lunes, 13 de diciembre de 2010

La galería de retratos - 1


Paso a diario por la galería de retratos de los ministros que han sido titulares de la cartera de Trabajo desde la muerte de Franco. El primero es José Solís Ruiz, conocido en vida del difunto como la sonrisa del Régimen.

Solís había sido ministro Secretario General del Movimiento entre 1957 y 1969, cuando fue sustituido en el marco del asunto Matesa. Volvió al cargo en 1975, en un breve paréntesis tras la muerte de Fernando Herrero Tejedor y antes del nombramiento de Adolfo Suárez, que fue el último en ostentar este cargo: como si dijéramos el guardián de las esencias, lo que son las cosas.

José Solís duró poco como titular de Trabajo en el gobierno de Arias Navarro. De diciembre de 1975 a julio de 1976. Cuando Suárez formó su primer gobierno lo mandó a casa y él optó por retirarse de la política. Vivió dedicado a sus negocios hasta su muerte, en 1990.

Me acuerdo especialmente de Solís porque en mis años de estudiante fui amiga de un sobrino suyo: Luis. Mi madre, que siempre ponía pegas a todas mis amistades, sea porque eran demasiado rojos o demasiado hippies o demasiado offside, hacía ojitos a aquel mozo tan bien emparentado, pensando que a lo mejor al final la cosa acababa con un happy end. En vista de tan buena aceptación, yo le utilizaba como coartada cuando quería ir a algún sitio que ella consideraba conflictivo – y mi madre consideraba conflictivo cualquier sitio que no fuera ir a misa y eso, según qué iglesia, -.

- Luis, que hoy vamos juntos al cine Palafox, le decía. Y él sabía que si llamaba a casa y mi madre sondeaba – que las madres de entonces sondeaban siempre – debía comentar alguna cosa de la sesión. Lo hacía tan bien, que más de una vez yo misma llegué a dudar si no habíamos estado realmente al cine.

Luis era un tipo inteligente y muy culto, a pesar de que repitió curso tres veces hasta que consiguió aprobar preu. Ese tiempo lo aprovechó estudiando idiomas, leyendo cuanto caía en sus manos, asistiendo a todo tipo de actos que se convocaban en Madrid y participando en cuantas actividades se le ponían a tiro. Cuando finalmente aprobó hizo Derecho aunque su propósito era entrar en la Escuela Diplomática, lo que, efectivamente, consiguió. De vez en cuando lo encuentro en el BOE, a través de sus distintos destinos.

Como muchos hijos de familias del Régimen, Luis había salido izquierdoso y republicano, lo cual en la época era sinónimo. Otro tanto me ocurría a mí, aunque en mi caso tenía a quien salir: mi madre era franquista pero mi padre había combatido en defensa de la República y había luchado en el frente del Ebro.

Nuestras convicciones no impidieron que mi amigo y yo participáramos en el besamanos a la reina Victoria Eugenia en el Palacio de Liria en febrero de 1968.

La visita de la reina había sido orquestada por el diario ABC, que era el que se leía en su casa y en la mía. Victoria Eugenia había abandonado Madrid el 15 de abril de 1931 y había vuelto sólo para ser la madrina en el bautizo de su biznieto Felipe, el actual príncipe de Asturias.

La casa de Alba, anfitriona de la reina, organizó un besamanos en el palacio de Liria al que podía asistir todo el que quisiera. Luis me llamó para contármelo.

- Podíamos ir, me propuso.

Y fuimos. Para nuestra sorpresa, la cola para acceder al palacio llegaba hasta la acera después de hacer vericuetos por el amplio jardín que separa la casona ducal de la calle Princesa. Esperamos el tiempo suficiente para llegar hasta la reina, que debía llevar horas sentada en una especie de trono viendo pasar a cientos de madrileños, los mismos o los hijos de aquellos que un día la mandaron al exilio. Algunos besaban, efectivamente, su mano, otros la dedicaban frases de afecto. Los más nos limitábamos a desfilar ante ella.

Yo traté de entender el drama de aquella pobre mujer a quien la vida había maltratado sin compasión. Casada con un hombre que no le ahorró humillaciones, arrojada de su país natal y de su país de adopción, había visto morir a dos de sus hijos y desmoronarse su mundo y su familia.

