miércoles, 26 de agosto de 2015

Cabo de San Vicente, el horizonte del fin del mundo

Ni de cerca ni de lejos el Cabo de San Vicente es un accidente geográfico cualquiera. Si lo miras sobre el mapa, el entrante es la barbilla de ese rostro imaginario que forma la Península Ibérica en su vertiente atlántica. De cerca, asemeja una mole de piedra que parece a punto de echarse a navegar por la mar océana hacia el infinito. Los romanos lo llamaron Promontorium Sacrum y lo dedicaron al culto del dios Saturno. Estrabón lo vio como el punto más occidental del mundo habitado.
Al Cabo de San Vicente hay que ir provisto de ropa de abrigo porque en este punto se cruzan todos los vientos y no todos son cálidos. Bien abrigado, podrá buscar acomodo sobre estas rocas y ver el paso de los barcos que se dirigen al norte de Europa o echar volar la imaginación para evocar la cruenta batalla naval que aquí se desarrolló el 14 de febrero de 1797 entre las flotas española e inglesa que se saldó con una vergonzosa derrota hispana.
Los españoles se vieron abocados a la contienda por su alianza con Francia -Tratado de San Ildefonso- que le obligaba a enfrentarse a Inglaterra. España llegaba con 27 navíos de línea, once fragatas y un bergantín, un total de 2.638 cañones, incluidos los 136 del Santísima Trinidad, el mayor buque de guerra del mundo, al mando de José de Córdoba. Por el lado inglés, 15 navíos de línea, cuatro fragatas, dos balandros y un cúter, con un total de 1.430 cañones, al mando de John Jervis.
Pese a la inferioridad numérica, la disciplina, el entrenamiento y la táctica británicas se impusieron y humillaron a la flota hispana, que perdió 250 hombres y varios barcos. Los gaditanos recibieron con escarnio a los restos de la flota, que prácticamente no había llegado a entrar en batalla. José de Córdoba fue sometido a consejo de guerra y degradado. Alguno de los contendientes en esta confrontación -Cayetano Valdés y Horacio Nelson- volverían a encontrarse en 1805 en aguas próximas, en la fatídica batalla de Trafalgar, donde la flota española perdió el prestigio y Nelson, la vida.
Si lo que desea el viajero es contemplar una puesta de sol sin interferencias tendrá que acudir con tiempo porque en este punto se dan cita en verano cientos de personas para despedir al astro rey. Parece que también se dan cita las nubes porque en las dos jornadas que acudieron los viajeros el sol -radiante a pocos kilómetros- se empecinó en jugar al escondite y se negó a ofrecer el espectáculo que esperaban unas decenas de personas.
El desaire solar no merma un ápice la salvaje belleza del lugar que explica por sí sola la admiración y el temor reverencial que ha inspirado a lo largo de la historia. La explanada de piedra que se levanta sobre las aguas embravecidas del Atlántico se asemeja a la disposición del Cabo Norte en el Círculo Polar, excepto que aquí el espacio de la esfera armilar lo ocupa un faro colorista en el que los viajeros se refugian de los vientos.
Los amantes de la biología hallarán aquí raras plantas endémicas, algunas de ellas recuperadas después de haberse considerado extinguidas.
Otro magnífico mirador del Cabo es la fortaleza de Sagres, un pueblo muy apreciado por campistas y surfistas de toda Europa, que disfrutan de sus magníficas playas. 
Observado desde este punto, el Cabo de San Vicente parece realmente el horizonte del fin del mundo.

martes, 25 de agosto de 2015

La voluntad

Hace muchos, muchos años, cuando España no era un país oficialmente desarrollado, era frecuente que a la pregunta de ¿cuanto vale? o ¿qué le doy?, referida a algún objeto o producto, la persona interpelada respondiera: la voluntad.

Esa forma de tasación es impropia de un país con ínfulas como el que vivimos, donde con demasiada frecuencia confundimos valor y precio y, en todo caso, ya es poco frecuente que alguien pida la voluntad a cambio de algo que, generalmente, tiene su precio tasado. Sin embargo, la voluntad, lo voluntario, el voluntariado nos está salvando de mucha omisión oficial.

