jueves, 13 de agosto de 2015

Lagos, ciudad abierta

Lagos es una ciudad con una larga e intensa historia, que ha sembrado de señales su territorio, pero es también un lugar muy apacible para descansar y un sitio con muchas ofertas para divertirse. En verdad, cuando la viajera habla de Lagos se refiere al casco antiguo y sus playas pero la ciudad se extiende hacia el norte en unos barrios modernos, con avenidas bien trazadas que invitan a quedarse. Quede dicho por si alguien siente la tentación.
Mientras se lo piensan, los viajeros se patean el casco antiguo. La parte más antigua de las murallas corresponde a la más próxima al mar, de construcción cartaginesa o romana. La estatua de Gil de Eanes se alza junto a las dos torres atalayas que franquean la puerta de San Gonzalo, un santo local que, como el descubridor, también goza de la devoción de los lacobrigenses. 
Callejear por la ciudad vieja es perderse en el tiempo. Casas blancas, rosas, azules, chimeneas, edificaciones modernistas, jardines con esculturas vanguardistas, muros pintados, paisanos que echan la siesta plácidamente, ajenos a viajeros, turistas y al ruidos callejero, más puertas en las murallas, la iglesia barroca de San Antonio, con sus torres desiguales.
San Antonio es el patrono de la ciudad. Una verdadera autoridad. La iglesia resultó muy malparada en el famoso terremoto de 1755 y fue reconstruida en 1769 por iniciativa del Regimiento de Infantería de Lagos que, ya puesto, puso en nómina al santo, y le abonaron religiosamente -nunca más propiamente dicho- la soldada; desde 1780, la correspondiente al grado de teniente general. Para despejar dudas, en el interior de la iglesia, una imagen del santo viste el fajín militar. A mayor abundamiento, la iglesia se levanta en la calle del General Alberto Silveira.
Casi enfrente de la iglesia se encuentra un pequeño restaurante -Meu limâo- donde sirven unas espectaculares ensaladas con productos bio. En una mesa próxima a la que ocupan los viajeros cenan un animado grupo de chicas. ¿A quien te suena esa rubia?, pregunto al colega. A nadie. Piensa bien, insisto. Nada. ¿No se parece a Mette Mari, la de Hakon de Noruega?, trato de refrescarlo la memoria. Es que en ese nivel me relaciono poco, pero sí se da un aire, admite. En fin, teniendo en cuenta que el Hola no ha dicho que Mette Mari haya viajado al Algarve, la viajera sospecha que la princesa heredera noruega tiene un sosías y esa noche cenaba en Lagos.
La estancia de los viajeros en el Algarve coincidió con la noche de San Juan, mágica donde las haya. Así que nos echamos a la calle en busca de celebraciones peculiares sin que encontráramos otra cosa que turistas cenando y disfrutando apaciblemente del buen tiempo y otros bailando en los locales de la parte alta. Ya nos disponíamos a volver al hotel cuando, junto a la puerta de la muralla, nos topamos con la fiesta.

Grupos de danzas de la comarca celebran la llegada del verano y la elaboración del licor de madroño. La gente baila, canta y aplaude y los viajeros se unen al jolgorio. Hace rato que ha entrado el 24 de junio cuando llegan al hotel, con la luna como testigo.

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