miércoles, 30 de septiembre de 2015

Quienes somos


Mi amigo Tomás es castellano viejo, sensato, prudente e inteligente. Me gusta oirle hablar porque, aunque no siempre coincido con su opinión, siempre ofrece una manera interesante de ver las cosas.

Hace unos días, Tomás escribió una carta en la que enumeraba las múltiples virtudes de los catalanes, evocaba momentos emocionantes vividos en aquella tierra y concluía con una profesión de fe catalanista en la que había mucho de emoción personal y colectiva.

Al mismo tiempo, el director de cine Fernando Trueba recibía el PremioNacional de Cinematografía y en su discurso afirmaba que no se sentía muy español. “Debo confesar que, culturalmente, Cervantes me gusta, pero no más que James o Balzac. Me gusta Velázquez, pero también Rembrandt. La música que me gusta es el jazz. Debo estar equivocado. Tengo conflictos con la palabra nacional”.

Confieso que en nuestra casa los Trueba son como de la familia. Nos gusta el cine que hacen, los libros que escriben, su manera respetuosa de estar en la vida. Para hacerse una idea del grado de proximidad recordaré que cuando nos encontramos a David, el pequeño de los hermanos, lo que ocurre con alguna frecuencia, no me preguntes por qué, el colega le saluda con un: ¿Qué haces aquí, golfo? Y el bueno de David le explica al colega qué es lo que hace en ese punto y hora.

Pues bien, entre Tomás y Fernando me han puesto en el dilema de plantearme quién soy. Como Tomás, admiro a los catalanes, me gusta su manera de afrontar la vida, su carácter emprendedor, su capacidad de gestionar los problemas, su tolerancia, su apertura intelectual, su inconformismo, frente al fatalismo de otros pueblos.

La primera vez que fui a Cataluña fue en el verano de 1956 y, con Franco aún reinante, aquello parecía mucho menos cutre que en el resto del erial. La burguesía catalana era culta, La Vanguardia era un gran periódico, existían pistas de patinaje y otras canchas deportivas y la gente que acudía cada fin de semana a la Barceloneta dejaba la playa limpia porque depositaba sus restos en las papeleras. Yo nunca había visto cosa semejante.

A medida que fui creciendo me fui aficionando más a lo catalán. Allí aprendí la importancia del orden, de la organización, la utilidad de saber qué se espera de la vida y cómo conseguirlo. Aunque esto es menos relevante, en Cataluña descubrí el mar, se me declaró mi chico y me casé. Y hasta hace poco, que he descubierto otras alternativas también muy ricas, creí que no había en el mundo mejor cava que el catalán.

Pero, como Trueba, también tengo problema con los nacionalismos. Cuando, muerto el general, los nacionalistas tomaron la Generalitat y luego todo lo demás me pareció que Cataluña empezaba a teñirse de un tono provinciano y hasta La Vanguardia dejó de ser el gran periódico europeo que había sido para convertirse en un vulgar medio más.

Al nacionalismo catalán se le enfrentó enseguida el nacionalismo español. Los nacionalistas apelan a lo que nos diferencia en el bien entendido que ellos y lo suyo es mejor. Y así llevamos años cada cual midiéndose lo suyo a ver quién lo tiene más largo. Nadie nos quiere, todos nos pegan, es el lema que identifica a unos y otros. Una fatiga, un aburrimiento y una pérdida de tiempo.

No encuentro ninguna razón por la que sentirse orgulloso de haber nacido en cualquier lugar. ¿Qué mérito tiene haber nacido aquí o allá? ¿Qué tiene de peor un murciano que un vasco, un extremeño que un catalán? ¿Por qué un español habría de ser mejor que un holandés?

El ser humano es gregario por naturaleza y, aceptando que esto es así, me gusta creer que formo parte de la tribu a la que también pertenecen, además de los Trueba, Margarita Salas, María Blasco, María Telo, Maria Ángeles Durán, Victoria Camps, Amalia Valcárcel, Iciar Bollaín, Josefina Molina, Isabel Coixet, Elena Arnedo... Lamentablemente, sus virtudes y sus méritos son solo suyos y me alcanzan muy escasamente.