No voy a referirme a quienes están dedicando tiempo y energías gratuita y voluntariamente ayudando a quienes se arrojan a las aguas del Mediterráneo para salvar la vida amenazada por el hambre o por la guerra o por ambas, que están haciendo el trabajo que no hacen esos gobiernos que miran para otro lado como si se tratara de un incidente y no de una crisis humanitaria en la que los intereses europeos tienen bastante responsabilidad. No voy a hablar de ello porque aún estamos en verano y ya es bastante sofoco.

Para acceder a la iglesia de Santa María de Aranda hay que abonar un euro por visitante. La restauración de esa iglesia se ha hecho con fondos públicos -que pagamos todos- así que parece lícito preguntarse cuánto se ingresa por el acceso a la iglesia, quién lo administra, si se pagan impuestos por esos ingresos.

Si el viajero pretende seguir el itinerario artístico por San Juan y visitar su museo, sepa que San Juan -que también se ha restaurado con fondos públicos- está cerrado desde que se clausuró la exposición de las Edades del Hombre. ¿Por qué? Porque se quiere remodelar, me dicen por un lado, y porque no hay mucha voluntad de abrirlo, corroboran por otro. Teniendo en cuenta que los obispos de cada demarcación eclesiástica se están dedicando a registrar a nombre de la iglesia cuanta propiedad no registrada se encuentran a tiro, que los templos son restaurados con fondos del Estado o de las Comunidades Autónomas, que los bienes eclesiásticos no pagan el Impuesto de Bienes Inmuebles que pagamos el resto de ciudadanos, no parece ni razonable ni rentable que la iglesia de San Juan esté cerrada.

El monasterio de San José de Burgos -la última fundación de Santa Teresa- está normalmente cerrado como corresponde a un convento de clausura pero, en año de celebraciones teresianas, abre algunas horas. Un domingo de este verano lo encontramos abierto y una monja nos mostró sus tesoros, que son pocos y de índole espiritual, pues lo que había de valor se lo llevaron los soldados de Napoleón. No cobran entrada, así que para compensar el tiempo que nos había dedicado, compramos unas pastas, que tampoco hacen ellas, nos dijo.

Otra de nuestras excursiones agosteñas nos ha llevado al Monasterio de las Clarisas de Castil de Lences. Por mediación de un amigo, nos lo muestra la madre abadesa que, muy generosamente, nos dedica su tiempo como si no tuviera cosa mejor que hacer, nos explica la historia del cenobio y responde pacientemente las cuestiones que le formulamos. Al despedirnos sólo podemos darle las gracias porque aquí ni siquiera queda el recurso de comprar unas pastas; las clarisas de Castil de Lences se dedican al bordado, especialmente con hilo de oro.

En la bodega de Portia -en Gumiel de Izán- no hay duda: te cobran diez euros por enseñarte las interioridades del proyecto diseñado por Norman Foster, precio que incluye cata y degustación.

Llegados a Gumiel de Izán sería una estupidez irse sin visitar la iglesia que, entre otros tesoros, tienen un retablo de lo mejorcito de la provincia, así que allá que nos dirigimos. No se cobra entrada y dos jóvenes -chico y chica- nos guían por la iglesia y por su pequeño museo con una dedicación y conocimiento que no la mejora un profesional. Están pasando el verano en el pueblo y regalan su tiempo libre atendiendo a los visitantes. La propina que suelen dejar ni de lejos compensa su tiempo.

A Pampliega vamos porque Carlos de la Sierra -que además de erudito es amigo- da una conferencia sobre la depuración a los maestros de la República. Como llegamos pronto, aprovechamos para acercarnos a hacer unas fotos a la iglesia, de una monumentalidad un poco apabullante. Coincidimos con un hombre joven que entra en el templo y da un silbido largo y un poco impropio del lugar. Al momento, sale un joven de color, vestido informalmente, con pantalón corto y camiseta. El hombre le pide una herramienta, el chico se la da y el hombre le dice, atiende a estos señores que yo ya me voy.  ¿Queréis que os enseñe la iglesia?, pregunta el joven negro, que nos entrega un folleto del pueblo a cada uno. Con un solo folleto nos vale, que somos de la misma empresa, dice el colega. El joven nos explica todos los rincones de la iglesia ayudado con un puntero láser, especialmente útil en el magnífico retablo de Domingo de Amberes. Al llegar al relieve de la Adoración de los Magos, apunta al rey Baltasar y dice: Ahí estoy yo.


