miércoles, 30 de abril de 2014

La vida (casi siempre es) inesperada


El cine es un arte y la cinematografía es una industria. En España se hace poco caso al primero y menos a la segunda. Todavía te encuentras con quien hace gala de no ir jamás a ver una peli española, como para no contaminarse, como hay críticos de cine que miran con suspicacia la producción nacional. Si es española no será muy buena, es el mensaje. También tenemos un ministro del Gobierno, Cristóbal Montoro, que reparte exabruptos contra el cine español en trazo grueso porque no lo considera de su cuerda o por la razón que sea mientras el ministro del ramo, José Ignacio Wert, se monta reuniones en el exterior para no asistir al acto de gala del cine español.
En cualquier otro país un ministro que echa culpas sobre un sector industrial nacional se vería obligado a dimitir acto seguido pero en España esas cosas no pasan. Quizá en el cine pero en la vida real, no. En otros países se defiende la industria propia por su poder de creación de riqueza y se cuidan las expresiones culturales autóctonas frente a la invasión de la cultura dominante del imperio.
A mí me gusta el cine español. En realidad me gusta el cine en general pero, como no es posible ver todo lo que se rueda –y bien que lo procuro- elijo en primer lugar las pelis españolas, luego las francesas y luego cualquier otra.
Cada viernes, busco las críticas para orientarme, sólo para orientarme porque entiendo que la crítica es siempre tan subjetiva como los ojos de cualquier espectador. El pasado viernes, Carlos Boyero firmaba en El País, un artículo bajo el título Un Nueva York para el olvido, en el que se refiere con displicencia a la película La vida inesperada, dirigida por Jorge Torregrossa, con guión de Elvira Lindo y protagonizada por Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carmen Ruiz.
En realidad, Boyero dedica a la película dos párrafos en los que habla de la frigidez emocional en su piel. Este crítico suele hablar mucho de su piel y de sus emociones y tiene seguidores entusiastas y feroces detractores.
Ese mismo día, Antonio Muñoz Molina, marido de Elvira Lindo, colgaba un post en su blog que titulaba Crítica de cine en el que lamentaba “el esfuerzo que requiere levantar una obra y lo barato y descansado que resulta demolerla” al tiempo que reclamaba “al menos un poco de seriedad y de rigor, un cierto grado de respeto al trabajo, (…) a quienes tan descansadamente ejercen la potestad de lo que en culturas más serias se llama crítica de cine”.
Había que ver la peli sin pérdida de tiempo así que fuimos ayer aprovechando que la cadena Yelmo Cines ofrece entradas a mitad de precio a los mayores de 60 años de lunes a jueves. La sala estaba como a la mitad, lo que no está mal teniendo en cuenta que la tarde invitaba más al paseo o la terracita que a la oscuridad de la sala.
La vida inesperada demuestra para quien lo precise que Javier Cámara es un grandísimo actor y que Elvira Lindo es una excelente guionista. La película se sustenta en estos dos pilares pero tiene una muy buena fotografía -que nos ofrece un Nueva York cotidiano alejado del turismo- y el resto de actores no desmerecen al protagonista. Para ser una película redonda le falta un poco de ritmo pasada la mitad del metraje pero tiene hallazgos muy logrados como esa madre lejana y presente y el librero argentino, tan cercano. La historia habla de la emigración, de los vínculos familiares, de la amistad, del desarraigo, del fracaso, de la lucha, de los vericuetos por los que conduce la vida y de las elecciones personales.
No es una historia amable ni optimista pero se sale del cine con un buen sabor de boca, con la sensación de haber pasado un rato con amigos conocidos, de haber disfrutado de un cine digno. Una peli con equipo español rodada en Nueva York. Una pica en Flandes del cine español.

