miércoles, 23 de septiembre de 2015

Morén Brito y la fosa del monte Costaján

Entre los obituarios de El País se lee hoy el de Marcelo Morén Brito, un nombre poco conocido para los españoles pero de resonancias trágicas para muchos miles de chilenos. Morén Brito fue un militar que traicionó el juramento de lealtad a la República de Chile y el 11 de septiembre de 1973 se unió a los rebeldes que tomaron el palacio de la Moneda, sede de la presidencia del gobierno, de donde el presidente Salvador Allende salió cadáver. Morén fue uno de los que arrasaron la Universidad Técnica del Estado, donde se habían refugiado profesores y estudiantes de izquierda -Víctor Jara, entre ellos- para resistir al levantamiento militar. Dos meses después, ya formaba parte de la cúpula de la DINA, la policía represiva. A finales de año, dirigía Villa Grimaldi, uno de los mayores centros de tortura y desaparición de detenidos.
A Villa Grimaldi fueron conducidas Ángela Jeria, viuda del general Bachelet, torturado y asesinado por los militares golpistas, y su hija Michelle, entonces una joven de 23 años. Ambas fueron torturadas pero lograron salir vivas.
Recuperada la democracia en Chile, un día Michelle Bachelet reconoció entre sus vecinos a su antiguo torturador. Ella y sus familiares siguieron cruzándose con Morén Brito en el ascensor hasta que fue detenido y condenado a penas de más de 300 años por violación de los derechos humanos.
La vida ofrece a veces ironías sobrecogedoras: el militar desleal ha ido a morir el 11 de septiembre, 42 años después de su traición, mientras Michelle Bachelet preside el gobierno chileno, elegida por sus compatriotas.
No es la única coincidencia fatal para los torturadores. Mi abuela contaba con muchos pormenores la historia de un falangista que durante la guerra civil destacó por la ferocidad de sus crímenes. Era uno de los que decidían las sacas, esa selección macabra entre los vecinos, sin más justificación que la voluntad de quienes se habían levantado contra el gobierno de la República, uno de los que disparaban contra hombres y mujeres indefensos y los arrojaban a una fosa común en el monte de Costaján, en las afueras de Aranda de Duero.
Finalizada la guerra, el falangista sufrió un ataque de apendicitis, acudió al hospital y los médicos decidieron trasladarlo a Burgos para ser intervenido. Pero cuando la ambulancia llegaba a Costaján, el médico dijo al conductor, date la vuelta porque ya no es necesario seguir; se murió junto a los que había matado, relataba mi abuela, que añadía una frase enigmática: porque Dios no se queda con lo de nadie.
En aquellos años, Dios debía andar algo distraído llevando las cuentas de cada cual porque, al contrario que en Chile o Argentina, en España nadie pidió cuentas a asesinos y torturadores. Sus víctimas y las familias de sus víctimas, se los encontraron a diario en el ascensor y en la calle sin poder reclamar no ya justicia, sino el cuerpo de sus deudos. Pinochet, en Chile, murió procesado y Videla, en Argentina, murió en la cárcel. Aquí, ni siquiera hemos conseguido enterrar con dignidad a nuestros desaparecidos.

1 comentario:

  1. ¿Que se puede esperar, cuando un expresidente de España y dice que socialista, manifiesta que Pinochet, cumplía los derechos humanos mejor que el actual presidente de Venezuela?, me siento abochornado y dice mucho de todos aquellos que hoy le siguen.

    Saludos

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