Pero, diga lo que diga mi pasaporte, quiero creer que no tengo apenas nada que ver con la gente que se empeña en mantener a nuestros desaparecidos en las cunetas tres cuartos de siglo después de haber sido asesinados; con quienes diferencian a las víctimas del terrorismo por afinidad ideológica, como si a los muertos les hubieran dado a elegir.

No me gusta pertenecer al mismo país de quienes escriben la historia a la medida de su conveniencia, sean los anales catalanistas o las hazañas de Esperanza Aguirre; ni a quienes programan y contemplan esos programas de televisión dirigidos a embrutecer a las personas a quienes se ha privado de todo, incluso de su propio sentido de la dignidad; ni a quienes fundamentan su identidad en las fiestas donde se tortura a los animales y se embrutecen las personas.

Carezco de patriotismo, todas las banderas me resultan sospechosas, más aún cuando compruebo a diario que los mismos que se envuelven en los colores nacionales tienen su dinero -a menudo hurtado a lo público- en bancos con bandera de conveniencia.

Cuando oigo las fervorosas declaraciones de amor patrio, a la patria chica, me acuerdo de que en el pueblo donde nací hay un bibliotecario empeñado en inculcar el amor a los libros a varias generaciones. Si hay que apelar a las emociones, si la patria es el lugar donde se es feliz, pienso en la Plaza de San Marcos y me siento veneciana; y lisboeta en la Casa de los Bicos; y praguense en la plaza Wenceslao; y portuense en la desembocadura del Duero; y romana en el Coliseo; y francesa en Colliure; y noruega en el Cabo Norte; palestina en Hebrón y judía en Jerusalén, saharaui en el Sáhara.

No soy capaz de medir la intensidad de las emociones pero sé que fui feliz hasta la lágrima al contemplar la puesta de sol en la Torre Gálata de Estambul o ante el Ponte Vecchio de Florecia. Aún se me pone carne de gallina al recordar un improvisado concierto de órgano en la iglesia de San Sulpice de París y el sonido de un aerófono en la iglesia de Santa María del Mar de Barcelona; se me hace un nudo en la garganta cuando recuerdo la noche memorable en la que un grupo portugués entonó Grándola vila morena en el salón de actos de la Caja del Círculo de Aranda y todos nos pusimos de pie y cantamos la canción como una sola voz, miembros de la misma patria.

Oigo a los nacionalistas repetir machaconamente lo que nos diferencia y creo que en algo tienen razón: yo tampoco quiero pertenecer a un país donde alguien se cree superior al vecino y donde las personas no son capaces de entenderse.

En cambio, me reconozco compatriota de las mujeres palestinas que, no habiendo conocido ni un día de paz en sus vidas, siguen apostando por el entendimiento con quienes les hostigan permanentemente y las mujeres israelíes que pudiendo disfrutar de una vida confortable se levantan a diario para defender a los palestinos arriesgándose a la violencia de los suyos y a la incomprensión de los ajenos, los nacionalistas de uno y otro signo; de la misma patria de las mujeres de los países islamistas, empeñadas en conquistar su propia identidad.

Vivimos en un mundo global y ello es bueno en muchos aspectos: nos permite comprender la pequeñez de cada uno de nosotros, nuestra dependencia de los demás, la necesidad de proteger conjuntamente el planeta si queremos sobrevivir, la estupidez de las confrontaciones. Siempre es más lo que nos une que lo que nos separa. Imagino estos días a un hipotético vecino de otro planeta que se dedicara a observar nuestras cuitas y banderías, literalmente partido de risa. Pero éstos ¿de qué van?, se preguntaría.

