miércoles, 3 de febrero de 2016

Olite, capital del reino de Navarra

Si un día quieres vivir una inmersión en una ciudad medieval, si te apetece recorrer los pasillos, salas y almenas de un palacio de cuento, si te gusta la historia y no desdeñas la leyenda, no busques más: vente a Olite. No tiene mucha pérdida, tanto si vas de norte a sur como si haces el camino a la inversa, la ciudad queda a tiro de piedra de la AP-15, la autovía que une Pamplona con Tarazona. Para que la inmersión sea plena lo ideal sería que te alojaras en el Parador, que ocupa parte palacio-castillo primitivo, declarado monumento nacional. Si el Parador estuviera completo, justo al lado tienes el hotel Merindad de Olite, que se levanta entre los restos de la muralla romana, en la calle de la Judería. Y si no te gusta ninguno, no te preocupes que tienes dónde elegir.
En cuanto pones un pie en el lugar salta a la vista que te encuentras en una ciudad antigua pero, por si te quedan dudas, sepas que en el siglo I, en la época de la Roma imperial, ya existía un cinturón amurallado que defendía un pequeño altozano, donde luego se fundaría la villa medieval. San Isidoro de Sevilla sostiene que el rey godo Suintila fundó la ciudad de Oligitus u Oligite el año 621 y la volvió a fortificar para defenderla de los vascones. El rey de Navarra García IV Ramírez le concedió en 1147 el primer fuero y tierras de cultivo -el Fuero de los francos de Estella-, que proporcionó a la población jurisdicción privativa, ventajas fiscales y una autonomía social que implicaba la intervención directa de los vecinos en la gestión de los asuntos comunes. Teobaldo II otorga en 1266 quince días de feria anual a partir del 1 de mayo, el mismo año en que se celebran Cortes en Olite. En 1302, los reyes de Navarra, a petición de la villa, trasladan la feria anual al 2 de noviembre. En 1407, Carlos III el Noble designa a Olite como capital de la merindad de su nombre y Felipe IV le concede el título de ciudad en 1630.
Olite acogió una comunidad judía, influyente y bien relacionada con los monarcas, compuesta de artesanos, comerciantes, viticultores, recaudadores, prestamistas y médicos, que contó con sinagoga propia junto al Palacio Real, de la que conserva, además de la rúa de la Judería, una parte de la Torah y otros documentos en el archivo municipal. Durante los siglos XVII y XIX Olite vive una época de decadencia, lo que no le impide crear la primera cooperativa navarra y la tercera en España, en 1904. 
Como ya ha quedado dicho, la ciudad tiene dos palacios, el Viejo o de los Teobaldos (siglos XII-XII), de carácter defensivo, mandado construir por Sancho VII el Fuerte y continuado por Teobaldo I y II, que es el que ocupa el Parador, y el Palacio de los Reyes de Navarra, comenzado por Carlos III el Noble como ampliación del primero.
La impulsora del Palacio fue Leonor de Trastamara, que en 1399 mandó construir junto a la iglesia de Santa María la capilla de San Jorge y la cámara y morada de la reina. Su marido, Carlos III, tomará el relevo a partir de 1400. Mandó construir el núcleo central del palacio, donde se encontraba la gran cámara real, en torno al que se fueron incorporando las sucesivas dependencias: el mirador del rey, las torres del homenaje, del aljibe, la Ochavada, de las Tres Coronas, de los Cuatro Vientos, de la Joyeuse Garde. En su construcción participaron artesanos franceses y navarros, moros y cristianos: canteros, carpinteros, escultores, yeseros, pintores, vidrieros, tapiceros, armeros...
Se incorporaron jardines interiores, naranjales, regados con un sistema hidráulico propio que llevaba el agua del Cidacos a la torre del Aljibe desde donde se distribuía mediante tuberías a las fuentes y jardines. El Palacio disponía asimismo de jaulas para aves y ardillas, incluso un zoo con leones, camellos, gamos, avestruz. Se decía que tenía tantas dependencias como días el año. Puro esplendor y exotismo que hizo exclamar a un viajero alemán del siglo XV: “Estoy seguro que no hay rey que tenga palacio ni castillo más hermoso”.
