jueves, 28 de abril de 2016

Ayllón, más que historia y arte

Ayllón es una población segoviana a medio camino entre Madrid y Burgos. En el cruce de las carreteras de Aranda a Guadalajara y de Plasencia a Soria. Los viajeros llegan por la carretera CL-114, desde Maderuelo, en un itinerario primaveral acompañados en las alturas por cigüeñas, águilas ratoneras y buitres, entre otras aves. En otras ocasiones, se han desviado hasta el Parque Natural de las Hoces del Riaza, en Montejo de la Vega de la Serrezuela, donde hay una de las mayores colonias de buitre leonado de España, y buen número de alimoches, halcón peregrino, águila culebrera y otras especies de aves, que no en vano fue el escenario escogido por Félix Rodríguez de la Fuente para rodar muchos de sus reportajes sobre fauna ibérica.

Esta villa probablemente fue ya asentamiento celtíbero, antes que romano; por ella pasaron godos y visigodos y fue repoblada en el siglo X, aún bajo ocupación árabe. De esta época quedan los Paredones, lienzos de muralla en el cerro, y una torre albarrana conocida como la Martina, que domina la villa en lo alto del cerro. Fue cabecera de la Comunidad de Villa y Tierra de Ayllón, que englobaba pueblos ahora repartidos entre las provincias de Segovia, Soria y Guadalajara y escenario de momentos que resultaron trascendentes en la historia de España.


Reconquistada en 1085 por Alfonso VI, durante el reinado de Alfonso VIII, las milicias de Ayllón participaron en la batalla de las Navas de Tolosa, al mando de Diego López de Haro, portando el escudo de la villa; en 1411, aquí  se firma el tratado entre España y Portugal que reconocía a Juan I como rey de Portugal. En la época de la trashumancia, acogía la reunión de otoño del Concejo de la Mesta.

La aljama de Ayllón fue una de las más importantes de la provincia. Contra los judíos precisamente vino a predicar San Vicente Ferrer ante los regentes Catalina de Lancáster y Fernando de Antequera, quienes en 1411 promulgarían las llamadas Leyes de Ayllón, que limitaban la independencia jurídica y administrativa de las aljamas, prohibía a los judíos el desempeño de algunas actividades y establecía su segregación social.


El momento de esplendor de la villa coincidió con la presencia en ella, mediado el siglo XV, del Condestable de Castilla, don Álvaro de Luna, valido de Juan II, quien acabaría desterrándole y condenándole, siendo decapitado en Valladolid en 1453. Seis años después, Diego López Pacheco, marqués de Villena, casaría con Juana de Luna, nieta de don Álvaro, heredando sus propiedades. (Si quieres empaparte de la historia ayllonense, puedes consultar esta página web del ayuntamiento).

Historia y arte, es el slogan con el que se presenta Ayllón ante los visitantes y resulta un atinado resumen de lo que los viajeros encuentran, al que añadirían por su cuenta: y una atenta cortesía. El primer lugar donde prueban la certeza de todo ello es en la Oficina de Turismo, que ocupa la iglesia de San Miguel, en la misma plaza Mayor, donde nos proporcionan el plano guía de la villa y un folleto que ofrece respuestas a casi todas las preguntas que puedan hacer los viajeros y que puedes descargarte aquí. ¿Y para comer bien sin ir muy lejos?, añaden éstos. Tienen donde escoger, aquí al lado, incluso.


Aquí al lado es el Restaurante El Patio, un local nuevo con decoración minimalista y atención esmerada donde, efectivamente, los viajeros comen muy bien. Deben avisar, no obstante que en Ayllón tienen un concepto sui géneris de las cantidades y cuando se pide "un torrezno" le sirven un plato tal que así.

Bien comidos, los viajeros se disponen a seguir la ruta del folleto y se encaminan al puente románico sobre el río Aguisejo. Pasan y repasan el Arco, entrada principal para peatones y carruajes. A decir verdad, no se sabe dónde mirar porque en este punto confluyen tres de los lugares emblemáticos de la villa, a cual más hermoso. El puente ofrece una visión panorámica de la población, el Arco es un muestrario de los linajes principales de la villa y, lindando con él, se levanta el palacio de los Contreras, de finales del siglo XV.

