lunes, 10 de agosto de 2015

Lagos, cuna de los descubrimientos

Los viajes ya no son lo que fueron, todo está descubierto. Cualquiera conoce de antemano lo que va a encontrar en su destino. Por alejado y raro que sea el lugar, siempre hay alguien que ha precedido al viajero, lo ha fotografiado y ha subido las imágenes a la red. Por ignoto que sea el paraje, siempre hay alguna reseña en Google que le advierte de lo que le espera. A la iniciativa de los viajeros sólo queda la elección del destino y el lugar del alojamiento. Y, a veces, surgen sorpresas.
Los viajeros habían elegido el Algarve para descansar unos días tendidos al sol como los lagartos. Pero el Algarve es una franja de 200 kilómetros de costa que va desde el Cabo de San Vicente, con sus farallones rocosos, a las playas de Vila Real de San Antonio, a la orilla del Guadiana, en la frontera misma de España. ¿Dónde elegir? Mejor en el centro, para estar equidistante de los lugares de interés, apunta el colega. Portimao, no, porque es muy guiri -o eso dicen los comentarios en internet-. Tampoco demasiado aislado, que tenga algo de vidilla. Y así, por aproximación y descarte, los viajeros eligen Lagos.
Ahora queda elegir el alojamiento: un hotel cerca de la playa y cerca del pueblo. Vuelta a internet. Descartando los que parecen muy aislados o aquellos otros con largas escalinatas a la playa, optamos por el Tivoli Lagos, que es céntrico y se presenta con unas fotos muy sugestivas de tumbonas sobre una playa que anuncia como privada. Los viajeros reservan con un mes de antelación y aún así tienen que acomodar las fechas para lograr habitación en junio.
Aquí estamos, pues, GPS mediante, a la puerta del hotel. Buen servicio en recepción, atienden en castellano, y a través de un itinerario algo laberíntico, enseguida nos conducen a nuestra habitación. De camino, descubrimos la piscina en la que los guiris se tuestan como modernos sanlorenzos. La viajera dice guiris con conocimiento y sin menosprecio, pues, como luego comprobarían, a su llegada eran los únicos españoles. El hotel tiene también un spa que los viajeros tampoco llegarían a utilizar por falta de tiempo así que no pueden decir si estaba igual de solicitado que la piscina exterior, más o menos. La terraza de la habitación da a un jardín frondoso, lo que los viajeros toman como una señal de buen augurio para su estancia.
Primera sorpresa, aquí no hay playa, vaya, vaya. El hotel tiene un espacio privado en la playa, adonde un autobús traslada a los clientes cada media hora y los devuelve al hotel con el mismo intervalo, comunican en recepción. Los viajeros aprovecharán el servicio a diario -pues toda la semana lució un sol radiante- y utilizaron el primer turno de ida -a las 10 a.m. hora local-, ocuparon las tumbonas en primera línea y volvieron con el tiempo de prepararse para descubrir la gastronomía local, que no es el menor de los encantos de la zona.
Se asegura que Lacóbriga -de donde procede el nombre de Lagos- es de origen celta y ya existía cuatro mil años antes. Su puerto fue frecuentado por fenicios, griegos y cartagineses. Los romanos levantaron una presa para suministrar agua a la población y los árabes -en el siglo X- una muralla para defenderla lo que no impidió que en 1249 fuera conquistada por los cristianos. Más o menos, como en el resto de ciudades del sur peninsular.
¿Qué le hace especial a Lagos? Entre otros encantos, que en este mismo puerto, situado enfrente de la costa africana, el infante don Henrique armó y de aquí partieron y llegaron en el siglo XV las naves que descubrirían las costas de África y llegarían hasta la India. Aquí nació y de aquí partió Gil de Eanes, escudero del infante y héroe local. En ese su siglo de oro, Lagos se convirtió en ciudad, capital del Algarve y en un puerto comercial de primer orden: marfil, oro y plata, principalmente.
Se levantaron nuevas iglesias, se aumentó y mejoró el caserío, se instalaron muchos comerciantes y banqueros nacionales y extranjeros. En el siglo XVI se levantaron nuevas murallas, que fueron ampliadas en el siglo siguiente; en 1573 se creó aquí la sede episcopal y se instaló la residencia de los gobernadores del Algarve.
El terremoto de 1755 destruyó gran parte de la ciudad y el maremoto que siguió acabó de asolarla. La ciudad no consiguió levantar cabeza hasta mediados del siglo XIX, con la instalación de industrias conserveras que transformaban el pescado obtenido por su flota artesanal. En verdad, Lagos ha vivido siempre del mar y así sigue hoy, ofreciendo a sus visitantes, a los que cuida con esmero, sus playas -alguna de ellas, como la D'Ana, entre las mejores de Europa- pero también buenos servicios y una lección de historia.
