lunes, 25 de abril de 2016

Maderuelo, balcón sobre el Riaza

Maderuelo pertenece a la red de los pueblos más bonitos de España, avisados quedáis. Os lo encontráis en un recodo de la carretera CL-114 que parte de Fuentespina. Aparece al otro lado de un pequeño lago que en realidad es la cola del pantano de Linares, como un balcón sobre el río Riaza, ya en tierras segovianas. Los viajeros han visitado muchas veces la villa, fronteriza entre las provincias Burgos, Soria y Segovias pero en cada visita no dejan de sorprenderse ante la aparición del viejo caserío.


En el lugar defienden que por aquí pasaba la calzada romana de Tiermes a Roa, un resto del cual sería su puente romano, hoy bajo las aguas del pantano. Pero esta que tienes a la vista fue una de las ciudades fronterizas del Duero, repobladas tras la conquista de Fernán González en el siglo X. En el siglo XII tenía diez parroquias y era cabeza de la Comunidad de Villa y Tierra de Maderuelo. La gloria le duró poco, enseguida entró en decadencia y en el XIV una parte de su población partió a repoblar el sur de la península.


Aislada de las principales vías de comunicación, perdida su cabaña ganadera, Maderuelo sufrió una última y gran pérdida a mediados del siglo XX con la construcción del pantano de Linares, que anegó tierras y pastos y obligó a la población a emigrar.

Para entrar en Maderuelo hay que atravesar su puerta de la Villa, que conserva los cerrojos, la poterna y las gruesas maderas que en el siglo XV acorazaban el acceso oeste. Al interior de la muralla presenta un arco de medio punto biselado, del siglo XVI. Aunque haya perdido el foso y puente que conservó hasta comienzos del siglo XX, con solo atravesar el portón los viajeros se sienten transportados a otro tiempo, sin prisas ni ruidos. Ni gente. Hemos llegado en miércoles laborable y el pueblo parece desierto. Ni perros se oyen. Parece que los fines de semana, especialmente en verano, la villa se ve invadida por un aluvión de turistas, que ocupan las casas rurales y los alojamientos que se anuncian y llenan los bares y restaurantes, muchos de los cuales hoy permanecen cerrados. Los viajeros, pues, tienen el privilegio de deambular por el pueblo y disfrutarlo para ellos solos.

La puerta de la Villa se abre a la plaza de San Miguel, de la que bifurcan las dos calles principales del casco antiguo: la de Arriba y la de Abajo. Tomamos la primera después de contemplar la iglesia de San Miguel, que fue iglesia, palacio y torre defensiva. Conserva el ábside románico del siglo XIII y una espadaña del XV. Ha sido restaurada y se utiliza para actividades culturales.


La calle desemboca en un espacio abierto conocido como plaza del Baile y que se cree fue lugar de mercado. La olma que presidía el baile y la vida del vecindario murió por la grafiosis y ha sido sustituida por un ejemplar joven. Un poco más adelante se encuentra el nuevo ayuntamiento, que ocupa lo que fue antigua cárcel. Casi enfrente, un cartel indica que aquí está la oficina de turismo que, naturalmente, permanece cerrada. A cambio, el ayuntamiento ha creado esta página web en la que explica muy pormenorizada y originalmente su historia y su oferta turística y cultural.

De la iglesia de Santa María del Castillo destaca su airosa espadaña, del siglo XVIII, con cinco campanas, que se hacen oir por toda la comarca. Es un conglomerado de estilos, románico, gótico, renacentista, mudéjar y musulmán. Empezada a construir en el siglo XIII, sufrió un incendio en el XVI y fue reconstruida con restos de iglesias de otros templos arruinados. Algunos historiadores creen que pudo haber sido también sinagoga. En una de las reformas en la iglesia apareció la momia de una joven ricamente vestida, lo que permite suponer que perteneció a una familia noble y que se ha dejado al descubierto para sorpresa y/o sobresalto de los visitantes.