¿Banderas? ¿Patrias? Casi 800 millones de personas en el mundo pasan hambre; más de tres millones de niños mueren por desnutrición cada año; con poco más de tres mil millones anuales se podría dar de comer a los 66 millones de niños con hambre en edad escolar. El 35% de las mujeres sufre violencia física o sexual por parte de su pareja; más de 133 millones de niñas y mujeres han sufrido algún tipo de mutilación genital.

¿Nacionalismos? Como he leído estos días en Twitter, ya me parece raro que en el certamen de Miss Universo siempre resulte ganadora una terrícola.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Josef Koudelka, nacionalidad incierta


Nació en 1938 en Moravia, cuando la región aún era Checoslovaquia, en 1970 huyó a Gran Bretaña, durante unos años fue apátrida hasta que en 1980 se instala en Francia y en 1987 acepta la nacionalidad francesa. Josef Koudelka es, en realidad, un ciudadano del mundo.

Se inició temprano en la fotografía, se trasladó a Praga para estudiar ingeniería aeronáutica pero pronto le pudo más la afición. Empezó fotografiando escenas de teatro, luego retrató el mundo de los gitanos y en 1968 plasmó placa a placa la entrada de los tanques del Pacto de Varsovia para aplastar la llamada Primavera de Praga. Los cañones apuntando hacia los manifestantes, los rostros de los praguenses, la frustración de aquellos meses quedaron fijados para siempre.
Aquellas fotografías distribuidas un años después por la Agencia Magnum, que pronto se volverían icónicas para una generación, venían firmadas por las letras P.P. ( Prague Photographer) para evitar represalias a su familia en Checoslovaquia y le valieron a su autor el respeto unánime y el Premio Robert Capa. 
Sólo en 1984, tras la muerte de su padre, se publicaron las fotos de la invasión de Praga con la identidad de su autor. En 1990 se expondrán, por fin, en Praga. En 2008, cuarenta años después, el libro de Koudelka “Invasion 68: Prague” se publica en once idiomas, con muchas fotos inéditas.
En 1971 se incorporó como miembro asociado a la Agencia Magnum (en 1974 lo será como miembro de pleno derecho) y se hizo amigo de Robert Delpire, que será su editor, y Henry Cartier-Bresson.

Durante sus años de apátrida -”de nacionalidad incierta”- viajó por Europa retratando fiestas locales, costumbres, personas anónimas, escenas cotidianas que él convertía en extraordinarias. La fotografía del disparo de cohete corresponde a su paso por España.



En los últimos años se ha dedicado a fotografiar en formato panorámico paisajes desolados, ruinas de la civilización, industrias abandonadas.
Se han publicado 21 libros sobre Josef Koudelka y él ha reunido su obra en 22 libros: los gitanos, el exilio, el teatro, el caos son algunos de sus temas favoritos. En 2013, publicó Wall: Israeli & Palestinian Landscape (Muro: Paisaje israelí y palestino), con fotografías del muro construido por los israelíes entre Cisjordania e Israel.

En 2015, dos exposiciones muestran la obra de Josep Koudelka, la Galería Pace/MacGill de Nueva York y la Fundación Mapfre de Madrid, que ofrece una retrospectiva de medio siglo de fotografías, maquetas, folletos y publicaciones. En confianza, si tienes oportunidad no te la pierdas.

El propio Koudelka ha afirmado que en el exilio comprendió que sería “extranjero en todas partes” pero, como sostiene Amanda Maddox, no es extraño en ningún sitio. Cerca de los ochenta años, se mantiene activo, nómada, independiente y consecuente. Busca retratar lo que nadie ve. Es una de esas personas que ennoblecen al género humano.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Morén Brito y la fosa del monte Costaján