En aquel momento tenía ya 81 años y era una anciana de porte venerable. Se mantenía erguida y con expresión de serenidad. Creo que apenas veía ya. Murió al año siguiente.

Han pasado casi 43 años de aquella curiosa ceremonia y yo sigo siendo republicana. El niño a cuyo bautizo vino la vieja dama es un hombre alto y guapo, casado con una periodista divorciada. Lo recuerdo a veces cuando veo el cuadro de José Solís Ruiz, el primero de los retratos de la galería de ministros post Franco.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El escribidor tiene el pelo blanco

El premio a Vargas Llosa me ha retrotraído a otros tiempos. En realidad, en cuanto pasas de los sesenta, casi todo te retrotrae a otros momentos que ya has vivido. Pero en este caso con más motivo porque el escritor y yo tenemos un amigo en común. Un amigo muy querido por mí y creo que también por él.

Descubrí a Vargas Llosa con un libro, Pantaleón y las Visitadoras, que debió llegar a mis manos a mediados de los años 70. La historia de Pantaleón Pantoja era surrealista e hilarante pero, más allá de los hechos que narraba, reconocí un estilo poderoso que me cautivó totalmente.

A partir de entonces hice un seguimiento del autor y procuré leer las novelas que fue publicando: Conversaciones en la Catedral, La tía Julia y el escribidor, La ciudad y los perros, Lituma en los Andes, Los cuadernos de don Rigoberto, La fiesta del Chivo, El paraíso en la otra esquina, Travesuras de la niña mala, hasta El sueño del celta, en el que me encuentro inmersa.

Alguno de estos libros me los regaló mi amigo Paco, a quien conozco desde que tengo memoria. Paco y yo nacimos en el mismo pueblo, en la estepa castellana surcada por un gran río. Ambos salimos pronto del lugar, yo al internado y, después, él a la universidad pero seguimos viéndonos en las vacaciones.

A mí, como al resto de las amigas, me gustaba mucho. Te hacía sentir la reina del mambo. Pero, al contrario de lo que ocurría con la mayoría de mis amigas, en aquellos años no me dio la mínima oportunidad; me acompañaba, me llevaba a los guateques, se encargaba de que nadie se propasara lo más mínimo conmigo – propasarse entonces era acercarse más de lo debido y para de contar – y, a la hora que las señoritas decentes volvían a casa, me llevaba o encomendaba a alguien que lo hiciera. Había asumido el papel de protector de la niña y jamás se salió de ese rol.

Entretanto, yo observaba cómo se daba el lote con mis amigas, sin fijar la faena. Conmigo, nunca. Y no porque yo no hubiera estado dispuesta, quede constancia. A cambio, hablaba conmigo de música, de literatura y de política, lo que no hacía con las otras. Con él me aficioné a la música y el cine franceses. Descubrí a Françoise Hardy – Tous les garçons et les filles es la sintonía de llamada de mi móvil – y la nouvelle vague – vi varias veces la película Un homme et une femme, de Claude Lelouch en versión original -. Cada mes compraba la revista Salut les copains.

Paco no era especialmente guapo, ni alto ni atlético, pero era un tipo singular, con un encanto irresistible, especialmente entre las chicas, y una inteligencia muy por encima de la media. A poco de licenciarse en Derecho decidió que se ahogaba en España, se fue a París y allí se quedó. Entró a trabajar en la radio y llegó a ser director de la emisora.

Cuando volvió, venía con su mujer: una tía despampanante que miraba y se movía como Brigitte Bardot, al lado de la cual todas éramos pobres chicas provincianas. Por entonces, yo me había echado novio. Paco se divorció de aquella tía despampanante y se casó con otra muy semejante, hija del cónsul de un país hispanoamericano en París, con la que tuvo tres hijos.

Entretanto, también yo me había casado y había tenido dos hijas. Seguimos viéndonos en las vacaciones, contándonos nuestras cosas y hablando sobre todo de política y de literatura. En una de esas ocasiones, salió a la conversación Vargas Llosa a propósito de alguno de sus libros. Yo hablé de él con entusiasmo y Paco me respondió:

- Yo fuí compañero del escribidor en la época de la tía Julia…

Años después, cuando se divorciaba de esta segunda despampanante, ella me dijo que la única mujer que le había importado a Paco en la vida había sido yo. Creo que no era verdad y, en todo caso, no me di por aludida. Luego, yo también me divorcié.
Hasta hace poco, seguimos escribiéndonos y hablando por teléfono cada vez más de tarde en tarde.

