jueves, 29 de enero de 2015

Fuente del Lozoya, una Trevi de secano

Hablando de Bravo Murillo mencionaba como de pasada su iniciativa de construir un sistema que garantizara el suministro de agua a la ciudad de Madrid, iniciativa que se plasmó en la construcción de una canalización de más de 70 kilómetros por la que el agua del río Lozoya llegaba a la capital de España: el Canal de Isabel II.
A decir verdad, Madrid no tenía trazas de capital porque toda ciudad que se precie se asienta junto a un río con aguas caudalosas –o al menos con aguas- que garantice el suministro a su población. De hecho, estuvo en un tris de quedarse en poblachón manchego para los restos porque en el momento en que se decidían estas cosas, tanto Felipe II –que había nacido en Valladolid- como Felipe III prefirieron la ciudad castellana que, aparte de otros méritos, tiene el Pisuerga.  
Es el caso que desde 1561 la villa de Madrid acogió la Corte de manera provisional y desde 1606 de manera definitiva, convirtiéndose así en la capital del Reino. Y la villa fue creciendo sin que el Manzanares –ese aprendiz de río- aumentara su caudal. La carencia del afluente se suplía con la abundancia de aguas subterráneas, que se canalizaban mediante los llamados “viajes de agua”, a través de cinco fuentes –Abroñigal Alto y Bajo, Alcubilla, Amaniel y Castellana- de las que se surtía la población. Ni que decir tiene que palacios y conventos solían disponer de su propia fontana.
En 1850 Madrid rozaba el cuarto de millón de habitantes y el suministro de agua se había convertido en un problema –sólo se disponía de 10 litros por habitante y día- hasta el punto de poner en riesgo la capitalidad. “Madrid, residencia de los Reyes y de los altos poderes públicos, patria común de los españoles, ve amenazada su existencia por la escasez de agua”, reza el Real Decreto de 18 de junio de 1851 por el que se crea la canalización.
De los ríos más próximos a la capital: Manzanares, Jarama, Guadalix y Lozoya, se optó por este último como proveedor. Las obras se presupuestaron en ochenta millones de reales de vellón, que era una cifra astronómica para la época. Para obtener financiación se abrió una suscripción popular que encabezó la reina –verdadera impulsora del proyecto- con cuatro millones de reales. Los nobles apoquinaron también y el Ministerio de Hacienda concedió al Ayuntamiento de la Villa un crédito de dos millones de reales de vellón. Como no se cubría la totalidad del presupuesto el Tesoro se hizo cargo del resto.
Se iniciaron las obras bajo la presidencia de Bravo Murillo. Se puso la primera piedra del Pontón de la Oliva, el 11 de agosto de 1851, con asistencia del consorte real, don Francisco de Asís. José García Otero, ingeniero militar y arquitecto, dirigió las obras en la primera fase, Lucio del Valle, Juan de Ribera, Eugenio Barrón y Constantino Ardanaz completaron el equipo director. Los directivos –arquitectos, ingenieros- y las oficinas de administración y pagaduría ocuparon el palacio de Arteaga y el antiguo convento de Valverde en Torrelaguna. La comunicación con la capital se realizaba mediante palomas mensajeras.
Trabajaron en las obras 1.500 presos y 200 jornaleros libres y en un primer momento se utilizaron las herramientas que habían quedado del Teatro Real, recién terminado. Desde la presa del Pontón de la Oliva, donde se captaba el agua, hasta el depósito del Campo de Guardias, en la actual calle de Bravo Murillo, la canalización debía recorrer setenta kilómetros mediante acueductos, sifones, túneles y obras diversas. La empresa estuvo llena de dificultades de toda índole. Filtraciones, lluvias torrenciales y una epidemia cólera que diezmó a la población y obligó a suspender las obras.
Los madrileños, suspicaces de suyo, se tomaron el proyecto a chacota. Pérez Galdós hace decir a un personaje de Narváez, uno de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, que el proyecto es un “cuento de hadas”.  Pero el 24 de junio de 1858 la reina Isabel II, su marido y su hijo, que habría de reinar como Alfonso XII, presidieron la solemne inauguración de la traída de aguas con la inauguración de una fuente en la Ancha de San Bernardo (frente a la iglesia de Montserrat). Cuando la reina activó el mecanismo el chorro de agua de la fuente alcanzó una altura de 30 metros.  
Para conmemorar la hazaña tecnológica y celebrar la abundancia de agua, aquel mismo año se inauguró una fuente monumental en honor del río Lozoya. Se encomendó la tarea a Sabino de Medina, que a la sazón era Escultor de la Villa. El artista diseñó una fuente adosada al muro del primer depósito de agua del Canal. Se estructura en tres cuerpos separados por cuatro pilastras corintias pareadas. Sobre fábrica de ladrillo ocupa el cuerpo central una hornacina de cuarto de esfera en la que se alza una escultura alegórica del río, representado aquí como un hombre joven que apoya el pie derecho en un conjunto de rocas y el izquierdo en una vasija con caño en la que aparece la inscripción “Lozoya”. En el cuerpo de la derecha una hornacina cuadrangular acoge una figura femenina, alegoría de la Industria; en la parte superior, el escudo de Madrid. A la izquierda, alegoría de la Agricultura y en la parte superior, el escudo de España.
El conjunto tiene en su disposición claras influencias de la Fontana de Trevi romana pero toda semejanza acaba ahí. Absténganse, pues, quienes sientan la tentación de emular a la difunta Anita Ekber. Sobre no contar con Marcello Marstroianni, tampoco podrá darse un baño. Al contrario que en la fuente de Roma, la de Madrid permanece seca desde hace décadas. Al parecer, la instalación tenía filtraciones que por la parte posterior anegaban las dependencias del Canal y por la parte frontal inundaban la calle. Con ocasión del 150 aniversario de la inauguración del Canal se limpió la fuente y se le volvió a dar agua pero como seguían las filtraciones se cerró el grifo y hasta ahora.
No es el único problema que sufre la fuente. Ubicada en el número 49 de la calle Bravo Murillo, está encerrada dentro de la verja general de las primitivas instalaciones. En resumen, ni da agua ni permite aproximarse. Y las fotos, tras la verja.
A cambio, eso sí, Madrid sigue disfrutando de una de las mejores aguas que pueden encontrarse en una gran ciudad. Gracias al río Lozoya.