Entre los obituarios de El País se lee hoy el de Marcelo Morén Brito, un nombre poco conocido para los españoles pero de resonancias trágicas para muchos miles de chilenos. Morén Brito fue un militar que traicionó el juramento de lealtad a la República de Chile y el 11 de septiembre de 1973 se unió a los rebeldes que tomaron el palacio de la Moneda, sede de la presidencia del gobierno, de donde el presidente Salvador Allende salió cadáver. Morén fue uno de los que arrasaron la Universidad Técnica del Estado, donde se habían refugiado profesores y estudiantes de izquierda -Víctor Jara, entre ellos- para resistir al levantamiento militar. Dos meses después, ya formaba parte de la cúpula de la DINA, la policía represiva. A finales de año, dirigía Villa Grimaldi, uno de los mayores centros de tortura y desaparición de detenidos.
A Villa Grimaldi fueron conducidas Ángela Jeria, viuda del general Bachelet, torturado y asesinado por los militares golpistas, y su hija Michelle, entonces una joven de 23 años. Ambas fueron torturadas pero lograron salir vivas.
Recuperada la democracia en Chile, un día Michelle Bachelet reconoció entre sus vecinos a su antiguo torturador. Ella y sus familiares siguieron cruzándose con Morén Brito en el ascensor hasta que fue detenido y condenado a penas de más de 300 años por violación de los derechos humanos.
La vida ofrece a veces ironías sobrecogedoras: el militar desleal ha ido a morir el 11 de septiembre, 42 años después de su traición, mientras Michelle Bachelet preside el gobierno chileno, elegida por sus compatriotas.
No es la única coincidencia fatal para los torturadores. Mi abuela contaba con muchos pormenores la historia de un falangista que durante la guerra civil destacó por la ferocidad de sus crímenes. Era uno de los que decidían las sacas, esa selección macabra entre los vecinos, sin más justificación que la voluntad de quienes se habían levantado contra el gobierno de la República, uno de los que disparaban contra hombres y mujeres indefensos y los arrojaban a una fosa común en el monte de Costaján, en las afueras de Aranda de Duero.
Finalizada la guerra, el falangista sufrió un ataque de apendicitis, acudió al hospital y los médicos decidieron trasladarlo a Burgos para ser intervenido. Pero cuando la ambulancia llegaba a Costaján, el médico dijo al conductor, date la vuelta porque ya no es necesario seguir; se murió junto a los que había matado, relataba mi abuela, que añadía una frase enigmática: porque Dios no se queda con lo de nadie.
En aquellos años, Dios debía andar algo distraído llevando las cuentas de cada cual porque, al contrario que en Chile o Argentina, en España nadie pidió cuentas a asesinos y torturadores. Sus víctimas y las familias de sus víctimas, se los encontraron a diario en el ascensor y en la calle sin poder reclamar no ya justicia, sino el cuerpo de sus deudos. Pinochet, en Chile, murió procesado y Videla, en Argentina, murió en la cárcel. Aquí, ni siquiera hemos conseguido enterrar con dignidad a nuestros desaparecidos.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Aficiones: Zurbarán

¿Qué lleva a los naturales de Burgos a seguir al Barça? ¿Qué virus portaban los seguidores incondicionales de Curro Romero a pesar de sus espantás? ¿Por qué alguien se aficiona a la novela negra y se lleva el fantasma de Agatha Christie a su casa?

En 1964, el Casón del Buen Retiro abrió sus salas para conmemorar el tricentenario de la muerte del pintor, en una muestra grandiosa, extraordinaria. Los adjetivos son de mi cosecha, creía que exclusiva, pero parece que no.

La adolescente que era la sesentera que es estudiaba entonces interna en Madrid y la profesora de Arte llevó a sus alumnas a ver la exposición. Aquella era la primera vez que la adolescente visitaba un museo y quedó deslumbrada ante tanta belleza. No se cayó del caballo como Saulo de Tarso porque ya entonces era poco dada a lo ecuestre pero los efectos fueron similares. En aquel instante le pareció que el arte era dios y Zurbarán, su profeta. Con el tiempo fue abriendo el abanico de profetas pero Zurbarán sigue ocupando un lugar entre sus preferencias. Y sus monjes, los que más. Esa mirada intensa de Fray Jerónimo Pérez, la expresividad de Fray Hernando de Santiago. Esa luz de los hábitos. Invito a quien crea que exagero a que se pase por la sala de Zurbarán del Museo de la Academia de Arte de San Fernando, a ver qué pasa.

