martes, 28 de enero de 2014

Noche republicana en el palacio real de Bussaco



El parque de Bussaco es un bosque situado en el centro de Portugal, en el término de Luso. Se cree que ya en el siglo II fue refugio de cristianos pero es en el siglo XVII cuando los carmelitas fundan aquí un monasterio y cierran la zona con una tapia que sólo se abre al exterior por tres puertas que aún subsisten: la de Rainha, Sula y Coimbra.  Los monjes se dedicaron al cuidado del bosque plantando especies autóctonas y exóticas. La mancha boscosa tiene una extensión de 400 hectáreas, con una longitud máxima de casi un kilómetro entre las puertas de Sula y Coimbra y sigue protegida por una tapia de 5.750 metros de largo y tres metros de altura.
En 1628 los carmelitas levantan el convento de la Santa Cruz en el corazón del bosque, del que hoy sólo permanecen en pie la iglesia y el claustro. En 1643 el Papa concedió una bula en la que se decretaba la excomunión a quien talara un árbol del monasterio.
Bien protegidos por el tapial y defendidos por la bula papal, los monjes se aplicaron al cuidado del bosque y a la construcción de once eremitorios de los que sólo quedan nueve, algunos arruinados. Levantaron también varias capillas y seis fuentes: de San Elías, Santa Teresa, San Silvestre, Fría, del Carregal y de la Samaritana.
Este lugar de paz fue testigo de una de las batallas de la guerra de la Independencia. En 1810 las tropas de Napoleón, al mando del mariscal Massena, se enfrentaron al ejército anglo-portugués, mandado por el duque de Wellington, sufrieron una derrota sin paliativos. Un monolito y un museo militar recuerdan la victoria lusa.  
La batalla de Bussaco resultó ser un aviso de que se terminaba una etapa. En 1834 Portugal prohíbe las órdenes religiosas y los carmelitas abandonan el monasterio. El Estado se hace cargo del bosque y planta nuevas especies. A finales de siglo, los monarcas portugueses deciden derribar parte del monasterio y, adosado al mismo, levantar en este lugar idílico un pabellón de caza. Se trataba de construir un palacio, suma y compendio de estilos y de la monumentalidad portuguesa. Así que el cuerpo central se remata con una torre que se da un aire a la de Belém y en el monumento se repiten los motivos del monasterio de los Jerónimos y los arabescos del convento de Tomar. El interior se cuidó tanto como el exterior, con una gran riqueza de azulejos, esculturas y frescos que evocan los descubrimientos y conquistas lusas. El mobiliario reúne valiosas piezas portuguesas y chinas y una excelente colección de tapices. Un conjunto exuberante y abigarrado pero que rezuma belleza y un lujo algo decadente aunque muy confortable. 
Pero en un mundo cambiante, la familia real sólo pudo disfrutar del palacio en una única ocasión porque en 1910 Portugal se convirtió en república. El último rey, Manuel II, conocido como el Patriota, marchó al exilio y con él, su familia.  En 1917 el palacio se transformó en un hotel de lujo, frecuentado por la nobleza y la burguesía de la época. En 1996 fue catalogado como Edificio de Interés Público.
El hotel se llama Palace Bussaco. Su publicidad le presenta como un palacio de cuento de hadas en el bosque encantado… Un gran viaje por el tiempo y por la historia es lo que ofrece el palacio de los últimos Reyes Portugueses (...) Un refugio de paz, historia y verdor. Con semejante descripción es fácil caer en la tentación, incluso quienes carecemos de fervores monárquicos.
En la tentación caímos el colega y yo en los primeros días de enero. Buena carretera de acceso que se va internando en una mata boscosa hasta que llegamos a un puesto de control vallado. El vigilante pregunta dónde vamos y sólo cuando comprueba que, efectivamente, tenemos reserva en el hotel nos abre el paso. Todavía queda un trecho hasta que el palacio aparece ante tus ojos, rodeado de un jardín bien cuidado, protegido por árboles centenarios. ¡Qué lugar tan hermoso! Pero aún no has visto nada. El interior se corresponde cabalmente con la descripción. El personal es de una cortesía exquisita. Nos dan habitación con acceso a una inmensa terraza. Dejamos el equipaje y salimos corriendo a recorrer el entorno.
El jardín tiene un pequeño lago con un único cisne, sospecho que domesticado porque nos sigue y nos hace cucamonas. Recorrido el jardín y las inmediaciones del palacio, nos adentramos por el bosque. Se diría que está tal como lo dejaron los reyes al partir del exilio, pero se diría mal porque cuando volvemos al asfalto nos cruzamos con una camioneta que va recogiendo las ramas caídas. Sin embargo, algunos edificios repartidos por el parque están en franco abandono.
