viernes, 2 de septiembre de 2011

Generación agostada

Lo encuentro a la vuelta de vacaciones. Tiene mucha mejor cara que cuando le ví a finales de julio. Ya entonces dejó entrever que acariciaba la idea de retirarse, de volver a la actividad privada.
- ¿Qué tal las vacances?, le pregunto por puro cumplido.
- Bien, pero cortas. Tengo ganas de volver a disfrutar de vacaciones de docentes, que eso sí que son vacaciones, dos meses que te dan hasta para aburrirte.
- No dirás en serio que estás pensando en irte a tu casa, le digo.
- Absolutamente en serio. Ya lo he dicho en el partido. No quiero nada más, tampoco voy a ser más de lo que ya he sido y quiero reincorporarme a mi puesto de profesor y tener tiempo para escribir de las cosas que sé y que me gustan.
Le conozco desde que él era menor de edad y yo una joven periodista de provincias. En realidad, a quien trataba entonces era a su padre. Un hombre cabal. De esos a quienes Brecht consideraba imprescindibles. Un hombre que dedicó su vida a tratar de mejorar el mundo que le rodeaba.
De familia republicana perseguida, en los sesenta reorganizó en la ciudad donde vivía el sindicato UGT primero y el partido socialista después.  Una ciudad extremadamente conservadora que, sin embargo, respetaba su honestidad y rigor intelectual.

El hijo aprendió a dar sus primeros pasos en la política con la misma naturalidad con que aprendió a andar por la vida. Estudió, sacó plaza de profesor pero no dejó de intervenir en política. Ha sido concejal, procurador y senador y es secretario de Estado. Fue uno de los jóvenes cachorros que formaron la nueva vía que aupó a Zapatero. Y ahora se retira.
- No me puedo creer que dejes la política, insisto.
- Yo nunca voy a dejar de intervenir en política pero quiero hacer otras cosas que me gustan: dar clase y escribir sobre lo que sé, que son las políticas sociales.
- Tu generación nos debe una explicación de lo que ha pasado en esta legislatura. Alguien tendrá que contarlo, le reto. Supongo que sabes que os habéis quemado en la hoguera.
- Yo solo escribo ensayo, se escurre.
- Pues alguien tendrá que reformular ideológicamente el socialismo del futuro si no queréis que el ultraliberalismo domine el mundo. Y alguien tendrá que empezar a reconstruir tu partido tras el desastre de Zapatero.
- Si hay alguien que conoce al presidente, uno de ellos soy yo, empieza a contar.
- Podías haber avisado de lo que se nos venía, le interrumpo, a sabiendas de que estoy aprovechándome de la autoridad que me da la edad y los recuerdos comunes. 
- No creas que en política se puede hacer siempre lo que uno quiere.
- Seguramente, pero siempre se pueden explicar las razones por las que se hace lo que no se quiere hacer. Especialmente si es lo contrario de lo que había prometido, me quejo.
- Creo que se equivocó al nombrar a Corbacho, le oigo decir y su inesperada confidencia me demuestra que, en efecto, se está despidiendo de los cargos públicos. No lo diría, no me lo diría a mí, si creyera que tenía posibilidad de seguir en activo.
- ¿De verdad te propuso ser ministro y dijiste que no?, pregunto por todo el morro.
- Yo nunca he querido ser ministro, me gusta ir por la calle y que nadie me conozca. Pero tampoco me insistió, confiesa bajando la voz.
- Me acuerdo tanto de tu padre, a veces cuando te veo en el salón, ante la prensa, pienso si pudiera verte... le digo repentinamente, y me percato de que ambos nos estamos emocionando.
Nos reponemos enseguida. Tampoco ha lugar a la conmiseración. Mi generación salió quemada con Felipe González por haber permitido que la corrupción se adueñara de un partido con una historia de 100 años de honradez y por haber consentido que la corrupción se extendiera por toda la sociedad. Su generación sale del poder abrasada por haberse rendido sin paliativos al capital. No hablo de las generaciones que se sintieran identificadas con Aznar y sus gobiernos porque se las ve orgullosas de haber metido el hocico en la guerra de Irak y de haber tratado de ocultar la verdad de los atentados del 11 de marzo hasta el último momento. Felices ellos.
Hoy, el secretario de Estado ha vuelto a explicar las cifras que hablan de la crisis mejor que cualquier discurso. Debe de ser duro justificar aquello que sabes no tiene justificación pero su profesionalidad se impone. A esas horas, el Parlamento se dispone a votar la reforma de la Constitución que consagra la congelación del déficit. Al joven de izquierdas que yo recuerdo le deben de estar rechinando los dientes. Al hombre maduro que tengo enfrente no se le mueve un músculo.
Pienso en el artículo publicado hoy por Juan José Millás.
Otra generación agostada, sacrificada en aras del poder del dinero. No sé si vamos a aprender alguna vez la lección.  

1 comentario:

  1. Hermosa fotografía!!!

    Quiero quedarme con los tejados de Roma, quizás son un símbolo de que todo pasa, también lo malo, y tras las cenizas, se resurge, son otros, pero llevan algo nuestro dentro.

    Un beso

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