martes, 28 de enero de 2014

Noche republicana en el palacio real de Bussaco



El parque de Bussaco es un bosque situado en el centro de Portugal, en el término de Luso. Se cree que ya en el siglo II fue refugio de cristianos pero es en el siglo XVII cuando los carmelitas fundan aquí un monasterio y cierran la zona con una tapia que sólo se abre al exterior por tres puertas que aún subsisten: la de Rainha, Sula y Coimbra.  Los monjes se dedicaron al cuidado del bosque plantando especies autóctonas y exóticas. La mancha boscosa tiene una extensión de 400 hectáreas, con una longitud máxima de casi un kilómetro entre las puertas de Sula y Coimbra y sigue protegida por una tapia de 5.750 metros de largo y tres metros de altura.
En 1628 los carmelitas levantan el convento de la Santa Cruz en el corazón del bosque, del que hoy sólo permanecen en pie la iglesia y el claustro. En 1643 el Papa concedió una bula en la que se decretaba la excomunión a quien talara un árbol del monasterio.
Bien protegidos por el tapial y defendidos por la bula papal, los monjes se aplicaron al cuidado del bosque y a la construcción de once eremitorios de los que sólo quedan nueve, algunos arruinados. Levantaron también varias capillas y seis fuentes: de San Elías, Santa Teresa, San Silvestre, Fría, del Carregal y de la Samaritana.
Este lugar de paz fue testigo de una de las batallas de la guerra de la Independencia. En 1810 las tropas de Napoleón, al mando del mariscal Massena, se enfrentaron al ejército anglo-portugués, mandado por el duque de Wellington, sufrieron una derrota sin paliativos. Un monolito y un museo militar recuerdan la victoria lusa.  
La batalla de Bussaco resultó ser un aviso de que se terminaba una etapa. En 1834 Portugal prohíbe las órdenes religiosas y los carmelitas abandonan el monasterio. El Estado se hace cargo del bosque y planta nuevas especies. A finales de siglo, los monarcas portugueses deciden derribar parte del monasterio y, adosado al mismo, levantar en este lugar idílico un pabellón de caza. Se trataba de construir un palacio, suma y compendio de estilos y de la monumentalidad portuguesa. Así que el cuerpo central se remata con una torre que se da un aire a la de Belém y en el monumento se repiten los motivos del monasterio de los Jerónimos y los arabescos del convento de Tomar. El interior se cuidó tanto como el exterior, con una gran riqueza de azulejos, esculturas y frescos que evocan los descubrimientos y conquistas lusas. El mobiliario reúne valiosas piezas portuguesas y chinas y una excelente colección de tapices. Un conjunto exuberante y abigarrado pero que rezuma belleza y un lujo algo decadente aunque muy confortable. 
Pero en un mundo cambiante, la familia real sólo pudo disfrutar del palacio en una única ocasión porque en 1910 Portugal se convirtió en república. El último rey, Manuel II, conocido como el Patriota, marchó al exilio y con él, su familia.  En 1917 el palacio se transformó en un hotel de lujo, frecuentado por la nobleza y la burguesía de la época. En 1996 fue catalogado como Edificio de Interés Público.
El hotel se llama Palace Bussaco. Su publicidad le presenta como un palacio de cuento de hadas en el bosque encantado… Un gran viaje por el tiempo y por la historia es lo que ofrece el palacio de los últimos Reyes Portugueses (...) Un refugio de paz, historia y verdor. Con semejante descripción es fácil caer en la tentación, incluso quienes carecemos de fervores monárquicos.
En la tentación caímos el colega y yo en los primeros días de enero. Buena carretera de acceso que se va internando en una mata boscosa hasta que llegamos a un puesto de control vallado. El vigilante pregunta dónde vamos y sólo cuando comprueba que, efectivamente, tenemos reserva en el hotel nos abre el paso. Todavía queda un trecho hasta que el palacio aparece ante tus ojos, rodeado de un jardín bien cuidado, protegido por árboles centenarios. ¡Qué lugar tan hermoso! Pero aún no has visto nada. El interior se corresponde cabalmente con la descripción. El personal es de una cortesía exquisita. Nos dan habitación con acceso a una inmensa terraza. Dejamos el equipaje y salimos corriendo a recorrer el entorno.
