miércoles, 1 de enero de 2014

Ojo con Freud



La guerra de Irak se originó oficialmente por causa de las armas de destrucción masiva que supuestamente guardaba Irak, un argumento que tanto los atacantes como los atacados y los observadores sabían que era falso. En realidad, el entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, que lideró el ataque, había adelantado que la invasión se llevaría a cabo porque Sadam Husein había hecho daño a su papá, el también presidente George H.W. Bush.
Grace Kelly era una actriz bien considerada en la industria cinematográfica de Hollywood, una mujer inteligente, rica y hermosa que, de pronto, deja todo para casarse con un hombre algo patizambo y medio arruinado, príncipe de opereta de un país de mentirijilla. ¿Por qué? Según parece, para demostrar a su padre que podía ser más importante y famosa que su hermana, la favorita del padre.   
Esto de la fijación con el padre no es nuevo, los psicólogos y psiquiatras le han dedicado años de estudio, con resultado desigual. Hay que tener mucho cuidado con los complejos porque conducen a situaciones peligrosas. Para uno mismo y para los demás. Hay que aprender a desenredar los traumas para no trasladar a los demás conflictos personales no resueltos. Máxime si se tienen responsabilidades públicas.
Pienso estos días en un niño nacido en el franquismo, en una familia desahogada, padre abogado, bien avenido con el sistema, sin que ello le impida coquetear con otras opciones homologables democráticamente. Una familia católica a más no poder, lo cual no es óbice para que el padre tenga una conducta personal disoluta. Porque es sabido que se puede ser fervoroso creyente y jugador, mujeriego o bebedor. Se puede ser todo eso y dar lecciones de moralidad. Se puede tener una vida personal poco ejemplar y elaborar leyes imbuidas de moral religiosa, especialmente si esa moralidad tiene que ver con el sexo y atañe a las mujeres. Para la iglesia católica las mujeres son seres sujetos a tutelaje, no como los hombres, seres más perfectos, que pueden decidir por sí mismos. 
Se puede ser libertino si has nacido macho y perteneces a la clase dominante. Siempre habrá alguien dispuesto a tapar los devaneos del prohombre. Un hijo, por ejemplo. Un hijo que crecerá al amparo del franquismo primero y en las entretelas del poder democrático después, modoso en apariencia, que sacará al padre de las timbas más de una noche, que irá a recogerlo cuando no esté en condiciones de volver a casa por su propio pie, que tapará otros desatinos.
Un chico que se hará hombre a la sombra y en la admiración al padre y que observará en su vida personal la misma moral lasa y distraída, mientras se convierte en adalid de las posturas eclesiásticas más intransigentes. Un hombre empeñado en terminar la tarea paterna, esto es, trasladar a las leyes los dogmas de una religión, incluso aunque caigan sobre quienes no profesan esa creencia.
El feminismo lleva décadas denunciando que la familia paternalista, esa que todos los credos religiosos se empeñan en poner como modelo, es una escuela de desigualdad y de machismo. A lo que parece, es también un buen caldo de cultivo de traumas y complejos.
Como me relaciono con amigas argentinas tengo cierta inclinación a buscar la vertiente psicológica de los asuntos de difícil explicación. Es el caso del proyecto de ley de maternidad forzosa que el gobierno se dispone a llevar a trámite parlamentario. Ojo con Freud.

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