Ahora veo al escritor mientras recibe el premio Nobel de manos del rey de Suecia. Vargas Llosa es un hombre de pelo blanco. Yo no podré comentarlo con mi amigo Paco porque el mal de Alzheimer le ha hurtado todos los recuerdos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Rock and roll en la plaza del pueblo

32 años. Esos son los que cumple hoy la Constitución española. 32 años.
Durante mucho tiempo he afirmado, como lamento de lo que me había perdido, que la mayor parte de mi vida había discurrido en dictadura. Era una especie de leit motiv de mi generación. Lo que nos había quitado Franco, los franquistas y la dictadura; nos había quitado el contacto con el exterior, la experiencia de vivir en libertad. Toda mi vida he vivido en dictadura…, nos lamentábamos.
Cuando el referéndum sobre la Constitución, el 6 de diciembre de 1978, yo era ya una mujer hecha y derecha, que se decía entonces. Me había casado y tenía dos hijas. También me había dado cuenta de que no había estado muy acertada en la elección de pareja pero, en cambio, estaba muy contenta de haber sido madre.
Por entonces no me importaba demasiado el error conyugal. Mis hijas habían empezado a ir al colegio y yo andaba buscando un trabajo en un pueblo de 30.000 habitantes donde las ofertas eran escasas. Aún tardé un tiempo en encontrarlo. Tenía una vida animada, con amigos y una agenda muy diversificada. Leía, escribía, iba a conciertos, al cine, veía exposiciones. También frecuentaba merendolas con los amigos y tertulias, muchas tertulias.
Pertenezco a una generación que otra cosa no sé si habremos hecho, pero hablar, hemos hablado muchísimo. En aquellas tertulias divagábamos sobre la Constatación a medida que se iban conociendo los trabajos de los padres constituyentes. Había dos cosas que a mí no me gustaban de ninguna manera: que la izquierda admitiera la monarquía como forma de gobierno (artículo 1.3) y que no se declarara expresamente que España era un Estado laico (artículo 16.3).
De ellas se derivaban otras objeciones, como que el rey no estuviera sujeto a responsabilidad (art. 56.3) o que se mantuviera la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión a la corona (art. 57.1).
Sobre estos aspectos discutimos durante horas los amigos. Finalmente, sopesamos pros y contras y la mayoría de nosotros decidimos votar sí. Los menos, se opusieron.
Hemos vivido toda la vida en dictadura, ahora queremos democracia real, nos decíamos.
Hace 32 años de todo esto. Ahora, ya no puedo decir lo mismos. Ya he vivido casi la mitad de mi vida en democracia. Sigue sin gustarme la monarquía, cada vez menos. Me molesta la preponderancia de la iglesia, cada vez más. Me alegra, mucho, que otros españoles se cuestionen la prevalencia del varón sobre la mujer en el derecho a la corona.
Han sido 32 años vertiginosos. De la música de aquellos años, Sabina con Mi vecino de arriba, retrataba bien al vecino de entonces pero hoy es difícilmente reconocible.

Ha cambiado casi todo para el país y para mí. En estos años, he visto pasar por la Moncloa a cinco presidentes de gobierno: Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar y Rodríguez Zapatero. He visto muchas otras cosas, naturalmente. He cambiado dos veces de ciudad, cuatro veces de casa, tres de trabajo. El compañero de entonces – qué error, qué gran error, en opinión general – se convirtió en ex diez años más tarde. La vida, que siempre ha sido generosa conmigo, me ofreció la gran oportunidad algo después y yo la cogí al vuelo. Mis hijas son dos mujeres adultas e independientes con la cabeza bien amueblada. Tengo una nieta que apunta maneras. Y sigo creyendo que aún me esperan cosas interesantes en el futuro.
Del tiempo aquel, cuando discutíamos qué votar en el referéndum sobre la Constitución recuerdo a Tequila. Rock and roll en la plaza del pueblo…

Tequila - Rock plaza pueblo