El jardín tiene un pequeño lago con un único cisne, sospecho que domesticado porque nos sigue y nos hace cucamonas. Recorrido el jardín y las inmediaciones del palacio, nos adentramos por el bosque. Se diría que está tal como lo dejaron los reyes al partir del exilio, pero se diría mal porque cuando volvemos al asfalto nos cruzamos con una camioneta que va recogiendo las ramas caídas. Sin embargo, algunos edificios repartidos por el parque están en franco abandono.
El bosque está cruzado de caminos bien señalados, con rincones para el descanso, mesas, fuentes… En lo alto del monte hay un mirador desde el que nos han asegurado que en los días claros se divisa el mar. Como la tarde amenaza lluvia, seguimos el paseo por las rutas trazadas, disfrutando de la belleza del lugar, de la variedad de árboles, del olor de la naturaleza hasta que cae el sol.
Volvemos al hotel y nos refugiamos en el salón, cálido y agradable, hasta la hora de la cena. El comedor ocupa el antiguo salón de banquetes reales; su artesonado mudéjar luce esplendoroso a la luz de las lámparas de cristal. Lástima que el tiempo no acompañe porque la sala se comunica con un cenador abierto en rotonda que mira al jardín. El restaurante no desmerece del resto del servicio y mi bacalao al horno está regio. El colega tampoco se queja. Tomamos un vino embotellado especial para la casa que está a la altura. 
Paseamos por una de las galerías cubiertas. La fragancia del bosque nos traslada fuera del tiempo y del espacio hasta que el canto de un búho nos devuelve a la realidad. La luna no quiere perderse la escena y pugna por escaparse de las nubes que la ocultan. ¡Qué momento, colega! Pues estábamos en el comienzo de la función.
La habitación no es muy grande. En conjunto, no le vendría mal una mano de pintura. La televisión es de tubo catódico. Las cortinas debieron lucir más ligeras hace años. La calefacción está a tope. ¿Tú no tienes calor?, pregunto al colega. Un poco, sí, responde. O sea, debemos estar a punto de ebullición. Pero nos dormimos enseguida. Hasta que me despierto sudorosa. Has cenado demasiado, me reconvengo a mí misma. Llueve y se oye el chapoteo de las gotas en la terraza. Como estoy espabilada, me da por pensar en el palacio, en los huéspedes ilustres que nos han precedido.
Fuera, arrecia la lluvia y creo ver como una sombra que cruza delante de nuestra ventana. A ver si hay un alma en pena que vaga por el palacio, un príncipe o algo así, me digo. Qué tonterías piensas cuando cenas de más, me corrijo. Pero, por si acaso, me voy arrimando al colega, que duerme tranquilamente. Al rato, tengo la impresión que vuelve a pasar otra sombra. O la misma, no sé. Además, creo oir un ruido cerca. Joer, qué noche, pienso.
A fuerza de arrimarme, he llevado al colega al borde mismo de la cama cuando caigo en la cuenta de que no son sombras las que pasan sino el efecto de los relámpagos a través de las cortinas que no hemos cerrado bien. Pero sigo oyendo un bisbiseo, como el de alguien que se moviera en el cuarto de baño. No hay nadie en el baño porque la ventana da a un foso así que ya puedes irte durmiendo si quieres tenerte de pie mañana, me reconvengo muy seriamente. Y en esas estoy cuando se oye un estropicio en el baño que hasta el colega se levanta como con resorte. Salimos ambos despavoridos a ver qué ha pasado y descubrimos que se ha abierto la ventana y, con el temporal de agua, viento y aparato eléctrico que está cayendo sobre Bussaco, se han caído las cosas de aseo que habíamos dejado sobre una mesita y se ha mojado lo que estaba cerca. El colega cierra la ventana, que es un ventanal tamaño monarquía absolutista. Está a punto de amanecer un nuevo día cuando logramos dormirnos de nuevo.  
El desayuno está igualmente a la altura del escenario. El servicio, un dechado de profesionalidad. Todo resulta confortable, amable, acogedor. Lo que se entiende por un palacio.  Llueve cuando abandonamos el hotel. ¿Qué te ha parecido?, me pregunta el colega. El sitio, precioso y todo lo demás, estupendo, respondo, pero creo que los palacios me gustan sólo de visita.
Porque, en confianza, cuando me acuerdo de esa noche de rayos y centellas y ventanas que se abren solas creo que voy a dar por concluido mi capítulo palaciego-realengo. Sospecho que el palacio identificó nuestro gen republicano. Sabido es que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. 

