jueves, 31 de enero de 2013

Que se vea

En las sociedades de substrato católico es habitual que florezca la corrupción. Cualquiera, incluso don Juan Tenorio, sabe que si se peca, un punto de contrición / da a un alma la salvación / y ese punto aún te la dan.

De frente y por derecho, que da lo mismo si eres honrado que ladrón si conoces la hora de pasar por el confesionario. Tus pecados te son perdonados, dos padrenuestros y un credo, y a nadie se le ocurre pedir el resarcimiento del daño. ¿Para qué? La confesión es un acto privado.

Con ese substrato, se entiende mejor lo que nos acontece desde tiempo inmemorial. Uno puede ser ladrón, estafador, especulador, estraperlista – de hecho, muchas de las grandes fortunas españolas actuales tienen su origen en alguna de esas fuentes – pero a partir de un determinado nivel, el origen queda embellecido mediante donaciones culturales o religiosas. Y aquí no ha pasado nada.

Ahora bien, basta que alguien se exceda mínimamente en sus gastos sin tener el contravalor en su poder para que pueda ir a la cárcel. Por mínima que sea la cifra y por notorias que sean las necesidades. Ahí está para demostrarlo el caso de la madre que se encontró una tarjeta de crédito y la utilizó para comprar pañales y comida para sus hijas, por valor de 193 euros, amenazada de ir a la cárcel. Eso para por no confesarse a tiempo. Peor aún, eso pasa por gastarte 193 euros en vez de 193.000.

El País sale hoy con una información escandalosa. Las cuentas de la vieja del los ex tesoreros del PP entre los años 1990 y 2009. Como diría el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, aquí no se salva ni el Tato. Incluso si el Tato es él mismo. 

Por supuesto, cabe la posibilidad de que la información no sea fiable y dada la deriva reciente del periódico cabe esperar cualquier cosa. En cuyo caso, el PP debería presentar denuncia contra los ex tesoreros y contra el periódico antes de comer y alguien de la Federación de Asociaciones de la Prensa tendrá que dar alguna explicación. Comoquiera que sea, ahora mismo deberían estar publicando en masa las declaraciones de la renta de cada uno de los aludidos en los ejercicios correspondientes. Aunque haya prescrito el delito tributario, la sospecha no prescribe. Otro tanto cabe decir de los supuestos donantes de dinero. Que expliquen el por qué de esos regalos y que esperaban a cambio. Eso, o que denuncien en comisaría las acusaciones.

Pero si la información es buena, si realmente los aludidos en la información, la plana mayor del PP, incluido el presidente del gobierno y la secretaria general, han estado cobrando en dinero negro, deberían presentar la dimisión y convocar elecciones inmediatamente. Y los partidos de la oposición deberían presentar una moción de censura. Que se perdería, naturalmente, dada la mayoría absoluta del PP, pero que demostraría el propósito de hacer borrón y cuenta nueva.

Los ciudadanos necesitan creer que hay alguien honesto. Que se vea.

domingo, 27 de enero de 2013

La sagrada transición

Llevamos más de tres décadas oyendo la misma cantinela: nuestra sagrada transición era un modelo de libro. La transición es aquel proceso según el cual los mismos que habían sostenido al franquismo pasaron a sostener la democracia simplemente cambiando la chaquetilla blanca de los consejeros nacionales del Movimiento por el chaqué o el traje oscuro de las aperturas parlamentarias y de las recepciones reales. Los mismos que alentaban las actuaciones del Tribunal de Orden Público y firmaban sus sentencias pasaron a dictar justicia democrática. Los mismos que mandaban que te molieran a palos si te manifestabas pasaron a defender los derechos ciudadanos con sólo cambiar el color del uniforme: del gris al marrón y luego al azul.

Resultaba enternecedor ver cómo los antiguos perseguidores cedían el paso a los antiguos perseguidos en el Congreso de los Diputados, o en el Senado. Algunos lloraron de emoción ante la foto aquella en la que Pasionaria descendía las escaleras del Congreso del brazo de Rafael Alberti. Ha llegado el momento del perdón, proclamaban los comunistas, por boca de Santiago Carrillo y su eurocomunismo. Nunca sabremos si los partidos de izquierda fueron ingenuos, generosos o ciegos. Javier Cercas ha novelado una aproximación a tres figuras paradigmáticas –Adolfo Suárez, General Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo- que ilustra el enamoramiento mutuo de aquellos días. El hecho es que en el intervalo de pocos meses todo cambió para que todo quedara como estaba.