La adolescente que era quedó hechizada de por vida y desde entonces, tiene en los museos en general y en el Museo del Prado en particular, su segunda vivienda.

Con el lema "Una nueva mirada", el Museo Thyssen ha dedicado este verano una exposición al pintor Francisco Zurbarán, que tuvo la mala suerte de nacer en un momento de esplendor artístico español donde transitaba el genio de Velázquez, del que fue amigo. Mientras paseábamos por las salas del Thyssen vuelvo a contarle al colega por enésima vez cómo era la exposición del Casón del Buen Retiro. Me gustaría cotejar mis recuerdos, que seguro que están idealizados, con la realidad, le digo. ¿No compraste el catálogo de la exposición?, pregunta. Sí, hombre, para catálogos tenía yo la economía, respondo.

Para eso está internet. Gracias a Uniliber descubrimos que la Librería Anticuaria Sanz, en el número 3 de la calle General Pardiñas, de Madrid, tiene un catálogo. Y allá que nos vamos. Y no, no fue idealización de adolescente, la exposición era soberbia.

La sesentera creía que efecto tan fulminante y duradero era consecuencia de su ignorancia adolescente, un caso raro, pero resulta que no. Que no fue el único caso. Buceando por google en busca del catálogo aparece un texto de Calvo Serraller en el que habla de la exposición de Zurbarán del 64. “Me llevó a dedicarme a la crítica de arte”, dice.

Verdaderamente, los caminos del arte – y los vericuetos de las aficiones- son inescrutables, pienso, mientras contemplo los catálogos de ambas exposiciones con magníficas reproducciones de la obra de Zurbarán, al que algunos consideran el Caravaggio español y el más enigmático entre todos sus ilustres colegas del Siglo de Oro.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Modelos


Algunos no lo creerán pero cuando los sesenteros éramos niños no existía la televisión. Bueno, ni la tele ni casi nada de lo que ahora consideramos de primera necesidad pero la tele, tampoco.

No voy a hacer una égloga a los tiempos pasados porque tendría que mentir y buena gana de andar perdiendo el tiempo. Nuestra infancia fue feliz, para quienes lo fue, porque éramos niños y teníamos toda la vida por delante pero cuando te paras a pensarlo no sabes ni cómo hemos salido adelante medianamente sensatos.

Crecimos en una familia patriarcal regida por unas costumbres dictadas por una iglesia -anclada en el Concilio de Trento-, con una enseñanza trufada de mensajes autoritarios derivados de un sistema dictatorial que llevaba un cuarto de siglo apalancado en el poder y que aún duraría hasta que el dictador se murió en su cama de puro viejo. Una sociedad dividida aún entre rojos y azules, atemorizada y muda. O sea, que lecciones, las justas.

No teníamos televisión, decía, y, por lo tanto, teníamos que buscarnos nuestros propios modelos. Que no eran Marie Curie, mucho menos Clara Campoamor; con suerte, te librabas de Isabel la Católica o de Agustina de Aragón y te quedabas con Marisol. Sí, una niña rubia y monísima que aseguraba que la vida es una tómbola, tom, tom, tómbola. Marisol era la sonrisa infantil del régimen. Luego resultó que Marisol escondía bajo los volantes a una mujer que se llamaba Pepa Flores, que plantó a un marido impuesto, se largó con un bailarín algo machista y se hizo del Partido Comunista. Aunque para entonces todos nos habíamos espabilado por nuestra cuenta.

Bueno, pues ahora sí tenemos televisión. Muchas televisiones, de hecho (aunque parece que no las suficientes para que ayer televisaran el partido del Barça, por no sé qué asunto de derechos y de dinero). Salvo carencias puntuales, hay para todos los gustos. Algunas especializadas en documentales de animales, otras en viajes, otras en deportes, pues, como es sabido, hay gente p'a tó.