viernes, 24 de enero de 2014

Cumplimiento de condena



¿Cuándo termina un condenado de cumplir su pena?
Esa es la pregunta que el director de Diario de Burgos, Raúl Briongos, dejaba sobre la mesa del programa que la SER dedicó al barrio burgalés de Gamonal. En realidad, Briongos preguntaba cuándo terminará de cumplir su condena el empresario Antonio Méndez Pozo, que ya pasó por la cárcel en 1994, tras la sentencia del caso de la Construcción, pero a quién se responsabiliza de seguir manejando la vida política y económica en amplias áreas del país.
¿Cuándo se termina de cumplir una condena? Depende.
Las asociaciones de víctimas del terrorismo reclaman que los terroristas cumplan íntegramente las penas, como es lógico, pero también que quienes en su día ejercieron violencia pidan perdón a sus víctimas y, en la medida que sea posible, puesto que no podrán devolver las vidas que fueron segadas, les resarzan del daño ocasionado.  Es una reclamación que parece razonable.
En la misma dirección, las agresiones sexuales y la violencia machista suelen llevar añadida la pena de alejamiento de las víctimas. Es fácil de comprender que para unos padres que han perdido a su hija por agresión machista resulte insoportable ver cómo el agresor se pasea ante ellos, por mucha condena que haya cumplido.
¿Cuándo se salda una pena?
A nadie en su sano juicio se le ocurriría contratar a un pederasta como director de una guardería. Nadie emplearía a un violador como vigilante de un gimnasio femenino. Pero quienes han sido condenados por especulación con los bienes públicos, por falsedad documental o por delitos vinculados al fraude y al uso indebido de lo público en beneficio privado, se pasean con desfachatez ante sus víctimas y siguen suscribiendo contratos con las Administraciones Públicas. Para eso están los indultos, como los amigos, para echar una mano.
En Burgos, como en otras ciudades de parecido desarrollo urbanístico, los precios de la vivienda son de los más altos por la única razón de que un grupo de listos han especulado con el suelo hasta extremos delictivos. Esa carestía de la vivienda la están pagando las familias y ha expulsado de la ciudad a muchos jóvenes que, sobre no encontrar trabajo, no encuentran una vivienda que puedan costear. Otros, más afortunados, están endeudados de por vida por unos pisos que ahora valen la mitad de lo que ellos están pagando. Miles de familias deberán dedicar años de su vida a pagar no por lo que han adquirido y podrán disfrutar sino por lo que se han enriquecido otros. Miles de familias trabajarán durante años para un empresario que nunca firmará sus nóminas pero que se beneficiará de sus ahorros, de su esfuerzo y de sus sacrificios.
¿Cuándo cumple su condena un especulador, cuándo quien puso a la ley a trabajar en beneficio propio? Podríamos reclamar que cuando dejen de tener efecto sus desafueros. ¿Cuándo terminarán de pagar los vecinos de Burgos por unas viviendas que no valen su precio? ¿Cuándo podrán volver a su casa, a su lugar de origen quienes han tenido que emigrar porque todo el negocio fue acaparado por unos pocos que jugaban con las cartas marcadas? ¿Cuándo se recuperarán las arcas municipales de los proyectos diseñados y ejecutados a medida del interés de unos pocos? ¿Cuándo se recuperará la fe en la política y en los políticos si éstos se han puesto al servicio de un jefe que nunca se someterá al veredicto de las urnas? ¿Cuándo y quién resarce a la ciudad y a sus vecinos del daño ocasionado?
En fin, a la pregunta inocente de Briongos sobre cuándo prescriben las responsabilidades por el delito de corrupción se podría responder que cuando se devuelve a la sociedad lo que le fue hurtado.

