sábado, 19 de julio de 2014

Bragança, capital de Tras os Montes


 En su libro “Trasos Montes”, Julio Llamazares diferencia entre turista, quien viaja por capricho, y viajero, quien lo hace por condición. Me gusta creer que pertenezco al segundo grupo. Me lo confirma que, en cuanto descanso de la última salida, me entra una especie de remusguillo, un deseo de ponerme en camino, dondequiera que sea, porque cualquier lugar me parece bueno.
Parte del encanto del viaje es su preparación: elegir el destino, el itinerario, el alojamiento; buscar información de todo ello, autores locales y libros que hablen de la ciudad, del entorno; guías; almacenar todo ello en la tableta en modo “para lectura fuera de línea”… La preparación del terreno.
Los autores locales o quienes han escrito sobre el lugar que recorres te ayudan a conocer su historia, a entender lo que ves, a comprender a sus habitantes, incluso si se trata de relatos del pasado. El pasado resulta a veces es muy remoto, aunque el tiempo transcurrido sea breve.
Acabamos de volver de una expedición por la “esquina de las esquinas de Europa”, como la definió el etnógrafo local padre Fontes,  la región de Tras os Montes y norte de Portugal.
Siguiendo a Llamazares, entramos en el país por la carretera que va de Sanabria a Bragança. La calzada está impecable –éste es uno de los cambios más visibles entre los que se han producido en Portugal en las últimas décadas- pero el trazado parece haber sido diseñado por alguien beodo, todo él es una sucesión de curvas. Discurre el camino entre montes de considerable altura cubiertos de arbolado tupido, escenario propicio del antiguo contrabando, protector de los viejos y combativos maquis, a un lado y otro de la raya. Paramos para hacer fotos y vemos pasar varios turismos, dos furgonetas, una moto, una bicicleta y un autobús de viajeros. Pensábamos que íbamos a recorrer solos el camino pero resulta que la carretera está transitada.
Estamos en la zona más pobre y despoblada de Portugal pero hoy el sol luce radiante y cubre los valles de una luz alegre. Pequeños, muy pequeños, pueblos se suceden a orilla de la carretera. A la entrada de uno de ellos vemos un gamo agazapado en la cuneta, el colega reduce la velocidad pero el animal, asustado, salta delante de nosotros. Frenamos en seco, el colega sale corriendo detrás del animal, que se ha internado en el bosquecillo cercano, por ver si se ha herido, y yo salgo corriendo a ver si se ha golpeado el coche. No es que no me importe el gamo pero tampoco es plan empezar el viaje con el coche golpeado. El vehículo está ileso y, según parece, también el animal pues no queda señal de él en lo que nos alcanza la vista.  
Reemprendemos el viaje con toda calma obligados por el trazado y para disfrutar del paisaje, que a ratos es desolado pero no exento de grandiosidad y belleza. Refiere Llamazares que Ortega y Gasset, después de un viaje por los montes de Guadalajara, se preguntaba “¿Habrá en el mundo una tierra más pobre que ésta?”, a lo que el escritor se responde: “Sí. Tras os Montes, en Portugal”.
La opinión de Ortega pudo ser atinada, quizá, hace un siglo pero hoy los pueblos sorianos y alcarreños no responden a esa descripción. Es probable que estén abandonados, despoblados, pero la gente que permanece tiene una razonable calidad de vida y servicios equiparables a una sociedad moderna (En la medida en que no intervenga este gobierno, debería añadir). Otro tanto sucede en la comarca lusa. La red de carreteras ha contribuido a modernizar los pueblos y a homologar servicios públicos. En los veinte años transcurridos desde el viaje de Llamazares Portugal y la región de Tras os Montes han cambiado no poco.
Ésta, como su vecina Galicia, ha sido emisora tradicional de emigración. De ahí que ahora se observen vehículos de matrícula foránea, la mayoría francesa, a orilla de la carretera. No muchos, porque tampoco son muchos los vecinos de los pequeños pueblos. En los valles se ven castaños, viñas y olivos, de los que se extrae un aceite muy característico. El caserío es igualmente un espejo del de sus vecinos gallegos y astures, edificios de piedra con amplias balconadas de madera. De los trasmontanos se dice que son austeros y callados. No les queda más remedio.
