jueves, 19 de junio de 2014

Felipe VI jura la Constitución

Hay tres jueves en el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión, se recitaba cuando era pequeña. De esos tres jueves, hoy apenas celebramos el de Semana Santa y porque suele ser inicio de puente largo. Excepto en 2014, que el Corpus Christi ha coincidido con la proclamación de Felipe VI como rey constitucional.

Los preparativos de los últimos días han tratado de blindar el centro de Madrid. Esto, que parece una frase hecha, resulta que es verdad. No hay manera de moverse por la almendra de la ciudad sin toparte con una lechera, una furgona o un grupo de policías haciendo su trabajo. Por lo general, con pocas incomodidades, excepto el helicóptero que sobrevuela el centro produciendo un ruido que, al cabo de las horas, resulta incómodo. El “mosquito” estuvo dando la tabarra hasta bien entrada la noche del miércoles y ha vuelto muy temprano el día D.

Al levantarte, miras al cielo y te topas con el helicóptero –luego descubrirás que no hay uno sino varios-, miras hacia la calle y lo primero que ves es una pareja de polis en traje de faena. Estamos rodeados, comentas con el colega.

Las teles se han puesto de largo para comentar los actos institucionales en el Congreso de los Diputados y en el Palacio Real. Mucho periodista talludito para opinar y mucho periodista joven para informar. La proclamación ha empezado bien: por primera vez, el nuevo rey ha elegido una ceremonia estrictamente civil. Con ello, no sólo se ha adecuado a la letra y el espíritu constitucional sino que se ha evitado la homilía del Tarancón de turno. El presidente del Congreso, Jesús Posada, vive su cuarto de hora de gloria, en plan Rodríguez de Valcárcel actualizado. Quién se lo iba decir cuando Aznar le dejó al cargo de la finca en Castilla y León.

En la tribuna, a los padres de Leticia -él con su actual mujer- los han separado por una columna, quizá para evitar líos. Los expresidentes –González, Aznar y Zapatero- lucen sendos caretos, como si no hubieran acabado de digerir algo. Las infantillas pequeñas, Leonor y Sofía, están modositas y graciosas, vigiladas de cerca por su madre, la ya reina Leticia. De la que me he librado, pensará la pequeña.

En su discurso, Felipe VI habla de los hombres y mujeres de su generación pero olvida a los que se ha echado del país. Habla también de impulsar las nuevas tecnologías, la innovación y del papel que han de desempeñar las mujeres en esa España del futuro, lo que no deja de ser una paradoja en su caso, que ha sido preferido sobre sus hermanas por el sólo mérito de ser varón. No es un gran discurso, ni demasiado rompedor pero se le entiende lo que dice, lo que ya es más de lo que pasa con los que utilizan el metalenguaje, tipo Rajoy, Cospedal y así.

Al terminar el acto, las cámaras buscan a los dos parlamentarios que subsisten de la proclamación de Juan Carlos I: Celia Villalobos –que entonces era progre- y Alfonso Guerra: el dinosaurio sigue ahí.

El interés está en la calle más que en la tele, le digo al colega. En ese momento, observamos el paso de un coche con una bandera tricolor sobre el techo. La policía le da el alto y conmina a sus ocupantes a quitar la enseña. Éstos, que no cumplen ya el medio siglo, se resisten cuanto pueden pero la policía se muestra firme. Finalmente, la retiran del coche y la extienden, sostenida entre los cuatro. Algunos transeúntes se prestan a ayudarles. La policía les pide la documentación, se la muestran. Les indican que recojan la bandera. Una pareja de vejetes, vestida de blanco impoluto, que pasean a sus perros, se acercan al grupo, hacen fotos y se van.

Los policías han debido de pedir refuerzos porque, de pronto, aparecen otros tres coches policiales de los que se apean varios efectivos: 14 en total rodean a los de la bandera republicana en plan circulen y disuélvanse en grupos de uno. Una desmesura. La gente se amontona, una veintena, calculo, y empieza a gritar: Basta ya de Estado policial. El mosquito también parece haberse enterado porque sobrevuela la zona.

