lunes, 18 de marzo de 2013

Mañanita festiva y fría, flojos y pirados



Hoy es fiesta en Madrid, lo que produce una sensación parecida a cuando estás de vacaciones y descubres un festivo entre semana. Además, amanece un día soleado, brillante, con un cielo azul diáfano, que parece anunciar la primavera. Las plantas de la terraza parecen sonreír después de las lluvias de estos días. Te asomas y te extraña que la genta pase rápida por la plazuela y repita esa gesto maquinal que hacemos todos, de cerrarse el cuello de la chaqueta o el abrigo.
El sol invita a salir a la calle así que a las 11 de la mañana estáis prestos para el paseo. Hay poca gente en la calle, lo que atribuyes al hecho de ser festivo, y calzadas y aceras aparecen sorprendentemente limpias, circunstancia ésta de todo punto inexplicable en una ciudad como Madrid, sea laboral o fiesta de guardar.
- Hace fresco, comenta el colega.
En realidad, sopla ese clásico viento que baja de Guadarrama del que dicen que es tan sutil que mata a un cristiano y no apaga un candil. Hoy, un poco menos sutil porque ha sido capaz de barrer la mucha suciedad que los madrileños suelen depositar en el suelo.

Como estamos dispuestos a disfrutar también de la jornada festiva seguimos el paseo hacia el barrio de las Letras, lugar que ningún local o visitante que se precie debe perderse. De pronto, se nos cruza un hombre. 
- Buenos días, señor comisario. Buenos días, señora comisaria. ¿Han votado ustedes ya? ¿Van a votar?, pregunta, amable pero perentoriamente.
Seguimos el camino sin prestar atención pero el hombre insiste.
- ¿Van ustedes a votar?
- No, respondo.
- Muy bien, muchas gracias, dice el hombre y se va en dirección contraria a la nuestra, aparentemente sobrio.

El barrio de las Letras se deletrea de distinta manera según la hora del día que se visite. Por la mañana pone el acento en el concepto de barrio, personas que compran en las muchas y tradicionales tiendas de comestibles, paseantes; por la tarde, en cambio, son las letras las que toman protagonismo, no en balde es aquí donde se levanta el Ateneo, que por sí solo merece una visita. Y a la noche, se torna lugar de encuentro, copa y tapeo de un público mayoritariamente joven que llena sus locales.

Llena o llenaba porque basta una ojeada para constatar que en varios de estos locales pende el cartel de se alquila o se vende.
Incluso uno tan tradicional y querido como la Fídula, mezcla de bar y centro cultural, donde podías contemplar una exposición de fotos, escuchar un recital de tangos o una actuación de cuentacuentos mientras tomabas un gintonic. 35 años de vida que se ha llevado por delante la crisis.
A media mañana los locales permanecen cerrados, lo que permite contemplar la creatividad de los pintores espontáneos.
Y la pluralidad del mensaje, como ese café de la esquina "especializado en gintonic". 

La calle Huertas es la arteria principal del Barrio. Empieza en la plaza del Ángel y termina en la de Platerías. En ella coexisten conventos y tascas con parecido fervor. La calle debe el nombre a unos huertos existentes en tiempos pretéritos – muy pretéritos habrán de ser, dada la tendencia constructora local - huertos que unos dicen eran de los frailes del convento de San Jerónimo y otros que del marqués de Castañeda, en los que, según cuenta Federico Bravo Morata, aparecieron varios cadáveres descabezados, sin que nadie sepa qué ocurrió con las testas de los difuntos.

El viento serrano desalienta el paseo así que vamos buscando el sol hacia el paseo del Prado, dejando atrás el edificio del viejo Pueblo, que fue escuela de una generación de periodistas, y el antiguo edificio de sindicatos, diseñado por el arquitecto Francisco de Asís Cabrero, nieto del inventor Leonardo Torres-Quevedo, actualmente Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad y sede de CC.OO y del Consejo Económico y Social.

Pasamos ante el reconstruido edificio del Caixaforum y su bosque vertical y enfilamos de vuelta a casa, empujados por el aire y el frío mañanero.

Los informativos dan cuenta de que Rajoy ha rehusado responder a los periodistas que siguen la visita de los miembros del Comité Olímpico Internacional con el argumento de que hacía frío. Piensas en el hombre que preguntaba por la votación y en este presidente y te dices que hay gente para todo: flojos por naturaleza y pirados de la vida.

martes, 12 de marzo de 2013

El Espíritu Santo sobrevuela twitter


Ves los informativos de televisión, oyes la radio, lees la prensa y sorprende comprobar que los mismos medios que han aprobado ERES con los que han dejado sin trabajo a cientos de periodistas ahora han desplazado a Roma a decenas de profesionales para que cuenten cada movimiento de los cardenales antes siquiera de entrar en cónclave. ¿Tan importante es lo que sucede en Roma? Por muy meapilas que sean algunos de los miembros del Gobierno ¿Qué repercusión tiene en la vida cotidiana de cualquier país la elección de un nuevo Papa? Muy poca, seamos realistas.

