viernes, 30 de septiembre de 2011

Que le corten la cabeza

Hay días que me siento Alicia, la del país de las maravillas.

En días como hoy, después de ver a Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, se me escapa a voz en grito: ¡Que le corten la cabeza!

Metafóricamente. Pero, por favor, que descabecen a este tipo que lleva años explicando lo mal que lo hace el gobierno -y no seré yo quien diga lo contrario- e incapaz de asumir que él era el encargado de controlar al sistema bancario. A ese sistema que ha hecho aguas y al que ha obligado a salir al rescate. 7.551 millones de euros nos ha costado la ineficacia e incompetencia de este tipo y de otros tropecientos como él, cuyos salarios son una indecencia pública.

Que lo descabecen de una vez y lo manden a su casa. O, cuando menos, que le manden callar. Que no se atreva nunca más a dar lecciones.

Que alguien le diga de una vez que, a pesar de su manifiesa insolvencia para el cargo, su sueldo sale de nuestros bolsillos.

jueves, 29 de septiembre de 2011

El motín de la tercera

Como ya me queda poco para jubilarme, ando barajando diversas actividades a las que dedicarme cuando no tenga que ir al curro diario. En el bien entendido de que todas mis actividades favoritas terminan siempre en el teclado del ordenador.
- Escribiré cuentos para la niña, le cuento a mi chico.
- Buena idea, responde él, que tiene debilidad por la nieta.
- Mantendré al día el blog y no como ahora, que voy a salto de mata, añado.
- ¡Qué bien!, reitera él.
- Podías escribir el guión de una serie de televisión, se te dan bien los personajes, propone una amiga    
Le doy vueltas a la propuesta y se lo cuento a mi chico.
He pensado en un episodio en el que un grupo de sindicalistas acampan en el pasillo de la tercera planta, justo ante la puerta del despacho del ministro. Piden hablar con el titular para exponerle sus problemas porque no ha respondido a las muchas peticiones que le han dirigido en los últimos meses. Quieren explicarle que tienen mucho trabajo y pocos efectivos y consideran que eso redunda en el buen servicio a los ciudadanos.
El ministro pide las sales y se larga por la escalera interior. Seguidamente, empiezan a salir los subalternos: el subsecretario, el jefe del gabinete, el ayuda de cámara. Tratan de convencer a los congregados de que el pasillo no es lugar adecuado para acampar pero ellos se desentienden de discursos. Insisten en que quieren hablar con el titular, que sea él quien oiga sus cuitas.  
- Me lo van a matar a matar a disgustos, dice el ayuda de cámara mientras dirige una mirada asesina al personal de seguridad por haberse dejado colar a los acampados.
Ajenos a la invasión sindical, en un despacho anejo, la secretaria de Estado mantiene una reunión con los sindicalistas jefes de lo público, los representantes de ceceoó y de ugeté. Terminado el encuentro, se asoman al pasillo para despedirse y se topan con el fregado.
- Nos han invadido, informa la secretaria de estado.
- Y ahora, ¿Cómo salimos de aquí?, se preguntan al unísono.
La secretaria, que es mujer decidida, los conduce a la salida por la terraza, dejando atrás a los concentrados.
Entretanto, el ayuda de cámara ha tenido un ataque de inspiración. Cierra los aseos y da la orden a seguridad de que quien salga del pasillo, no vuelva a entrar. Cuando los acampados se percatan de que los compañeros que han ido al servicio no vuelven, se amotinan al grito de:
- ¡Queremos mear! ¡Queremos mear!
Mi chico me interrumpe cuando estoy lanzada en el relato.
- Eso resulta difícil de creer, salvo que lo cuente Rafael Azcona y el pobre ya murió.
- Sí, eso me parece, admito, creo que me voy a centrar en el blog y dejarme de series.    

martes, 27 de septiembre de 2011

La fisiognómica

Julio Caro Baroja fue un antropólogo, historiador y ensayista en cierta medida víctima de su entorno familiar y de su propia exuberancia. Sobrino del escritor Pío Baroja y del pintor Ricardo Baroja y autor de una obra abundante y multidisciplinar, su imagen llegó a ser frecuente en la televisión de los años setenta y ochenta
Escribió sobre arte, sobre literatura, sobre costumbres, sobre brujería, sobre su propia familia, sobre mitología, etnología, tradiciones y hasta de los molinos de viento. Pocos asuntos que interesaran a la sociedad quedaron fuera de su óptica. Entre esta dilatada producción, hay un libro que me llamó la atención y que leí hace muchos años: “La cara, espejo del alma: historia de la fisiognómica”.

