sábado, 30 de agosto de 2014

Pablo de Pablo, el Barriles



En la orilla derecha del río Duero, a su paso por Aranda, hay un espacio de recreo con juegos infantiles, bancos, un bar y un pequeño embarcadero con varias barcas amarradas. Es el Parque del Barriles.

¿Quién era el Barriles?, me pregunta Valdomicer. Y su pregunta me sorprende como si fuera imposible que alguien no conociera al Barriles. Estoy por decirle que mire en san google pero me adelanto y resulta que no aparece. ¿Cómo es posible que la red de redes no recoja el nombre de uno de las personas que mejor sabía echar el aparejo en las aguas dulces de esta tierra?

Entonces busco en mis papeles y resulta que hace ya 14 años que nos dejó Pablo. Pablo de Pablo se llamaba pero todo el mundo lo conocía por el apodo familiar: el Barriles. Los Barriles eran una familia que vivía a la orilla del Duero, cerca del Bañuelos y conocía la naturaleza mejor que el cura el padrenuestro. Vivían de la naturaleza, de hecho, de todo lo que producía y ofrecía la naturaleza. Furtivos, se llamarían ahora, pero a la vez cuidadosos del medio ambiente. Suyos eran los mejores conejos, cuando en el monte de La Calabaza aún los había, suyos los mejores cangrejos, cuando los había también. Suya la protesta más encendida cuando el ayuntamiento permitía talar el monte nada más que porque sí.

Y suyas eran las barcas que atracaban a la orilla del río, a un tiro de piedra de la casa familiar. Las barcas del Barriles eran obra suya, de Pablo. Él las armaba, él las cuidaba, él las manejaba. A veces por voluntad propia, por el placer de recorrer el río sólo o acompañado de sus amigos, reservadísimo el derecho de admisión. A veces para cumplir algún encargo del ayuntamiento, quitar una rama que estorbaba, limpiar algún obstáculo. También para sacar a algún ahogado, que en aquellos años el Duero se cobraba varias víctimas cada estío. Y siempre, siempre, cerca de la cucaña en fiestas, para ayudar, por si acaso. El Barriles era un Neptuno de agua dulce.

Con el tiempo se montó un chiringuito junto al embarcadero, al que se añadieron unas mesas de madera y unos bancos, adonde íbamos sus amigos, con los que compartía almuerzo, especialmente en las fiestas de Aranda, o merienda, al caer la tarde. Pablo tenía la socarronería propia de la tierra y esa pizca de mala leche que mortifica pero no ofende. No tuvo una vida fácil, le rozó la peste de la colza y enviudó con seis hijos pero siempre tuvo el ánimo de mirar hacia adelante y a nadie cargó con sus penas. También tuvo tiempo de conocer Cuba pero una noche se acostó y no volvió a levantarse. Lo encontró muerto uno de sus hijos.

Su chiringuito se convirtió en una concesión administrativa que el ayuntamiento gestiona. Es más grande y está bien cuidado, seguramente, pero aunque lleva su nombre, no es lo mismo sin el Barriles.

Enjuto, renegrido por el sol y el aire, Pablo tenía la virtud de ser amigo por igual de chicos y grandes, sin distinción de clases. A los únicos que no soportaba era a los pretenciosos, los listos de nacimiento.

Cuando la viajera era niña, cada verano ella y su pandilla local tenían que cargar con un veraneante madrileño, hijo de militar, con más aires de grandeza que años. Su abuela nos lo endilgaba y nosotros lo soportábamos más mal que bien. Él presumía de su vida en Madrid y nosotros tratábamos de epatar a nuestra manera hasta el punto de emprender fechorías, por el sólo placer de asustarle. Una tarde, se nos ocurrió desenganchar una de las barcas que Pablo tenía amarrada en el embarcadero y, sin encomendarnos a nadie, dar un paseo por el río.

- Nosotros, esto lo hacemos todas las semanas, fanfarreamos.

En plena navegación perdimos uno de los remos y acabamos en la presa de don Publio, donde alguien nos vio y dio el aviso y de donde nos rescató el propio Barriles.

- No os pego una hostia porque no quiero mancharme la mano de mocos, nos dijo el bueno de Pablo al vernos aguantar el tipo, embarrancados allí de mala manera.

- Le advierto que si me pone la mano encima, mi padre le puede montar un consejo de guerra, le retó el madrileño.

El Barriles, que estaba enganchando un nuevo remo en la barca varada, se incorporó con toda parsimonia, miró al chico, nos miró a nosotros con aire de regocijo y no dijo más que hay que joderse con el madriles. Después volvió a su tarea, desembarazó la barca, le encomendó los remos a Paco, que era el mayor, y mandó que le siguiéramos. Al llegar al embarcadero, el Barriles ató su barca con toda cachaza, esperó a que Paco situara de costado la nuestra y nos tendió la mano para ayudarnos a saltar a la ribera. Cuando el nieto hizo ademán de saltar, le cogió por el cuello del jersey y lo depositó en tierra como a un pelele. Sin soltarle, nos miró a nosotros, que permanecíamos quietos en la orilla, se volvió a él, adelantó la mano con la que le sostenía, levantó el pie y le dio una patada en el trasero que le hizo salir trastabillando varios metros.

- Cuando veas a tu padre le enseñas el culo, y si quiere algo más, ya sabe donde puede encontrarme, que él conoce bien la marca.

Luego, nos miró a nosotros, que nos habíamos quedado parados como pasmarotes y nos dijo: Como os vuelva a ver por aquí, os rompo la crisma, ya lo sabéis. Así que echamos a correr hacia la carretera y seguimos corriendo hasta la Plaza, seguidos por el nieto.

Lástima que Miguel Delibes se orientara hacia el norte de Burgos en vez de hacia el sur y se perdiera la ocasión de conocer al Barriles porque hubiera compuesto un personaje más profundo que el señor Cayo, más ingenuo que el padre del Nini. Pablo el Barriles. No aparecerá en internet pero permanece indeleble en la memoria de sus muchos amigos.

6 comentarios:

  1. ¡Enhorabuena! Has conseguido que Pablo "El Barriles" esté en San Google bendito.

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  2. Ya lo has puesto tú, y por lo que cuentas sin duda lo merecía.

    Un beso

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  3. como dice pilar, ya lo has puesto tú... y tu relato es una maravilla!!
    muchos besos!!

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    Respuestas
    1. Merecía estar. Siempre pienso: ¿Quién hablará de mis amigos cuando hayamos muerto?

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