Como hemos visto en alguno de los conventos que la falta de vocaciones religiosas indígenas se suplen con vocaciones foráneas, me pregunto si el joven será el párroco pero no me atrevo a preguntárselo. Nos lo aclara él mismo: es informático pero, como no había nadie que pudiera enseñar la iglesia, se prestó voluntariamente. Y ahí está, echando horas y sonrisas.

No son casos aislados. Desde hace once años la Junta de Castilla y León tiene un programa de apertura de 559 monumentos, la mayoría de ellos con prestación por voluntariado. El programa incluye el Camino de Santiago Francés -que discurre por esta Comunidad en buena parte de su recorrido- que es el ejemplo más palmario de voluntariado. Cientos de personas, jóvenes y mayores, atienden a los peregrinos que por miles pasan cada año por la ruta jacobea. Voluntariado puro.

En la legislatura 2011-2015 el gobierno, necesitado de inflar un poco las cuentas nacionales, optó por incluir en el Producto Interior Bruto las rentas producidas por el comercio de droga y por la prostitución. Como, a lo que parece, ambas actividades son sumamente productivas económicamente, el PIB español dio un subidón estadístico. Me pregunto hasta donde subiría el PIB si se computara sólo a efectos económicos la prestación económica que realizan los voluntarios en la muy amplia gama de actividades que ofrecen.

Del trabajo doméstico y de acompañamiento que ofrecen las mujeres y su incidencia en el PIB mejor hablamos otro día. 

Praga: la princesa Libuse y la Plaza Wenceslao


Hay muchas razones para ir a Praga. Cada viajero tendrá la suya. Incluso podrá incorporar algún motivo nuevo después de haberla conocido. Antes de viajar, me parecía que vale la pena conocer una ciudad que ha sido fundada por una mujer legendaria, la princesa Libuse, y que ha defendido con denuedo su propia organización política, su particular manera de incardinarse en el mundo. Dos puntos de la ciudad representaban para mí esta singularidad: Visehrad y la Plaza de Wenceslao.

Visehrad es un promontorio que se eleva sobre la orilla derecha del Moldava, el lugar donde la princesa Libuse, fundadora de la dinastía Premysl, adivinó el futuro de Praga y donde estuvo la primera residencia real. La existencia Libuse se sitúa en el siglo VIII pero el primer castillo de Visehrad se construyó en el siglo X y fue destruido y reconstruido repetidamente. Del turbulento pasado quedan varios lienzos de muralla y otros restos arqueológicos y leyendas y relatos, a los que los praguenses son muy aficionados.
La princesa Libuse en la Ciudad Vieja
La princesa Libuse es protagonista de algunas de estas leyendas y de una ópera compuesta por Smetana para la inauguración del Teatro Nacional, en 1881. Su efigie puede observarse en alguna de las calles de la ciudad vieja y en el parque de Visehrad, escultura ante la que praguenses y visitantes gustan de fotografiarse.

 

Panorámicas de Praga desde Visehrad
Sobre el promontorio de Visehrad, que es por sí mismo una fortaleza, se extiende un hermoso parque, la iglesia de San Pedro y San Pablo y un cementerio en el que reposan los restos de algunos de los checos más ilustres. Conviene tomarse su tiempo para esta visita porque las vistas de Praga y del Moldava son espectaculares y porque no son pocos los atractivos de este lugar, uno de los pocos de la ciudad en la que los praguenses son mayoría sobre los visitantes.