jueves, 23 de enero de 2014

Curriculum nivel Carromero



Davos es una ciudad suiza en la que cada año se reúne la crema de la intelectualidad. ElForo de Davos es la versión moderna de “Poderosos del mundo unidos”. Durante una semana, gobiernos, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, personalidades destacadas de la economía, de la política, de las ciencias sociales exponen su criterio sobre cómo podría arreglarse el mundo. Con poco éxito, si hay que atenerse a la deriva de los asuntos públicos en los últimos tiempos.
A la cita de este año han sido invitados José Manuel Soria y Ana Botella. Se supone que en su condición de ministro de Industria, Comercio y Turismo y de alcaldesa de Madrid, respectivamente. Sin embargo, ha sorprendido que el espacio destinado a recoger su curriculum vitae permaneciera en blanco en ambos casos. Ella lo ha atribuido a un error de la organización. Yo me lo creo. Aparte de su conocimiento de inglés, nivel usuario, se sabe que Botella es licenciada en Derecho y funcionaria –técnica en Administración Civil del Estado- excedencia. No se le conocen otros méritos pero es más de lo que otros con más ínfulas pueden alegar.
Con notables y honrosas excepciones, en los últimos años la preparación media, el curriculum de los políticos que hacen fortuna es nivel Carromero. Toda una generación de jóvenes –ellas y ellos- que llegan a la universidad con la mirada puesta en el carnet de militante de uno de los dos partidos mayoritarios, que son los que reparten poder. Los más espabilados llegan a acabar la carrera que iniciaron, pero los hay que ni eso. Total, ¿p’aqué?, se dicen tan pronto como consiguen ponerse a resguardo de un ministro, de un presidente autonómico o de un alcalde de capital de provincia.
La Administración Pública está llena de asesores nivel Carromero –incluido el propio Carromero,que asesora al Ayuntamiento de Madrid- gente ignorante en todas las disciplinas. Algunos se hacen un hueco en las listas municipales y así tenemos concejales, incluso alcaldes, totalmente indocumentados, razón por la que lo mismo valen para un roto que para un descosido pero que, por alguna extraña razón, suelen acabar en la frontera de los asuntos urbanísticos. Como la vida está dura y la vida buena es cara, algunos de estos se especializan en historia antigua y acaban haciendo el egipcio con total soltura. Otros son insobornables pero inútiles. Sólo unos pocos se preocupan por mejorar su formación intelectual y política. Los menos.
Si el edil tiene desparpajo y aprende el abecé de la comunicación –esto es, mirar fija y seductoramente a la cámara y no enredarse con el micro, hablar con buena voz sin decir nada significativo, repetir sin inmutarse el argumentario del partido, justificar el ucase del momento- puede llegar a hacer carrera. Carrera política, se entiende. Con suerte, el partido le financiará un curso o un máster en liderazgo en la gestión pública y le aconsejará leer los informes de la fundación vinculada a su ideología –Faes o Ideas, según- y hasta puede que le encomiende un trabajo de confianza. Por ejemplo, llevar una ayudita a Cuba. Se dan casos en que la policía castrista detiene a los visitantes antes de bajar del avión, a veces por bocazas y otras porque se les ven los euros a la legua. No se sabe que es peor si que los devuelvan en origen o que los dejen entrar. Como demostró Carromero, no hay nada más peligroso que el fuego amigo.      
A fuerza de traer y de llevar algunos se hacen un hueco en las listas autonómicas, incluso a las nacionales. A las europeas no, esas están reservadas a los traseros que precisan una patada hacia arriba. Y en una de esas vueltas que da la vida, ocurre que el partido saca mayoría absoluta y hay muchos huecos que cubrir. Muchos. De ministro para abajo, cantidad de ellos. Y ahí tenemos al Carromero de turno jurando sobre la biblia o sobre la constitución, o sobre ambas, cumplir y hacer cumplir las obligaciones propias de su cargo. Los hay que aprenden economía en cursos de una tarde, arquitectura en una mañana o cultura por correspondencia.
Luego hay que mandar un curriculum y tenemos un problema. De organización, claro.

lunes, 20 de enero de 2014

Gamonal de Burgos, ¿y ahora qué?