El bosque está cruzado de caminos bien señalados, con rincones para el descanso, mesas, fuentes… En lo alto del monte hay un mirador desde el que nos han asegurado que en los días claros se divisa el mar. Como la tarde amenaza lluvia, seguimos el paseo por las rutas trazadas, disfrutando de la belleza del lugar, de la variedad de árboles, del olor de la naturaleza hasta que cae el sol.
Volvemos al hotel y nos refugiamos en el salón, cálido y agradable, hasta la hora de la cena. El comedor ocupa el antiguo salón de banquetes reales; su artesonado mudéjar luce esplendoroso a la luz de las lámparas de cristal. Lástima que el tiempo no acompañe porque la sala se comunica con un cenador abierto en rotonda que mira al jardín. El restaurante no desmerece del resto del servicio y mi bacalao al horno está regio. El colega tampoco se queja. Tomamos un vino embotellado especial para la casa que está a la altura. 
Paseamos por una de las galerías cubiertas. La fragancia del bosque nos traslada fuera del tiempo y del espacio hasta que el canto de un búho nos devuelve a la realidad. La luna no quiere perderse la escena y pugna por escaparse de las nubes que la ocultan. ¡Qué momento, colega! Pues estábamos en el comienzo de la función.
La habitación no es muy grande. En conjunto, no le vendría mal una mano de pintura. La televisión es de tubo catódico. Las cortinas debieron lucir más ligeras hace años. La calefacción está a tope. ¿Tú no tienes calor?, pregunto al colega. Un poco, sí, responde. O sea, debemos estar a punto de ebullición. Pero nos dormimos enseguida. Hasta que me despierto sudorosa. Has cenado demasiado, me reconvengo a mí misma. Llueve y se oye el chapoteo de las gotas en la terraza. Como estoy espabilada, me da por pensar en el palacio, en los huéspedes ilustres que nos han precedido.
Fuera, arrecia la lluvia y creo ver como una sombra que cruza delante de nuestra ventana. A ver si hay un alma en pena que vaga por el palacio, un príncipe o algo así, me digo. Qué tonterías piensas cuando cenas de más, me corrijo. Pero, por si acaso, me voy arrimando al colega, que duerme tranquilamente. Al rato, tengo la impresión que vuelve a pasar otra sombra. O la misma, no sé. Además, creo oir un ruido cerca. Joer, qué noche, pienso.
A fuerza de arrimarme, he llevado al colega al borde mismo de la cama cuando caigo en la cuenta de que no son sombras las que pasan sino el efecto de los relámpagos a través de las cortinas que no hemos cerrado bien. Pero sigo oyendo un bisbiseo, como el de alguien que se moviera en el cuarto de baño. No hay nadie en el baño porque la ventana da a un foso así que ya puedes irte durmiendo si quieres tenerte de pie mañana, me reconvengo muy seriamente. Y en esas estoy cuando se oye un estropicio en el baño que hasta el colega se levanta como con resorte. Salimos ambos despavoridos a ver qué ha pasado y descubrimos que se ha abierto la ventana y, con el temporal de agua, viento y aparato eléctrico que está cayendo sobre Bussaco, se han caído las cosas de aseo que habíamos dejado sobre una mesita y se ha mojado lo que estaba cerca. El colega cierra la ventana, que es un ventanal tamaño monarquía absolutista. Está a punto de amanecer un nuevo día cuando logramos dormirnos de nuevo.  
El desayuno está igualmente a la altura del escenario. El servicio, un dechado de profesionalidad. Todo resulta confortable, amable, acogedor. Lo que se entiende por un palacio.  Llueve cuando abandonamos el hotel. ¿Qué te ha parecido?, me pregunta el colega. El sitio, precioso y todo lo demás, estupendo, respondo, pero creo que los palacios me gustan sólo de visita.
Porque, en confianza, cuando me acuerdo de esa noche de rayos y centellas y ventanas que se abren solas creo que voy a dar por concluido mi capítulo palaciego-realengo. Sospecho que el palacio identificó nuestro gen republicano. Sabido es que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. 

3 comentarios:

  1. Había oído hablar muy bien del sitio; pero esto lo supera a todo.

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  2. Que preciosidad de lugar, pero que noche mas tormentosa jajajaja... toma nota, también para ir de visita :)

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