura pero, en año de celebraciones teresianas, abre algunas
horas. Un domingo de este verano lo encontramos abierto y una monja
nos mostró sus tesoros, que son pocos y de índole espiritual, pues
lo que había de valor se lo llevaron los soldados de Napoleón. No
cobran entrada, así que para compensar el tiempo que nos había
dedicado, compramos unas pastas, que tampoco hacen ellas, nos dijo.
Otra
de nuestras excursiones agosteñas nos ha llevado al Monasterio de
las Clarisas de Castil de Lences. Por mediación de un amigo, nos lo
muestra la madre abadesa que, muy generosamente, nos dedica su tiempo
como si no tuviera cosa mejor que hacer, nos explica la historia del
cenobio y responde pacientemente las cuestiones que le formulamos. Al
despedirnos sólo podemos darle las gracias porque aquí ni siquiera
queda el recurso de comprar unas pastas; las clarisas de Castil de
Lences se dedican al bordado, especialmente con hilo de oro.
En la bodega de Portia -en Gumiel de Izán- no hay duda: te cobran diez euros por enseñarte las interioridades del proyecto diseñado por Norman Foster, precio que incluye cata y degustación.
A
Pampliega vamos porque Carlos de la Sierra -que además de erudito es
amigo- da una conferencia sobre la depuración a los maestros de la
República. Como llegamos pronto, aprovechamos para acercarnos a
hacer unas fotos a la iglesia, de una monumentalidad un poco
apabullante. Coincidimos con un hombre joven que entra en el templo y
da un silbido largo y un poco impropio del lugar. Al momento, sale un
joven de color, vestido informalmente, con pantalón corto y
camiseta. El hombre le pide una herramienta, el chico se la da y el
hombre le dice, atiende a estos señores que yo ya me voy. ¿Queréis
que os enseñe la iglesia?, pregunta el joven negro, que nos entrega
un folleto del pueblo a cada uno. Con un solo folleto nos vale, que
somos de la misma empresa, dice el colega. El joven nos explica todos
los rincones de la iglesia ayudado con un puntero láser,
especialmente útil en el magnífico retablo de Domingo de Amberes.
Al llegar al relieve de la Adoración de los Magos, apunta al rey
Baltasar y dice: Ahí estoy yo.
Como hemos visto en alguno de los conventos que la falta de vocaciones religiosas indígenas se suplen con vocaciones foráneas, me pregunto si el joven será el párroco pero no me atrevo a preguntárselo. Nos lo aclara él mismo: es informático pero, como no había nadie que pudiera enseñar la iglesia, se prestó voluntariamente. Y ahí está, echando horas y sonrisas.
No
son casos aislados. Desde hace once años la Junta de Castilla y León
tiene un programa de apertura de 559 monumentos, la mayoría de ellos
con prestación por voluntariado. El programa incluye el Camino de
Santiago Francés -que discurre por esta Comunidad en buena parte de
su recorrido- que es el ejemplo más palmario de voluntariado.
Cientos de personas, jóvenes y mayores, atienden a los peregrinos
que por miles pasan cada año por la ruta jacobea. Voluntariado puro.
En
la legislatura 2011-2015 el gobierno, necesitado de inflar un poco
las cuentas nacionales, optó por incluir en el Producto Interior
Bruto las rentas producidas por el comercio de droga y por la
prostitución. Como, a lo que parece, ambas actividades son sumamente
productivas económicamente, el PIB español dio un subidón
estadístico. Me pregunto hasta donde subiría el PIB si se computara
sólo a efectos económicos la prestación económica que realizan
los voluntarios en la muy amplia gama de actividades que ofrecen.
Del
trabajo doméstico y de acompañamiento que ofrecen las mujeres y su
incidencia en el PIB mejor hablamos otro día.
Hablando de conventos cerrados y díficilmente visitables, me encantó pasar una tarde el año pasado en el convento de las Concepcionistas de Peñaranda. Cobraban una modesta entrada, pero mereció la pena.
ResponderEliminarY con todos los respetos muchísimo más que los 10 euros de Portia, que con un poco más entras en el Museo del Prado.
Gracias por la sugerencia para visitar el convento de Peñaranda. Lo tendré en cuenta cuando pase por allí.
ResponderEliminarCoincido contigo en que 10 euros puede ser excesivo para visitar la bodega Portia aunque se trate de un edificio singular, tan singular como las bodegas tradicionales que se multiplican en el subsuelo ribereño. Pero alguna vez habrá que visitarlo.
Y una puntualización: los jubilados pagamos menos que eso (7 euros) para entrar en el Prado y si lo visitas a partir de las 6 (de las 5 los domingos), la entrada es gratuita. Lo sé porque soy una asidua.
Lo más importante: me ha encantado verte por aquí. Vuelve cuando quieras.