miércoles, 28 de marzo de 2012

El amo

Por muchas veces que se repita, nunca será suficiente. El lenguaje no es neutral, ni siquiera inocente. Las palabras tienen su propia historia, vida propia.

Es lo que ocurre con el término “huelga”. Su sonido es diferente y su significación distinta según quién la escuche. Para mis hijas, es un derecho como otro cualquiera. Lo ejercen o no, según su criterio. Para mi nieta es un ejercicio escolar y, seguramente, una oportunidad de faltar a clase. Sabe que se trata de un asunto serio y que la favorece.

Para la gente de mi generación la huelga tiene resonancias casi míticas. Crecimos con la esperanza y el temor, según, de la HNP, la famosa Huelga Nacional Pacífica que según los próximos al Partido –el único partido que existía en la clandestinidad, el Partido Comunista- estaba siempre a punto de convocar y de triunfar. La huelga equivalía a cataclismo, a revolución, a ruptura, lo más parecido al fin del mundo.

La HNP nunca llegó a triunfar excepto en la carga semántica de efecto retardado que dejó en varias generaciones. Para muchos de nuestros padres, y especialmente de nuestras madres, hablar de huelga es tanto como mentar a la bicha. Cuidado, no te signifiques, que no te señalen, mejor ve a trabajar, que lo arreglen los sindicatos, repiten cada víspera de huelga. 

Dejando aparte la HNP, ya en democracia, quienes pudimos votar en las primeras elecciones democráticas hemos sido convocados a siete huelgas generales, cinco a gobiernos de socialistas y dos a gobiernos populares. La primera de ellas, el 20 junio 1985, protestaba por el recorte de las pensiones. Gobernaba Felipe González y Joaquín Almunia dirigía el Ministerio de Trabajo. Tres años después, el 14 diciembre de 1988, con González de presidente y Manuel Chávez en Trabajo, Nicolás Redondo por UGT y Antonio Gutiérrez por CCOO convocaban huelga general para reclamar la retirada del plan de empleo juvenil y para protestar por la política económica del gobierno. Frente a la respuesta templada de la primera convocatoria, el éxito en esta ocasión fue rotundo. El país se paralizó y el PSOE rompió el tradicional entendimiento con el sindicato hermano. Fue la primera gran huelga.

El 28 mayo de 1992, con Felipe en la Moncloa y Martínez Toval en Trabajo, Redondo y Gutiérrez convocaron media jornada de huelga en protesta por el decreto ley que recortaba las prestaciones por desempleo. Dos años después, con Griñán en Trabajo, Cándido Méndez en UGT y José María Fidalgo en CCOO, la huelga del 27 enero de 1994 se oponía a una nueva reforma laboral y del mercado de trabajo.

Los mismos convocantes repetirían reivindicación el 20 junio de 2002 con José Mª Aznar en la presidencia del Gobierno y Juan Carlos Aparicio en el Ministerio de Trabajo en protesta por la reforma de la prestación por desempleo. La huelga le costó el cargo al ministro, que fue sustituido por Eduardo Zaplana.

Los recortes sociales y la supresión de derechos de los trabajadores llevó a la huelga del 29 septiembre de 2010, con Zapatero en la Moncloa y Corbacho, que ya tenía anunciada su vuelta a Cataluña, en Trabajo. Convocaban Méndez por UGT y Fernández Toxo por CCOO.

Los mismos que convocan la huelga de mañana, contra la reforma laboral y en defensa de los servicios públicos. Para protestar por el mayor ataque que han sufrido los trabajadores desde la dictadura. Para defender el estado social que consagra la Constitución y que se está desmantelando lentamente.

En pocas ocasiones como en esta se percibe el miedo de forma tan rotunda, casi sólida. Muchos trabajadores irán a trabajar mañana no por convicción sino por miedo, porque saben que si hacen huelga perderán el trabajo y ese es un riesgo que no se pueden permitir. El miedo es el compañero más cercano de quienes tienen trabajo y de quienes no lo tienen. Por eso el gobierno se ha atrevido a hacer esta reforma que convierte al empresario en amo.

Hoy más que nunca, quienes tenemos empleo seguro estamos obligados a ser solidarios con quienes no lo tienen y con quienes pueden perderlo y enfrentarnos al poder del dinero. Por nosotros mismos, por nuestros hijos, a quienes no podemos legar unas condiciones de trabajo como las que define la reforma, y por la memoria de quienes, desde la HNP y antes, arriesgaron su puesto de trabajo, su libertad y en ocasiones su vida para legarnos una protección social que estamos a punto de perder al socaire de una crisis que no ihemos provocado y que está enriqueciendo a sus verdaderos culpables.

Quizá no tengamos otra oportunidad de defendernos.

jueves, 15 de marzo de 2012

Verdad, justicia, reparación



 Cae la tarde sobre Madrid en esta primavera prematura y la Puerta del Sol bulle de vida. De la calle Alcalá baja una pequeña manifestación. Un grupo de veteranos republicanos se dirigen hacia la antigua y temida Dirección General de Seguridad, donde la Brigada Político Social del franquismo metía a todo el que consideraba sospechoso. El edificio, anteriormente Casa de Correos, acoge hoy la presidencia de la Comunidad de Madrid, donde ejerce su virreinato Esperanza Aguirre.