Los banqueros y los empresarios que habían financiado y se habían enriquecido con los negocios de la dictadura pasaron a ser demócratas de toda la vida sin que nadie pusiera en cuestión la forma ni la cuantía de su enriquecimiento. Los periodistas que habían jaleado las persecuciones a sindicalistas y estudiantes y habían alabado las ejecuciones del franquismo pasaron a dictar lecciones de democracia. Ninguno perdió su puesto. Como no lo perdieron los militares que se habían levantado contra el sistema legal, ni los policías que habían torturado a quienes se atrevían a pensar contra el régimen. Estábamos protagonizando una travesía del desierto modélica, nos repetían, la sagrada transición. Nadie se vio en la necesidad de reconocer que alguna culpa tendría cuando la dictadura pudo mantenerse durante 36 años y el dictador pudo morir en su cama. Como por arte de magia todos nos convertimos en demócratas de toda la vida. Nadie advirtió a los ciudadanos de la diferencia radical entre un estado de derecho y una democracia orgánica, como se definía el franquismo. Parece que tampoco advirtieron a las elites.

Muchos creyeron que bastaba la muerte del dictador para convertir en democrática a una sociedad socavada y corroída por años de corruptelas. Ahora se ve el resultado.  Los partidos, llamados a vertebrar la sociedad, se convirtieron pronto en refugio de pícaros, en un ejercicio de picaresca. Algo parecido puede decirse de los sindicatos y de las organizaciones empresariales.

Mantener esas estructuras organizativas es caro, muy caro, especialmente cuando desde ellos se impulsa el clientelismo. No bastan las muy abultadas subvenciones públicas. Se necesita una afluencia constante de dinero. No importa la procedencia, no importa la contrapartida. Es preciso mantener “la empresa”. A los “carromeros”, a los gastos de representación, a las fundaciones, que ofrecen refugio a los desplazados por las urnas.

Raro es el partido que se libra de ese mal. Como ya advirtió Fraga Iribarne (otro demócrata de toda la vida), todos los partidos están tocados del mismo mal. A CiU le ronda la sospecha desde los tiempos de Pujol, que Maragall verbalizó en sede parlamentaria: la mordida del 3%. Unió Democrática acaba de llegar a un acuerdo extrajudicial que reconoce su cuota de financiación irregular. El PP arrastra diversos procedimientos judiciales que en ocasiones han concluido en el sobreseimiento por ese arte que asiste a la derecha española, que siempre ha sido dueña del poder, de la justicia y del dinero. El PSOE pasó ya su calvario particular con la financiación irregular a finales de los 90 y ahora le vuelve a tocar al PP. 

Los ciudadanos tenemos derecho a esperar algún gesto de reconocimiento del error, de la culpa. Lejos de eso, comprobamos cómo los banqueros se van de rositas y ponen a resguardo en paraísos fiscales el dinero ganado de mala manera. Comprobamos que, mientras se bajan los salarios y se eliminan pagas extras a los funcionarios, hay un flujo de dinero negro que llega sin problemas a gente avisada que, sin embargo, se manifiesta orgullosa de su posición. Valencia, Madrid, Andalucía, Galicia, Castilla y León están trufadas de procesos por corrupción.

Se diría que sólo quien se cobija bajo el poder político tiene derecho a vivir dignamente, a prosperar empresarialmente, profesionalmente. La Encuesta de Población Activa arroja unos datos críticos. Cerca de seis millones de parados, en más de 1.800.000 hogares ninguno de sus miembros trabaja. El procedimiento de desalojo de viviendas se mantiene a pesar de las promesas del gobierno. Una generación de jóvenes españoles –la mejor preparada de todos los tiempos- se ve obligada a emigrar para encontrar trabajo. Esa misma generación se encuentra entrampada de por vida con una hipoteca muy superior al valor real de la vivienda que compró en momentos de supuesto esplendor. ¿Esplendor, para quién? Para quienes inflaron los precios y se llevaron las plusvalías.

Los políticos se han convertido en una casta a salvo de la justicia. No es de ahora. UCD desapareció inmerso en deudas millonarias que ningún banco se atrevió a ejecutar. El 24 de este mes se han cumplido 33 años del asesinato de los abogados de Atocha. Un crimen por el que sus autores, vinculados a la ultraderecha, tampoco pagaron. Esta es una historia que llevamos arrastrando desde que se inició la sagrada transición.

jueves, 24 de enero de 2013

Con mil dengues


Hasta hace cuatro años teníamos la sensación de pertenecer a un país moderno. Con algunos vicios heredados, como la insolidaridad fiscal, y otros adquiridos, como la falta de cohesión social, todos creíamos estar habitando una democracia consolidada. Vivíamos una ensoñación.