El camino y el paisaje se animan a medida que nos aproximamos a Bragança, capital de la región del alto Tras os Montes. En el cielo azul se recorta la silueta gris la imponente fortaleza, del siglo XII. Estamos en la cuna de la última dinastía que gobernó Portugal, el ducado de Bragança.
Bragança, para los portugueses, Braganza para los españoles, es la capital de la comarca del alto Tras os Montes. Está situada a 700 metros de altitud, en una colina de la Sierra de Nogueira; su silueta se distingue fácilmente en la distancia por el perfil inconfundible de su castillo. 
Donde hoy se alza la ciudad se asentaron con anterioridad los romanos. El emperador Augusto le dio el nombre de Juliobriga, en honor a Julio César. Los celtas la llamaron Brigantia, de dónde toman sus habitantes el gentilicio más común de brigantinos. Las luchas entre musulmanes y cristianos la redujeron a ruinas. Hasta que en 1130, fue adquirida por Fernando Mendes, cuñado de Afonso Henriquez, un brigantino de pro. Fue Sancho I quien la reconstruyó, le otorgó fueros en 1187, en 1199 la liberó del asedio de Alfonso IX de León y le dio el nombre de Bragança.
En 1442, Pedro de Portugal, duque de Coímbra, ascendió Braganza a ducado, que concedió a su hermanastro Alfonso, hijo ilegítimo de Juan I, fundador así de la dinastía de Braganza, que reinaría en Portugal hasta la abolición de la monarquía en 1910. En 1445 se le concedió una feria franca y en 1446 el título de ciudad. En 1770 le fue concedida sede diocesana, que desde 1780 comparte con Miranda do Douro.   
En las últimas décadas su población se ha cuadruplicado, en parte por el despoblamiento de los pueblos y en parte por el retorno de los emigrantes en Europa. Si se exceptúa la ciudadela, Braganza es una ciudad moderna de casi 60.000 habitantes, con calles amplias y buen comercio. Has de orientarte hacia la silueta del castillo para convencerte de que te encuentras en una ciudad bimilenaria.
Todo cambia cuando atraviesas la muralla por la Puerta del Sol y accedes a la explanada del castillo. Ventajas del viajero moderno, puedes llegar hasta allí con el coche pero, llegados a ese punto, lo mejor es que te apees y hagas el recorrido a pie. Te encuentras en una ciudadela medieval magníficamente conservada. Una ciudad –con sus casas blancas- dentro de la ciudad de Braganza
El castillo data del siglo XII y en su interior se guarda un museo militar. A la sombra del fuerte se encuentra una picota medieval y a sus pies un cerdo de piedra, que aquí llaman pelourinho. Al otro lado de la calle se levanta la iglesia de Santa María, originariamente románica aunque reconstruido en el siglo XVIII, y, a un costado suyo, aparece el Domus Municipalis, una construcción pentagonal, el único ejemplo que nos ha llegado de la arquitectura civil románica en Portugal. Aquí se celebraban las reuniones públicas y aquí era donde los hombres buenos resolvían los conflictos que se suscitaban entre los vecinos. 
La ciudadela se conserva en aparente buen estado, prácticamente dedicada al turismo. Las murallas tienen varios puntos de acceso y pueden recorrerse casi en su totalidad. Decidimos entrar en una taberna con la pretensión de tomar café; no tiene café pero a cambio nos ofrece una ginginha (licor de cerezas) elaborada por el propio tabernero en un aparato que nos muestra. Las dos copas, un euro. En la pared cuelga un letrero que reza así: Yo soy un gran cristiano y rezo 15 misterios enteros para que Nuestra Señora me libre de los deudores. Pagamos religiosamente.
A la viajera le ha traído a Braganza, además del interés por la ciudad, el eco de una historia amorosa: la de don Pedro I y doña Inés de Castro, los amantes de trágica historia, cuyos restos reposan en Alcobaça. Quiere la tradición que la pareja contrajera matrimonio en la iglesia de San Vicente, situada inmediatamente debajo de la ciudadela. Así que la viajera abandona la ciudad plenamente satisfecha. 
Si no lo has hecho al llegar, párate un momento antes de emprender el descenso y contempla las magníficas vistas que ofrece el altozano del castillo: esto es Tras os Montes. 

1 comentario:

  1. Aún no conocemos esa parte de Portugal. Por cómo lo cuentas, nos debemos estar perdiendo lo mejor.

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