¿Y ahora qué?, me preguntaban días atrás, refiriéndose al desenlace de las protestas en el barrio burgalés de Gamonal. Esa es la pregunta que todos nos hacemos. ¿Cuál es el paso siguiente? ¿Qué margen de maniobra queda al Ayuntamiento y a los vecinos tras su enfrentamiento?
Gestionar un triunfo es tan difícil como gestionar un fracaso. El alcalde -y por extensión su equipo más directo- ha salido mal parado de esta crisis. Como poco, ha demostrado escasa capacidad política y una más escasa aún capacidad de intervención en la vida de la ciudad. Tendrá que explicar, además, qué razones le llevaron a rechazar la suspensión del proyecto en el pleno el viernes por la mañana y aceptarlo por la tarde. Debería aclarar también quien le asesoró en el proyecto de Gamonal, por qué se negó a escuchar a la Coordinadora anti Bulevar, cuando escuchar es de las pocas actuaciones gratis de la actividad municipal. Sus acciones cotizan a la baja en la bolsa de futuros. Los mensajes que le ha dirigido el primer periódico local indican con claridad que se le considera amortizado.
La victoria ha caído del lado de los vecinos. Una victoria complicada porque con ella –aparte de la satisfacción moral- no se ha resuelto ninguno de los muchos problemas del barrio. Los portavoces de la protesta han tratado en todo momento de evitar cualquier actuación violenta; son personas curtidas en el movimiento vecinal, en el asociacionismo. Manolo Alonso, Ana Moreno y todos cuantos llevan liderando las reivindicaciones del barrio saben lo difícil que es gestionar el movimiento asambleario, lo fácil que resulta llevarlo a un callejón sin salida. El alcalde de Burgos ha resultado un incompetente pero se sometió a un proceso electoral y fue elegido por una mayoría de ciudadanos. A estas alturas ya habrá aprendido –cabe esperar- que la mayoría electoral no confiere infalibilidad, pero el hecho de que la reclamación de los vecinos fuera justa no les da a ellos derecho a dirigir la vida municipal, que tiene otros cauces.
En España hemos vivido en los dos últimos años un proceso de pérdida de derechos que nos ha devuelto al punto en que nos encontrábamos hace tres décadas. Las asociaciones vecinales tuvieron entonces un protagonismo indiscutido. La transición desmanteló el movimiento vecinal, sus dirigentes, personas bien formadas y bregadas en la actividad política, fueron trasvasados a las candidaturas de los partidos políticos; ahora hay que hacer el trabajo a la inversa, potenciar a las asociaciones para que éstas puedan depurar a los partidos políticos.
España se ha dotado de una Constitución de la que se deriva una organización política a través de partidos políticos y de otras organizaciones sociales. Los partidos no han estado muy finos últimamente, se han corrompido hasta el punto de perder el respeto de quienes deben elegirlos. Hay que exigir a los políticos dedicación, limpieza en la gestión, preparación profesional e intelectual, respeto al electorado, honestidad personal y pública. Pero en tanto no arbitremos otro sistema, ellos son quienes nos representan. 
Otra conclusión que ha quedado meridianamente clara en este conflicto es que la justicia no es la misma para todos. De acuerdo con las estimaciones del propio Ayuntamiento, los daños causados por la violencia incontrolada suman 60.000 euros. Por esta causa han sido detenidas y previsiblemente serán encausadas 40 personas, de las que media docena han tenido que pagar una fianza de 3.000 euros para obtener la libertad. En los mismos días, los principales juristas del país y la Fiscalía del Estado se afanan en demostrar que es jurídicamente irrelevante el que Cristina de Borbón y Grecia, hija del jefe del Estado, pueda haber cometido un fraude fiscal cuyo importe duplica el valor de los daños ocasionados en Gamonal.
Queda otra cuestión pendiente. La animadversión de los vecinos contra el empresario Méndez Pozo. En estos días ha salido a relucir un memorial de agravios contra el empresario de la construcción y de los medios de comunicación que se arrastra desde hace treinta años. También unas formas de actuar caciquiles suyas y de los políticos locales, provinciales y autonómicos que nos devuelven al siglo XIX. Nadie, excepto el director de Diario de Burgos, que es empleado suyo, ha salido a defenderlo. Nadie, ni en el ámbito político ni en el empresarial ni en el cultural, sectores que Méndez cultiva, ha salido a exculparlo, a justificar su actividad. Nadie ha dicho: están siendo injustos con un hombre decente. Todos han evitado incluso mencionar su nombre. Esta es otra de las lecciones de este conflicto. Se puede ser cacique y rico, muy rico incluso, e influyente, muy influyente. Se puede gobernar en la sombra, amasar una fortuna y dejar a la prole la vida resuelta, pero es difícil ser respetable y respetado. La decencia es materia de otro negociado, propia de las personas de bien. Aunque en ocasiones pueda parecer lo contrario, el respeto está reservado a las personas decentes.