Ha bastado una crisis económica para sacarnos del error. Somos un país fallido. Una cosa como de Gila. De traca que, incluso, podría ser gracioso si no fuera tan dramático.

La realidad es obstinada y no hay estamento que se salve de la quema. Ocurre delante de nuestras narices, nos van despojando de lo que creíamos nuestro y nosotros nos mantenemos impertérritos, impasibles. Como si fuéramos de escayola.

Teníamos un sistema bancario que pasaba por ser modélico. En las cajas de ahorros estaban representados todas las organizaciones sociales: sindicatos, concejales, empresarios, partidos políticos. Todos ellos percibían unos suculentos ingresos por representarnos. Parece que era lo único que hacían: cobrar. Se concedían créditos sin ningún rigor, como se ha visto en el caso de Gerardo Díaz Ferrán, se inflaban el número y cuantía de las dietas, caso de la CAM, se vendían productos financieros fraudulentos que han arruinado a cientos de familias, se colocaban a los amigos, Rato y Bankia, como ejemplo, pero la relación podía alargarse. Se han cargado el invento. Se han vaciado las arcas pero nadie se considera responsable.

No se ha hecho limpia. No se ha procesado a nadie. Nadie se siente responsable de los robos, de los abusos. Los partidos políticos están salpicados por casos de corrupción y carecen de figuras relevantes, de prestigio, capaces de alzar la voz ante el estado de cosas que vemos a diario.

Se han llenado de “carromeros”, chicos y chicas que se afilian sin terminar el bachiller y creen haber llegado al paraíso. Chicos y chicas con escasa formación, con ninguna experiencia laboral, sin currículum. Jóvenes que han crecido en la cultura del “amen” a lo que diga el jefe político. Chicos para todo –ya se ha visto con Carromero- que, en un golpe de fortuna electoral se convierten en concejales con poder para recalificar terrenos y, consecuentemente, multiplicar su valor. Parlamentarios en los múltiples parlamentos que han crecido en la geografía autonómica, sin formación laboral ni intelectual, incapaces dialécticamente, inútiles incluso para identificar el botón que tienen que apretar, siguiendo las órdenes del jefe de filas.

Asesores que no tienen idea de lo que deberían asesorar, lo que no les impide percibir 4.000 euros mensuales por desempeñar ese papel. Asesores adscritos a un servicio al que ni se molestan en presentarse. Afiliados a un partido que-otro golpe de la fortuna- son los únicos que siempre encuentran empleo, aunque las listas del paro se salgan por arriba y por los lados. Todos conocemos ejemplos. De cualquier partido, de cualquier sindicato.

Empero, no es sólo la corrupción económica lo que nos aqueja. Los periódicos dan cuenta diaria de escándalos que serían suficientes para tumbar a un gobierno: desaparecen alijos de droga decomisados a los traficantes, se descubren fortunas de quien ha dedicado toda su vida a la política, fortunas de quien sólo ha cobrado un salario y no muy elevado, gobiernos de izquierda que indultan a banqueros estafadores, gobiernos de derecha que acomodan la ley para que los delincuentes puedan dirigir las entidades bancarias y que indultan a delincuentes que han sido defendidos por familiares de quienes firman el indulto. Personas que están siempre por encima de la ley, de cualquier ley.

El escándalo de los pagos en dinero negro que, según informaciones periodísticas, han recibido dirigentes del PP es el exponente de la crisis institucional que aqueja al país. El ministro de Hacienda acude al Parlamento a explicar si el ex tesorero de su partido se ha beneficiado de la amnistía fiscal que aprobó el gobierno. Y, lejos de mostrar la vergüenza que siente cualquier español por lo que le está tocando vivir, Montoro se viene arriba, se pone fanfarrón, reparte inmundicia a diestro y siniestro y amenaza al resto de parlamentarios. Nos falta al respeto y nadie en el Parlamento se levanta para decir: debemos una explicación a quien nos eligió. Los portavoces son a cual más mediocre, más incapaz.

Hoy, la EPA indica que el paro alcanza al 26% de la población, que el número de parados se acerca a los 6 millones y Arias Cañete, ministro del gobierno Rajoy, sale diciendo que eso demuestra que la reforma laboral empieza a dar sus frutos. Una reforma laboral que consagra la esclavitud del trabajador. El señorito andaluz nos trata como a idiotas.

Al PSOE se la han metido doblada en su epicentro ideológico. El director de la Fundación Ideas, Carlos Mulas, ha estado abonando 3.000 euros por colaboraciones a una persona inexistente que revertían a su bolsillo. 50.000 euros se ha embolsado con este método. 