miércoles, 28 de enero de 2015

La mitad del cielo y de la tierra, ya (A Syriza & Co.)

El domingo, mientras se decidían las elecciones griegas, visitamos una exposición que ese día se clausuraba en la Biblioteca Nacional: una galería de retratos de los escritores que han recibido el Premio Cervantes, máximo galardón de las letras hispanas.
El premio se creó en 1976, se da a conocer a finales de cada año y lo entrega el rey con toda pompa y boato el 23 de abril. Hasta la fecha se han concedido cuarenta premios porque en 1979 el jurado decidió otorgarlo ex aequo a los escritores Jorge Luis Borges y Gerardo Diego. Cuarenta. ¿Y sabéis a cuántas mujeres? A cuatro. María Zambrano (1988), Dulce María Loynaz (1992), Ana María Matute (2010) y Elena Poniatowska (2013). Cuatro. Una de cada diez.
Hasta la Pubilla nota la escasez de mujeres entre tanto retrato varonil. ¿No te parece raro que haya tan pocas mujeres premiadas siendo que hay muchas escritoras para elegir?, le pregunto. Es que a las chicas nos lo ponen todo más difícil, responde ella con resignación.
Nos paramos con especial deleite ante los retratos de nuestros escritores favoritos y admiramos la prestancia que emana del cuadro de Poniatowska. Aprovecho la coyuntura para darla la charla sobre la diferencia entre derecha e izquierda a la hora de promover la igualdad. La igualdad, la solidaridad y la justicia son señas de identidad de la izquierda, le explico. ¿Podemos es de izquierda?, quiere saber ella. No sabría decirte, le contesto, a veces parece que sí y otras que vete a saber.
Pues bien, ese mismo domingo en Grecia ganó las elecciones un partido que se dice de izquierda y acaba de formar un gobierno a base de testosterona. Ni una mujer en el gabinete. Las han reservado para los segundos puestos, que es tanto como decir: a ellas el trabajo y a ellos los laureles. La historia de siempre.


Como cabía esperar, tamaña omisión ha conseguido soliviantar los ánimos de la mitad de los europeos, la mitad que corresponde a las mujeres. Porque llueve sobre mojado. Las grandes empresas –esas que cotizan en los mercados que tanto nos sobresaltan luego- se resisten numantinamente a aumentar la presencia de mujeres en sus equipos directivos. Las mujeres que consiguen trabajo lo hacen a costa de cobrar una media del 25% menos que sus colegas con atributos masculinos. El tiempo de ocio de ellos sigue siendo a costa del de ellas, que cargan con los llamados trabajos domésticos en una proporción mucho mayor que ellos. Y así sucesivamente. Podemos considera que la Ley del Aborto no es un asunto prioritario y el feminismo no consigue votos suficientes para ser tenido en cuenta entre sus círculos.
Ahora llega Syriza y empieza el reparto exclusivamente entre machos. Es como volver a empezar. Las mujeres, en términos generales, estamos cansadas de tanta tontería, de tanta pamplina, de tanta filosofía barata para justificar lo injustificable por parte de quienes se dicen de izquierda. Las mujeres tenemos derecho a la mitad: la mitad del cielo y la mitad de la tierra. Ya.

