martes, 23 de abril de 2013

Decapitar y capitalizar: en memoria de Alejandro Casona

Hoy yace en el olvido pero en la década de los sesenta se lo rifaban los mejores teatros y su nombre lucía con brillos de neón en las marquesinas del Bellas Artes, del Lara… Alejandro Casona nació el 23 de marzo de 1903, se hizo maestro pero desde muy joven escribió teatro. Unas obras plenas de poesía pero también de fe en la humanidad, en el progreso, en la igualdad de los seres humanos. No era un hombre de izquierda, era un hombre que creía en el progreso de la humanidad.

Participó activamente en las misiones pedagógicas con las que la II República pretendía llevar la cultura a sectores de la población sumidas en la ignorancia.  Sus obras de teatro – La sirena varada y Nuestra Natacha- gozaron de un éxito no menor del que conocía Federico García Lorca.  Como tantos intelectuales de la época, finalizada la guerra civil marchó al exilio, primero en México y luego en Argentina. En este país siguió escribiendo y conoció la consagración como autor.

En España, sus obras empezaron a representarse en los años sesenta con un éxito arrollador. La sirena varada, La barca sin pescador, Los árboles mueren de pie, Nuestra Natacha (con Nuria Espert como protagonista), La dama del alba, Corona de amor y muerte, La tercera palabra… Las mejores actrices y los mejores actores se lo rifaban. Ediciones Aguilar publicó sus obras completas en dos tomos, en la Colección de Autores Modernos. Conservo la sexta edición, de 1969.

Frente a Alfonso Paso –de quien se murmuraba que se beneficiaba de la inspiración de su suegro, Enrique Jardiel Poncela- a quien se consideraba populachero y vulgar, Casona tenía el aura de lo poético y del exilio.
El idilio se rompió cuando Casona decidió volver, por “una premonición de la muerte que es la voz de la sangre”. Ocurrió en 1962. Los intelectuales orgánicos empezaron a definir su teatro como “pequeño burgués” y anticuado y a calificarlo a él como el autor favorito de la derecha. Tipos como Umbral –crecido a los pechos del franquismo, hombre despreciable donde los haya- lo lincharon públicamente. En esencia, se le reprochaba haber vuelto y lo hacían los mismos que nunca habían abandonado su confortable posición a la sombra del régimen, los mismos que se habían beneficiado y seguían beneficiándose de sus prebendas.


Fue la primera lección de historia viva de la que soy consciente. Frente a la reconciliación nacional que predicaba el partido –y a la sazón no había más partido que el pecé, fuera del franquismo, que era más bien un conjunto de intereses- los autoconsiderados progres decidían quién tenía derecho a vivir en España y quién no, pero también quién poseía la dignidad del exilio y quién no.

Creo que no me perdí ningún estreno de las obras de Casona y en una de aquellas representaciones lo conocí. Me pareció un hombre viejo y enfermo. Recuerdo, sí, que tenía una mirada franca, luminosa. Murió el 17 de septiembre de 1965 y su cuerpo fue expuesto al homenaje del público. Tengo una imagen vívida de aquello porque tenía 18 años y era la primera vez que asistía a un acto semejante. Lo hice de manera consciente y decidida: quería expresar de manera pública mi admiración por quien había creído que el mundo podía ser un poco mejor y tuvo que pagar un alto precio por sus ideas. También porque había empezado a entender hasta qué punto podemos llegar a ser cicateros con los nuestros.

En 1989, el crítico Haro Tecglen escribió sobre el homenaje que se rendía a Casona y en 2003, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, fue recordado en uno de los Cursos de Verano de El Escorial. También Almudena Grandes habló de su labor didáctica. Para las nuevas generaciones, es un nombre ignorado, igual que lo es su teatro. Pero yo lo recuerdo, más aún en momentos convulsos como los que vivimos. Recientemente, he leído que Casona se fue apagando, lastrado en su aprecio por la decepción del retorno. La decepción del retorno.

Alejandro Casona es el ejemplo paradigmático de lo español, del españolismo eterno. Esa destreza insuperable para decapitarnos y descapitalizarnos en la que somos  inigualables.

Yo prefiero evocar a Casona como un hombre de bien que quiso llevar el teatro a los pueblos y regaló hermosas palabras a sus coetáneos, un buen pedagogo que hizo decentemente lo que sabía hacer, que era escribir. Me gusta recordarlo un día como hoy, que tanto se habla de libros y de cultura.

1 comentario:

  1. Me resisto al fatalismo, pero cielos que malos podemos ser con nosotros mismos.

    Emociona leerte emocionada.

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