sábado, 27 de noviembre de 2010

Con las mechas puestas

El martes tenía cita con el traumatólogo para que me aliviara los dolores de rodilla que padezco desde hace tiempo. Exactamente desde que me caí una morrada en plena calle de Alcalá en el curso de una manifestación contra la ocupación de Palestina.

Es verdad que este mes me he descuidado un poco con las mechas y tenía unas raíces severas pero tampoco creo que fuera tan grave como para que, nada más entrar en el metro, un chico – de buen ver, por cierto – se levantara y me ofreciera su asiento. Naturalmente, no acepté. Vamos, hijo, pordios, que aún estoy para ir de pie.

Finalmente, llego a la consulta. El médico mira las pruebas que ya me han hecho y me dice dos cosas paradójicas: que procure no hacer mucho deporte y que este tipo de males son propios de chicas de entre 20 y 30 años.

La prohibición de hacer deporte me parece muy bien porque, en realidad, yo no he hecho deporte en mi vida. Veo peor lo de que mi dolencia sea propia de chicas jóvenes porque sólo me falta que a las enfermedades propias de mi edad haya de añadir las de edades que ya he superado. Me niego, sólo faltaba.

El médico me receta unas pastillas para fortalecer el cartílago que, supuestamente, me aliviarán los males. Pero, a la hora de hacer la receta, me pregunta si la hace en el formulario verde – personas en activo – o rojo – jubiladas -.

- Verde, respondo, muy digna.

Llego a casa arrastrando la moral. Me miro en el espejo y veo una mujer de edad. De la edad que tengo: 63 años.

Una mujer de 63 años con una vida activa, con la mente en ebullición, interesada en mil actividades, deseosa de aprender cosas nuevas, contenta con su trabajo, con dos hijas que campan a sus anchas, una nieta preadolescente y un marido que me pone cantidad.

A ver, pregunto a la del espejo, ¿dónde están las pegas? ¿En los años? Peor será no cumplirlos, digo yo.

Hay tantas cosas que podrían ser peor y que son excelentes que dejo al espejo con dos firmes propósitos: darme mechas inmediatamente e iniciar un blog en el que cuente los sesenta, mis sesenta.

En primer lugar, para no perder de vista la vida afortunada que he vivido ni olvidar la suerte que tengo de seguir viviéndola; en segundo lugar, para que mi nieta conozca y no olvide que es heredera de muchas generaciones de mujeres, incluida su abuela, que han puesto su granito de arena para que ella tenga más posibilidades y más facilidades a la hora de elegir qué quiere hacer con su vida.

En consecuencia, al día siguiente me voy a la peluquería a actualizarme las mechas y cuando termino, cojo el metro para asistir a la concentración contra la violencia machista, donde me encuentro con amigas de muchos años y del mismo afán.

Así que aquí estoy, con las mechas y el rizo bien puesto, feminista perdida, presta a contar los sesenta.