lunes, 6 de febrero de 2012

Madrid, rompeolas del mundo


De Madrid se ha dicho casi todo, en prosa y en verso, pero a mí me gusta esa definición que hizo de ella don Antonio Machado, en triste ocasión guerrera: rompeolas de todas las Españas.

¡Madrid, Madrid; qué bien tu nombre suena,
Rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
Tú sonríes con ploma en las entrañas.

Así debió de ser cuando él la conoció: un poblachón manchego en el que recalaban gente de todas las provincias. Con el tiempo, la afluencia ha ido a más. El poblachón se ha hecho ciudad con aspiraciones en la que recalan gentes del mundo entero.

En eso pienso cada mañana cuando me dirijo al trabajo. A esa hora, hacia las 8,15, el metro y la red de cercanías es lo más parecido a una colmena. Miles de personas caminan aprisa de una estación a otra, camino al trabajo. Sol bulle bajo tierra.

Justo frente a la salida del metro, casi a diario se ubica una mujer, cuya imagen me intimida. Es de edad indefinida y de nacionalidad indefinida. Podría tener 40 o 30 o 50 años; podría ser rumana o polaca o española. Lo que la define, a mis ojos timoratos, es la falta del ojo derecho, se diría que se lo han rebañado. Cuando la vi por vez primera, hará unos dos años, creí que se lo acababan de arrancar por el brillo de la cavidad pero la herida sigue brillando como el primer día después de estos meses.

- Señorita, por Dios, deme una ayuda; caballero, tenga una caridad, se lo ruego, que Dios se lo pagará; ayúdeme, por favor, señorita…

Es una letanía antigua, con palabras y expresiones que ya nadie utiliza, sólo ella. Aparentemente, nadie le presta atención, nadie le da una limosna, nadie le mira. Ella permanece apoyada en la pared viendo pasar las oleadas de pasajeros. Yo también paso, aprisa, con la cabeza baja para no verla. 

Lo confieso, soy incapaz de mirarla de frente. De la grima que me produce la cavidad brillante y tersa y de la vergüenza de oir su cantinela.

 ¿Vergüenza, he dicho? Sí, vergüenza por ella y por los millones de mujeres que, como ella, vagan por el mundo sin herramientas para defenderse y vergüenza por mi cobardía y por los millones de mujeres que, como yo, nos movemos por la vida con herramientas para defendernos pero incapaces de ayudar adecuadamente con nuestras semejantes.

¿Qué puedo hacer yo?, me pregunto cada mañana. Nada, me respondo. Acaso, darle una limosna, que es como no hacer nada (Por otra parte, detesto dar limosna, me hace sentir miserable). Podría preguntarle algo, qué le ha pasado en el ojo, pero sería una intromisión en su vida que tampoco conduciría a nada. Ella no querrá explicar su vida, querrá resolverla.

La mujer que pide en el metro me desasosiega cada mañana. Subo las escaleras lo más deprisa que puedo y tomo el pasillo que conduce a la plaza central del suburbano. En ese mismo pasillo, hay días que me encuentro con una pareja que yo he imaginado rusa. Él toca el violín –lo hace muy bien- y ella pasa las hojas pautadas. Hace semanas que no los veo. La primera vez que se ausentaron me inquieté, ahora sé que suelen hacerlo. En su lugar, cada mañana hay una mujer de apariencia eslava que entona canciones tristísimas con un hilo de voz y un micrófono. La mujer eslava permanece en el mismo lugar cuando vuelvo del trabajo, a primera hora de la tarde. Alguna vez que he pasado por el lugar a las 8 de la noche he comprobado que permanece allí entonando las mismas canciones preñadas de nostalgia. Doce horas viendo pasar el tráfago del metro tratando de atraer la atención de quienes pasan a su lado.

En ese corto tramo, del metro al tren de cercanías, cada mañana me topo con mujeres y hombres de todas las razas, nacionalidades y edad. Chinos que van o vienen de sus tiendas, imagino. Negros grandones, senegaleses, me digo, que caminan con ese aire majestuoso que les da el haber visto tantas cosas y su privilegiada estructura ósea, pienso. Hoy, en la estación donde me apeo por poco atropello a un chico joven, blanco, bien alimentado, sentado en la postura del loto, aparentemente meditando.
Madrid, rompeolas…

Hoy, hacia las 6 de la tarde, en la calle del Príncipe me he dado de bruces con Carmen Chacón. La del Príncipe es una calle que va de la plaza de Santa Ana a la de Canalejas, puro corazón de Madrid. Es una vía con tráfico reducido y aceras limitadas por bolardos. No hay margen de error. Si crees que es Carmen Chacón es porque es Carmen Chacón.

Nos cruzamos en la puerta de una tienda en la que ella se dispone a entrar, yo la paso pero, de pronto, siento la necesidad de decirle algo. Me vuelvo y le toco el brazo.

- Lo siento, lo siento mucho, me hubiera gustado ver el triunfo de una mujer, le digo.

- Gracias, no sabe cómo se lo agradezco, especialmente hoy.

Me doy cuenta de que tiene los ojos brillantes y yo también noto que los míos se humedecen. Le acaricio la espalda

- No te rindas, otra vez será, insisto.

Se le saltan las lágrimas. A mí también. Nos abrazamos.
- Suerte, le digo.
Ella entra en la tienda, yo sigo mi camino hacia casa.

En realidad, me hubiera gustado decirle que ninguno de los dos candidatos merecía ganar pero, puestos a elegir, me gustaría que las mujeres no tuvieran que pasar por descalificaciones ni campañas de descrédito.

No sé por qué, me viene a la mente la imagen de la mujer mendiga, la mujer cantante del metro. Un día de estos tengo que pegar la hebra con ellas, me propongo.

Madrid, rompeolas del mundo.

4 comentarios:

  1. Si huebiese tenido derecho al voto, no hubiera apostado por Chacón, quizás tampoco por Rubalcaba, pero me apena pensar que ser mujer le haya restado oportunidades.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo tampoco hubiera votado a ninguno de los dos de haber podido hacerlo, que no es el caso. Pero me fastidia quien siempre encuentra remilgos cuando se trata de una mujer.

      Eliminar
  2. Como Alfredo me pone, esta vez no puedo darte la razón. Qué le vamos a hacer.

    Además, no sé por qué disimulas con entradas como esta, si todos sabemos lo contenta que estás desde que Doña Ana Botella de Aznar ejerce como alcaldesa de la villa de Madrid que felizmente habitas. Y qué decir de Esperanza Aguirre, mujer firme y aguerrida, espejo en el que todas nos miramos.

    Quien diga lo contrario, es un mal español.

    Ahora me retiro a tocarme con 'Tú sí que vales'.

    Biquiños moitos.

    (¿Me vas a llevar de farra cuando me mude a Madrid, esto es, en unas semanas? Besis).

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Alfredo me pone, dices, estamos llegando a un nivel que no hacemos asco a nada. Quien debería ponerte es Rajoy ¿O no? A ver si me voy a liar.
      Y sí, ya me ves, encantada de la vida que estoy con las doñas que mencionas. Se te ha olvidado una: la delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes, tuitera de pro. Lo que vas a disfrutar en cuanto te aposentes en la Villa y Corte. Me había parecido entender algo de tu venida pero, como ando últimamente como iza por rastrojo, no estaba segura del todo. Avísame. Creo que puedo informarte de todos los lugares donde se reza el santo rosario. Como debe ser.

      Eliminar

Lo que tú digas