domingo, 30 de enero de 2011

Fernando Trueba

El periodismo era una profesión apasionante para gente apasionada, no apta para indiferentes. Digo era porque la vida ha cambiado mucho desde que yo me inicié en ese camino. Hoy, el periodista está en riesgo de convertirse en poco más que un transcriptor, alguien que reproduce lo que otros han dicho, que coloca la alcachofa, da al botón del on, luego al off y luego coloca la grabación en antena o bien escribe casi, casi al dictado lo que otros dicen.

Antes y ahora tienen los periodistas un privilegio indiscutible: el de tener acceso directo a personas que, de otro modo, les/nos sería harto difícil.

Sin embargo, cuando se tiene la oportunidad de conocer a esas personas no siempre la impresión es favorable. Quizá sea verdad el aserto de que de cerca nadie es normal.

Hoy, encuentro en la última de El País la entrevista que Karmenchu Marín hace a Fernando Trueba, el cineasta, y me parece una bocanada de aire fresco. Aparte la maestría de la periodista para sacar lo mejor – y lo peor – del personaje, me admira la frescura del mayor de los Trueba cuando admite que a él los premios no le han atontado porque ya venía imbécil de fábrica. Y su ironía cuando rechaza ser un comecuras. Yo cuido mucho mi alimentación.

Qué gusto, entre tanta mediocridad, encontrar un coetáneo como él.

lunes, 24 de enero de 2011

24 de enero


24 de enero, reza el calendario.

A las horas que escribo, más o menos, una banda de pistoleros entraban en un despacho laboralista donde unos abogados jóvenes atendían las consultas de trabajadores y sindicalistas. Buscaban a un sindicalista de CC.OO. pero entraron disparando indiscriminadamente. Mataron a cinco personas e hirieron a otras cuatro.

Los asesinos pertenecían a la extrema derecha. Los asesinados, al partido comunista, entonces todavía ilegal.

El entierro constituyó una prueba para el incipiente sistema democrático. El PCE salía a la calle con su propia organización. La extrema derecha era sentada en el banquillo.

Cuando ocurrió, un escalofrío de terror cruzó el país de extremo a extremo. Nos asaltó el temor de que un destino fatal nos empujaba inexorablemente a matarnos entre nosotros. Nos libramos a fuerza de voluntad y olvido.

Algunos de quienes resultaron heridos han muerto ya. Frente al edificio donde estaba el despacho de abogados se levanta un monumento en su memoria sobre el que hoy cuelgan coronas de flores depositadas por el Partido Comunista y por Izquierda Unida a las que quisiera unir mi recuerdo.

A los muertos:
Enrique Valdevira Ibáñez
Luis Javier Benavides Orgaz
Francisco Javier Sauquillo Pérez del Arco;
Serafín Holgado de Antonio;
Ángel Rodríguez Leal.

A los heridos:
Miguel Sarabia Gil
Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell
Luis Ramos Pardo
Dolores González Ruiz

sábado, 15 de enero de 2011

El sueño de la razón


Fraga dice ahora que el PP no es de derechas. Este Fraga, presidente del PP, es el mismo Fraga que antes dijo que la calle era suya. El mismo que era ministro con Franco cuando éste firmaba las condenas de muerte.

Javier Arenas, que fue ministro de Trabajo, anda denunciando que el gobierno está dilapidando la Seguridad Social.

Esteban González Pons pide a Zapatero que no sea cruel con los trabajadores.

Tomás Gómez, candidato a presidir la Comunidad de Madrid, asegura que en el PSM no cabe nadie que sea corrupto y mantiene como su número dos a quien ha sido condenada por prevaricación

José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno socialista, sale en ayuda de los bancos que, previamente, han arruinado al país.

El mismo Zapatero congela las pensiones y baja el salario a los funcionarios.

Sospecho que la lógica se está volviendo loca y yo tampoco estoy muy lúcida.

lunes, 10 de enero de 2011

Eta, by, by


Eta ha hecho público hoy un comunicado en el que anuncia un alto el fuego “permanente, general y verificable”.

Desde que se ha conocido la nota prensa, políticos y personal de a pie nos hemos enfrascado en espulgarla para adivinar qué ha querido decir por encima de lo que dice. La mayoría de reacciones son de escepticismo. La disposición es insuficiente. Yo también lo creo. Pero la salida es complicada. Para todos. Para ellos, más porque matar es lo único que saben hacer.