La iglesia –cualquier iglesia- ya no es lo que era. A pesar de las presiones de algún prelado o de la Conferencia Episcopal la sociedad es cada vez más laica y se rige por principios que nada tienen que ver con lo que diga o haga el Papa, considerado como jefe de la iglesia católica o como representante de ese miniestado que es el Vaticano. Pasado mañana, una vez entronizado el nuevo obispo de Roma, la agenda informativa y política volverá al paro, deuda, déficit, prima de riesgo, inflación, bajada de salarios.

Ahí están, en cambio, esos cientos de periodistas nacionales hablando de ritos, de liturgia, de historias truculentas, de rivalidades, de especulaciones. De todo aquello que puede hacer bien y con soltura cualquier corresponsal y que seguramente haría sin tamaña invasión y despilfarro de medios. A qué nivel estamos llegando que hoy el Espíritu Santo era trending topic en twitter.

Entretanto, leo, con una mezcla de fruición, pesadumbre y vergüenza, el último libro de Antonio Muñoz Molina: Todo lo que era sólido. El académico explica en él algunas de las causas que nos han conducido adonde ahora nos encontramos. Fija su atención especialmente en los políticos y en los medios de comunicación y señala:  “Ellos han desmantelado la legalidad o la han ignorado para perseguir sus proyectos fantásticos y en un cierto número de casos además para robar y para favorecer a los ladrones: pero no habrían ido tan lejos sin la indiferencia, la claudicación o incluso la adhesión de sectores amplios de la ciudadanía, y menos aún sin la mezcla de negligencia profesional, militancia sectaria y disposición cortesana de una parte de los medios informativos”.

Puede resultar sorprendente pero a veces hay más realismo en la literatura que en las informaciones periodísticas.  

sábado, 9 de marzo de 2013

Memorias líquidas

El periodista Enric González es un profesional original. Tiene un estilo propio, una forma personal de mirar y de contar lo que ve a su alrededor, también un compromiso con una profesión tan vapuleada últimamente. Son magníficas sus crónicas de corresponsal y también sus columnas de televisión, especialmente cuanto escribió en su breve etapa de Jerusalén. Es también una prueba de que las relaciones entre periodista y empresa son siempre conflictivas y, frecuentemente, acaban mal. Peor para el periodista.

Su último libro, Memorias líquidas, es un relato breve de su vida profesional. Desde los comienzos en la Hoja del Lunes de Barcelona hasta su salida abrupta de El País. Es también una descripción desgarrada del declinar galopante que ha vivido el periodismo en España con la alegre complicidad de muchos profesionales de fuste, proceso del que El País es paradigma cabal.

El País. Algún día se estudiará en las facultades de Periodismo los mecanismos por los que un medio que conquista en pocos años los niveles de referencia nacionales e internacionales de la mano de un director puede caer a los abismos conducido por la misma mano, ahora devenida en empresario. En las facultades de Periodismo y en las de Economía. Quizá también en las facultades de Medicina, especialidad de Psiquiatría.

El País es en buena medida el espejo en el que nos hemos mirado una generación de españoles. El catalizador que nos mostraba las transformaciones que ocurrían ante nuestros ojos tras la muerte de Franco y el final de la dictadura. El País era un periódico pero era mucho más que eso. Era un compromiso, una declaración de principios. De ahí que su deriva nos afecte como si hubiera enfermado un pariente próximo.

Su aparición, el 4 de mayo de 1976, coincidió con el final de una de las muchas huelgas sectoriales o de empresa que se vivieron en aquellos años, en las que había tenido alguna participación. Habíamos salido mal parados –con muchos despedidos, entre ellos Antonio Gutiérrez, que luego sería secretario general de CCOO- pero mejor de lo que cabía pensar después de tener que oír a Martín Villa –a la sazón ministro de Relaciones Sindicales y uno de los hombres fuertes de UCD- que esas cosas, y otras peores, nos pasaban por confundir legalidad con justicia.

Entre las peores había que incluir la muerte de cinco trabajadores en Vitoria ametrallados por la policía, que entró en la iglesia donde se habían refugiado miles de personas disparando gases lacrimógenos en un lugar cerrado y, luego, dispararon fuego real a quienes buscaban la salida para no perecer ahogados. El pasado 3 de marzo se cumplieron 37 años de aquellos crímenes por los que no pagó nadie. Por esas fechas, el ministro de Gobernación, Manuel Fraga Iribarne, se encontraba de viaje en Alemania –vendiendo las bondades de la santa transición- y le sustituía en sus funciones el entonces secretario general del Movimiento, Adolfo Suárez.  

En la letra pequeña, yo tenía que incluir dos intentos de detención –de los que me había librado por los pelos y por la protección de personas alineadas con el sistema, todo hay que decirlo- y una escena esperpéntica en la que un agente de la guardia civil bajó del jeep, se caló el arma y, por el hecho de que fui la primera persona con la que se topó, estuvo a punto de levantarme la tapa de los sesos ante la mirada espantada de varias decenas de los huelguistas a los que me he referido y la del jefe de aquél número cuyo arma sentía en mi cuello. Para no mencionar mi propio espanto.