Hay cadenas públicas y cadenas privadas. Las primeras financiadas con cargo a los presupuestos generales. Las privadas pueden gastarse su dinero como mejor les parezca. La Cinco, que es propiedad de Berlusconi, paga sueldos de infarto a personas indocumentadas para que vayan al plató a insultarse mutuamente y a faltar al respeto a quien se presta y a quien no. Creo que en alguno de los programas debería actuar el fiscal de oficio pero no lo hace y yo hace años que no conecto con la cadena. Por higiene, simplemente, lo que no me impide saber que esos programas tienen audiencias millonarias. Personas que están viendo la tele en horario laboral, luego o son ociosas por gusto o por falta de trabajo. Esas personas que protestan porque se ayude a los refugiados pero que no se mueven para buscarse un curro o para dar una patada en el trasero -metafóricamente hablando- a los responsables de que se destruya el empleo y se sustituya con contratos de esclavos.

No se mueven porque aspiran a convertirse en un ejemplar del modelo que están viendo: el “belenestebanismo”. Ellos quieren convertirse en seres incultos, groseros, zafios, mal educados, pero ricos y ociosos. Esos que protestan porque se ayude a los pobres desgraciados que lo han perdido todo reclaman para sí un sueldo por su cara bonita, que les resuelvan la vida por ponerse bajo las cámaras a decir paridas. ¿Para qué estudiar, para qué esforzarse si resulta más rentable apalancarse en la tele a decir bobadas?

Ese modelo de televisión está teniendo tanto éxito que a veces pienso que Rajoy habla para esa audiencia. Tanto éxito que hasta la pública trata de imitarlo. Anoche, TVE emitía en horario de máxima audiencia una entrevista a calzón quitado entre dos figuras de la España más casposa y viejuna que pueda encontrarse: Bertín Osborne y Jesulín de Ubrique. ¿Cuáles son los méritos de ambos? El primero representa al señoritismo andaluz rancio. El segundo, al toreo inculto y marrullero. TVE, que ya ha pagado cifras astronómicas a algún periodista especializado en fiascos, ¿qué modelo quiere transmitir con este programa? ¿Con qué criterio gasta el dinero público?

Estos días empieza el curso escolar con la aplicación de un nuevo y conflictivo plan de estudios: el plan Wert. Ese plan, consensuado entre el PP y la Conferencia Episcopal española a mayor beneficio de los colegios privados, supone la desaparición de la educación ciudadana en beneficio del adoctrinamiento religioso. No sólo eso, se priman las horas lectivas de religión -que incidirá en la nota media del alumno- sobre filosofía, es decir, se enseña a los niños que es preferible decir aménjesús que ponerse a pensar y preguntar por qué. No sea que de un pensamiento se vayan a otro, de una pregunta a otra y acaben preguntando si esto que llamamos sistema funciona de verdad y a quien beneficia.


Ese es el modelo.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Mujeres jóvenes


Te desperezas en la cama mientras piensas en la agenda del día cuando en la radio Pepa Bueno conecta con Elena Valenciano, presidenta de la subcomisión de Derechos Humanos del Europarlamento, que acaba de recorrer los campamentos donde se agolpan los refugiados que quieren entrar en Europa.

Valenciano tiene una voz joven y potente que sabe modular bien para lanzar sus discursos. Empieza relatando lo que ha visto, montones de zapatos de niños, y pone ante los ojos de los oyentes las dramáticas imágenes que ha captado en su viaje: el drama humano de miles de personas empujados a abandonar su casa, su familia, su país y abandonados a su suerte en tierra de nadie a las puertas de lo creen el paraíso.

