jueves, 19 de mayo de 2011

DemocraciaRealYa


En mi familia todos hemos salido un poco zurdos. Políticamente, quiero decir. Pero en el caso de mi hermano se nos debió ir la mano porque hasta que cumplió los 20 años militó en la izquierda radical (no digo extraparlamentaria porque entonces hasta la socialdemocracia lo era).

Como a esa edad se es bastante irresponsable, durante un tiempo guardó propaganda comprometedora en la casa que teníamos en el pueblo hasta que alguien nos avisó de que cualquier día la policía iba a darnos un susto. Sacamos aquellos papeles como pudimos, algunos en un cochecito de bebé, con una de mis hijas dentro.

El tiempo ha pasado para todos, también para mi hermano. Ahora es un burgués felizmente acomodado que distribuye su tiempo haciendo bicing, nadando en la piscina de su cojochalet o pescando en un barquito que se ha comprado hace poco.

No obstante, le han quedado resabios. Cuando las manifestaciones contra la guerra de Irak decidió que era momento de reverdecer laureles. Pero, mientras los demás íbamos a la manifa en transporte público o a pie, él cogió su coche de gran cilindrada, abandonó la urbanización donde vive y enfiló en dirección de Madrid. Diez kilómetros antes de llegar se encontró un atasco de tamaño XL formado por todos los que habían tenido la misma idea que él: ir a manifestarse en coche.
La cola avanzaba lentamente hasta que se topó con la policía que, cumpliendo su misión –recuerdo que gobernaba el ínclito Ansar- iba poniendo trabas a quienes tenían pinta de manifestantes. Mi hermano se preparaba para sacar su armamento dialéctico de aguerrido izquierdista cuando, para su sorpresa, la policía le abrió paso para que prosiguiera su camino.

- Pase usted, caballero, cuenta que le dijeron.

La anécdota es una de las que repetimos en todas las reuniones familiares para mortificarle un poco. Nosotros ponemos el acento en lo que la acepción “caballero” tiene de acomodado y él se lamenta de lo que tiene de señor mayor.

Bueno, pues no volveré a reirme de lo sucedido a mi hermano porque ayer me pasó a mí algo muy parecido.


Cuando supimos que la junta electoral había decidido prohibir la acampada no dirigimos a Sol con intención de apoyar la iniciativa de quienes reclaman “DemocraciaRealYa”. La plaza estaba atestada de gente de toda edad, no sólo jóvenes y las calles que desembocan en ella, tomadas por la policía con sus furgonetas azules. Para atravesar los cordones policiales los paseantes debían enseñar sus bolsos y mochilas a los agentes, que controlaban el contenido de los mismos. Me disponía yo a mostrar mi bolso cuando el policía que me correspondía me dijo muy amable: pase, pase, señora.

Contra mi opinión, resulta que no soy sospechosa para el sistema.

- ¿Tengo yo pinta de pepepija?, pregunto a mi chico.

- No, pero tampoco de revolucionaria peligrosa, por eso te dejan pasar. Por eso y porque habrán supuesto que con las cosas que llevas habitualmente en el bolso no te cabe nada más.

Los controles no deben ser muy rigurosos porque la Puerta del Sol se va llenando como en sus días gloriosos. Esperamos que el reloj de la torre dé las 8 –hora límite fijada por la junta electoral para el desalojo- con un ojo puesto en los muchos policías que rodean la plaza y el otro en los acampados que ocupan el centro de la misma. Cuando la manecilla pequeña se fija en el 8 y la grande toma la perpendicularidad la gente rompe en aplausos. Los policías permanecen inmóviles.


A medida que pasan los minutos el ambiente se va destensando y adquiere un tono festivo. Cada grupo inicia un eslogan que otros repiten, algunos cantan, otros pasean en el escaso espacio que queda libre. Hay muchos jóvenes, especialmente en el núcleo central, el de la acampada, pero también hay parejas con niños pequeños, mayores con aspecto de jubilados y gente de media edad. Los hay con aspecto de okupas, pocos, otros preparados para una acampada urbana, gente con ropa casual y algunos encorbatados, los menos, pero algunos. Hay tipos con aspecto de mirón –variante que en Madrid alcanza auténtica profesionalidad- y otros con gesto de entrega total. Somos varios miles pero no sabría decir cuántos, no menos que en Nochevieja, seguro.

Hago fotos con el móvil y trato de tuitear pero resulta imposible, la red debe estar colapsada. Detrás de mí le ocurre lo mismo a un tipo con un ipad, se ha quedado sin conexión a internet.

Soy consciente de asistir a un fenómeno político, el único original en los últimos años. No tiene nada que ver con las movilizaciones contra la guerra, aunque muchos de quienes entonces se oponían al gobierno del PP se opongan ahora al gobierno PSOE. Es la gente que está harta de esta democracia descafeinada que no tiene en cuenta los intereses, las inquietudes y las necesidades de los ciudadanos pero atiende sin rechistar las órdenes de los dueños del dinero.

Creo que ahí radica el desencuentro entre ciudadanía y gobierno aunque no sea la única causa. Es el desapego de quien observa con estupor el crecimiento de una casta de políticos cada vez más incultos, menos formados, acaparadores de privilegios, sordos a todo lo que no sean sus propias iniciativas y propuestas; enzarzados en discusiones de patio de colegio, insensibles e insensatos.


¿Y los acampados? Están tiernos, muy tiernos. Son de una ingenuidad que enternece. Pero con estos mimbres empezó mayo del 68 y cambió la manera de ver el mundo.


Hoy he vuelto por Sol. A esa hora había menos aglomeración, los acampados se han organizado en comisiones, quienes llegan hablan con otros visitantes, hablan de todo, de política, de economía, de filosofía. Dialogan tranquilamente, se respetan el turno de palabra. Algunos paseantes –Sol es la zona cero de los guiris- se paran y preguntan qué pasa.


Medito sobre el fenómeno y trato de sacar conclusiones. Pero se me ha adelantado El Roto. No hay mejor resumen.

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