martes, 29 de abril de 2014

De canonizaciones y otras miserias



Las investigaciones sociales sostienen que las creencias están en crisis. El abandono de creyentes afecta no sólo a las religiones sino a la política y, por extensión, a todo lo que parecía sólido, como bien analizaba Antonio Muñoz Molina.  
Ana Isabel Espinosa, en su blog Placer sexual, hace un repaso a los altos/bajos mundos de la justicia que se te abren las carnes. En pocas palabras recuerda la condena de 22 años al falso cura que entró en la casa y amenazó a la familia Bárcenas, frente a los dos años y medio de sanción al ex torero que conducía temerariamente y mató a un hombre que iba a su trabajo.
Simultáneamente, la ciudadanía contempla a diario el ir y venir de la jueza Alaya con sus Eres andaluces chorreando sospechas sin que se decida a procesar a nadie; el ir y venir del juez Ruz sin que acabe de cerrar el procedimiento del caso Gurtel, de manera que en un asunto que ha pringado a media España sólo haya sido sancionado el juez Garzón que abrió la instrucción. El ir y venir y las declaraciones singulares del juez Silva, las jeremiadas del presunto delincuente Miguel Blesa, cuyo mayor mérito es ser amigo del jefe y haber hundido, solo o en compañía de otros, una de las primeras cajas de ahorros del país; las triquiñuelas del ex presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, para aparentar pobreza.  
Son casos llamativos pero no aislados. Urdangarín y su señora viven cómoda y plácidamente instalados en Suiza mientras el juez Castro mide los riesgos de procesar a uno, a ambos o a ninguno por delitos incompatibles con la decencia que cabe exigir a la familia de un jefe de Estado.
En el campo de la política a diario se ofrecen ejemplos de personas implicadas en casos de corrupción, cuando no condenados, que pontifican sobre las bondades de la democracia. Ejemplos para aburrir de políticos que mienten a sabiendas que lo hacen mientras se apalancan con desfachatez en sus privilegios.
Me pregunto qué pensarán tantas mujeres que esperan durante largo tiempo el amparo judicial frente a su acosador; qué pensaran quienes esperan ser indemnizados por alguna de las estafas sonadas mientras los estafadores viven a cuerpo de rey por la inacción de la justicia; qué pensarán quienes han perdido una persona querida por la irresponsabilidad de uno de esos amnistiados de lujo, amigos del ministro de turno; qué pensarán los políticos honestos que han dejado tiempo, energías e ilusiones en provecho de sus conciudadanos sin más reconocimiento que su propia satisfacción, qué pensarán los empresarios decentes que hacen números para pagar a fin de mes a sus empleados.  
En materia de la iglesia católica no entraré demasiado porque no es mi campo pero, después de la sesión plenaria que la televisión pública ha estado ofreciendo durante el pasado fin de semana sobre la doble canonización de papas, me pregunto qué pensaran de tanto fasto los jóvenes que sufrieron violencia sexual por parte del mismo clero que gozó del amparo del papa Juan Pablo II, ahora canonizado, sin que nadie les haya pedido perdón.
Dicen los informes que cada vez hay menos creyentes pero muchos son aún, a la vista de lo que nos rodea.

viernes, 25 de abril de 2014

Tierra de fraternidad


Cuando empezaron a llegar las primeras noticias no teníamos idea de lo que iba a significar en nuestras vidas, no habíamos oído hablar de Grandola y apenas algo de Zeca Afonso pero con los primeros compases de Grandola villa morena, las primeras imágenes de tanques en las calles de Lisboa y de claveles en los cañones militares supimos que esta vez iba en serio: había un resquicio de esperanza y nosotros éramos jóvenes.

Con el tiempo hemos conocido los pequeños detalles de una fecha histórica, quién proporcionó los primeros claveles, el sargento que se negó a cumplir la orden de disparar, el cabo que aseguró no ser capaz de hacerlo, pero aquel 25 de abril, del que ahora se cumplen 40 años, desembocó en la Revolución de los Claveles, en la caída de la dictadura salazarista, ya sin Salazar, y en la democratización de Portugal, ya para siempre tierra de fraternidad. En España el proceso se vivió con ilusión en los sectores que apostaban por la apertura democrática y con resquemor por quienes pretendían mantener el franquismo con Franco o sin él.
La fecha invita a mirar hacia atrás para comprobar el camino recorrido y también el que queda por recorrer, invita a hacer balance de lo conseguido, a medir el riesgo de lo que se puede perder. “Hay que pensar en el pasado pero vivir y mirar el presente”, se sugería días atrás en la mesa redonda organizada por el Teatro del Barrio. Allí, se subrayó la diferencia entre el proceso de transición vivido en España y la ruptura que se vivió en Portugal, entre la emoción de la revolución y el aburrimiento de la política cotidiana y se apuntó que entonces el poder cayó en la calle y alguien lo puede volver a recoger. Resultó especialmente gratificante escuchar a Francisco Louça, un político y economista luso, lúcido y realista, como suelen ser los portugueses, afirmar que aún “tenemos tiempo para hacer algo, pequeñas o grandes cosas”.
Aquel 25 de abril una generación de jóvenes que habitábamos la península sospechamos que había llegado o estaba a punto de llegar nuestra hora. Como entonces, cada generación intuye cuando es llegada su hora de hacer pequeñas o grandes cosas, cada cual en su campo, de acuerdo a sus capacidades y oportunidades. 

