lunes, 17 de agosto de 2015

Tarazona: cristiana, judía y mora

Tarazona es una ciudad de 11.000 habitantes situada en el cruce de caminos que conducen a Rioja, a Navarra y a Castilla y León. De origen romano, por aquí han pasado visigodos, árabes, judíos y cristianos y todos han dejado en la ciudad huella de su paso. Su condición de frontera militar con Castilla y Navarra durante siglos se percibe en el entramado urbano de barrios altos, caserones, callejas y pasadizos, declarado Conjunto Histórico Artístico en 1965.
La ciudad se distingue en la distancia por sus torres, sus murallas y su aspecto de castillo roquero. Una vez dentro, compruebas que las cuestas se suavizan, invitando al paseo por un callejero que combina vías amplias y abiertas con callejuelas, arcos y recovecos, con el rumor del río Queiles, que atraviesa la población domesticado por canalización.
Una vez que pisas suelo turiasonense los pasos se encaminan hacia la mole catedralicia, un conjunto de estilo gótico levantado entre los siglos XIII y XVI con aportaciones mudéjares y barrocas. Sobre el monumento se han realizado obras de restauración y limpieza en los últimos años que le han dejado reluciente.
La catedral, bajo la advocación de Santa María de Huerta, es el principal de los monumentos religiosos que el visitante encuentra en su recorrido, pero no su primer atractivo. En su reciente restauración se han descubierto notables pinturas renacentistas.
Los visitantes se encaminan por la calle Visconti hacia la Plaza de España, donde, sobre la muralla, se levanta el Ayuntamiento, una construcción monumental del siglo XVI, proyectada como lonja y granero. En su fachada hay una profusión de escudos y figuras alegóricas gigantes y un friso que representa el desfile triunfal de Carlos V en su coronación en Bolonia.
Frente a la fachada municipal, una esquemática escultura recuerda al Cipotegato, una figura festera, cuyo traje arlequinado evoca a los antiguos bufones. Él es el encargado de abrir las fiestas patronales de San Atilano, el 27 de agosto. A mediodía de ese día, el Cipotegato sale del Ayuntamiento para seguir un itinerario secreto huyendo de la lluvia de tomates que le arrojan los vecinos.

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