lunes, 10 de agosto de 2015

En Torrelobatón: el castillo de los Almirantes o de los Comuneros

En 1392, Alfonso Enríquez, que sería Almirante de Castilla, compra Torrelobatón y logra autorización del rey Juan II para levantar el castillo. Las obras debieron empezar en los primeros años del siglo XV pero Fadrique, el heredero de Enríquez, optó por apoyar a Aragón con lo que perdió a un tiempo el favor real y la propiedad de la villa. Torrelobatón y su castillo pasaron a poder de Alonso Pérez de Vivero hasta que en 1455, Enrique IV de Trastamara –hijo de Juan II- perdona a Enríquez que vuelve del exilio y construye un nuevo castillo sobre el proyecto anterior, dejando memoria de su estirpe en los escudos que campean en la torre del homenaje.
La construcción, en la que se emplea sillería y hormigón, responde en sus proporciones a lo que se conoce como Escuela de Valladolid, modelo que se repite en Fuensaldaña, Medina del Campo o Peñafiel. Es de forma cuadrangular, rematado en tres de sus esquinas con cubos circulares de 20 metros de altura, y en la cuarta por una torre del homenaje cuadrada de 40 metros de altura y 20 de lado, con muros de cinco metros de grosor, rematada por ocho torreones circulares con función de vigilancia y defensivos, con troneras desde las que se disparaban ballestas y arcabuces.
En la primera fábrica el castillo se remataba con un sistema de almenas que resultaron destruidas en el ataque de las tropas comuneras y no se repusieron en la restauración posterior –realizada en 1538, por el cantero Diego de la Ranza-, cuando sí se restaura la puerta de entrada –en arco de medio punto- que da paso al patio de armas.
La torre del homenaje consta de tres pisos cada uno de ellos con bóvedas de excelente factura. Puede recorrerse en su totalidad a condición de estar dispuesto a subir los 143 peldaños que unen el nivel del patio de armas con la atalaya. Vale la pena porque desde la explanada se alcanza a ver el Valle del Hornija, que hallamos en su esplendor cuasi primaveral en nuestra visita.
Lo que fue aljibe del castillo –de sillería y bóveda de cañón- actualmente es una bodega particular, está situado a unos 50 metros de distancia, frente a la iglesia de Santa María. Se cree que se conectaba con el castillo a través de un paso subterráneo.
Además del castillo Torrelobatón dispuso para su defensa de una muralla exterior de la que sólo queda una puerta, en la Plaza Mayor. De su antigua riqueza monumental aún le queda a la villa una iglesia, dedicada a Santa María, y algunas casas de piedra de buena traza. Acudimos en un día laborable y el pueblo ofrece la tranquilidad del mundo rural pero si los viajeros llegan el 23 de abril podrán recorrer su mercado medieval. Y si llegan el 1 de mayo verán alzar el mayo.
Es evidente que el castillo es la joya más preciada de la villa, el exponente de su pasado esplendor. Un pasado remoto y no tan remoto pues el patio de armas fue escenario del rodaje de la película El Cid, con Charlton Heston y Sofía Loren como protagonistas, simulando ser el solar familiar de Rodrigo Díaz, en verdad ubicado en el pueblo burgalés de Vivar. En unas dependencias anejas a la torre los visitantes pueden contemplar una exposición con abundante cartelería y fotos de la época, con la que se conmemora el medio siglo de aquel acontecimiento en la vida de Torrelobatón, en la que 350 vecinos participaron como extras en el rodaje.  
Presenta el castillo un aspecto tan limpio y reluciente que, a primera vista, piensas que ha sido reconstruido recientemente. Pues no. El castillo y la villa pertenecieron a los Enríquez hasta el siglo XVIII. Las desamortizaciones del siglo XIX lo dejaron sin protección hasta que en 1949 es declarado Patrimonio histórico y al año siguiente el Estado lo pone bajo la tutela del Ministerio de Agricultura como silo del Servicio Nacional de Productos Agrarios (SENPA), que lo utilizó como almacén de cereales. Finalmente, en 2003 la Junta de Castilla y León devolvió el castillo a su propietario natural, la villa de Torrelobatón.

Actualmente, la torre del homenaje aloja el Centro de Interpretación de la Guerra de las Comunidades. Lugar de los más adecuados para este menester pues el castillo fue escenario de una victoria comunera en febrero de 1521, después de ocho días de asedio a la villa que permanecía leal al rey Carlos, y de aquí partieron, el 23 de abril del mismo año, camino de Toro adonde no llegaron pues en Villalar fueron interceptados y derrotados por las tropas reales y, al día siguiente, ajusticiados sus capitanes: Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado.     
La exposición se apoya en abundante documentación y material multimedia que hacen la visita amena y pedagógica. Los viajeros, naturales de la región, aprovechan el itinerario para discutir acerca del significado del Movimiento Comunero y sobre si su victoria hubiera servido a la modernización del país o se trató de una ocasión fallida, sin llegar a un acuerdo. Cuando, finalmente, alcanzan la atalaya les invade un sentimiento de melancolía. Con el Valle del Hornija a los pies, en una tarde aún fría pero brillante, buscamos en el móvil El canto de esperanza, el poema de Luis López Álvarez que cantó el Nuevo Mester de Juglaría:
 
Desde entonces ya Castilla / no se ha vuelto a levantar, / en manos de rey bastardo / o de regente falaz / siempre añorando una Junta / o esperando un capitán. / Si las llamas comuneras / otra vez crepitarán / cuanto más vieja la yesca / más fácil se prenderá / cuanto más vieja la yesca / y más duro el pedernal. / Si los pinares ardieron / aún nos queda el encinar…

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