A la derecha de la plaza de Santa María se abre un arco que conduce a la muralla. A la izquierda queda un mirador conocido como Alcarcel, que ha sido osario parroquial. A la derecha, una explanada en la que se ha instalado una catapulta, llamada trabuquete o  almajeneque, arma defensiva medieval.

Siguiendo el trazado de la muralla se llega a la plaza del Castillo desde la que se ve el llamado Torreón, el último vestigio de lo que fue defensa del acceso norte. Se cree que el castillo fue derruido por Isabel la Católica para castigar a los partidarios de los marqueses de Villena y de Juana la Beltraneja. Para colmo de desventuras, varios rayos se han ensañado con los viejos muros causando graves daños a las viejas piedras.

Los viajeros retornan por la calle de Abajo, para pasar por la puerta del Barrio, que se abre al norte. Comprueban el esmero con que se han construido o rehabilitado muchas de las casas de Maderuelo, pero también contemplan la ruina de otras muchas casas.

En una de ellas se puede ver aún un haz de centeno de los usados para chamuscar al cerdo en la matanza. Son restos de una sociedad y de un modo de vida que ha desaparecido para siempre. Los viajeros se preguntan, sin llegar a ninguna conclusión, qué sería lo acertado, si derribar definitivamente estas ruinas y dejar libre el solar o mostrar los muñones del pasado.

De vuelta a la plaza de San Miguel se percatan de que la casona blasonada de los señores de Maderuelo, marqueses de Villena y Condes de San Esteban que linda con la puerta de la Villa, está en venta, como otras muchas de la Villa. Al otro lado de la cerca, permanece el taller de artesanía de cuero F. Abad, que elabora piezas que duran toda la vida. La viajera se ufana de haber tenido uno de esos bolsos, hace casi cuarenta años, y lamenta muy mucho haberlo perdido en una de sus mudanzas.

Siguiendo la carretera, los viajeros se encaminan a la ermita de la Virgen de Castroboda, patrona de Maderuelo, un edificio neoclásico del siglo XVIII, con dos torres, una gran construcción que contradice la decadencia de la villa en ese tiempo.

Los viajeros siguen su ruta bajando por el paseo de la Solana hasta el puente Nuevo, construido al tiempo que el embalse de Linares paralelo al viejo puente romano que en este lluvioso abril, con el pantano en su nivel alto, permanece durmiendo bajo el agua que lame la pradera de la ermita románica de la Veracruz, del siglo XII, monumento nacional desde 1924, famoso por sus frescos y objeto de historias y leyendas. El Estado había comprado los frescos en 1929 pero no fue hasta 1947 cuando fueron trasladados al Museo del Prado, donde se ha reproducido un espacio similar al original, para deleite de los amantes del arte. Ante las reclamaciones de los maderolenses la Junta de Castilla y León ha instalado en la ermita una réplica de los frescos originales.

Los amantes de la naturaleza y de los animales tienen cerca de aquí un punto de interés: las hoces del Riaza, en el término de Montejo de la Vega de la Serrezuela, donde el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente rodó muchas de sus imágenes sobre la vida de los buitres y los alimoches, habituales en la fauna de la comarca.

Los viajeros echan una última mirada a Maderuelo, siempre luchando contra la adversidad, y al pantano del Riaza, que guarda los recuerdos y los secretos de tantos hombres y mujeres que aquí vivieron, padecieron y fueron felices durante siglos. Las campanas de Santa María tañen también en su memoria.  

1 comentario:

  1. Los pueblos rendidos, con algunos destellos de su brillante pasado aún a la vista me provocan mucha inquietud, no sé bien si deberíamos olvidarlos, arrancarles lo que les queda (como esa serpiente al infinito) y dejarlos caer, si por el contrario tienen sus tierras la capacidad de generar risas y bailes de nuevo o si acaso no nos corresponde a nosotros alterar una decisión que ya fue tomada.
    Un beso y gracias por el paseo, no hace falta ir lejos para descubrir otro mundo

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