Cuando la manifestación llega a la altura de la estatua ecuestre de Carlos III, un perrillo ladra empecinadamente. La escandalera canina distrae de los eslóganes republicanos. Una mujer con los ochenta seguramente bien cumplidos se dirige al chucho: Venga, ya está bien de bronca, ¡A callar!

Sorprendentemente, el perro deja de ladrar. La republicana se ríe y sigue su paso. Eso es autoridad, pienso.

La pequeña columna llega al centro de la plaza, se agrupa frente a la puerta ominosa y repite su reivindicación: Verdad, justicia y reparación.

 
Mientras hago la foto, se nos acerca otro viandante, más o menos de nuestra edad (tampoco cumple ya los sesenta) y comenta que ya son ganas de perder el tiempo, con el tiempo que hace que acabó la guerra. Mi colega le responde que lo que piden es razonable y no dañan a nadie.

- No, pero también los otros pueden pedir lo mismo y así no acabamos nunca, responde el hombre.

- Los otros ya tuvieron su verdad, su justicia y su reparación durante 40 años y nadie les ha quitado nada después, respondo un poco desabrida.

- Hay mucha gente que tiene a su familia enterrada aún en las cunetas, es justo que quieran darles una tumba digna, remacha mi colega. 

- Yo creo que han pasado demasiados años para seguir con estas cosas, insiste el hombre, y en una guerra civil se cometen demasiadas atrocidades por las dos partes.

Estoy a punto de saltar para recordar que en aquella guerra civil en concreto luchaban quienes defendían el orden establecido frente a quienes habían dado un golpe militar, cuando el hombre se disculpa.

- Perdonen si les he molestado, no era mi intención.

- No nos ha molestado, nosotros vemos las cosas de otra forma, eso es todo, respondemos.

Y sigue su camino mientras nosotros seguimos el nuestro. ¿Será posible que los españoles podamos entendernos sin insultarnos, sin herirnos?

Verdad, justicia y reparación ¿Por qué no?

jueves, 8 de marzo de 2012

Libre para decidir y elegir

Felicidades al hombre que escribió estos versos (Agustín García Calvo), a los hombres que sienten así y a las mujeres que han/hemos conquistado nuestra libertad día a día. Y cada día nos levantamos para defender nuestro derecho a decidir y a elegir.
Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña.
Pero no mía.
Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera.
Pero no mía.
Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena.
Pero no mía.
Alta te quiero,
como chopo que en el cielo
se despereza.
Pero no mía.
Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra.
Pero no mía.
Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.

domingo, 4 de marzo de 2012

Redes


Mi bisabuela nació en una familia de la provincia de Burgos. Tenía una hermana que se casó con un señor de la provincia de Toledo. No volvieron a verse nunca más. Por la distancia, explicaba mi bisabuela.

Lo recuerdo cuando pienso en los cambios sociales que se han producido en los últimos años. Hoy, mi bisabuela hubiera podido ir y volver a ver a su hermana en el mismo día. Y no sólo eso. Podría hablar con ella mientras la ve a través de la pantalla del ordenador. Podría pedirle una receta de cocina y resolver dudas acerca de los ingredientes mediante el whatsapp, comentar sus impresiones en twitter y subir la foto en facebook.

Los tiempos han cambiado una barbaridad. Hoy, las redes sociales han desmontado las últimas fronteras que quedaran y ofrecen la posibilidad de contacto en tiempo real a personas de cualquier parte del mundo.

Los bloggers participan del mismo fenómeno. Cualquiera puede acercarse a esta pizarra universal en la que se ha convertido internet y decir lo que estime conveniente y cualquiera puede echar una mirada a esa pizarra y leer lo que hay escrito o comentar lo que le parezca. Es un diálogo universal.

Luego, la realidad va acotando afinidades y cada cual encuentra los bloggeros con los que coincide o con quien le apetece establecer discrepancias. Y del diálogo surgen amistades que, a veces, se prolongan en la vida real. Ese cruce entre el mundo digital y el analógico da para un tratado de las relaciones humanas y para escribir novelas que llenarían la Biblioteca Nacional.


Este fin de semana nos hemos citado en Madrid una pandilla de amigos: tres bloggeros con sus respectivas parejas. Valdomicer, el cocinero de Andanzas y Rutinas, y Pilar, la fina analista de Abalorios. Nos conocimos a través de la red y fuimos afianzando nuestra amistad pasando de la realidad virtual a la analógica, con itinerarios de ida y vuelta.




Nos hemos divertido mucho, como es normal cuando se reúnen amigos. Hemos hablado quitándonos la palabra los unos a los otros. Hemos comido, hemos bebido, hemos brindado, hemos disfrutado con la exposición de Marc Chagall en el Thyssen y en la sala de la Fundación Caja Madrid, hemos paseado por el centro de Madrid.

En uno de esos paseos por la Puerta del Sol, coincidimos con un amago de manifestación. Un montón de lecheras y más policía que manifestantes. Una muralla de antidisturbios corta el paso. Algunos de nosotros hemos corrido delante de sus predecesores más de una y más de dos veces. Alguno ha pasado deprisa por este mismo lugar huyendo del riesgo de acabar en la temida Dirección General de Seguridad, donde hoy manda la virreina Aguirre.


Todos estamos de buen humor. Principalmente, por habernos reunido. ¿Nos hacemos una foto con ellos? Muy educadamente, nos acercamos y se lo proponemos. Un agente se separa, discretamente. Otro responde que por él no hay problema. Y ahí estamos, posando risueños.

Verdaderamente, los tiempos cambian que es una barbaridad.