Escribir es también una forma de resistencia.

miércoles, 23 de abril de 2014

Cosas de chicas en el Día del Libro



Llevamos 24 mujeres muertas en los escasos cuatro meses que llevamos de 2014, a las que hay que sumar decenas y decenas y decenas en los años anteriores, así que la candidata socialista al Parlamento Europeo, Elena Valenciano, ha pedido un pacto nacional contra la violencia machista. Parece lo menos que se puede hacer a estas alturas, un gesto, una señal a los agresores de que no tienen el apoyo de ningún hombre, pero ni le han respondido. Cosas de chicas, piensan muchos y dicen algunos.
Más, hete aquí que hoy, 23 de abril, Día del Libro, fecha en la que se entregan los premios Cervantes, la más grande distinción a escritores en lengua castellana, llega Elena Poniatowska a recoger el suyo y nos recuerda la violencia de esta sociedad machista que mata mujeres y merca sus tripas.
Al hilo de la fiesta, periódicos, radios y televisiones se han aplicado a preguntar por las aficiones literarias de su público. ¿Cuál fue el primer libro que recuerdas?, inquirían en una radio. He hecho memoria. El primero del que guardo recuerdo es una edición infantil de El Quijote pero el primer libro no adaptado que me encandiló fue Mujercitas, de Louise May Alcott. Meg, Jo, Beth y Amy, las protagonistas juveniles, fueron y son más reales que algunas de mis amigas de carne y hueso. Y Jo un espejo en el que siempre me miré de reojo. Por si no lo habéis leído os lo dejo aquí junto con una flor de mi jardinera particular, al estilo catalán.
No es la única escritora que me parece notable. Ahí están para demostrar que la literatura no tiene por qué usar calzoncillos y por señalar sólo entre los libros leídos en el último año, Isabel Allende, Ana María Matutes, Carmen Martín Gaite, Dulce Chacón, Montserrat Roig, María Dueñas, Clara Sánchez, Ana Campoy, Alicia Giménez Barlett, Elvira Lindo, Claudia Piñeiro, Alice Munro, J.K. Rowling, Dolores Redondo, Donna León, Rosa Montero o Almudena Grandes, que está dejándonos unos Episodios de una guerra interminable a la altura de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós. Lo que nos lleva a una pregunta que me hago a diario. ¿Qué más tendría que hacer Almudena Grandes para ser elegida miembro de la Real Academia de la Lengua? Cosas de chicas, dicen.
Ha contado Elena Poniatowska en su discurso que en Méjico “hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte. Contamos con un dios para cada cosa y no con uno solo que de tan ocupado puede equivocarse”.
Da igual uno que muchos, ¿Cuándo habrá un dios para las mujeres?

martes, 8 de abril de 2014

Esperanza Aguirre: Inversión desproporcionada

Ha salido Esperanza Aguirre a decir que la que se ha montado con lo suyo es desproporcionado. La RAE considera desproporcionado aquello “que no tiene la proporción conveniente o necesaria” y, por una vez, creo que la lideresa del PP de Madrid está en lo cierto. Es totalmente desproporcionado.
Está fuera de la proporción conveniente que Esperanza Aguirre obtuviera la presidencia de la Comunidad de Madrid por la defección de dos parlamentarios socialistas y desde entonces se haya dedicado a dar lecciones de honorabilidad.
Es una absoluta desproporción que quien alimentó y engordó la trama Gürtel siente cátedra de honestidad. Y, ya puestos, no hay proporción alguna entre los privilegios de los que goza la presidenta del PP –incluido el servicio de guardaespaldas- y su comportamiento el pasado jueves. No ya por el hecho de aparcar en el carril bus de la Gran Vía –que ya es pasar por alto- sino por su conducta posterior, su falta de respeto a los funcionarios públicos, su pretensión de que los guardias civiles llegaran a un acuerdo con los policías municipales a los que ella había ninguneado y su desfachatez al explicarlo.
Y, ya puestos en materia, no hay proporción alguna entre el tiempo y el esfuerzo que cuesta formar a un guardia civil, el riesgo que han corrido y corren muchos de ellos en el desempeño de sus funciones para que llegue la señora condesa y los utilice como sus ayudas de cámara.
Totalmente desproporcionado.