Elena está enfadada. Se siente impotente, dice, ante tanta desolación. Y dirige su crítica a la Unión Europea y a los países miembros, empeñados en encerrarse en el castillo, ciegos ante la crisis humanitaria que ocurre delante de nuestras narices, que nos están televisando en directo. Lo primero es salvar vidas y luego vendrán las soluciones, reclama.

Te ha espabilado de golpe. Pero el discurso te reconcilia con la política, que está para eso, para denunciar lo que ocurre y para buscar soluciones, para cambiar lo que está mal, para hacer más confortable la vida de los ciudadanos, para encauzar la solidaridad, para crear una sociedad consciente, justa y fuerte.

Las palabras de Elena te activan la memoria. Te llevan a los primeros años 90 y al piso de Almagro 28 cuyas dependencias se repartían las asociaciones de mujeres. Elena presidía entonces la Asociación Mujeres Jóvenes, luego Fundación Mujeres, que desarrollaba programas de incorporación al mercado laboral de las jóvenes. Nani D'aolio presidía Mujer y Sociedad, en la que Mercedes Roig era una autoridad, dedicadas a la integración de las mujeres inmigrantes. Ambas organizaciones se movían en el área del socialismo, pero había muchas más, recuerdas Mujeres Juristas Themis.

Valenciano y Purificación Causapié se pasaban la vida en la asociación. Horas y horas. Otro tanto ocurría en Mujer y Sociedad y en el resto de entidades. Horas para buscar financiación y horas para justificar los gastos hasta el último céntimo y no tener que devolver un dinero que, por lo común, se había gastado antes de cobrarlo. Horas buscando soluciones para quienes acudían en busca de ayuda.

Ha pasado un cuarto de siglo. La inmigración, que entonces era un fenómeno incipiente, hoy retorna a sus países de origen, obligada por la falta de trabajo y la merma de programas sociales. Nani se fue hace definitivamente ya una década.

Elena y Puri, entonces treintañeras, tenían toda la energía, el arrojo, la osadía y un punto de suficiencia de la juventud. Ambas empezaron a destacar muy pronto en la política. Causapié fue directora General del IMSERSO y ahora es portavoz en el Ayuntamiento de Madrid. Valenciano ha sido casi de todo en el PSOE. Ahora, desde Bruselas, levanta la voz en defensa de los refugiados.

Nada es casual. Seguramente ellas, y otras y otros, han perdido demasiado tiempo en intrigas de partido, en soslayar ataques personales, pero la voz de Elena Valenciano viene a refrescarte los recuerdos, de cuando las veías arremangarse cada día para trabajar por las mujeres jóvenes y por el feminismo, mirando a “las mayores” que se amontonaban en aquel piso con un punto de suficiencia.

Vais a ver, parecían decir. Y ahí están. 

lunes, 14 de septiembre de 2015

La cerámica mochica


Si llegas a Madrid a mediados de septiembre tienes que apresurarte a visitar las exposiciones porque la mayoría de salas están preparando ya los programas de otoño y, a poco que te descuides, te pierdes algo bueno.
En Caixaforum del Paseo del Prado estará hasta el 4 de octubre una muestra de arte mochica, una cultura precolombina asentada en el Perú, sorprendentemente moderna. “200 obras maestras del arte precolombino peruano, procedentes de la colección del Museo Larco de Lima, Perú”, indica el catálogo.
Por la sala de la tercera planta de esta vieja central eléctrica se extiende una colección de piezas, algunas de ellas espectaculares y todas hermosas.
A medida que vamos recorriendo los expositores voy notando que las cerámicas me resultan familiares. ¿Hemos visto ya algo mochica?, pregunto al colega. Creo que no, responde. Conmigo, no, corrobora la Pubilla.
Los recipientes ceremoniales me llevan a recordar a algunos ceramistas conocidos: Juan Pablo Tito o Miguel Ángel Martínez Delso. Y descubro sin sorpresa que algunas de las obras de éstos tienen un sorprendente parecido en texturas, en colores, en grabados e incluso en las formas, con las cerámicas mochicas.
 
