jueves, 9 de octubre de 2014

La vida resuelta

Hay días que la realidad se hace insoportable. Como anunció Sartre en La Náusea, se desvanecen las palabras y con ellas el significado de las cosas, sus usos, las marcas que los hombres han dejado en su superficie…

Esta mañana, he oído al consejero de Sanidad de Madrid en la Cadena Ser. Hablaba de sus responsabilidades en el contagio del ébola por parte de una auxiliar de su Departamento, una persona que se había prestado voluntaria y que se ha contagiado en el curso de actividad. Luego se verán las circunstancias y si arriesgó más de lo debido o no la dotaron de protección para el trabajo que debía desempeñar, pero el hecho es que hablaba de una trabajadora que dependía de él, cuya vida depende de su capacidad de gestión de la crisis.  

Ni una palabra de conmiseración, ni siquiera de respeto, al contrario, ha hablado de ella en un tono de desprecio, como si se tratara de una pobre incapaz de ponerse y quitarse el traje protector. Por supuesto, ni una palabra de autocrítica, ni el más mínimo resquicio para la duda. Ellos lo han hecho todo bien, son los otros los culpables. La que más, la víctima.

Pero cuando he sentido que me anegaba la náusea es cuando ha añadido que él ha venido a la política comido y bien comido. Se desvanecen las palabras, sí. Porque lo que ha querido decir es que él no es como otros, que necesitan de la política para saber lo que es la buena vida, él está en la política… Eso es lo que me pregunto, ¿para qué ha venido a la política si no es capaz de gestionar una crisis como ésta?

Se desvanece el significado de las palabras… Porque, enseguida, ha añadido: “si tengo que dimitir, dimito. Soy médico y tengo la vida resuelta”. No ha dicho, como cabría suponer, si en algo me he equivocado, afrontaré mis responsabilidades y dimitiré, no, él puede irse porque a estas alturas no necesita hacer negocio, ya tiene la vida resuelta, no porque le quede un atisbo de dignidad, de responsabilidad o de vergüenza.

La náusea.

No sé cómo lo soportamos. Quizá porque se están desvaneciendo del todo las marcas que las generaciones que nos han precedido han dejado en las palabras y hayamos olvidado lo que es el coraje. Lo que está ocurriendo en la sanidad española en general y en la sanidad madrileña en particular es sencillamente insoportable.

Dejando al margen, y ya es dejar, la concatenación de fallos que se han conocido estos días –la deficiente preparación de las personas que atendieron a los enfermos de ébola, el deficiente traslado y la más deficiente atención en el Hospital de Alcorcón, sin ningún tipo de protección- lo que caracteriza a los responsables de la Consejería de Sanidad de Madrid es un comportamiento ajeno a las prácticas de una política decente. De la decencia a secas.

El actual titular, Javier Rodríguez, sustituyó a Javier Fernandez-Lasquetty el pasado mes de enero cuando éste dimitió después de que se paralizara el proyecto de privatización de la sanidad madrileña. Al día siguiente, se colocaba en empresas vinculadas al negocio sanitario. A Lasquetty le había precedido Juan José Güemes quien, cuando dejó el cargo se colocó rápidamente en el mismo sector al que había adjudicado alguno de los sustanciosos contratos que pagamos los contribuyentes. El escándalo que se organizó cuando se renovó una de las adjudicaciones le obligó a dimitir de uno de los cargos. Acusados de irregularidades en la concesión de dos hospitales, él y Lamela, su predecesor, están imputados por cohecho y prevaricación.

Para hablar de Manuel Lamela hay que respirar antes profundamente. Durante sus cuatro años al frente de la Consejería, bajo la tutela protectora de Esperanza Aguirre, se dedicó a hostigar inmisericordemente a los médicos que trataban de aliviar la agonía de los enfermos terminales del Hospital Severo Ochoa con métodos paliativos. Su campaña contra el médico Luis Montes es un modelo de indignidad. Las consecuencias las están pagando aún los enfermos terminales que tienen la mala suerte de morir en hospitales públicos de la Comunidad de Madrid, condenados a una agonía sin remedios que la alivien.

Como se puede apreciar, ninguno de ellos ha destacado por sus virtudes políticas, por su destreza en la gestión de los intereses públicos, ni siquiera por tener un modelo de sanidad que no sea el de la privatización a ultranza. La consecuencia es que la calidad de los servicios sanitarios en Madrid ha caído en picado, con unos recortes presupuestarios brutales mientras la parte del león se la llevan las concesiones a empresas privadas. Ninguno de los consejeros ha defendido a los profesionales sanitarios, ninguno ha hecho otra cosa que mirar a su negocio. Parece que, al contrario que Rodríguez, ellos no llegaron a la Consejería comidos, bien comidos, pero en ella han resuelto su vida.

Mientras hilvano estas ideas, la auxiliar contagiada de ébola agoniza en un hospital que iba a ser el de referencia de enfermedades infecciosas y que ha tenido que ser acondicionado apresuradamente para esta emergencia.

Hoy es uno de esos días en los que la realidad se hace insoportable.

4 comentarios:

  1. náusea, como tú bien dices es lo que se siente al ver las noticias estos días...
    y yo tampoco sé como lo soportamos...

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  2. Todo lo que estamos viendo, es un sinsentido, ¡¡en manos de quien estamos!!.

    Saludos

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    1. Es un sinsentido, sí, pero las encuestas indican que hay muchos que están contentos con esas manos que nos gobiernan.
      Un saludo.

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