Sintetizando al máximo, en él estudia la relación que hay entre el carácter y los rasgos de la cara para llegar a la conclusión que adelanta el título: la cara es el espejo del alma.

Quienes por su profesión tienen mucho trato con otras personas aprenden también que, más allá de lo que expresen las palabras, hay gestos, miradas, vibraciones de la voz, que indican tanto o más que el mensaje y, frecuentemente, de manera más sincera. Es lo que se llama la comunicación no verbal.

El expresidente Aznar es un claro ejemplo de ello. No importa sobre lo que verse su discurso, su forma de expresarlo habla mejor que él mismo de su prepotencia, de su rabia contenida, del rencor que arrastra. También lo es Rodríguez Zapatero. Le cuadraba el epíteto de Bambi por ese aire peterpanesco que emana; su expresión de estar como ausente, que en principio parecía ingenuidad, luego se demostró que era real: estaba ausente.

Pero la demostración cabal de que la teoría de Caro Baroja es la verdad revelada es el rostro de ese Alessio Rastani que se ha adueñado de youtube y de las redes sociales. Se trata de un pollo joven, allá por la treintena, de facciones correctas, bien peinado, bien trajeado –si acaso esa corbata rosa, un punto osada- que es reclamado por la BBC –un medio serio donde los haya- para exponer su criterio acerca del plan de rescate de la Eurozona.

El tal Rastani responde sin ambages que a él se le da un ardite lo que pase en Europa y en el resto del mundo, que lleva tres años esperando que se hunda el sistema económico para dar el tiro de gracia a los desgraciados que han creído en la solvencia de ese sistema y quedarse con sus ahorros. Esta es la oportunidad. No sólo para la elite, cualquiera puede hacer dinero, es una oportunidad.

Hay que mirar bien la cara del mozo. Su expresión, sus ojos, el movimiento de los labios, para caer en la cuenta de que no hay nada detrás. Está vacío. No sólo de principios, que es evidente. De sentimientos. Es un chafarrinón de persona.

Ello no merma verdad a sus palabras. Esta es la ocasión de tipos como él, la hora de hacerse ricos de una vez y para siempre. Ahora que los ciudadanos del mundo estamos adormecidos con el estómago lleno y los políticos han dimitido de su profesión y han dejado la autoridad y el poder en manos de Goldman Sach.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Hombres ilustres

No tratamos bien a nuestros próceres, no tenemos práctica, nos resulta más propio atizarlos en el cogote. Excepto para asuntos de honda enjundia intelectual, como la tauromaquia, nos es ajena cualquier tentación de chovinismo. Despreciamos a nuestros contemporáneos e incluso a nuestros antepasados.
En Madrid existe, recostado en la basílica de Atocha, un Panteón de Hombres Ilustres en el que, en teoría, deberían reposar los restos de nuestros próceres. Deberían. La realidad es que el recinto, que ni siquiera llegó a concluirse con arreglo al proyecto original, cobija una serie de mausoleos de políticos: Martínez de la Rosa, Muñoz-Torrero, Mendizábal, Olózaga, Argüelles, Dato, Canalejas, Cánovas del Castillo y Sagasta. Varios de ellos obra de Benlliure y algún otro de Querol. 