Jesús Caldera, vicepresidente de la Fundación y supuesto alma mater de la misma, sale a explicar el fiasco. Lo hace balbuceante, justificándose, niega su responsabilidad. Él fue quien contrató al tal Mulas. Él era quien debía impulsar las acciones para que de la Fundación surgiera la renovación ideológica del socialismo. No sólo no ha sido capaz de extraer ni una idea válida en estos seis años de funcionamiento sino que ni siquiera ha sido capaz de controlar adecuadamente las colaboraciones. Habida cuenta de que la Fundación se sostiene con subvenciones públicas, ¿A quién hay que pedir responsabilidad?

La sociedad está escandalizada, dicen las encuestas. Indignada, dicen otros. Aburrida, harta. Pero sigue votando a los corruptos y a los corruptores, a quienes se venden y a quienes compran. La relación de ejemplos basta para revolver el estómago.

Padecemos una derecha montaraz, inculta, mal educada, faltona, caciquil. Creen que el país es suyo como suyo ha sido intemporalmente el poder, el dinero y el BOE. Sin complejos.

Padecemos una izquierda rendida, vendida, hipotecada, acomplejada. No se atreve a levantar la voz porque sabe que pueden callarla. Estamos vendidos.

La ruindad tiene un límite, dijo Montoro en el Parlamento, con mil dengues, como si estuviera representando El húsar de la Guardia. Eso quisiéramos. Que esto tuviera un límite. Pero no hay nadie ni en la política ni fuera de ella con autoridad moral para decir: un respeto.

lunes, 21 de enero de 2013

Las niñas de ayer, medio siglo después


Medio siglo son dos generaciones. Pero en los últimos años medio siglo es un abismo. La generación actual, las nietas de las niñas que nacieron en la posguerra, tendrían mucha dificultad para comprender la infancia de sus abuelas. Las niñas que han nacido en el siglo XXI se han encontrado un escenario que en nada se parece al que fue el nuestro. No sólo porque poseen una serie de bienes materiales que ni siquiera se habían inventado cuando nosotras teníamos su edad: internet, wii, móviles, tabletas, libros electrónicos…, sino porque el mundo las contempla y ellas pueden contemplar el mundo de manera diferente. 

Las niñas españolas que nacieron en la posguerra llegaban a un mundo hostil. Hostil, en general, para niñas y niños, mujeres y hombres. En un sistema radicalmente injusto donde una oligarquía dictaba leyes en su propio beneficio, donde millones de ciudadanos eran tratados como sospechosos de no ser lo suficiente adictos al régimen. Llegaban a un mundo donde aún permanecían encarcelados miles de personas por la única causa de haberse mantenido fieles al gobierno legalmente establecido y donde eran vigilados, acosados y perseguidos por quienes se habían levantado contra la legalidad. 

No era un mundo plácido para casi nadie pero aún lo era menos para las niñas. Cuando en el mundo desarrollado las mujeres empezaban a tener un papel propio, no supeditado al rol familiar o al marido, en España las niñas eran educadas para ser buenas esposas. Ese era su único horizonte. 

Ahora circulan por internet vídeos que recogen la publicidad de la época donde se presenta a las mujeres como el descanso del guerrero: sumisas e ignorantes. Esos vídeos, que tanta risa producen a las generaciones jóvenes, son realmente sobrecogedores. Porque son reales. “No molestes a tu marido que viene cansado del trabajo, has de estar disponible para él”, se repite en aquella publicidad. Él, el padre, el marido, el hombre de la casa, es el rey de la creación. La mujer es un ser supeditado a ellos. Las leyes amparaban esta tesis. Las mujeres adquieren la mayoría de edad después que sus hermanos y siempre permanecerán bajo tutoría de un hombre. Incluso si dispone de bienes propios, sean heredados o sean adquiridos mediante su propio trabajo, son administrados por el hombre. Si desea abrir una cuenta bancaria, deberá ser autorizada por el marido o por el padre. Lo mismo ocurre si desea viajar al extranjero. Así era el mundo que nos tocó vivir y contra el que nos enfrentamos las niñas que nacimos en la posguerra. 

En una sociedad mayoritariamente rural, muchas familias depositaban a sus hijos en internados de la ciudad –por lo común la capital de provincia- para que recibieran instrucción. Tampoco los internados de niñas eran iguales que los de niños –la formación de ellos estaba orientada hacia un futuro profesional que sólo excepcionalmente se reservaba a ellas - pero todos tenían un nexo común: el alejamiento familiar. 