Es reconfortante saber que los seres humanos somos muy semejantes en nuestras maneras de expresarnos. Desde Atapuerca a Naciones Unidas es más lo que nos une que lo que nos diferencia.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Tavira, ciudad blanca

 
Una de las notas que tienen en común las poblaciones del sur peninsular es su blancura: los pueblos blancos de la sierra gaditana son lo más parecido a los pueblos albos del Algarve. Pues, tomando esa regla como referencia, Tavira vendría a ser la unidad de medida.
Dondequiera que mire el viajero hallará la blancura inmaculada de esta ciudad cruzada por el río Gilao, en pleno Parque Natural de la Ría de Formosa.
Como muchos de los pueblos blancos gaditanos, Tavira se desparrama por una ladera, aquí coronada por un castillo y una iglesia. Se han encontrados restos de una muralla fenicia y su puente más famoso es romano, pero la fortaleza es del siglo XII y fue construida por los árabes que ocuparon estas tierras hasta que en 1239 fueron reconquistadas por los cristianos. El castillo y las tierras que lo rodeaban fue donado por Alfonso X de Portugal a su nieto Alfonso III y luego, modernizado, ampliado y reforzado en 1656. El terremoto de 1755 lo dejó muy dañado y el abandono posterior acabó por desmantelarlo. En 1939 estos restos fueron declarados Monumento Nacional.
El castillo ofrece magníficas vistas de la ciudad y de su entorno; su interior esconde un jardincillo que en la mañana que lo visitamos ofrece un fresco alivio frente al calor exterior. Este es un buen lugar para contemplar la iglesia de Santa María del Castillo, del siglo XIII, con su llamativo y puntual reloj. El Convento de Gracia, situado un poco más abajo de iglesia y castillo, se ha convertido en hotel de la red nacional de Pousadas, equivalente a los Paradores españoles.
Callejeando ladera abajo se llega a la rua da Libertade, la calle principal, y por ella a la Plaza de la República, el corazón de la ciudad. Los viajeros contemplan el monolito levantado en memoria de los caídos en las guerras lusas, tan frecuentes en las ciudades portuguesas, y no pueden por menos de envidiar que este recuerdo esté libre de rencillas o rencores guerracivilistas.
Entre la Plaza de la República y el río se extiende un jardín público primorosamente cuidado, en cuyo centro se alza un templete, que remite a imágenes similares en pueblos españoles. El parquecillo termina en una explanada frente al Mercado de Ribeira, convertido en un moderno centro comercial y de ocio, donde los viajeros se refrescan con un rico zumo de naranjas recién exprimido.
Cerca de donde los viajeros descansan, una pareja mayor discute animadamente. La mujer parece reconvenir al hombre y éste se defiende de mala gana, entre sucesivas toses. Finalmente, ambos se levantan y se dirigen a la salida, caminando con dificultad. Antes de abandonar el recinto, el hombre entra en los aseos, la mujer parece seguir la discusión o advertirle de algo. El colega entra también en los aseos y sale riéndose. ¿Qué pasa?, le pregunto. El viejillo me ha pedido un pitillo, dice, y me ha dicho que su mujer le tiene amargado por el tabaco...
Los viajeros vuelven a cruzar el río por uno de los cuatro puentes modernos que comunican la ciudad vieja con su ampliación. Tanto desde el puente romano, de visita obligada, como desde cualquier otro lugar que se contemple, el conjunto es una población de aspecto plácido y tranquilo, muy apreciada por los visitantes estivales.


Si el viajero busca soledad, arena y mar, este es su lugar también pero debe ir advertido. Tavira no tiene playa pero quienes quieran disfrutar del mar sólo tienen que cruzar la ría y refugiarse en las islas de Cabanas o de Tavira, once kilómetros de playas amplias, limpias y salvajes: Santa Lucía, Tierra Estrecha, del Barril, del Hombre Desnudo, frecuentadas por viajeros de medio mundo.