A pesar de los estragos del famoso terremoto de Lisboa, Lagos ha conservado un centro histórico -en torno a la Plaza Gil de Eanes, donde está la oficina de Turismo- con todo el encanto algarvío. Calles estrechas de casitas blancas, muchas de ellas con cantería en puertas y ventanas, viejos escudos nobiliarios y azulejos. En esa misma plaza nace la calle Afonso de Almeida, luego 25 de Abril, que es una sucesión continua de restaurantes, donde incluso los espíritus más desganados hallarán algo de su gusto. Los viajeros señalan como lugares muy aconsejables el restaurante Don Sebastiao y el Cantinho Algarvio y se permiten sugerir que, sea cual sea el menú elegido, lo terminen con un dom-rodrigo, un pastel típico de Lagos, una ginga o un madroño.
Si el viajero prefiere un paseo más sosegado, puede optar por la Avenida de los Descubrimientos, que bordea la Ribeira de Bensafrim, en la que se encuentra la Marina y el puerto deportivo. En el número 35 de esa avenida los viajeros descubrieron un restaurante muy apreciado por los lacobrigenses: Adega da Marina. Una enorme cantina donde se reúnen las familias lusas y algunos guiris advertidos en torno a una cocina a la vista del público. El restaurante ofrece una carta no muy amplia pero con productos de proximidad y de temporada a precios muy razonables y dos platos del día a precios imposibles (5 o 6 euros). Hay que tener cuidado a la hora de pedir porque las raciones son pantagruélicas. El colega dio cuenta de un cocido portugués con el que bien hubiéramos podido comer los dos y algún invitado. Al comienzo de la misma calle, justo al lado del Mercado de Pescado, está el Restaurante Gilberto, que debió de conocer tiempos más gloriosos pero que ofrece una cocina casera muy sabrosa en un ambiente también muy familiar.
En Lagos, como en todo el Algarve, la cocina típica es la que tiene el pescado como materia prima: sardinas, rape, jureles, congrio, atún, navajas, almejas, percebes, berberechos, calamares rellenos, calderas de pescado o la famosa cataplana. La cataplana -como la paella- es el nombre del plato y el del utensilio en el que se cocina, una especie de olla con tapa. Cada lugar tiene su propia receta de cataplana, en Lagos los viajeros degustaron una de almejas y langostinos -en Don Sebastiao- y otra de pescado -en el Cantinho Algarvío- sin que puedan decidir cuál de las dos era mejor. En cuanto a los dulces, además de los dom-rodrigos, la zona tiene una amplia oferta de pasteles con base en los higos, las almendras y la miel, de clara influencia árabe, por mucho que salgan de los conventos de monjas.
Si los viajeros pasean por esta avenida tendrán oportunidad, sin duda, de ver cómo se abre el puente, que comunica la ciudad vieja con el complejo de la Marina, para dar paso a alguno de los muchos veleros que atracan en el puerto deportivo. Cerca del puente, en la Ribeira, descubrirán la reproducción de la carabela Buena Esperanza en homenaje a las que hace cinco siglos surcaron estas mismas aguas hacia mares desconocidos.
El nombre de la avenida -de los Descubrimientos- no es casual. Aquí se reúnen los principales monumentos y las edificaciones surgidas al amparo de los años gloriosos de las expediciones marítimas. El primero de ellos el Castillo de los Gobernadores, originariamente alcázar árabe, reconstruido durante los siglos XVI y XVII. Dice la tradición que desde la ventana manuelina que se abre en su fachada oyó misa el rey don Sebastián antes de partir a la conquista de Marruecos. A la sombra del recinto, los paseantes se fotografían junto a la escultura de Gil Eanes. En la amplia plaza que se extiende entre el castillo y la avenida, hay un panel del escultor Joâo Cutileiro que evoca la batalla de Alcazaquibir, donde desapareció don Sebastián, y del infante don Henrique.
Este mismo escultor es el autor de la imagen de don Sebastian que se levanta en la Plaza de Gil de Eanes, uno de los lugares de paso obligado en Lagos. A salvo de criterios más autorizados, la viajera cree que la figura -entre playmobil y madelman gigante- no hace justicia al pobre rey.
Volviendo al escenario de los descubrimientos, a la espalda del infante don Henrique hay dos edificios con carácter. A la derecha, el que fuera mercado de los esclavos traídos de África, que muestra el escudo del Marqués de Nisa. Hacia la izquierda, el almacén del Regimiento, edificio del siglo XVII, con una llamativa decoración barroca y los escudos del Reino del Algarve.
Adosada al castillo se alza la iglesia de de Santa María, construida entre los siglos XV y XVI y reconstruida en los XVIII y XIX. El conjunto y la rumorosa fuente que se levanta en el centro, hacen de este lugar uno de los más hermosos de la ciudad descubridora.
Siguiendo la avenida, los viajeros llegan al fuerte Ponta o Pau de Bandeira o de Nossa Senhora da Penha de Francia, que de todas las denominaciones es conocido, en la desembocadura de la Ribeira de Bensafrim, puente defensivo del puerto primitivo.
Los viajeros pueden descansar de su paseo en las muchas terrazas que hallarán a su paso y, si lo desean, hacer compañía a don Henrique el Navegante, impulsor de los descubrimientos, o echar una mirada al mercado de esclavos, en la misma plaza, y dedicar, de paso, un recuerdo a los pobres africanos que -casi como ahora mismo- por este punto se adentraron en la civilizada Europa.

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