Doña Leonor murió aquí en 1415 y en 1425, Carlos III. Luego residirían su hija Blanca y su nieto Carlos, Príncipe de Viana. En 1512, tras la conquista de Navarra, fue entregado al duque de Alba. En 1556 se autorizó a los marqueses de Cortes por una renta anual de 50.000 maravedíes; se otorgó su alcaldío por juro de heredad a la familia Ezpeleta de Beire, que lo mantuvo hasta el siglo XIX.
Al deterioro del abandono vino a sumarse el incendio ordenado por Espoz y Mina durante la guerra de la Independencia, por temor a que fuera utilizado por las tropas napoleónicas. En 1913 fue adquirido por la Diputación Foral de Navarra, diez años después convocó un concurso para su reconstrucción que fue ganado por los hermanos Javier y José Yárnoz, éste comenzaría en 1937 su restauración.
Los viajeros, que han llegado en el siglo XXI, encuentran que el Palacio es una construcción algo caótica, una mezcla de dependencias y estilos. Pese a todo, el conjunto mantiene su atractivo, a caballo entre los reinos medievales, los castillos franceses y las películas de Disney (dicho sea con todo el respeto a doña Leonor, don Carlos III el Noble y sus no menos nobles sucesores). Pasear por sus dependencias proporciona una sensación de atemporalidad, de inmersión histórica y también de relatividad. De la de Einstein y de la otra. A la viajera le gustó especialmente la galería de la Reina, plagada de flores durante la visita.
La iglesia de Santa María, se levanta entre los dos palacios. Inicialmente fue capilla real, dependiente de la iglesia parroquial de San Pedro. Se empezó a construir en el siglo XIII en una mezcla de estilos cisterciense y gótico para inclinarse definitivamente en el gótico. La fachada principal se acabó en el año 1300 y toma el modelo de la catedral de Notre Dame de París. El arco ojival de la portada está flanqueado por un friso formado por los doce apóstoles. Preside el arco una Virgen con Niño, rodeada por pasajes de la vida de Jesús, nacimiento, matanza de los inocentes, huida a Egipto y bautismo. Sobre este arco ojival se abre un segundo que contiene un gran rosetón y dos pequeños para adaptarse al arco. El atrio se añadió en el siglo XV con un arco de acceso flanqueado por esculturas de la Virgen con Niño y de Blanca de Navarra. Aprovechando el cuerpo de un torreón romano, también en el siglo XV se construyó la torre y campanario.
En el altar se puede ver un retablo renacentista del siglo XVI debido a Pedro de Aposte, formado por 28 tablas con pasajes de la vida de Jesús y presidido por una talla gótica de la Virgen y el Niño. El órgano de la iglesia, de estilo rococó, data de 1785.
Desde la plaza de Carlos III, tomando la Rúa Villavieja se llega a la iglesia de San Pedro, que es la más antigua de Olite, una mezcla de románico -portada y claustro- y gótica en su torre, de 54 metros de altura, coronada en el siglo XIV con una flecha.
Desde aquí, tomando el paseo de Doña Leonor y luego la Ronda del Castillo, se bordea el flanco defensivo de la ciudad, con sus puertas de acceso, sus torres de cuento, sus casonas medievales, su vieja judería, hasta llegar a la Rúa Romana, que conduce de nuevo al centro de la ciudad antigua. A los viajeros, Olite les regaló por añadidura una preciosa luna llena primaveral.
Así puedes pasarte un día y otro y otro. Paseando por la ciudad medieval, la vieja capital del Reino de Navarra.

2 comentarios:

  1. Creo que acabo de adjudicar esa noche de parador que tengo que gastar este mes, gracias de nuevo.
    Besos

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  2. Pues me da que no te ibas a arrepentir.
    Besos.

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