Los policías se lo toman con calma. Dan ganas de bajar y explicar que esa bandera un día fue la nacional, por la que dieron su vida miles de españoles pero, finalmente, una de las mujeres la recoge, se la enrolla en torno al cuello, a manera de fular y se va caminando. Los demás entran en el coche y se van también.

El centro de Madrid está tomado. Tomado por la policía y por miles de banderas roja y gualda portadas por gente de toda edad, muchos jóvenes y muchas mujeres. La estación de metro de Sol está cerrada al tráfico y en la de Callao sólo se permite un acceso. Un chico se empeña en tomar una dirección prohibida y una docena de vigilantes se le echan encima. Hay como un exceso de testosterona en el ambiente.

Cientos de personas siguen acodadas en las vallas de las aceras de Gran Vía, por donde unos minutos antes ha pasado la comitiva real. Sobre la fachada de los cines Callao, una enorme pantalla transmite el itinerario de los reyes, que acaban de llegar al Palacio Real.  

El paso hacia la Plaza de Oriente está controlada por un único acceso, regulado por varios arcos detectores de metales, lo que provoca un atasco enorme de quienes quieren entrar y no pueden hacerlo, incluso después de que los reyes –cuatro, como en la baraja- hayan salido a saludar.

A lo largo de la calle Arenal un río de gente se encamina a la plaza de Oriente portando banderas de diverso tamaño. Los hay que caminan con paso marcial, que recuerda otros tiempos, otros modos. Los hay con cara de fervor, los hay con aire festivo, hay grupos, familias, parejas. A la altura de la iglesia de San Ginés, alguien grita: Viva España, y el grito es respondido con entusiasmo por cientos de voces. Viva el Rey, se oye a continuación, y el grito es coreado con la misma pasión. Se respira una mezcla de enardecimiento y jolgorio. Hasta la discoteca Joy Eslava -que gusta a Froilán- Los republicanos estamos en absoluta minoría.

En esos momentos, tres helicópteros vuelan sobre nosotros produciendo un ruido molestísimo. Puto mosquito, mascullo. El colega me mira con conmiseración y empieza a razonar sobre los modos de gobierno que cada pueblo idea para el mejor gobierno, desde los griegos a hoy.

Sol está tomado por las fuerzas de Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno que, según se asegura, aspira a la Alcaldía de Madrid. Una muestra de poderío: bomberos, Samur, distintos modelos de vehículos policiales, un hospital de campaña. La zona 0 de un hipotético conflicto. Sobre la fachada de la Comunidad, un enorme cartel con la imagen de los nuevos reyes.

En la plaza de Tirso de Molina se ha concentrado medio millar de personas reivindicando la República como forma de gobierno, rodeados por un número ligeramente inferior de policías.

En la calle Relatores, donde vive Joaquín Sabina, ha tomado posiciones una lechera policial. Dos efectivos charlan con los que pasan. Estarán ahí por si los reyes vienen a visitar al cantante, comento con el colega. Pero él, empeñado en darme la charla sobre la democracia y la dictadura de los griegos, sigue hablando de Alcibíades y Pericles y de Aspasia, la primera mujer que habló en la Asamblea de Atenas. Que los de Podemos y sus asambleas se creen que han inventado algo y eso ya estaba inventado en Grecia, insiste.


¿Qué Podemos lo inventaron los griegos?, digo, entre risas. Pasamos en esos momentos junto a un grupo de los 9.000 policías que han blindado Madrid, que quizá nos han oído y nos miran como si fuéramos marcianos. Pues sí, machaca el colega, y desde entonces en materia de política está casi todo inventado. También en eso tiene razón. Seguro que alguien se lo ha contado ya a Felipe VI.

3 comentarios:

  1. Nuestra especial democracia la invento un personaje pequeñito y cabezón y no era marciano, aunque pudiera serlo.

    Un abrazo.

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  2. que sepas que esta es la primera crónica que leo sobre lo de ayer (y no creas que fue fácil conseguir ayer no saber nada de lo que pasaba en españa... pero confieso que puse especial empeño en ello...)
    pero habiéndola escrito tú, he hecho una excepción...
    y me ha encantado tu crónica...
    muchos besos!!!
    y somos pocos, pero no tan pocos como querían hacernos creer ayer...

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  3. Me ha encantado el reportaje.

    Besos al colega, y a tí, claro

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