miércoles, 5 de junio de 2013

Relevo de la guardia


El ser humano está lleno de contradicciones. Ateos que gustan del olor de las velas y el incienso, que aman las construcciones románicas; republicanos que acuden a fotografiar el relevo de la guardia. Heme ahí.
El relevo de la guardia tiene lugar a diario a las 12 horas a la puerta del Palacio Real de Madrid. No tiene la tradición ni la parafernalia del que se escenifica a diario a las puertas de Buckingham pero hacen lo que pueden. Lo que pueden es una sesión especial los primeros miércoles de cada mes.

Ese día, se abren al público las puertas del Patio de Armas, se instalan vallas para proteger el itinerario y cientos de personas guardan cola para hacerse un sitio en las gradas que se instalan en el patio que mira a la catedral de la Almudena. Ese patio que la comitiva real –real de los reyes- recorrió con ocasión de la boda del príncipe de Asturias con la entonces ciudadana de a pie Letizia Ortiz. ¡Lo que hubieran dado todos ellos por disfrutar de una mañana soleada como la de hoy!
 
En efecto, el día ha amanecido hoy con color y temperatura veraniegos. En vista de lo cual, el colega y yo nos hemos animado a hacer esas fotos marciales que nos faltaban. No sé si es preciso añadir que los fervores monárquicos del colega corren parejos a los míos pero, por si lo fuera, lo añado. Y diré de paso que sus fervores milicos son aún menores pues él tiene la experiencia de la mili en tanto que mi conocimiento es puramente teórico. Las personas somos contradictorias por naturaleza.

Al grano. A las 11,30 la cola para acceder al Patio de Armas llegaba a la catedral y daba la vuelta, con un efecto claramente disuasorio. En las vallas instaladas frente a la puerta de la Plaza de Oriente quedaba un hueco y allí nos hemos apalancado. Media hora de espera a pie con el sol atizando en el cogote. Como unos héroes.
Con puntualidad británica, a las 12 han empezado a salir diversas formaciones ataviados con uniformes a cual más colorista en la gama azul para los trajes y rojo y blanco para los atalajes. Caballos de distintas razas y pelajes desfilan ante nosotros camino del Patio de Armas. Varios tiros arrastran otros tantos armones. Todo tiene un aire como de opereta, como de otra época, sin merma de la marcialidad que es propia de la guardia.
 
Finalmente, aparece una compañía con el uniforme habitual de la Guardia Real: azul marino y rojo. Mayoría de hombres, pero alguna mujer en sus filas. Se plantan en la explanada de la Plaza de Oriente, justo ante nuestros objetivos (una nikon y una pentax, además del móvil, hay momentos que no doy abasto).
En esta zona hay un gran número de guiris y, sea por esa razón o porque el sol empieza a hacerse fuerte, las expresiones de entusiasmo son escasas a pesar de que la actuación es impecable. Allí mismo, se dan el santo y seña la guardia saliente a la entrante: el relevo propiamente dicho. Es decir, el hecho real que nos convoca sucede delante de nosotros y la escenificación en el Patio de Armas, donde en esos momentos las compañías –o comoquiera que se llamen las formaciones que antes han desfilado ante nosotros con sus trajes azules- brujulean con el correspondiente acompañamiento musical.

Entonces, previo el preceptivo toque de corneta, que no sé por qué me trae a la memoria el Pífano de Manet, los mandos al frente de “nuestra” compañía emiten una orden un poco abstrusa para una mente cuadriculadamente civil como la mía:  
¡Descansen y silencio a discreción!
¿Qué será el silencio a discreción?, pregunto al colega. Está claro, me responde, que sólo hablen si es imprescindible.
 
Muy bien, pues acto seguido, los tres mandos: un comandante, un capitán y un brigada –éste adornado con medallas como para fundar una iglesia- empiezan una cháchara que sólo acabará con el siguiente toque de corneta. Entretanto, los guardias rasos mantienen las formas. A nuestro lado, dos chicas jóvenes comentan lo “buenísimos” que están dos guardias de la primera fila. Éstos, a su vez, las ponen ojitos. Esto tiene música de zarzuela, me digo, pero no me viene a la memoria cuál. Cosas de la edad. Niñeras y soldados, estudiantes y guardias, ¿qué más da?

 
Las niñeras y los soldaos
por nosotros están pirraos
y dan cuartos a los chiquillos
pa que se los jueguen a los barquillos,
y los ocho u diez u doce
que les damos por favor
se los comen casi siempre
entre la niñera y el gastador.

 
La función del Patio de Armas se ha terminado. Una guardia joven y menuda provista de un móvil –con marcialidad de general pero sin galones- hace la señal oportuna que acaba con la discreción y la cháchara. La compañía da media vuelta y se dirige al mismo patio a unirse a la función. Entre pitos y flautas, llevamos una hora apalancados en la valla y a pleno sol.
 
Nos movemos buscando sombra y llegamos hasta la explanada de la Almudena –sí, por donde desfilaban los invitados a la boda-. Nos hacemos un sitio en la escalinata y desde allí contemplamos el desfile a la inversa. Los guardias retornan a su lugar de partida. No diré que sea por influencia de Rouco, aunque estamos en sus dominios, pero el personal es aquí mucho más efusivo con los uniformados y cada grupo es saludado con aplausos en cuanto atraviesa la verja.
Terminado el trasiego, tomamos el camino de vuelta. En la Plaza de Oriente, la unidad de música de la Guardia Real ofrece un concierto público que se inicia con una selección de Agua, azucarillos y aguardiente. ¡Eso es!, me digo, esa es la zarzuela que no recordaba. Una vez que hago memoria, se la voy cantando al colega hasta que llegamos a la calle Arenal. Me voy animando poco a poco y cuando pasamos el Teatro Real ya no le canto al oído sino a media voz.

Contrariamente a lo que pudiera parecer, no doy el cante. Es lo bueno que tienen las grandes ciudades: la libertad. Entretanto, nos hemos cruzado con un grupo de guiris jovencitas descansando en los jardines de la Plaza de Oriente, a un joven leyendo descalzo en la Plaza de Ópera y, en la misma calle de Arenal, unos perrillos ataviados con sendas viseras que su amo va vendiendo.



Me encanta Madrid, lo confieso. 

4 comentarios:

  1. Un lujo disfrutarla contigo, incluso desde lejos.

    besos

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  2. Yo también quiero ir un día, aunque sólo sea porque viajas y te ves todo y luego lo de tu ciudad ni lo conoces. Me ha encantado leerte, com siempre. Como te animaras un día a escribir 300 páginas, igual te forrabas

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    Respuestas
    1. Si tienes ocasión, no la pierdas. Harás unas fotos estupendas. Seguro.
      Gracias, nena, mira que eres maja!

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