 El Panteón depende de Patrimonio Nacional y actualmente está en obras. La entrada es gratuita y la visita reducida, el jardín está cerrado. Se prohibe tajantemente hacer fotografías, bajo pena de excomunión, nadie sabe por qué puesto que los derechos de autor de los escultores habrán pasado al dominio público, se supone.Nada invita a la visita.
En la galería abierta al público se encuentran los mausoleos de Cánovas y Sagasta, dos políticos que protagonizaron la alternancia bipartidista en el periodo de la Restauración española de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Sagasta era presidente del Partido Liberal –el progresista- y Cánovas, del Partido Conservador. Al margen del Pacto del Pardo, en el que se sustentaba el reparto de poder, no era ajeno a él un sistema caciquil que pervivió hasta bien entrado el siglo XX, en la hipótesis de que hubiera desaparecido realmente.
La historia ofrece ironías que no siempre somos capaces de aprender.
En aquellos años de decadencia del imperio español –aquél en el que no se ponía el sol- le tocó a los progresistas presidir el gobierno que rindió los últimos vestigios de esplendor -1898: pérdida de Cuba y Filipinas- y a Sagasta asumir la responsabilidad de aquella crisis.
Quizá pensara en ello el todavía presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, cuando hoy ha firmado la disolución de las Cortes. También él se ha comido el marrón de lo que se presenta como la madre de todas las crisis.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Goliath apalea a David

Otra vez se ha repetido la historia: Goliath ha apaleado a David. En sentido metafórico, con el abandono a los palestinos a su suerte por parte de un presidente, Obama, en quien se habían puesto tantas esperanzas porque era el primer presidente que no había recurrido al apoyo del poderoso lobby judío para ser elegido. Y en la real acepción de la palabra: mientras Mahmud Abas negociaba el reconocimiento de Palestina por parte de Naciones Unidas, colonos judíos hostigaban a los palestinos en los territorios ocupados.


Habrá que hacer una apelación a la esperanza, una más.

Pero hoy no es el día más adecuado para ello. Hoy, de nuevo una mujer ha muerto a manos de su marido, contra el que había una orden de alejamiento por malos tratos.

Hoy también, un hombre, Troy Davis, ha sido ejecutado en el estado de Texas después de haber sido condenado a la máxima pena. Davis era negro y ese no es un detalle inocuo.

El mismo día que siguen las huelgas de profesores contra el recorte presupuestario que algunas comunidades gobernadas por el PP, lideradas por la de Madrid con Esperanza Aguirre al frente, están realizando en la enseñanza pública. Es un paso más en el desmantelamiento del estado de bienestar.

Para rematar el día, los consejeros de RTVE han pretendido controlar la escaleta de informativos. La escandalera que se ha montado en twitter les ha hecho recular pero el intento vale como aviso para navegantes. En el Consejo están representados todos los partidos políticos con presencia parlamentaria y los sindicatos mayoritarios. Únicamente IU y UGT se opusieron.

En días como hoy, hay que sentarse, sosegarse, respirar profundamente y preguntarse: ¿Estamos tontos o qué?







martes, 20 de septiembre de 2011

Israel, Israel



Cada cual tiene derecho a sus preferencias, sin más justificaciones. Una de mis preferencias es Israel. Tengo por uno de mis mejores regalos vitales la oportunidad de haber conocido aquella tierra martirizada, haber visitado los lugares que creyentes de tres religiones consideran sagrados y por los que millones de seres humanos han dado su sangre. Aunque no comparta ninguna de las razones que han empujado las luchas que ensangrientan ese rincón de Oriente Medio desde hace milenios. Ninguna.
Cuando digo Israel, pienso en los israelíes, los naturales o ciudadanos del Estado de Israel. Pienso en mis amigos, judíos y palestinos, encerrados en 22.145 kilómetros cuadrados –algo menos que la Comunidad Valenciana-, unidos por el ansia de supervivencia y separados por alambradas y muros de hormigón. 
Pienso en los niños de Jaffa frecuentadores del Centro judeo árabe, en los niños judíos de Jerusalén flanqueados de un adulto armado hasta los dientes en su ir y venir al colegio. 

Pienso en los jóvenes judíos de Mea Shearim, envenenados de odio al diferente desde el vientre materno; en los jóvenes palestinos de los territorios ocupados, envenenados de indiferencia y abandono, en constante riesgo de morir y de matar y pienso en Gilad Shalit, soldado israelí secuestrado por Hamas en la franja de Gaza.   
Cuando pienso en Israel pienso en los grupos y asociaciones judíos y palestinos, minoritarios pero influyentes, que trabajan en sus respectivas comunidades por la paz. Pienso en sus esperanzas y desesperanzas, en sus momentos de pesimismo, en esos instantes en que sienten la tentación de abandonar.  