Tiene este rincón un aire de otro siglo, algo de magia, de manera que parece natural que enfrente del palacio los viajeros se topen con El hada Leanan, una tienda de artesanía.

De vuelta a la Plaza Mayor contemplan la perspectiva de la iglesia de San Miguel, el Ayuntamiento, la espadaña de Santa María la Mayor que se alza sobre el caserío, y la silueta de la Martina, en lo alto del Cerro. Es difícil reunir tanta hermosura en tan poco espacio.

San Miguel merece una visita detenida. En su exterior, para contemplar los canecillos del ábside, sus ventanas y su portada, semioculta por la balconada del atrio. Desde esta balconada el cabildo contemplaba los festejos taurinos que antaño se celebraban en la plaza. El interior guarda el sepulcro de alabastro, procedente de la iglesia de San Juan, de "los muy nobles señores el tesorero Pedro Gutiérrez y María Álvarez de Vallejo, su mujer", según reza leyenda sobre la piedra.
El Ayuntamiento, construido en el siglo XVI, fue el primer palacio de los marqueses de Villena, quienes lo cedieron al concejo en 1620. En 1945 sufrió un incendio del que sólo se salvó la fachada, en cuyo frontal lucen los escudos de los Villena. La iglesia de Santa María la Mayor es de estilo neoclásico; destaca su espadaña, de 40 metros de altura. Enfrente de la iglesia de San Miguel se encuentra la Casa del Reloj, el edificio civil más antiguo de Ayllón. A lo largo de su historia ha ido pasando de mano en mano: del Cabildo a las familias Téllez y Girón, al Colegio de Lugo, a los condes de Puebla, a la Caja de Segovia y hoy, a Bankia.
En esta Plaza Mayor porticada ya no se organizan corridas de toros pero el último fin de semana del mes de julio se celebra una fiesta medieval que atrae a muchos visitantes. En el centro de la plaza, hay una fuente de cuatro caños inaugurada en 1892, para conmemorar el IV centenario del descubrimiento de América.
De la calle Real parten varias escalinatas que conducen al cerro, emplazamiento original de la población, destruido en 1295 como consecuencia de los enfrentamientos entre los reyes y la nobleza. En este lugar estuvo la iglesia de San Martín, de la que solo queda en pie el viejo campanario, una torre vigía conocida como la Martina. Los viajeros pasan varias veces bajo su arco por el solo placer de sentir su sombra y porque desde aquí se divisa el caserío de Ayllón y media comarca, hasta la sierra, ahora cubierta de nieve.
La calle del Castillo y la travesía de Mediavilla conducen a la iglesia románica de San Juan, del siglo XII, de la que queda el ábside. A finales del siglo pasado pasó a manos privadas que han dedicado una parte de la iglesia a museo. El aspecto exterior es un tanto chocante.

A las afueras del pueblo, en la carretera de Aranda, se encuentra la portada románica de San Nicolás, que sirve de puerta al cementerio. Siguiendo el camino se llega a las ruinas del convento de San Francisco, fundado en 1214 por San Francisco de Asís, de espectacular espadaña. Los restos son de propiedad privada.

Los viajeros pasean con gusto por el callejero de Ayllón, incluida también en la red de los pueblos más bonitos de España, que ofrece un aspecto cuidado y limpio, el de una población que aprecia su patrimonio y su cultura. Una muestra es el palacio del Obispo Vellosillo, del siglo XVI, mandado construir por este prelado, ayllonense ilustre. El Ayuntamiento adquirió el inmueble a sus anteriores propietarios, y en él se ubica ahora la biblioteca municipal y un Museo de Arte Contemporáneo que acoge obras de Barjola, Genovés o Lucio Muñoz. Eso, en una población que no llega a los 1.500 habitantes.

