lunes, 9 de enero de 2017

Mario Soares descansa en Prazeres

España tiene por costumbre ignorar lo que ocurre en Portugal, el país vecino y, por tantas razones, hermano. La muerte de Mario Soares, que fue presidente de la República y uno de los líderes del socialismo cuando el socialismo y los socialistas eran respetables y respetados en Europa y en el mundo, ha vuelto a dar ocasión para demostrar esta ignorancia. Que la prensa hable de Soares como el líder de la transición portuguesa es un exponente de este desconocimiento y de la indocumentación general de la prensa hispana pues es sabido que en Portugal no hubo transición sino ruptura: el hasta aquí hemos llegado que supuso la revolución del 25 de Abril. Quienes peinamos canas nos hemos pasado media vida diferenciando entre un concepto y otro para que ahora vengan ABC y la criatura de P.J. a hacer tabla rasa. 

Con Mario Soares muere un político de vocación que ejerció sus responsabilidades políticas cuando hacerlo comportaba más riesgos y sinsabores que ventajas. Lo hizo con sensatez y prudencia y a él se debe en buena medida que la Revolución de los Claveles no se desmadrara, lo que le valió la enemistad de los comunistas, que lideraban la asonada, y el desprecio de Álvaro Cunhal, su líder histórico. Portugal se ha echado a la calle para despedir a quien fue su presidente y a acompañarlo hasta su morada definitiva en el cementerio de Prazeres. 
Este cementerio municipal lisboeta está considerado un museo al aire libre. Situado en el barrio de la Estrela, desde sus tapias se divisa el puente 25 de Abril, que une las dos orillas del Tajo poco antes de su desembocadura. Prazeres es un lugar acogedor, donde anidan las gaviotas, en cuyas calles se alzan grandes panteones o sencillas tumbas, todo con un aire familiar, como de andar por casa. 
Hay aquí sentidos monumentos: a los bomberos de la ciudad, a la nieta muerta a los seis años, el republicano que murió fiel a los principios de toda su vida...
Hay tumbas abandonadas, que hablan de olvido y desaparición. Y otras con sus cortinas, o sus azulejos pintados, tan portugueses, como invitando a la visita. 
A la viajera le llamaron la atención dos tumbas de manera especial: aquella que recuerda a quienes cayeron durante la dictadura ("Cuando la dictadura es un hecho, la revolución es un derecho") y la que guarda los restos de Henrique Galvao, el capitán inductor de la "Operación Dulcinea", que consistía en secuestrar un barco portugués en pleno océano Atlántico. Ocurría en 1961 y fue el primer secuestro del que la viajera guarda memoria. Unos gatos que merodean por el lugar vienen a poner la nota doméstica entre tanta épica.

El cementerio de Prazeres es un lugar grandioso y sencillo, el lógico destino final de un hombre como Mario Soares, que acertó a ordenar la ruptura democrática de Portugal. Que la tierra le sea leve.