Tumba de Smetana
La iglesia de San Pedro y San Pablo fue fundada en el siglo XI pero la edificación que puede ver el visitante actual, de estilo neogótico, data de los siglos XIX y XX.
Tumba de Dvorack
Anejo a la iglesia se encuentra el cementerio de Visehrad, creado en 1869. No es el único de Praga pero es aquí donde yacen los restos de Antonin DvorakBedril Smetana y Alfons Mucha, entre otros artistas ilustres. Durante nuestra visita coincidimos con varios grupos de colegiales acompañados de sus maestros que impartían lecciones sobre el terreno. Nos sorprendió la abundancia de flores que cubría la tumba de Milada Horakova, una feminista y jurista que combatió los totalitarismos y que fue condenada a muerte y ejecutada en una de las purgas comunistas de 1950. Otra sorpresa fue encontrarnos con una lápida dedicada a la memoria de Josif Broz, alias del Mariscal Tito, quien durante décadas fuera jefe de Estado de Yugoslavia. Se trata de una coincidencia puesto que Tito descansa en Belgrado.
Iglesia de San Martín
Se accede fácilmente a Visehrad desde el metro, salida al Centro de Congresos, y desde allí siguiendo un paseo bien señalizado. En este itinerario se encuentra la pequeña iglesia románica de San Martín. Del cementerio parte una senda que, pasando por la Puerta de Ladrillo, se dirige a la calle Vratislavova, a orillas del Moldava, donde puede tomarse el tranvía para volver al centro de la ciudad.

Si el corazón de la ciudad se encuentra en la Plaza de la Ciudad Vieja, el corazón de los praguenses, allí donde confluyen y se manifiestan sus sentimientos, está en la Plaza de Wenceslao, en la Ciudad Nueva, o Nove Mesto. El término de ciudad nueva es un concepto relativo, pues fue fundada por Carlos IV en 1348. Se extiende en torno a tres grandes plazas de mercado: la del heno (Senovazne), la de ganado (de Carlos IV) y la de caballos (de Wenceslao). La Ciudad Nueva original fue demolida en el siglo XIX para convertirla en la ciudad que ahora puede recorrerse.
 
Palacio Koruna
Otro término que hay que revisar en Praga es el de plaza. La de Wenceslao, y no es la mas grande de las plazas de la ciudad, es realmente una amplia avenida por la que en algunos tramos circulan coches y tranvías, pero que en su parte central está tomada por cafés, bares y, sobre todo, por paseantes, locales y foráneos. A uno y otro lado de la plaza se alzan magníficos edificios, casi todos con alguna historia interesante.
Situados desde la calle Na Prikope, el primer edificio del ala izquierda es conocido como el palacio Koruna, rematado por un torreón en forma de corona. Un poco más adelante –en el edificio de Assicurazioni Generali- trabajó Franz Kafka entre 1906 y 1907. El Hotel Europa, también en el ala izquierda, es un magnífico ejemplar de art nouveau. Frente a él se alza la casa Wiehl, de estilo neorrenacentista, y algunas figuras también art nouveau.

Atravesando el ala derecha por un pasadizo situado en la primera parte de su trazado se llega enseguida al llamado Jardín Franciscano, que fue huerto de un viejo convento y hoy es un pequeño parque donde parece se puede disfrutar de un rato de paz y sosiego. En una esquina del jardín se levanta una pequeña estatua de un niño bebiendo agua.
Museo Nacional de Praga
En memoria de Jan Palach
Cierra la cabecera de la plaza el edificio del Museo Nacional –en obras en el verano de 2012- construido en 1890 como un símbolo nacional. Ante su escalinata se levanta el monumento a san Wenceslao, patrón de Bohemia, y unos metros delante del grupo escultural una pequeña placa recuerda el nombre de Jan Palach y otras víctimas del comunismo.
Como ya se ha dicho, la plaza de Wenceslao es uno de los lugares favoritos de los praguenses, donde se reúnen para pasear y para manifestarse. En la memoria colectiva de varias generaciones de europeos quedó fijada la imagen de esta plaza cuando el 20 de agosto de 1968 fue invadida por las tropas del Pacto de Varsovia para dar por concluida la llamada Primavera de Praga, el intento de mostrar un socialismo humano y democrático que había iniciado el presidente de la República checoslovaca, Alexander Dubcek.
 