Este aprecio por el conocimiento de los ayllonenses explica que entre sus hijos ilustres se encuentre el doctor Antonio García Tapia, un científico de gran prestigio por sus investigaciones en anatomía y fisiología; el doctor Sotero Montejo Ramos, otro médico e intelectual ilustre; o Gregorio Sanz García, maestro y escritor, en cuya historia se basó Manuel Rivas a la hora de escribir "La lengua de las mariposas".

Los viajeros, finalmente, toman la N-110 que entroncará con la A-1 para llegar a Madrid. Abandonan Ayllón con pesar pero con un grato regusto. 

lunes, 25 de abril de 2016

Maderuelo, balcón sobre el Riaza

Maderuelo pertenece a la red de los pueblos más bonitos de España, avisados quedáis. Os lo encontráis en un recodo de la carretera CL-114 que parte de Fuentespina. Aparece al otro lado de un pequeño lago que en realidad es la cola del pantano de Linares, como un balcón sobre el río Riaza, ya en tierras segovianas. Los viajeros han visitado muchas veces la villa, fronteriza entre las provincias Burgos, Soria y Segovias pero en cada visita no dejan de sorprenderse ante la aparición del viejo caserío.


En el lugar defienden que por aquí pasaba la calzada romana de Tiermes a Roa, un resto del cual sería su puente romano, hoy bajo las aguas del pantano. Pero esta que tienes a la vista fue una de las ciudades fronterizas del Duero, repobladas tras la conquista de Fernán González en el siglo X. En el siglo XII tenía diez parroquias y era cabeza de la Comunidad de Villa y Tierra de Maderuelo. La gloria le duró poco, enseguida entró en decadencia y en el XIV una parte de su población partió a repoblar el sur de la península.


Aislada de las principales vías de comunicación, perdida su cabaña ganadera, Maderuelo sufrió una última y gran pérdida a mediados del siglo XX con la construcción del pantano de Linares, que anegó tierras y pastos y obligó a la población a emigrar.

Para entrar en Maderuelo hay que atravesar su puerta de la Villa, que conserva los cerrojos, la poterna y las gruesas maderas que en el siglo XV acorazaban el acceso oeste. Al interior de la muralla presenta un arco de medio punto biselado, del siglo XVI. Aunque haya perdido el foso y puente que conservó hasta comienzos del siglo XX, con solo atravesar el portón los viajeros se sienten transportados a otro tiempo, sin prisas ni ruidos. Ni gente. Hemos llegado en miércoles laborable y el pueblo parece desierto. Ni perros se oyen. Parece que los fines de semana, especialmente en verano, la villa se ve invadida por un aluvión de turistas, que ocupan las casas rurales y los alojamientos que se anuncian y llenan los bares y restaurantes, muchos de los cuales hoy permanecen cerrados. Los viajeros, pues, tienen el privilegio de deambular por el pueblo y disfrutarlo para ellos solos.

La puerta de la Villa se abre a la plaza de San Miguel, de la que bifurcan las dos calles principales del casco antiguo: la de Arriba y la de Abajo. Tomamos la primera después de contemplar la iglesia de San Miguel, que fue iglesia, palacio y torre defensiva. Conserva el ábside románico del siglo XIII y una espadaña del XV. Ha sido restaurada y se utiliza para actividades culturales.


La calle desemboca en un espacio abierto conocido como plaza del Baile y que se cree fue lugar de mercado. La olma que presidía el baile y la vida del vecindario murió por la grafiosis y ha sido sustituida por un ejemplar joven. Un poco más adelante se encuentra el nuevo ayuntamiento, que ocupa lo que fue antigua cárcel. Casi enfrente, un cartel indica que aquí está la oficina de turismo que, naturalmente, permanece cerrada. A cambio, el ayuntamiento ha creado esta página web en la que explica muy pormenorizada y originalmente su historia y su oferta turística y cultural.