martes, 27 de enero de 2015

Juan Bravo Murillo, el valor de un hombre discreto

Juan Bravo Murillo nació en Fregenal de la Sierra en 1803 y murió en Madrid setenta años después. Tuvo una vida intensa y azarosa. Fue jurista, teólogo, filósofo y, por encima de todo, político. Militó en el partido conservador en unos años convulsos de la historia de España: las postrimerías del reinado de Fernando VII –conocido sucesivamente como El Deseado y el Rey Felón-, la proclamación de su hija, Isabel II –la de los Tristes Destinos- y su posterior abdicación y exilio.  
Ejerció la abogacía con notable éxito profesional pero fue reclamado para la política: fue titular de las carteras de Gracia y Justicia, Fomento y Hacienda, presidió el Consejo de Ministros y el Congreso de los Diputados. De su paso por Fomento legó el Canal de Isabel II que garantizaba, y aún lo hace, el suministro de agua a la ciudad de Madrid, y la implantación en España del Sistema Métrico Decimal. Además, impulsó la creación del Boletín Oficial del Estado, terminó la red radial de carreteras y fomentó la construcción del ferrocarril. Como presidente del gobierno firmó con la Santa Sede el Concordato de 1851, que devolvía a la Iglesia Católica los bienes desamortizados por la Ley de Mendizábal que no habían sido vendidos, le reconocía como la única religión de la nación española y su derecho a poseer bienes.
Resultó salpicado por las sospechas de corrupción que rodearon el reinado de Isabel II y hubo de abandonar la presidencia del gobierno. Al advenimiento del gobierno progresista marchó a Paris. Años más tarde fue reclamado para presidir el Congreso de los Diputados, cargo en el que terminó su vida política, tras lo cual se dedicó a escribir sus memorias.
Bravo Murillo fue un hombre discreto que rehusó los honores. Rechazó el nombramiento como miembro de la Real Academia de la Historia y no se molestó en tomar posesión tras ser designado académico de la de Ciencias Morales y Políticas. Por esos avatares de la vida política del momento, Bravo Murillo contempló entre el público la inauguración de la traída de aguas del río Lozoya a Madrid mediante el Canal de Isabel II, lo que cabe atribuirse tanto a su discreción como al proverbial desapego de los españoles hacia quienes tratan de mejorar sus condiciones de vida.  
Madrid dio su nombre a una de las arterias principales de la ciudad, algo más de cuatro kilómetros que unen la Glorieta de Quevedo con la Plaza de Castilla. En la confluencia de esta vía con la de Cea Bermudez, a la espalda de los jardines del Canal, se alza una estatua dedicada al político y jurista, obra al escultor Miguel Ángel Trelles. El monumento se erigió en 1902 por iniciativa del alcalde Alberto Aguilera ,que sembró de estatuas la ciudad para celebrar la mayoría de edad de Alfonso XIII, y entonces se colocó en el centro de la Glorieta de Quevedo, desde donde en 1961 fue traslada a su emplazamiento actual. La figura de Bravo Murillo se alza sobre un pedestal de piedra caliza. En el frontal de la base, una figura femenina representa a la ciudad de Madrid. En los laterales, sendas alegorías de bronce evocan sus iniciativas desde el Ministerio de Fomento: el susodicho Canal de Isabel II y la promulgación de la Ley de Puertos Francos de Canarias.

Tiempo atrás flanqueaban el monumento dos árboles que, al decir de lenguas maliciosas, trataban de impedir una perspectiva de la estatua en la que parecía que el prócer echaba mano de la bragueta y extraía su contenido. Los árboles han sido talados y el prócer mantiene su actitud modosa y decente, al menos desde la perspectiva inferior. Quizá a media altura…
Más, ¿para qué andar cavilando posturas equívocas? La realidad se impone: detrás del monumento se amontonan trastos varios y un lecho improvisado en lo que parece el refugio de alguien que carece de mejor cobijo. Lo cual es mucho más indecente que el contenido de la bragueta de Bravo Murillo.

