jueves, 29 de diciembre de 2011

Mujeres


No es extraño que las mujeres sean noticia. Después de todo, somos la mitad de la humanidad. Pero en los últimos tiempos hay una especie de actividad transversal que invade los medios de comunicación con noticias con nombre de mujer.

Tenemos, para empezar por algún lado, una nueva vicepresidenta plenipotenciaria: Soraya Sáez de Santamaría. El segundo nivel en la escala de poder. Es una buena noticia que las mujeres accedan a puestos de responsabilidad y poder. Cuando una mujer avanza todas las mujeres avanzamos un poco.

Sucede que el nombramiento ha coincidido, con muy poca diferencia, con el alumbramiento de Sáez de Santamaría. Le han llovido las críticas por no haberse acogido al permiso por maternidad. Le reprochan que su omisión alentará a los empresarios a racanear ese mismo permiso cuando lo soliciten trabajadoras menos famosas.

Algo de razón tienen esas críticas en cuanto al valor representativo de las mujeres líderes. Pero no es menos cierto que el permiso maternal es un derecho conquistado por las mujeres para la sociedad, no una prebenda empresarial. Un derecho que puede utilizarse o no, incluso ser compartido en parte con el padre del recién nacido. El padre, figura de la que nadie habla, como si el cuidado de la criatura fuera responsabilidad exclusiva de la madre.

La posibilidad de elección es un avance notable en la historia de la civilización, posibilidad que muy raramente alcanzaba a las mujeres. Hasta fecha muy reciente, estaban obligadas a casarse –y cargar de por vida- con el hombre que le asignaban, a tener los hijos que dios –el dios de cada civilización- les impusiera y, se casara o no, a estar sometida a los hombres de la tribu aunque fuera más inteligente y más capaz que todos ellos juntos.

Otro nombre de mujer repetido estos días es el de Sakineh, una iraní, condenada a lapidación por adulterio. Se libró de la lapidación pero no de la cárcel y ahora los jueces islámicos advierten que puede ser ahorcada. Por adulterio o por ser mujer. A ver cuántos adúlteros masculinos se encuentran procesados por esta causa.  

En Israel, judíos integristas persiguen de mil maneras a las mujeres –incluso humillando a niñas- porque no se someten a sus dictados acerca de las costumbres. Es decir, que no se someten, que no se cubren de la cabeza a los pies, que quieren estudiar, trabajar, ser autónomas. Estos integristas, por cierto, obligan a sus mujeres a raparse la cabeza –que al salir a la calle cubren con pelucas, todas idénticas- porque el cabello femenino induce al pecado. Miles de ciudadanos se manifiestan en apoyo de los derechos civiles pero los ultraortodoxos son financiados por el gobierno israelí y gozan de unos privilegios que no gozan el resto de civiles.

Más cerca de nosotros, una mujer dirige por primera vez la cartera de Trabajo y otra mujer preside por primera vez la alcaldía de Madrid, que es, en muchos sentidos más que un ministerio. A ninguna de las dos las he votado o las votaría pero su avance es el avance de todas las mujeres.

Entretanto, continúa el goteo de mujeres que mueren a manos de hombres. Esos hombres que no acaban de entender que el amor no es un título de propiedad y no han asumido que las mujeres son personas con derechos de ciudadanía.

Esas mujeres mueren, este año van 60, víctimas de la violencia machista. La ministra a la que se le ha encomendado la igualdad calificó el último asesinato de un asunto en el ámbito familiar. No, no es un asunto de familia, pasional o privado. Es una cuestión de dominio, de poder. Hay que tener cuidado con las palabras, que no son neutrales. Aunque las pronuncien las mujeres.

2 comentarios:

  1. Para que veas que al menos en igualdad hemos avanzado, y que puede ser igual de gilipollas un ministro o ministra de dicho ministerio después de las palabritas.

    Tú sabes que yo sé lo que es cuidar el trabajo. Y poco dice de como estamos, que esta mujer haya tenido que ir con los puntos frescos para no perder el tren, se mire por donde se mire.

    Abrazos

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  2. Ya sé que queda mucho por andar; pero cuando nos casamos, fui el "tutor" de mi mujer por ley. Cabeza de familia, era la figura jurídica. Hasta para disponer de lo suyo tenía que pedir permiso.
    Otro día hablamos del "uxoricidio por honor, o la maté porque era mía". ¡Qué horror!

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