 Las imágenes en blanco y negro tomadas por Josef Koudelka de los tanques soviéticos transitando por la plaza, con la mole del Museo Nacional al fondo, se fijaron en la memoria de millones de jóvenes que acababan de vivir el mayo de París y aún creían posible un comunismo de rostro humano. Me encuentro entre aquellos jóvenes que vivieron como un asunto personal la frustración de los praguenses, de ahí que me sienta anegada por la emoción de recorrer una y otra vez este tramo tantas veces visitado con la imaginación. Para mí, esa emoción justificaría por sí sola el viaje a Praga y por eso vuelvo día tras día, como una praguense que recuperara este espacio de libertad.

Hay muchos otros lugares que visitar antes de abandonar la ciudad: museos,  iglesias, edificios, parques. Si se tiene oportunidad, es aconsejable acudir a alguna sesión de ópera que se representa en los teatros locales. Tampoco conviene perderse una representación del teatro negro, que toma el nombre de la ciudad. O acudir a cualquier concierto que se ofrecen las muchas iglesias de Praga. La acústica de la iglesia de San Nicolás de la Plaza de la Ciudad Vieja transporta al oyente a un mundo irreal.

Mercado de la calle Havelska

¿Qué comprar en Praga? En joyería son famosos los granates, engarzados en plata o en oro. Igualmente famosa es su artesanía en cristal de Bohemia o sus marionetas, que alcanzan una belleza extraordinaria. La ciudad entera ofrece multitud de tiendas donde adquirir cualquiera de estos artículos con total garantía. También en los mercados. En el camino entre la Plaza de la Ciudad Vieja y la de Wenceslao, en la calle Havelska, hay un mercado donde se venden muñecas y marionetas y recuerdos no caros pero también frutas y verduras.
Casa danzante junto al Moldava
 



Con todo, creo que la mejor opción en Praga es perderse por sus calles, pasear tanto tiempo como se pueda, descubrir sus magníficos edificios, sus inscripciones, su colorido, sentarse en alguno de sus cafés y bares a saborear sus riquísimas cervezas. Y, en la medida que sea posible, hablar con los praguenses. Ciudadanos de un país que ha sufrido mil embates, que en un siglo ha pasado de ser una ciudad del Imperio Austro-Húngaro, capital de la República de Checoslovaquia, de la República Federal Checa y Eslovaca a capital de la República Checa, tras la segregación de Eslovaquia en 1992.
El metrónomo de Praga

Son ellos, los praguenses, los que en 1962 volaron el enorme monumento levantado en honor de Stalin en una colina, al final de la calle Parizska, y en su lugar colocaron un metrónomo, que sigue funcionando. Cuentan los praguenses que se eligió un metrónomo porque en este lugar, con el Moldava a la vista y Praga a sus pies, Mozart exclamó: “Me gusta esta ciudad, tiene ritmo”.

Praga: Mala Strana, Isla de Kampa y Petrín



En Mala Strana parece haberse parado el tiempo. En este Barrio Pequeño –que ese es el significado de Mala Strana- que se recuesta en la colina del Castillo, en la orilla izquierda del Moldava, su tejido urbano es el mismo desde el siglo XVIII, con sus palacios barrocos y sus casas blasonadas.

Palacios y casonas dedicadas a servicios turísticos, la mayoría de ellas, o a representaciones diplomáticas. Muchas de las embajadas acreditadas en la República Checa radican en este barrio.

El eje de Mala Strana gira en torno a la plaza del mismo nombre, fundada en 1257, que se extiende a la sombra de la iglesia de San Nicolás, una construcción imponente. Inicialmente, este espacio fue ocupado por un mercado, pero a lo largo del tiempo aquí tuvieron su sitio una horca y una picota. Frente a San Nicolás se levanta el palacio Lichtenstein y la columna de la Santísima Trinidad, que recuerda el final de la peste de 1713. El perímetro de la plaza está orlado de restaurantes, bares y cafetines, cada uno con su propia historia y tradición. Resulta difícil encontrar lugar en cualquier de ellos, pues éste es punto de peregrinación de todo turista –incluso viajero- que se precie.