Cuando digo Israel pienso en las muchas pintadas en favor de una Palestina libre que he encontrado en cualquier rincón del mundo y en el anhelo de muchos judíos de tener una patria reconocida. No soy equidistante, sé porque lo he visto por mí misma, que en Israel hay una crisis de derechos humanos pero creo que la paz debería ser posible.
Lo pienso hoy, cuando el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mamud Abas, se dispone a solicitar el ingreso de Palestina en la ONU. Tienen casi todo en contra pero alguna vez David sale triunfante. Inshallah. 

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Miedos

Va entrando en la edad de pensar en la muerte, hace decir Lucía Echevarría a uno de sus personajes. Yo he entrado ya en esa edad pero me ha cogido con experiencia. Cuando aún no había cumplido 25 años estuve a punto de morir. Desde entonces tengo la sensación de vivir una suerte de regalo vital.

Hablando en frío, hipotéticamente, suelo decir que estoy preparada para morir. Ligera de equipaje, como los hijos de la mar, evoco a Machado. Y no miento. Pero en los últimos tiempos la muerte merodea en las inmediaciones. Aparte de las pérdidas de los seres queridos que son inevitables por edad: mi abuela, mi padre, he perdido ya a varios amigos y ahora mismo estoy despidiéndome de algunos otros. Cuando la explosión de Chernobil, mi amiga Nani comentó: Esto nos va a traer más cáncer. Así ha ocurrido. Ella fue la primera en irse. Era una mujer irremplazable. Yo aún no me he recuperado de su ausencia. El año pasado se le detectó un tumor a otra amiga común, de Nani y mía. Allá va en su pelea.

En el trabajo, dos compañeras pelean en estos momentos con sendos cánceres. A una le han extirpado las dos mamas. Una intervención agresiva de la que trata de recuperarse. La otra lucha contra un melanoma que se ha extendido al riñón, al hígado, a un pecho, a la cabeza. Ella lucha contra la enfermedad con una ferocidad que nos deja apabulladas. Bromea con sus achaques, se ríe de su apariencia. Sabemos que el dolor va por dentro, pero asombra su tenacidad.

La semana pasada, asistí al entierro de una amiga de la familia. Una mujer de vida convencional y canónica. De costumbres ordenadas, jamás había fumado, en mayo la detectaron un cáncer de pulmón. Le dieron seis meses de vida que no ha llegado a cumplir. Hoy tenía cita para una mamografía. Una revisión rutinaria. No obstante, a medida que se aproximaba la hora me ha entrado el temor. ¿Y si me vieran algo? ¿Y si fuera yo esta vez la señalada? No sé si miedo es la sensación adecuada, seguramente sí. Miedo a la mutilación, a los tratamientos agresivos, a perder el pelo, las fuerzas, a dejar de ser yo.

 
Este invierno ha muerto quien años atrás fuera novio de una amiga. Le detectaron un cáncer y decidió que no quería someterse a la terapia agresiva que le indicaban los médicos. Si no se pone en tratamiento morirá, le advirtieron. Y él aceptó el destino. ¿Qué haría yo, llegado el caso? No sé. El instinto vital es fuerte, casi siempre.

Hoy, pienso que no tienen sentido los tratamientos agresivos que acaban irremisiblemente en la muerte del paciente. He llegado a la clínica rodeada de un miedo atávico, el temor a lo desconocido. Me atiende una enfermera mayor, de esas entradas en años y en carnes, de aspecto huraño pero de trato amable.

Me plancha las tetas de forma inmisericorde. Cuatro veces. - Espere cinco minutos y, si no la llamo, puede irse, me dice al terminar. Vuelvo a la sala de espera y trato de relajarme leyendo la última novela de Maruja Torres. Cinco minutos en los que siento que pende sobre mí un riesgo sólido. Si la enfermera me llama, ¿Significa que ha visto algo mal? ¿Cómo lo contaría si supiera que tengo cáncer? Poco a poco, a medida que pasan los segundos y nadie me llama, voy serenándome.

