Jaén es una provincia poco afortunada en materia publicitaria. Sólo así se explica que teniendo como tiene tantísimos encantos, sea menos conocida, y visitada, que sus vecinas Córdoba y Granada. La mismo puede decirse de la capital, una ciudad no suficientemente conocida.
Los viajeros aprovecharon la visita a Úbeda y Baeza, ciudades patrimonio de la Humanidad, para acercarse a Jaén, en cierta medida como un añadido. Craso error. Jaén merece una visita por ella misma y los viajeros se proponen volver. Pero hoy referiré el descubrimiento que supuso su castillo. En verdad, son tres los castillos que se levantan sobre el cerro de Santa Catalina aunque los ojos de los viajeros sólo sean capaces de identificar las ruinas consolidadas de la gran alcazaba que otrora fue. Ruinas muy modernas y sofisticadas como los viajeros tendrán ocasión de comprobar.
El tercero de los castillos, conocido como abrehuí, se levantó como prolongación del alcázar viejo, para proteger mejor la vertiente occidental, para lo que se construyó un muro con cinco torreones. En realidad era un anexo del primer alcázar, con alcaide común. De él permanecen el muro norte y los cinco pequeños bastiones.
Este cerro de Santa Catalina, al que han llegado los viajeros por una carretera en buen estado pero señalizada sólo para iniciados, tiene una altura de 820 metros. Incluso si no existiera el castillo, el lugar merecería una visita para contemplar las estribaciones de la Sierra de Jabalcuz, por el sur, y la planicie de Jaén allá abajo, con su forma de lagarto y su catedral, como joya primorosa.
Que el cerro de Santa Catalina era un lugar especial lo demuestra que en su subsuelo se han hallado restos correspondientes a la Edad de Bronce y restos ciclópeos de la época ibérica. Se estima que el mismo Aníbal construyó aquí una fortaleza para proteger a la colonia cartaginesa que había fundado en la ciudad, fortaleza que sería reforzada por los romanos tras su conquista.
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