En esa sociedad, donde cualquiera podía ser víctima de la arbitrariedad de las fuerzas de seguridad y de las numerosas estructuras de poder heredadas de la dictadura y no desmontadas –valga de ejemplo de impunidad el asesinato de Yolanda González- en esa sociedad, donde todos los medios de comunicación eran herederos de la dictadura, apareció El País como una promesa de lo que iba a ser la democracia del futuro.

Nada del nuevo periódico tenía que ver con lo que existía, ni el diseño, ni el formato ni, sobre todo, el lenguaje. Era un periódico que hablaba como hablaban sus lectores, sin marear la perdiz.

Enric González analiza muy atinadamente cómo y por qué causas se torció aquella trayectoria con la que se identificaban miles de lectores. Habla de la confusión –tan frecuente en periodismo- entre influencia y poder; de los primeros indicios de corrupción, del silencio de los periodistas, de su complicidad, de su sumisión al poder. Relata algunos casos muy señalados –Banca Catalana, la concesión de licencias de televisión, las corruptelas en las críticas literarias- pequeñas y grandes corrupciones expresivas del estado moral de la clase periodística y de la clase política españolas.

Mientras leía el libro, los medios repiten detalles a cual más escabroso de la trama Gürtel y de Luis Bárcenas, ex tesorero del Partido Popular. Oyéndolos, se diría que los periodistas acaban de enterarse de que la mayoría de las empresas han venido financiando a los partidos políticos. No es verdad. Cualquier periodista, a poca experiencia que tenga, sabe que el flujo de dinero hacia los partidos era habitual en cualquier momento y abundante en periodo electoral. En ocasiones, mediante chantaje.

A mediados de los años 80 del pasado siglo, una importante empresa de productos lácteos solicitó licencia para la ampliación de una de sus factorías. La ampliación pretendía levantarse sobre unos terrenos cuya calificación urbanística era, en el mejor de los supuestos, confusa. Era preciso recalificarlos, pero el procedimiento era complicado y podía alargarse o acelerarse según la voluntad del ayuntamiento. El alcalde de la localidad, que ya había tratado de presionar al director de mi periódico para que me despidiera, explicó al empresario las dificultades que había con su proyecto, dificultades que, aclaró, podían soslayarse a condición de que su empresa retirara la publicidad al medio en el que yo trabajaba.

El empresario llamó al director y le anunció que no contara con su publicidad, que suponía una jugosa partida. El director, considerando la pérdida de ingresos, buscó la mediación de una persona, amiga de ambas partes, persona que había sido muy significada pero que estaba ya retirado y que, para entretenerse, acostumbraba a grabar sus conversaciones telefónicas mediante un sistema que hoy parece arcaico pero que a los periodistas nos ha sacado de más de un apuro: la típica ventosa conectada al teléfono y a la grabadora. De esa manera pudimos oír mi director y yo y algunas personas más, cómo el empresario confesaba la disyuntiva en que se encontraba y que, entre un periódico de provincias y su factoría, no había color.

Efectivamente, durante meses se mantuvo la retirada de publicidad hasta que, una vez concedida la licencia de construcción, volvió a insertar sus anuncios. ¿Por qué? El empresario lo explicó a su amigo, el mediador, con la espontaneidad que le caracterizaba: Estos de la UCD me han pedido dinero para la campaña y el que pide no pone condiciones, las pone el que da. Pero ¿Cómo das dinero a esta cuadrilla de facinerosos?, le preguntó el mediador, molesto aún por el chantaje anterior. Por la misma razón que doy dinero al PSOE y a otros grupos, porque tengo que estar a bien con ellos por lo que pueda necesitar. 

Algún tiempo después y por el mismo procedimiento de la grabación mediante ventosa, pude oír la explicación del mismo empresario sobre la elevadísima inversión publicitaria que estaba haciendo en un conocido programa radiofónico matinal: O les pago la publicidad o sacan un análisis negativo de mi leche y, aunque al final se demuestre que no tienen razón, para cuando pueda desmentirlo me han hundido el mercado. El conductor de aquel programa, cuyas tácticas de captación publicitaria eran harto conocidas, ha recibido en sus años de ejercicio profesional todos los premios que puede recibir un periodista, con el general beneplácito. No hace mucho le oí impartir una de sus proverbiales clases magistrales a través de la televisión sobre la honestidad y credibilidad de los medios.

González relata también en sus Memorias líquidas algunos procedimientos mediante los que no pocos periodistas se enriquecieron muy por encima de la decencia. Hasta donde yo conozco, no hay profesional con alguna especialización a quien allá por los 90 no le hayan ofrecido una cifra inmoral por un informe perfectamente prescindible que podía elaborar un alumno de educación básica. Otra cosa es quien haya aceptado tal encargo y quién no.

Así eran las cosas ya entonces y cualquier periodista puede narrar su propia batallita. Cuando paso cerca de la central lechera me pregunto qué habría ocurrido si el empresario, además de contárselo a mi amigo el mediador le hubiera contado esas historias tan jugosas al juez.