Alguna vez he pensado que el proceso de descomposición ética que se ha vivido en España en las últimas décadas tiene mucho que ver con la existencia de un grupo terrorista al que nos ha costado tanto, tanto llamar por su nombre; tanto, tanto decir basta.

Yo me acuso de hacer sido complaciente con la Eta inicial. Yo me acuso y confieso que, al conocer la muerte de Melitón Manzanas pensé que se había hecho alguna suerte de justicia. Así lo sentí y así lo dije en aquel momento y en mi entorno todos estuvimos de acuerdo.

A partir de ese momento, Eta se incrustó en nuestras vidas como un parásito sanguinario e insaciable y ahí sigue. Nos ha amargado la vida, ha corrompido la vida pública, a muchas familias les ha destruido el presente y el futuro y nos ha quitado la esperanza.

Eta ha sido una constante en mi vida, en la vida de varias generaciones de españoles. En diciembre de 1970 celebraba yo la que iba a ser mi última navidad de soltera. Un grupo de amigos decidimos festejar la Nochevieja en el piso que estaba ya dispuesto para ser ocupado por la nueva pareja. Cuando terminamos la fiesta, bien entrada la madrugada, salimos a llevar a nuestros amigos en el coche del entonces novio.

Enfilamos la Nacional 1 y en el desvío hacia Fuentelcésped nos esperaba un control de la guardia civil. El conductor bajó la ventanilla y yo, que ocupaba el asiento del acompañante, le imité en un gesto reflejo, sin perder de vista al agente que solicitaba la documentación al conductor y a todos los ocupantes. Al echar mano del bolso, que llevaba a mi derecha, noté algo frío en el cuello. Un segundo guardia había metido el arma por mi ventanilla y la apoyaba en mi nuca. No sé cómo acerté a encontrar la documentación.

Los controles policiales y de la guardia civil pretendían evitar cualquier movimiento incontrolado en torno al proceso de Burgos, que se había iniciado ese mismo mes y en el que se juzgaba a los supuestos autores del atentado contra el jefe de la Brigada Político Social de Guipúzcoa, entre los que se encontraba Javier Izco de la Iglesia, acusado de la autoría material del asesinato de Manzanas.

Cuando el 20 de diciembre de 1973 el coche de Carrero Blanco voló por encima de la residencia de los jesuitas de la calle Serrano de Madrid, mi madre viajaba desde Mallorca cargada de regalos para mis hijas. A mí me preocupó la seguridad de mi madre y no me cuestioné la licitud del magnicidio. Después de todo, Carrero era el depositario del legado político de Franco y yo era contraria a Franco. Me pareció que los autores del atentado habían colaborado a establecer una cierta justicia histórica.

No hay nación ni tierra ni país que valga el precio de una vida humana. Algunos nacionalistas aún son reticentes a afirmarlo así. Y a muchos comprometidos sinceramente con la izquierda nos ha llevado demasiado tiempo entenderlo.

Años más tarde, divorciada del propietario del coche al que dieron el alto cuando el proceso de Burgos y viviendo ya en Madrid, Eta colocó un artefacto explosivo al paso de un furgón militar. Afortunadamente, la carga no causó ninguna víctima pero mi vivienda quedó destrozada. Entonces aún no se contemplaban las indemnizaciones que luego se fijaron a favor de las víctimas así que fue como volver a empezar.

Todavía le doy gracias a la vida: mi hija pequeña se libró de una muerte cierta porque yo llamé por teléfono justo en el instante en que el coche bomba saltaba por los aires y con él todo lo que había en casa susceptible de ruptura. El teléfono estaba en la única pieza de la casa que no tenía ventana a la calle.

Son anécdotas irrelevantes en el balance de terror etarra. Lo mío carece de importancia cuando miles de familias destrozadas lloran aún a sus padres, a sus hijos, a sus hermanos asesinados y maldecirán la memoria de esta banda que nada tiene que envidiar ni en métodos ni en fines a la mafia.

Algún día, efectivamente, Eta desaparecerá. Pero tendrán que pasar muchos años y mucha agua por los ríos para que desaparezca el miedo, la cobardía, la corrupción y la degradación moral que ha ido sembrando en varias generaciones del País Vasco y en España. No se sale inmune de medio siglo de crímenes aceptados en silencio, justificados en aras de un ideal político.

Todos fuimos responsables. Cuando se justifica un asesinato uno se convierte en cómplice moral de los asesinos. Los cobijamos en nuestro seno, los justificamos, los jaleamos. Tardamos mucho tiempo en encontrar la palabra que los cuadraba: asesinos.