viernes, 17 de enero de 2014

El brazo torcido del alcalde de Burgos



Gamonal como síntoma. Todas las miradas están puestas en este barrio burgalés como el médico pone el fonendo en la espalda del enfermo. Tosa, dice el galeno, y el paciente tose. Ahora, diga 33. A la búsqueda de síntomas que identifiquen un diagnóstico acertado.
El paciente –pocas veces el vocablo será tan atinadamente justo- aquí es la población de Gamonal –unas 60.000 personas, el tercio de la población de Burgos- pero en ella están representados los españoles. No todos los españoles, sólo aquellos que están sufriendo las consecuencias del crack financiero –también llamado crisis-, quienes han perdido el trabajo, o han visto reducido su salario al límite de la miseria, quienes no pueden pagar el piso que compraron cuando sus ingresos se lo permitían, quienes tienen que hacer cuentas todos los días para poner un plato en la mesa, quienes pasan frío porque no pueden pagar la calefacción –y frío es en este Burgos un concepto agresivo- quienes han perdido todo cuanto habían conseguido después de tanto esfuerzo.
Todas las miradas están puestas en Gamonal. ¿Qué va a pasar? Las cúpulas de los partidos, los sociólogos desmenuzan las imágenes, las declaraciones de los vecinos. ¡Qué bien hablan estas gentes! ¡Qué justo el verbo y el calificativo! ¡Qué dignidad en su talante! No queremos el bulevar, insisten. Queremos que se nos escuche. Pero hoy ha habido pleno municipal y el grupo popular, que tiene mayoría absoluta, ha votado la continuación de las obras. El resto de los partidos con representación en el Ayuntamiento de Burgos –PSOE, UPyD e IU- han pedido el abandono definitivo del proyecto pero el alcalde ha asegurado que no dará su brazo a torcer.
El alcalde lleva una semana alimentándose exclusivamente de sapos. Todos los dedos señalan sus limitaciones, sus carencias, sus compromisos inconfesables. Lo más suave que le han llamado ha sido cobarde. El viernes, cuando empezó el conflicto, ya sabía que le señalaban como corrupto. Hoy, Nacho Escolar, publicaba en Eldiario.es una información que explica cómo se gestó el proyecto del bulevar. Teledirigido. El corolario de la información es que en Burgos hay un grupo de empresas que se reparten el pastel –cualquier pastel que se ponga a su alcance- y el poder político se afana en quitar los obstáculos de su camino. Por supuesto, todo con luz y taquígrafos. Total, ¿para qué andar con disimulo?  De toda la vida es sabido que, aquí y en cualquier parte, el que paga, manda.
La Cuatro ha entrevistado al alcalde para preguntarle por lo que está ocurriendo en la ciudad. Es posible que la entrevista no pase a los anales como un modelo de periodismo pero el vídeo, que se ha distribuido profusamente a través de las redes, produce vergüenza. Sin paliativos. ¿En manos de quiénes estamos dejando la res publica?
El paciente permite que el fonendo se pasee por su piel. Esta mañana, grupos de vecinos se han concentrado en la Plaza Mayor frente al Ayuntamiento, mientras se celebraba el pleno. Muchas personas de edad, curtidos en cien batallas; muchos jóvenes, con la ilusión de la aventura brillándoles en los ojos. Todos, con el peso de una ciudad que arrastra una mala fama de población conservadora.
Se dice por aquí que el PP ganaría incluso si no presentara candidatos. A la vista de lo que está aconteciendo, parece que eso ocurrió ya en las últimas elecciones municipales. Pero no hay que engañarse. El PP gana porque hay una población que sintoniza con sus planteamientos políticos y sociales. Esta mañana, dos mujeres de mediana edad, de aspecto pulcro, con esa pulcritud que confiere el no haber pasado nunca hambre ni frío ni cualquier otra penalidad, se dirigía desde la calle de la Paloma hacia el Espolón. “Vamos a pasar entre esta mugre”, anima una a la otra. Esta mugre eran sus convecinos de Gamonal.
A media tarde, el alcalde comunica que la obra del bulevar no se llevará a cabo. Sus palabras casi se cruzan con su promesa de no dar el brazo a torcer. ¡Ay, esos brazos enhiestos de tan infausta memoria!