lunes, 26 de enero de 2015

Andrómaca en Madrid, Syriza en Grecia

 Vivimos en un mundo globalizado. No sólo es que el aleteo de una mariposa se pueda sentir al otro lado del mundo, como sostiene un proverbio chino, es que lo que decidan en las urnas los ciudadanos de una esquina de la Unión Europea puede condicionar nuestro presente y nuestro futuro, el de los españoles y el de todos los europeos. La victoria de Syriza en Grecia tiene de los nervios a los gobiernos de la UE, al Banco Mundial y hasta Rajoy siente algo que no sabe expresar.
Las jornadas electorales tienen una vidilla muy especial para una periodista. Cada quien consume los nervios de la espera como puede. El domingo, mientras los griegos sopesaban los riesgos y las consecuencias  de su situación a la hora de elegir la papeleta, nosotros nos dimos un baño –o, al menos, una ducha- cultural: una visita a la Biblioteca Nacional.
La Biblioteca Nacional conforma una de las esquinas de la Plaza de Colón. Es un edificio majestuoso que remata el señorial Paseo de Recoletos en su vertiente derecha. Habitualmente vamos en autobús pero, en esta ocasión, para darle gusto a la Pubilla, tomamos el metro. La estación de Colón sale a la calle Génova, famosa, entre otras razones de mayor enjundia, porque es allí donde radica la sede del Partido Popular que ese mismo día clausuraba su cónclave dedicado al jaboncillo y al autobombo, con desigual resultado por la coincidente aparición del innombrable Bárcenas.
La esquina de la izquierda del Paseo de Recoletos está ocupada por un edificio moderno de apartamentos, rematado antaño por el emblema de Telefónica, empresa que ocupaba sus bajos. Telefónica se fue y en su lugar ha llegado el Casino Gran Madrid que ha colocado en la acera una enorme rana como elemento feng sui para llamar a la suerte. Se trata de un regalo de la empresa a la ciudad, cedida por un año y quizá de forma indefinida, como eran los contratos laborales antes de que el PP ocupara la Moncloa, además de Génova. Es posible que el bicho dé suerte a los visitantes del casino, pero feo es a conciencia.
La Pubilla se para a fotografiar a la rana y, mientras esperamos, me acerco a una figura que ocupa un mínimo espacio en el paseo. Se trata de una escultura clásica que, a primera vista, y más en un domingo electoral griego, parece decir: P’habernos matao.
Pero no, estamos ante la mismísima Andrómaca, personaje mitológico, cuyo nombre significa “Aquella cuyo varón está combatiendo”. La pobre tuvo una vida harto desgraciada, todas las desdichas que podían ocurrir le sucedieron a ella. Le mataron al padre, a los hermanos, al hijo, al marido, se suicidó su madre, fue raptada... Sus desventuras inspiraron a Eurípides y a Racine. A su autor, José Vilches, la obra le valió una medalla en la Exposición Nacional de Arte de 1856, información que he encontrado en este blog, porque nada se indica ni en el pedestal de la escultura ni en ningún lado.   
Mientras hago la foto llegan los ecos de la megafonía de la Plaza donde unos cientos de personas, no muchos, secundan la convocatoria de una asociación de víctimas del terrorismo en cuyas filas forman –o formaban- notables militantes del PP. La megafonía debe ser buena porque se oye nítidamente como están zurrando de lo lindo a Rajoy y, por extensión, a su gobierno.
Miro con conmiseración a Andrómaca antes de cruzar la calzada. Verdaderamente, p’habernos matao.

sábado, 24 de enero de 2015

Abogados de Atocha, cinco víctimas del terrorismo

Esta mañana, en la Plaza de Colón se han reunido algunos cientos de personas, creo que no muchos, convocados por alguna de las varias asociaciones de víctimas del terrorismo. La de hoy queda muy lejos de aquellas manifestaciones que tanto gustaba el PP cuando estaba en la oposición y utilizaba el terrorismo como palanca contra el gobierno.  Curiosamente, el discurso principal de hoy era una patada en el trasero de Rajoy.
Hoy, justamente, se cumplen 38 años del asesinato de los abogados de Atocha. Cinco profesionales que fueron acribillados a balazos por el único delito de ser de izquierdas.
Su memoria debería estar viva siempre y hoy más que nunca por dos razones: porque explican mejor que cualquier discurso que en la transición la izquierda pagó un precio muy alto, también en vidas, y porque cuando se habla de víctimas del terrorismo demasiadas veces se obvian algunos muertos.