De la iglesia de Santa María del Castillo destaca su airosa espadaña, del siglo XVIII, con cinco campanas, que se hacen oir por toda la comarca. Es un conglomerado de estilos, románico, gótico, renacentista, mudéjar y musulmán. Empezada a construir en el siglo XIII, sufrió un incendio en el XVI y fue reconstruida con restos de iglesias de otros templos arruinados. Algunos historiadores creen que pudo haber sido también sinagoga. En una de las reformas en la iglesia apareció la momia de una joven ricamente vestida, lo que permite suponer que perteneció a una familia noble y que se ha dejado al descubierto para sorpresa y/o sobresalto de los visitantes.

A la derecha de la plaza de Santa María se abre un arco que conduce a la muralla. A la izquierda queda un mirador conocido como Alcarcel, que ha sido osario parroquial. A la derecha, una explanada en la que se ha instalado una catapulta, llamada trabuquete o  almajeneque, arma defensiva medieval.

Siguiendo el trazado de la muralla se llega a la plaza del Castillo desde la que se ve el llamado Torreón, el último vestigio de lo que fue defensa del acceso norte. Se cree que el castillo fue derruido por Isabel la Católica para castigar a los partidarios de los marqueses de Villena y de Juana la Beltraneja. Para colmo de desventuras, varios rayos se han ensañado con los viejos muros causando graves daños a las viejas piedras.

Los viajeros retornan por la calle de Abajo, para pasar por la puerta del Barrio, que se abre al norte. Comprueban el esmero con que se han construido o rehabilitado muchas de las casas de Maderuelo, pero también contemplan la ruina de otras muchas casas.

En una de ellas se puede ver aún un haz de centeno de los usados para chamuscar al cerdo en la matanza. Son restos de una sociedad y de un modo de vida que ha desaparecido para siempre. Los viajeros se preguntan, sin llegar a ninguna conclusión, qué sería lo acertado, si derribar definitivamente estas ruinas y dejar libre el solar o mostrar los muñones del pasado.

De vuelta a la plaza de San Miguel se percatan de que la casona blasonada de los señores de Maderuelo, marqueses de Villena y Condes de San Esteban que linda con la puerta de la Villa, está en venta, como otras muchas de la Villa. Al otro lado de la cerca, permanece el taller de artesanía de cuero F. Abad, que elabora piezas que duran toda la vida. La viajera se ufana de haber tenido uno de esos bolsos, hace casi cuarenta años, y lamenta muy mucho haberlo perdido en una de sus mudanzas.

Siguiendo la carretera, los viajeros se encaminan a la ermita de la Virgen de Castroboda, patrona de Maderuelo, un edificio neoclásico del siglo XVIII, con dos torres, una gran construcción que contradice la decadencia de la villa en ese tiempo.

Los viajeros siguen su ruta bajando por el paseo de la Solana hasta el puente Nuevo, construido al tiempo que el embalse de Linares paralelo al viejo puente romano que en este lluvioso abril, con el pantano en su nivel alto, permanece durmiendo bajo el agua que lame la pradera de la ermita románica de la Veracruz, del siglo XII, monumento nacional desde 1924, famoso por sus frescos y objeto de historias y leyendas. El Estado había comprado los frescos en 1929 pero no fue hasta 1947 cuando fueron trasladados al Museo del Prado, donde se ha reproducido un espacio similar al original, para deleite de los amantes del arte. Ante las reclamaciones de los maderolenses la Junta de Castilla y León ha instalado en la ermita una réplica de los frescos originales.

Los amantes de la naturaleza y de los animales tienen cerca de aquí un punto de interés: las hoces del Riaza, en el término de Montejo de la Vega de la Serrezuela, donde el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente rodó muchas de sus imágenes sobre la vida de los buitres y los alimoches, habituales en la fauna de la comarca.

Los viajeros echan una última mirada a Maderuelo, siempre luchando contra la adversidad, y al pantano del Riaza, que guarda los recuerdos y los secretos de tantos hombres y mujeres que aquí vivieron, padecieron y fueron felices durante siglos. Las campanas de Santa María tañen también en su memoria.