miércoles, 2 de septiembre de 2015

El Museo Cerralbo, un lugar para descubrir



Retrato del marqués de Cerralbo
El museo Cerralbo es uno de esos lugares secretos que esconden las ciudades viejas como Madrid. Secreto, no porque sea ignorado sino porque guarda mucho más de lo que muestra e incluso lo que muestra requiere de una atenta mirada para ser plenamente descubierto.
Fachada a la calle Ferraz
Vayamos por partes, el Cerralbo se encuentra al final de la calle Ventura Rodríguez, con vuelta a Ferraz, frente al parque del Templo de Debod, y al antiguo emplazamiento del Cuartel de la Montaña. Es un palacete levantado a finales del siglo XIX siguiendo las directrices de Enrique de Aguilera y Gamboa, un aristócrata culto, arqueólogo y amante del arte, XVII marqués de Cerralbo y Grande de España. El marqués dotó al edificio de los últimos avances técnicos: luz eléctrica, teléfono y agua corriente. La obra estaba destinada a vivienda familiar y a sede del museo que don Enrique tenía en mente, el lugar donde pudieran mostrarse sus distintas colecciones.
Don Enrique era un tipo singular. Educado en un ambiente conservador, había estudiado Filosofía y Derecho, fue miembro destacado del Partido Carlista, que se empeñó en modernizar, y senador del Reino. En 1899, tras la pérdida de las colonias, dimite de sus cargos políticos y se dedica a su verdadera afición: viajar y coleccionar obras de arte, también a otras aficiones menores: la jardinería, la agricultura, los concursos de carruajes y el fomento de la cría caballar.
Este hombre culto y polifacético se había casado a los 26 años con Inocencia Serrano y Cerver, que le doblaba la edad y aportaba al matrimonio dos hijos, Amelia y Antonio del Valle Serrano, éste, amigo y compañero de estudios del marqués. El nuevo grupo familiar disponía de patrimonio suficiente como para edificar el palacio y dedicarse a viajar por Europa para llenarlo de obras artísticas. Y eso es lo que hicieron.
El museo actuales el resultado de aquel trajín familiar y del refinado y variado gusto de sus miembros. En sus dependencias se pueden admirar armas, exvotos romanos o egipcios, libros, monedas, esculturas o pintura. De todo hay en el palacio. A la muerte de don Enrique, en 1922, lega sus hallazgos arqueológicos y paleontológicos al Museo Arqueológico Nacional y al de Ciencias Naturales, e instituye el futuro museo al donar a la nación el palacio y las obras y mobiliario que en él se guardan, con el mandato de que estén “siempre reunidas y sirvan para el estudio de los aficionados a la ciencia y al arte”. Un precursor, como se ve. El Estado aceptó el legado y encomendó el inventario y la dirección del museo a Juan Cabré.

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