viernes, 23 de enero de 2015

Derribar muros, construir puentes

Hoy no se puede leer el periódico, ni oir la radio ni ver la tele. No, si quieres evitar una úlcera de estómago y conservar un poco de cordura.
Trae algún digital información detallada de la reunión mantenida por la vicepresidenta del gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y el ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, con José Manuel Lara, el dueño del Grupo Planeta, (Antena 3, La Sexta, Onda Cero o La Razón). El objetivo del encuentro –los ministros fueron quienes se desplazaron a casa del empresario- era pedir a Lara que recortara la presencia de Podemos en las televisiones del holding y a cambio el gobierno podría abrir la mano con nuevas concesiones de licencias. En pocas palabras: se ha puesto sobre la mesa la libertad de expresión como moneda de cambio. Está por ver el resultado de la propuesta como está por ver cuánto tiempo puede aguantar Planeta con los números rojos que arrastra.
Superado este primer trago, nos atacan por tierra mar y aire las noticias que tienen a Luis Bárcenas como protagonista. El ex tesorero se ha comido el marrón de los 19 meses en chirona y ha salido parlanchín. No es que diga nada nuevo, es que lo que lleva diciendo desde hace años es lo suficientemente grave para que hubiera caído el gobierno de cualquier país decente. Aquí no, aquí esas cosas no suceden. Aquí, algún iluminado tuvo la genial idea de demorar la salida de Bárcenas de la cárcel –supuestamente para evitar que sus declaraciones abrieran todos los informativos- y fueron a abrir la puerta para que pudiera entrar en directo en el programa El Intermedio del Gran Wyoming. Justo también cuando aún no había concluido el TD2 de TVE que así pudo hacer una demostración de poderío censurando las palabras del “hombre maldito” del PP. Que se necesita ser muy maquiavelo o muy torpe o ambas cosas.
Si uno consigue avanzar la jornada sin desmayo, mejor que pase por alto las imágenes de la policía entrando con uniformes y pertrechos de asalto en la casa de una familia con tres hijos, el menor de mes y medio, y los padres en paro. La familia ocupaba un piso de la Empresa Municipal de la Vivienda de Madrid que, como parte del patrimonio municipal, fue vendido a un fondo de inversión bien definido como fondo buitre. Al no poder pagar el alquiler de la vivienda porque carecen de ingresos, han sido desahuciados. El fondo de inversión ha recordado, por si fuera preciso, que ellos compraron los pisos para ganar dinero no para hacer caridad, que para eso ya está Caritas.
Medio centenar de policías antidisturbios se han presentado esta mañana en la vivienda y han reventado la puerta del piso a golpes. Las imágenes son desoladoras. La familia desahuciada y miembros de la Plataforma Anti Desahucios que les han venido apoyando habían tratado de atrancar la puerta con una nevera y un colchón para dificultar el acceso. Inútilmente, en la grabación televisiva se ve cómo los golpes consiguen forzar la puerta y remover los obstáculos y, finalmente, cómo aparecen los cascos de los agentes antidisturbios que expulsan a la familia de la casa. La madre, en un aparte, da el biberón al pequeño de la familia.
Las imágenes son de tal violencia moral que se te encoge el alma. Cuando te recuperas, te preguntas si la policía antidisturbios está para desalojar por la fuerza a familias que no pueden pagar un sitio donde vivir; o si los ciudadanos cedemos al Estado la exclusividad del uso de las armas para que el gobierno lo aplique contra personas indefensas cuyo único delito es ser pobres mientras con esas mismas armas, financiadas con nuestros impuestos, protege a empresas que, como Coca Cola, se niega a cumplir la sentencia que declara ilegal los despidos incluidos en el Expediente de Regulación de Empleo.
Si te puede el vicio de la información es mejor que hoy no caigas en la tentación. Podrías encontrarte con Aznar y Cospedal dando lecciones de honestidad y justicia detrás de un cartel que reza: Juntos por un gran país. Que si es juntos tiene que ser Suiza, creo yo.
En vista de lo cual, he abierto el Código de Ternura al buen tuntún y me ha salido: La ternura es el camino para derribar muros y construir puentes.

Será eso. 

martes, 20 de enero de 2015

Los huesos de don Miguel de Cervantes

Mientras escribo estas líneas, un equipo de investigadores, encabezados por el antropólogo forense Francisco Echevarría, ayudados por sofisticados sistemas de detección, se afanan por encontrar los huesos de don Miguel de Cervantes Saavedra mediante complejas operaciones que tienen en un ay a la comunidad de Trinitarias Descalzas del convento de Madrid.
Memoria de Cervantes en su calle
Don Miguel tuvo una vida azarosa como pocas. Viajó a Italia, se alistó en el ejército y participó en la batalla de Lepanto, donde resultó mancado, fue apresado cuando volvía a España y permaneció prisionero en Argel durante cinco años. Liberado tras pagar un rescate, trabajó como comisario de provisiones y zascandileó por España y Portugal; fue procesado por irregularidades en la administración. Casó infelizmente con Catalina Salazar. Tuvo una hija fuera del matrimonio y tres hermanas, conocidas como las Cervantas, que cuidaron y protegieron al autor pero cuyas vidas y costumbres, avanzadas para su época, le proporcionaron algún que otro sinsabor. En verdad, su vida personal tuvo más sinsabores que alegrías.
Casa de Cervantes
Recaló finalmente en Madrid y fue a morir en una casa de la calle del León esquina con Francos, actualmente bautizada con el nombre del escritor. Como no podía ser menos, la calle se encuentra en el barrio de las Letras y va de la calle del León a la Plaza de Neptuno.
Casa de Lope de Vega
Don Miguel de Cervantes, el Príncipe de los Ingenios de las letras hispanas, es el padre de la novela moderna. Además del Quijote escribió numerosas obras en prosa y verso y alcanzó reconocimiento y fama en vida, pero no fortuna.
Convento de Trinitarias
Aunque fue él quien le bautizó como Fénix de los Ingenios y Monstruo de la Naturaleza mantuvo con don Félix Lope de Vega y Carpio una rivalidad más allá de la literatura. Lope era la antítesis de Cervantes. No sólo conoció y disfrutó del éxito literario en vida sino que su existencia fue una sucesión de hazañas y conquistas amorosas antes y después de hacerse clérigo.    
Pues bien, a Cervantes lo buscan en Convento de las Trinitarias, que está en la calle Lope de Vega. En este mismo convento profesó y llegó a ser superiora con el nombre de Marcela de San Félix, la hija favorita de Lope –entre los muchos descendientes que tuvo-. No sólo eso, el edificio más visitado –y quizá el de mayor prestancia- de la calle que lleva su nombre es, justamente, la casa de Lope de Vega. Así que no creo que sea muy difícil de hallar esos restos si es que en verdad se hallan en la capilla de las monjas descalzas. Bastará colocar el georadar y observar atentamente: los que estén removiéndose en la tumba son los huesos de Cervantes.

lunes, 19 de enero de 2015

Código de la ternura

 El chocolate es un producto originario de América, de México, según parece. Llegó a España a través de Colón, primero, y de Hernán Cortés, después.  En el siglo XVII ya era conocido en varios países de Europa: Francia, Italia, Alemania, Inglaterra y, naturalmente, España. Se le atribuyen propiedades afrodisiacas y, sin duda, es adictivo.