Noto que ha pasado la nube negra cuando me descubro pensando que si a los hombres tuvieran que hacerles una "penegrafía" habrían descubierto ya formas menos incómodas de detección del cáncer de mama.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Canto a la libertad

Por esa rara habilidad que con la que me ha dotado la naturaleza, la de encontrarme justo en el lugar donde no se me ha perdido nada, el sábado me encontré en la Plaza del Pilar de Zaragoza en el momento en que comenzaba un desfile de gigantones baturros a los sones del Canto a la libertad de José Antonio Labordeta. Una singularidad de la comparsa, además de la misma música, es que a los gigantones baturros se les habían añadido dos de aspecto familiar. Sendas representaciones de Labordeta, una como mochilero cultura y otra como músico.

Los manifestantes se habían congregado para reivindicar que el famoso Canto a la libertad se convirtiera en el himno oficial de Aragón. Han reunido más de 25.000 firmas dirigidas a las Cortes autonómicas, pero ya saben que la decisión es no. Parece que los parlamentarios no son partidarios. Pero como ya tenían hecha la convocatoria decidieron reunirse para homenajear a Labordeta.

 
Homenaje al que me uní y me uno. Y añado, humildemente, una pregunta: ¿Quién puede rechazar como himno una canción que dice: Habrá un día en que todos / al levantar la vista / veremos una tierra que ponga libertad?

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Rarezas

Es normal que sea la prensa generalista o la salmón la que frecuente las dependencias de los Nuevos Ministerios. Raramente traspasan sus arcadas de piedra los cámaras o los plumillas de la prensa rosa pero hoy se ha producido un totum revolutum difícil de olvidar.
Se han entregado las medallas de oro al mérito en el trabajo. Es una distinción que recibe por recomendación quien, después de haber trabajado de manera productiva durante toda su vida, encuentra alguien que considera meritoria la forma en que lo ha hecho.
Hoy se han entregado 14 de estas medallas de oro, a diez hombres y a cuatro mujeres, dos a título póstumo: al periodista Carlos Mendo y al cómico Juanito Navarro. 14 personas que han dedicado sus vidas a actividades muy diversas con un nexo común: el amor al trabajo, al trabajo bien hecho.
Todos hablan de sus años de trabajo -60, 70 años algunos- de los principios inculcados por sus padres de amor al trabajo. Nos sacrificamos para que estudies pero no nos podemos permitir que repitas, le dijeron a Soledad Sanz, maestra. El trabajo dignifica a la persona, sostiene ella. Josefina Unturbe, fundadora del Colegio Virgen de Europa, se pregunta: ¿Es acaso un mérito cumplir con la tarea que nos impone el corazón? Lo importante en la vida es acertar con tu vocación, refiere el empresario Tomás Fuertes, a quien su padre le dijo que trabajar es bueno. Y yo me lo creí, añade.
Manuel Luis Simón, representante sindical en organismos internacionales, asegura que el compromiso social heredado de su padre ha marcado sus primeros 54 años de vida laboral y seguirá marcando porque piensa seguir, algo mayor, pero activo.
Quien no piensa en ser mejor, pronto deja de ser bueno, asevera, el médico Pedro Guillén, una autoridad entre los deportistas. Hay quién, como la bailarina María Rosa la medalla le compensa de los tiempos que tenía que vendarse los pies de dolor. 
Aguantar hasta los 80 es la mejor táctica para que te den premios, señala el cantante Manolo Escobar, citando a Kirk Douglas. Recuerda su etapa de emigrante, paradigma del que no se resigna, dice. Tampoco se resigna Gregorio Peces-Barca, uno de los padres de la Constitución, cuando asegura contemplar con escepticismo a quienes califican la transición como neofranquista. Ni la hija de Carlos Mendo, que recoge el premio concedido al veterano periodista. Discutíamos mucho, recuerda, pero coincidíamos en una cosa: la tristeza de las redacciones actuales donde hay mucho silencio y poco whisky.
 
