"En España, en tiempos de oscuridad, siempre hubo hombres buenos que, orientados por la Razón, lucharon por traer a sus compatriotas las luces y el progreso. Y no faltaron quienes intentaban impedirlo". Con estas palabras presentaba el escritor Arturo Pérez Reverte su obra "Hombres buenos", en la que relata las dificultades y los esfuerzos de dos académicos por cumplir la encomienda de la Real Academia de la Lengua de traer la Enciclopedia a España.
Juan Gabriel Abad Zapatero, funcionario municipal, delineante, fue levantando planos del viejo Humilladero del siglo XV y llamando a recuperar lo que había sido una de las señas de identidad cultural de la villa. Pasaron once años hasta que el 21 de octubre de 1980 la Comisión Permanente del Ayuntamiento presidido por Ricardo García toma la decisión de reconstruirlo. Se encomienda el proyecto a los arquitectos Carlos Martín Serrano y María José Alvarez, con la asesoría artística del mismo Juan Abad.

El problema mayor era reconstruir el artesonado del templete o baldaquino que cubría el humilladero propiamente dicho. Un alfarje mudéjar al que nadie recordaba en buen estado y del que no quedaba resto alguno pues habían desaparecido las maderas depositadas en la plaza de toros. Se convoca concurso público y se adjudica al taller de Ángel Pérez.
Tras visitar muchos almacenes, los Pérez encuentran una partida de madera procedente de derribos de edificios antiguos del Estado de Florida. Unas vigas de siete metros de longitud, sin alabeo, con un alto índice de resina que las hace resistentes a la humedad y proporciona un brillo natural. Siete mil kilos de una madera, la de pino tea, que crecía en el Pirineo por lo que bien pudo haber partido de España entre los siglos XVII y XVIII como lastre de los barcos que comerciaban entre Europa y América y utilizados luego en la construcción.
Ángel Pérez es consciente de que está ante la obra de su vida y consigue trasladar esta convicción a sus hijos, Ángel, Jacinto y Alfredo y a su sobrino Antonino. El taller se acondiciona para esta tarea descomunal, se compra una tupí nueva y se recuperan herramientas ya en desuso. "Coger un antiguo hierro es recuperar la memoria del esfuerzo, de la dedicación, belleza y exclusividad del prototipo del tajo en el que se empleó ese perfil único. Toda una riqueza intransferible que cada taller de ebanistería posee... ¡no sirven a otro taller! Son algo personal, único, todos diferentes, a veces milímetros o décimas, cada uno tiene su función, su belleza, su encanto", recordará el hijo. Y añade: "Ángel guardaba las ballestas como el joyero guarda ese brillante maravilloso pendiente de tallar".
Las cuatro mejores vigas se reservan para el perímetro y Jacinto y Ángel empiezan a tallar las hojas en la cara inferior, Alfredo se encarga de los canecillos decorativos. Ángel padre se concentra en las flores de los entrepaños, de estilo renacimiento, una adaptación de los artesanos mudéjares. "Se trata en ese caso de un alto relieve importante. Tanto que exige mucho vaciado por debajo, dificultando la talla". Fue un tiempo a la vez frenético y sosegado, del que la periodista recuerda el olor especial e intenso del taller, a resina, a madera, y el ensimismamiento y la ilusión de Ángel Pérez, tan serio ante su trabajo.
"En el taller el trabajo continúa. Con la técnica del emboquillado, se van ensamblando todas las piezas que componen el trazado, a base de cortes y ajustes. Paso a paso, encolando cada pieza. Cumpliendo con el principio de lacería, cambiando cada cruce, por arriba, el siguiente por abajo, el siguiente por arriba se van conformando los cuatro cuartos iguales".
Finalmente, queda el cupulín, la estrella que cierra el techo, una estrella de doce puntas en la que se juntan 32 barras. Pero Ángel ha aprendido el oficio en Madrid, en unos talleres donde no existía la maquinaria que sí hay en el suyo así que afronta la tarea sin miedo. "La escuadría de las molduras exige ensambles inauditos, de una complejidad curiosa, nunca antes practicada en el taller, pero ejecutada con el máximo rigor, como mandan los cánones de la ebanistería, darán como resultado una estrella de gran belleza".
Y ahí tienes la abismal diferencia entre ver y mirar, entre saber lo que estás viendo o simplemente admirar una obra hermosa.
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