Al siglo XXI ha llegado en infinidad de preparaciones a través de un número incalculable de marcas pero los chocolateros de verdad preferimos el negro. El cacao casi puro, con ese regustillo amargo que deja en la boca.

Milka, la marca de la empresa suiza Suchard cuyo emblema es una vaca de color lila, publicó el pasado año un libro al que tituló “Código de la Ternura”.  En puridad, se trata de una recopilación de pensamientos, propuestas y aforismos coordinado por el cirujano Mario Alonso Puig. Este doctor es miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York y de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, autor de títulos como Reinventarse o El cociente agallas. Un tipo, vamos.

El librito, con cubierta en inconfundible color lila, lo repartió un amigo entre las chicas del grupo en una de esas comidas prenavideñas. “No me miréis así, leedlo primero, advirtió antes de que ninguna dijéramos nada, puede pareceros un poco moñas pero tiene píldoras que están bien”. Como le tengo aprecio, le di las gracias y guardé el librillo. Hasta hoy.

Por una serie de vicisitudes que no hacen al caso, hemos tenido un comienzo de año atípico, unos días en los que todo se complica para impedirnos volver a la normalidad, para retomar el ritmo pautado que a las prusianas nos gusta. Así que esta mañana, 19 días después de estrenar el 2015, por fin, me he dispuesto a retomar mis rutinas, esto es, abrir el ordenata, vulgo chino, a primera hora y dedicarme a mis cosas.

Os noto la sonrisilla pero sí, sigo dedicándome por gusto a lo mismo que me he dedicado durante toda mi vida laboral. ¿Pasa algo? Dedícate a lo que te gusta y no tendrás que trabajar nunca más, dice un aforismo. Me las prometía tan felices cuando, he aquí que el chino tenía otros planes. De pronto, como siguiendo al Libro Rojo de Mao, se ha puesto a hacer cosas raras, apagarse y encenderse la pantalla, un leve flashhhh, seguido de un brrrrr.

Pero yo me he grabado y he visto varias veces los programas que emitió TVE semanas atrás con Joan Manuel Serrat de protagonista y he hecho mía esa frase lapidaria del Noi del Poble-Sec: Ya no tengo tiempo para perderlo en cosas que no me producen satisfacción, así que he intentado superar el problemilla mirando con ternura a mi pobre y viejo chino, que heredé del colega, y que tan buenos ratos me ha proporcionado. Como diciéndole, vamos, que no pasa nada, tú puedes.

El chino no ha respondido a mis atenciones, antes al contrario. Cuando por fin han cesado sus gorjeos y he tratado de ponerme a escribir me encuentro que Mao y sus secuaces se han comido el contenido de pendrive. Con apenas un hilo de voz, para no sobresaltar al aparato, llamo al colega para que venga en mi auxilio. Eso es que lo has dado a borrar, diagnostica. ¿Cómo lo voy a dar a borrar si quería abrirlo?, le digo. A veces pasa si no te fijas bien, responde, pachorrudo.        
No quiero contar todo lo que guardaba en el pendrive (sin haber hecho copia) para no hacerme la víctima ni provocar conmiseración pero, creedme, hoy es de esos días en que bien hubiera podido abrirme las venas. Me lo he pensado mejor –hace tanto frío que no está el día para abrir nada, ni siquiera las venas- y me he tomado una pausa. Voy a ordenar las estanterías, me he dicho, por decir algo. Y ahí estaba, donde debí dejarlo a mediados de diciembre: el libro chocolatero.

Si el plan A no funciona, tienes 26 letras más para utilizar. No te rindas y consigue tus ideales, reza uno de los aforismos. Sigue pareciéndome un poco moñas pero en estos momentos no hay más cera que la que arde. En el pendrive que se han comido los chinos de Mao guardaba todo lo referido a este blog, lo escrito y las ideas por desarrollar. No hay más remedio que ponerse a jugar con las 27 letras del alfabeto si quiero volver a la normalidad. Con una buena dosis de ternura para no estrellar al ordenador y una más pequeña de chocolate para procurarme un poco de tranquilidad. 

lunes, 12 de enero de 2015

El sándwich de navidad

¿Qué celebramos cuando festejamos la navidad? Esa es la pregunta que se formulan cada diciembre –y como yo muchas mujeres- a la altura del puente de la Constitución, cuando en casa se pone el belén, el árbol o ambos.