Ante un auditorio en el que se entremezclan familiares, amigos, políticos, sindicalistas, la flor y nata del empresariado y famosos varios los premiados van narrando sus vivencias de trabajador. Para algunos de ellos, el acto es uno más de los muchos reconocimientos que reciben o recibirán a lo largo de su vida. Pero para alguno, éste es uno de los momentos que quedarán marcados en rojo de fiesta en su biografía.  
Creo que es el caso de un hombre que está aquí por su tenacidad. Julio Muñoz, encuadernador, 83 años, es el máximo cotizante a la Seguridad Social: 65 años de cotización. Lleva trabajando desde el año 42 y sigue haciéndolo en el taller de encuadernación.  Vamos tirandillo, qué se le va a hacer. Salud para todos, finaliza su discurso, tratando de ocultar la emoción.
Cuando termina el acto hay desbandada general. El hall de la tercera planta está a rebosar. Pululan por allí caras conocidas de los programas guarrillos de la tele, esos de los que Miguel Ángel Rodríguez dice que se caldean a fuerza de bronca, insultos y falta de modales. Brujulean otras caras conocidas. José María García, el otrora vocinglero y hoy callado comunicador. Raúl del Pozo, el columnista que sustituye a Francisco Umbral. Mucho traje azul, mucha corbata de marca. Mucho taconeo, mucho pijerío. Parece un ensayo general de lo que se avecina.
 
Reconozco a Simoneta Gómez de Acebo, en un grupo de mujeres. Mira que le han salido feos los hijos a la infanta Pilar, me digo, a punto de darme de bruces con Luis del Rivero, el presidente de Sacyr. No es posible, debo de haber visto mal. Pero no, he visto bien cómo el hombre que está poniendo patas arriba la primera empresa petrolífera nacional, bajito y poca cosa, sale protegido por dos guardaespaldas mucho más jóvenes y aparentes que él.
Cuando estoy a punto de irme me encuentro con José Luis Corcuera. Si hay algo que una periodista no perdona jamás de los jamases es que le nieguen una entrevista que ha pedido. Corcuera me la negó, después de habérmela prometido, cuando era ministro de Interior. Estoy convencida de que todo lo que le ha pasado después se lo ha ganado por eso, por no haberme concedido aquella entrevista. Bien es verdad que la política le ha zurrado tan duramente desde entonces, que, de tenerlo en cuenta, mi rencor le resultaría casi una bendición.
- Cómo has adelgazado, le digo, al observar que ha perdido la barriga que ganó tras su salida del ministerio. ¿Por coquetería o por salud?
- No, por coquetería no, responde, señalándose al corazón.
- Pues nada, que me alegro de verte así de rejuvenecido y rozagante, me despido sin más, mientras le supongo buscando en su memoria donde ubicarme.  
 
Bajo la arcada del edificio que impulsó Indalecio Prieto y proyectó Secundino Zuazo en los años 30 del pasado siglo, me cruzo con otro grupo de habituales del colorín: distingo entre ellas a Marily Coll. Un poco más adelante, a la hija de Manolo Escobar con el cochecito de bebé en el que duerme su hija. 
Con este panorama, francamente, se hace raro oír al ministro hablar de la necesidad de que empresarios y sindicatos zanjen la negociación sobre convenios colectivos. Dan ganas de preguntarle por el color de moda de otoño.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Una dosis de islandés


Quien responde al raro nombre de Geir H. Haarde –raro para español- era primer ministro de Islandia en 2008 cuando el país entró en quiebra.  
Islandia tiene una población de poco más de 330.000 habitantes y un PIB de 38.000 dólares por habitante (frente a los 29.500 de España).
Pues ese puñado de islandeses, el equivalente al censo de una ciudad media española como Alicante, Córdoba, Valladolid o Bilbao, ha llevado a su primer ministro a los tribunales para que responda de su responsabilidad en el crack.
Sospecho que saldrá indemne del trance pero me gustaría que la iniciativa fuera contagiosa. Que fuéramos capaces de algo parecido respecto a quienes se dedican a gastar sin justificación con cargo a los presupuestos públicos.
Así, a bote pronto, se me ocurre llamar a declarar a los responsables del aeropuerto de Castellón que ni está en funcionamiento ni se espera que lo esté, o el de Ciudad Real. O a los responsables de esos monumentos a la incuria que han florecido como margaritas en el campo.
Geir H. Haarde. Lo que yo daría por una dosis de islandés.