En Praga se da la curiosa coincidencia de que, situados en el puente de Carlos, si se mira hacia la ciudad vieja se atisba la cúpula de la iglesia de San Nicolás y si, volviéndose de espaldas a la ciudad vieja, se mira hacia Mala Strana se ve la cúpula… de otra iglesia de San Nicolás. Ésta es de mayores dimensiones, fue construida a partir de 1703 y renovada a lo largo del siglo XX. Destacan en su interior los frescos, el púlpito y las estatuas de los Padres de la Iglesia.

Otro de los lugares de peregrinación de Mala Strana es la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, en la calle Karmelitska, donde se guarda el Niño Jesús de Praga, tenido por muy milagroso e históricamente vinculado a una familia española.

A pocos metros de la bulliciosa Plaza de Mala Strana, hay lugares que parecen apartados del mundo. La Plaza Maltesa, que toma su nombre del Gran Priorato de los Caballeros de Malta que aquí estuvo, y la inmediata Plaza del Gran Priorato, invitan al paseo sosegado. En el centro de la primera se alza la estatua de San Juan Bautista, en la segunda se levanta el muro en honor de John Lennon, que en un tiempo tuvo valor reivindicativo.

Museo de Arte Moderno de Kampa

Desde aquí se puede acceder a la isla de Kampa, un parque separado de Mala Strana por el llamado arroyo del Diablo. La zona de esta isla artificial más próxima al puente de Carlos fue famosa por sus mercados de alfarería. Pasear por los jardines y parques de la isla de Kampa, recorrer su museo de Arte Moderno, sentarse en un bar de la orilla del río teniendo a la vista la fachada fluvial de la ciudad vieja es un placer que alivia el cansancio de tanto trajín.

 


La isla fue totalmente anegada durante las inundaciones del año 2002 y aunque se ha hecho un esfuerzo enorme por recuperar los daños ocasionados, en algunas instalaciones aún se aprecian sus efectos.
El parque de Petrín se encuentra al oeste de Mala Strana. Sus 318 metros de altura hacen de él un magnífico mirador desde el que se contempla toda la ciudad. Se puede acceder a la cumbre siguiendo sus senderos serpenteantes, protegidos por árboles y abundante follaje, o bien mediante un funicular que recorre el mismo trayecto en línea recta y en pocos minutos. Nosotros optamos por este medio y nos alegramos de la decisión.

Además de las vistas panorámicas de Praga, el parque de Petrín ofrece varios puntos de interés, algunos de ellos testigos de la Exposición Nacional de 1891. El mirador es una torre octogonal de 60 metros de altura que imita la de Eiffel. Una escalera de 299 escalones conduce al mirador propiamente dicho. El Laberinto de los Espejos es otro legado de la Exposición. Se trata de un lugar muy apreciado por los niños de Praga.

Observatorio de Stefanik
El Observatorio de Stefanik se encuentra en la cumbre de Petrín y desde 1930 está abierto al público. Está atendido por un equipo de jóvenes que muestran el anticuado artilugio con un entusiasmo contagioso.
Una parte del parque está atravesado por la muralla construida por orden de Carlos IV entre 1360 y 1362, de la que se conservan 1.200 metros. Se cree que toma el nombre del hecho de que el rey encargara su construcción para dar ocupación a los pobres durante una hambruna.

El parque es una sucesión de bosquecillos, jardines, sendero y miradores que descienden hacia la ciudad. Algunas plazoletas en las que desembocan los senderos del parque están adornadas con esculturas de los próceres checos, Jan Neruda, entre ellos.



 

La arteria que comunica la Plaza de Mala Strana con el Castillo, Nerudova, toma el nombre de este escritor, en homenaje al cual adoptó su identidad literaria el escritor Pablo Neruda, cuyo nombre real era Ricardo Neftalí Reyes Basoalto. Jan Neruda, figura destacada del realismo checo, merecería calle en cualquier lugar de Praga pero muy especialmente en este barrio si se tiene en cuenta que su obra más conocida fueron los “Cuentos de Mala Strana”. Ciertamente, hay un algo en el barrio que compagina bien con estos relatos, que hace verosímil cualquier sucedido.