Los católicos celebrarán el nacimiento del Mesías y todo eso que enseña la religión. Pero en casa no somos creyentes, o sea que por ahí, nada. Los hay que festejan un nuevo renacer de la naturaleza: dejamos atrás el invierno, los días empiezan a alargarse y pronto se anunciará la primavera, comienza un nuevo ciclo de la vida. No está mal visto para quienes viven en contacto con la naturaleza pero ya me contarás en Madrid, que vivimos bajo una boina de polución que llega a la estratosfera, vete tú a la alcaldesa con ciclos vitales.

¿Qué celebramos, entonces? Una ocasión para reunirse y festejar con la familia, decimos, apelando al tópico. Ya. Pero, teniendo en cuenta que la familia es la misma el resto del año ¿es necesario tanto jaleo y despilfarro? Eso quisiera yo saber.

En puridad, son los sesenteros los que pagan el pato navideño. Porque no sé si os habéis percatado pero es en esa generación que nació en la inmediata posguerra en la que recae el peso de los festejos. Los padres porque están muy mayores se ponen a resguardo y los hijos porque aún no se han hecho a la idea de son adultos a todos los efectos y siguen viendo a los padres como cuando ellos eran niños y los progenitores jóvenes.

Será una ceguera transitoria pero a todos los hijos les cuesta hacerse a la idea de que sus padres son seres con vida propia. Y si no, ahí está esa legión de abuelos convertidos en canguros a la fuerza. Treinta, cuarenta años sometidos a control horario y cuando al fin te liberas de obligaciones, llegan los hijos y te endosan los niños para ahorrarse el pago del canguro. Así te sentirás útil y no echarás en falta el trabajo, les dirán los hijos. Lo peor es que si se te ocurre decir que tú tenías otros planes te lo reprocharán de palabra, obra u omisión hasta hacerte sentir culpable. ¿Qué otra cosa más importante puedes hacer que madrugar cada mañana para traer y llevar a tus nietos?

Yo de ti se los mandaría a Rajoy de Moncloa, a ver qué pasa, malmeto a una de mis amigas que se encuentra en esa tesitura pero ella, abnegada por naturaleza, me responde con mal disimulada resignación: Es lo que toca.  

¿Qué otra cosa más importante tendrá que hacer? se preguntan también los padres cuando te reclaman como taxista a jornada completa. Y si tratas de explicar que simplemente tienes tu propia vida y en ella tus propios planes te mirarán con un mudo reproche. ¡Desagradecidos!, dicen con la mirada. Tan convencidos que se les oye el pensamiento.  

Nosotros pertenecemos a la generación sándwich: nos estrujan por arriba y por abajo. Eso ocurre durante todo el año, naturalmente, pero así que asoma diciembre, te recetan una dosis homeopática. Abuelos, padres, hijos, nietos, juntos y revueltos. Y todo para nada. Porque los padres terminan hartos de tanto barullo y jaleo y quejosos de que no les prestas toda la atención que debes y los hijos más o menos igual. Pongas lo que pongas, siempre falta algo. Hagas lo que hagas, siempre hay alguien que lo ha hecho mejor.

Y puede ser que tengan razón porque a mí este año el pollo se me desmigó de tan cocido, el suquet se me pegó a la cazuela –que es casi como que se te queme la ensalada- y hasta el cóctel de gambas me quedó incomible de tan picante. Podría decir en mi descargo que el pollo coció de más a la espera de que llegaran los que se habían retrasado, que el suquet se pegó porque… pero no, la verdad es que se me fue el santo al cielo porque mientras guisaba estaba haciendo cuentas mentales de dónde podría estar si en vez de en festejos navideños hubiera invertido en viaje. Calculo que por lo menos a Budapest había llegado. Y quizá así alguien nos hubiera echado en falta en vez de en cara.

Las navidades no son mis fiestas favoritas, lo confieso. Será que mi mentalidad prusiana se rebela ante el desbarajuste en que se convierte una casa cuando se juntan cuatro generaciones, será que me estoy haciendo mayor, que también puede ser, pero en cuando termina el puente de la Constitución me entran los veintiún males. No me gusta el barullo, pero lo que menos me gusta es el despilfarro. Despilfarro para dar de comer a gente sobrealimentada, para hacer regalos a quienes tienen de todo en exceso. Despilfarro para coger un sobrepeso que, con suerte, no me quitaré hasta semana santa y un aumento del colesterol que me costará una bronca de mi médica.

En casa, ya lo he dicho, ponemos el belén. No me preguntéis por qué siendo que no somos creyentes, pero lo ponemos. Cada diciembre montamos un operativo de mucho cuidado para convertir un rincón del salón en una porción de suelo palestino con cien minúsculos personajes que van y vienen a lo largo de las semanas navideñas. 

