miércoles, 23 de febrero de 2011

30 años


Me había comprado unos pantalones grises en las rebajas y me dispuse a acortarme el bajo mientras seguía por la radio la elección del candidato Calvo Sotelo. Mis hijas tenían 8 y 9 años, respectivamente, y merendaban junto a mí al tiempo que me contaban sus cuitas del colegio. De pronto, la voz del locutor llegó entrecortada, la guardia civil entra en el Congreso, decía. Se oyeron disparos.

Yo me quedé sobrecogida, sin acertar a entender lo que ocurría. Dos minutos después sonó el teléfono, era mi padre.

- ¿Estás oyendo la radio?, me preguntó.
- Si.
- Deshazte de cualquier documento comprometedor que tengas, esto es un golpe de Estado.

Oyendo a mi padre se diría que yo guardaba en casa los papeles del Pentágono. En realidad, yo era una joven madre que compaginaba como podía mi vida familiar con la profesional: corresponsal en mi comarca de un periódico de provincias. De izquierdas, de una izquierda moderada, como buena parte de mi generación.

La emisión radiofónica se tornó dramática. No cabía duda de que los militares habían tomado el Congreso por las armas y retenían secuestrados a los diputados.

En aquel momento, sólo se me ocurrió decir a mis hijas:
- Pase lo que pase, no olvidéis que por lo único que vale la pena dar la vida es por la libertad.

Luego, las envié a su habitación a hacer los deberes. Al salir, la mayor preguntó:
- ¿Qué pasa?
- No sé, pero debe ser algo gordo porque mamá ha dicho una frase, respondió la pequeña.

Unos días después, en la ciudad donde vivíamos se organizó un homenaje a la Constitución, un acto de repulsa hacia los golpistas. Me acompañaba una de mis hijas, no recuerdo si de motu proprio o porque no tenía con quien dejarla. Participaban en el acto, entre otros, el locutor de la SER que había relatado el asalto, Rafael Luis Díaz, y el senador socialista Juan José Laborda.

Éste era entonces un hombre joven, 33 años, atractivo. Historiador y periodista, además de político, tenía un gran carisma y se desenvolvía muy bien dialécticamente. Le llamó la atención la asistencia de la niña. Concluida la reunión, charlamos un rato. Con el tiempo estrecharíamos la relación por razones profesionales.

Laborda llegó a presidir el Senado. En octubre de 2004 sufrió una hemiplejía que le tuvo al borde de la muerte. Sólo por su obstinación y esfuerzo logró recuperar el habla y las facultades intelectuales.

Esta tarde, la Fundación Pablo Iglesias ha presentado en el Rectorado de la UNED un libro de Francisco Sosa Wagner: El Estado fragmentado. La crítica del libro la ha realizado Juanjo Laborda.

Le ha costado esfuerzo acceder al estrado, se mueve con alguna dificultad, habla más lento de lo que en él era habitual pero no ha perdido agudeza de juicio y de análisis. "La historia universal ya no pasa por Europa", ha afirmado, "Europa es una región del mundo". "Los árabes, los restos del imperio turco, están tratando de unirse a la universalidad", ha añadido.

- Me alegro mucho de verte y de oirte, te encuentro muy bien, le he dicho sinceramente.
- Sí, estoy cojo pero no tontito, que visto lo que hay que ver, no sé si es mucha suerte, ha ironizado.

Han pasado 30 años de aquella tarde lamentable en la que unos militares españoles dieron una lección de falta de respeto a sí mismos y a la ciudadanía. 30 años era un plazo que entonces me parecía lejano y que ha pasado a ratos lentamente y otros de manera veloz. El mundo ha cambiado de forma vertiginosa.

Juanjo Laborda es miembro del Consejo de Estado. Estoy segura de que hará un buen papel y será útil. Como ciudadana, le he votado más de una y de dos veces, no siempre estuve de acuerdo con él; hoy sé que estuve acertada al votarlo, aunque sea con efecto retroactivo.