Niñas y niños que apenas sabían desenvolverse por sí mismos, separados de sus padres, de sus hermanos, de sus amigos, de los lugares que les eran familiares, inmersos en un mundo desconocido, con una disciplina que, en el mejor de los casos, hoy contemplamos como impropia de la edad. Niñas a quienes la llegada de la regla les sorprendía en la más absoluta de las ignorancias, que atravesaban la adolescencia entre brumas de pecado y alguna leve sospecha de que la vida iba en serio. 

No debía ser mucho más fácil la vida para los niños internos, pero tú eres chica y conoces cómo era tu colegio. Que, visto a la luz de la distancia, no era de los peores. Sabes que en otros se produjeron abusos pero tu no los padeciste y hablas de lo que conoces. Las monjas que te tocaron aquellos primeros años de adolescencia –las de los Sagrados Corazones- eran muy avanzadas para su tiempo –quizá porque la congregación era francesa- . Te inculcaron unos valores de respeto, de responsabilidad social, de organización y disciplina personal, de estímulo y de afán de superación que te han sido útiles en la vida.

Pero erais niñas y estabais solas, lejos de la familia, con la única compañía de las monjas y las compañeras, que pasaban a convertirse en la nueva familia. Las relaciones de amistad que se establecían en los internados te parecían entonces imperecederas. Nunca te olvidaré, nos escribiremos siempre, os prometíais. Luego, la vida impone sus medidas. Y va pasando el tiempo. Y tú y ellas conocéis a otras personas, establecéis otras relaciones, recorréis otros caminos. Y alguna vez vuelve el recuerdo, ahora ya difuminado por el tiempo y por la memoria, que siempre es selectiva. 

Hasta que un día suena el teléfono y una voz te pregunta si eres tú la niña del colegio. Que te están buscando, que ellas ya se han reunido y que esperan que te incorpores al grupo. Y te descubres repasando tu vida. Y te reconoces deudora de aquellos años, de aquellos afectos, de aquellas enseñanzas. Luego, alguien fija una fecha para el encuentro. Tú vas temerosa. ¿Las reconoceré? ¿Me reconocerán? Os habéis intercambiado fotos y crees que las identificarás pero ¿serán ellas o habrán cambiado tanto que no tendréis nada de qué hablar? Tú misma, ¿cómo eras entonces y cómo eres ahora? ¿Qué hay de la niña que miraba por la ventana cómo caían las luces de Montjuich y soñaba con ser una mujer independiente? ¿Cómo te recordarán tus compañeras? 

Os reconocéis al instante. Sois mujeres mayores pero seguís teniendo un hilo conductor común. ¡Qué emoción el reencuentro! Os quitáis la palabra unas a otras para contaros la vida. Que es como la de todo el mundo. La mayoría ha tenido una existencia plácida. Se ha casado, ha tenido hijos, tiene nietos. Alguna rehizo su vida. Otra ha enviudado. Te cuentan que dos de aquellas niñas han muerto. Hace más de cincuenta años que dejaste de verlas pero parece que no hubiera pasado el tiempo. 

Pero ha pasado. Medio siglo que cambió el mundo. Cuando vamos desmenuzando los recuerdos infantiles tienes la sensación de que te vas introduciendo en un universo onírico. ¿Ocurrió todo eso? Sí, ocurrió. Y quizá porque ocurrió así, porque vivimos una época tan radicalmente injusta, hemos resultado tan batalladoras. 

Yo lloraba algunas veces porque echaba en falta a mi familia, ha contado alguna. Y tú te congratulas que las pautas sociales hayan desechado los internados, de que tu nieta y las nietas de tus amigas hayan nacido en este tiempo al que vosotras habéis contribuido. 

Ya en casa, vuelves a relatar el encuentro. Y vuelves a hablar del colegio, de los años aquellos. Era un sistema radicalmente injusto donde una oligarquía dictaba leyes en su propio beneficio, repites. Y crees estar hablando en pasado. Hasta que enciendes la radio y las noticias saltan en tropel. Hablan de la Gürtel, de amnistías fiscales que benefician a delincuentes, de jueces que son apartados por investigar a esa oligarquía que permanece intacta, hablan de Bárcenas, del dinero ilegal que llega a los partidos, de los responsables de esos partidos que se dirigen a los ciudadanos –que son quienes les pagan- como si todos fuéramos cretinos. 

Y piensas en tu nieta, que se librará de estar interna pero que tendrá que hacer frente a las mismas o parecidas injusticias. Confías en que ahora lo haga en igualdad de condiciones que sus pares masculinos. Algo es algo.