Inicialmente, es el colega quien monta el escenario, ahora ya con ayuda de la Pubilla: sin llegar al puntillismo del Ayuntamiento de Madrid, que coloca a los Reyes acompañados de sus churris, el colega va colocando el portal con los animales esperando a la santa pareja, el castillo de Herodes con el rey y un soldado, la posada, el corral, el río, el fuego, los pastores, la castañera, los labradores, el panadero y todo el vecindario… además de los animales que cada año son menos, no sabemos por qué, quizá los revenden los pastores o se los comen las visitas. Un año desaparecieron todos los conejos de golpe. Como en casa nos extrañamos por muy pocas cosas pensamos que sería la mixomatosis del belén hasta que un día sorprendimos a la Pubilla, que era muy pequeña, metiendo a los minúsculos animalillos por una ventana de una de las casitas. Allí seguirán si no se les ha llevado la epidemia conejil.     

Este año el colega ha colocado la estrella de los Magos en dirección contraria, de manera que si se decidieran a seguir su luz ellos y toda la comitiva indefectiblemente se despeñarían en una silla. La estrella está mal colocada, avisé, prudentemente, cuando me percaté de la colocación. Pues así se queda, respondió el colega, no voy a andar ahora moviendo todas las luces... Los Reyes se van a despeñar, insistí yo, mientras la Pubilla nos seguía con aire de regocijo. No me extraña que luego no nos tomen en serio ni por arriba ni por abajo. 

A medida que pasan los días, cada cual mueve las figuras a su antojo. En Nochebuena se van San José y la Virgen embarazada, que son sustituidos por la pareja con el Niño en el portal. Los Reyes irán avanzando a medida que cada cual se acuerda de ellos -hasta el 6 de enero cuando los Magos a lomos de sus camellos son sustituidos por los Reyes oferentes-, los pastores dejarán el fuego para irse aproximando al portal con sus animales, sus panes, sus ofrendas. Este año, monté una tertulia feminista a la izquierda, todas las chicas juntas para hacer unas risas. Eso ha salvado al belén porque hubo días que faltó poco para que, entre plato y plato, echara una bronca a la Virgen María: Anda, que ya te vale a ti también, dejarte liar por una paloma.  

Todo pasa y la navidad, también. Este año no pudimos retirar el belén hasta el viernes, a punto de quedarnos de nuevo solos. Mientras el colega vuelve a reorganizar el operativo, camino del trastero, yo voy metiendo las figurillas en sus respectivas cajas. Y noto cómo me acomete una especie de inquietud: ¿Volveremos a montarlo el próximo año? ¿Nos reuniremos de nuevo todos? ¿Llegaremos a despedir este año que acabamos de comenzar?  


Entonces entiendo qué es lo que nos lleva un año y otro a organizar una parafernalia que nos sobrepasa. Celebramos que seguimos vivos, que hemos llegado a juntarnos una vez más para brindar por la vida que sigue, se renueva y nos sucede. Aunque a ratos juremos en arameo -para que nos entienda la población del belén- y yo eche broncas por lo bajinis a la Virgen, a San José y a Herodes. Que en estos momentos descansan plácidamente en el trastero mientras el colega y yo nos tomamos él un coñac y yo una ginginha a la salud de toda la familia, amigos y allegados. 

Que 2015 nos sea propicio o por los menos, leve.

jueves, 8 de enero de 2015

Je suis Charlie Hebdo



Estaba preparando un comentario sobre los estragos navideños cuando entró por twuitter una alarma: Once muertos –que luego fueron doce- en un atentado contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo. No hay estrago mayor que la intolerancia religiosa.

Muchos son los análisis que se han hecho sobre el ametrallamiento a la revista en la que han sido asesinados sus mejores dibujantes. Los medios sin excepción tienen hoy la noticia en portada. No es necesario ser periodista para sentirse afectado. Toda persona que aprecie la dignidad está concernida cuando lo que se ataca es la libertad de prensa.

Quizá sea hoy el momento para reafirmarse en algunas ideas, para que, en un momento histórico de pérdida y regresión de derechos, no se nos olvide lo que con tanto esfuerzo hemos conquistado, a saber:

- Todas las religiones son regresivas desde el momento en que sustituyen la razón por la fe del carbonero.

- Todas las religiones son alienantes desde el punto en que proponen la resignación ante el poder y posponen el premio a la otra vida.

- Todas las religiones son una estructura de poder político. Todas aspiran a influir en los asuntos terrenales. Y todas aspiran a controlar su propio territorio. Algunas lo consiguen.

- Las creencias religiosas son un asunto que no debería trascender el ámbito privado. Cuando trasciende no son creencias, o es exhibicionismo o es coacción.

- De la misma manera que feminismo no es lo contrario que machismo, laicismo no es lo opuesto a teocracia. Laicismo es libertad y tolerancia.

- Todas las personas tienen derecho a que se respeten sus creencias.

- Todas las personas tienen el deber de respetar las creencias de los demás.

- La intolerancia siempre justifica la violencia.  

- Un país puede progresar sin gobierno pero no sin prensa libre.

Hoy el mundo es un poco más triste, más pobre, menos libre. Todos somos Charlie Hebdo, todos estamos amenazados, también quienes permanecen callados o indiferentes.