sábado, 1 de noviembre de 2014

Ligeros de equipaje, como los hijos de la mar


 Me gusta recorrer los cementerios de las ciudades que visito. Me gusta el aire decadente de casi todos ellos, el texto de sus lápidas, no sólo los epitafios, las inscripciones, las esculturas de algunos panteones.

 

Ahí está la sacramental de San Justo de Madrid, donde Larra fue a buscar la paz de espíritu que se le negó en vida; la Almudena, que pasa por ser uno de los más grandes de Europa, también su cementerio civil, donde reposa lo más granado de la historia española laica del último siglo, incluido el original Pablo Iglesias. 

 

En Burgos, hay un rincón que me emociona especialmente, donde se amontonan algunas de las víctimas de la sinrazón, asesinadas tras el levantamiento militar de 1936. Un poco más a la izquierda está el mausoleo de un hombre que se entendía con los lobos, Félix Rodriguez de la Fuente. 

Como en el Roncal, se alza el mausoleo de Julián Gayarre, obra de Mariano Benlliure.

En el cementerio de Visherat, de Praga, se encuentran los monumentos funerarios de los músicos Smetana y Dvorak o del escritor Jan Neruda, de quien tomaría el apellido el chileno Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, más conocido en el mundo de las letras como Pablo Neruda, que con ese nombre recibió el Premio Nobel. 

En ese mismo cementerio se encuentra una lápida dedicada a Josef Broz, nombre real de quien fue conocido como Tito, presidente de Yugoslavia desde 1945 hasta 1980, un año que resultó fatal para ambos tocayos. El Broz yugoslavo fue enterrado en Belgrado.

En la misma ciudad de Praga se encuentra su famoso cementerio judío, cuya particularidad es que las lápidas se colocan en perpendicular al suelo, unas sobre otras, para aprovechar el escaso terreno que les había sido cedido.  

Si hablamos de enterramientos judíos, habrá que empezar por el sepulcro por excelencia, el Santo Sepulcro de Jerusalem, que se encuentra dentro de una iglesia del mismo nombre. Miles de creyentes acuden cada año a orar ante el lugar en que se cree fue depositado el cuerpo de Jesucristo al ser bajado de la cruz. A orar y a rozar los más diversos objetos por la lápida tenida por sagrada, convertidos así en productivas reliquias.


También en Jerusalem se encuentra el cementerio de cementerios: el del Monte de los Olivos, que mira a la Puerta Dorada, la única que permanece cerrada -desde 1541- y por la que, de acuerdo con la tradición, entrará el Mesías el día del Juicio Final. Se estima que en el Monte de los Olivos hay más de 150.000 tumbas, entre ellas las de los profetas Absalón y Zacarías. Los judíos hacendados pagan fortunas por hacerse con un hueco para ser enterrados allí en la creencia de que en ese lugar se iniciará la resurrección de los muertos a la llegada del Mesías y de que en el fin de los tiempos este será el escenario de la reunión de los justos.

 Paseando por los cementerios se encuentran despedidas sentidas y emotivas inscripciones.

Como esa de la niña más feliz del mundo, en la Almudena de Madrid, frente a otra del hombre más infeliz del mundo, en el cementerio de Aveiro (Portugal). 

  

Creo que los cementerios dicen de las ciudades más que muchos de sus habitantes. Los de centro europa son espacios abiertos, ajardinados, ordenados y pulcros, como el de Volendam, organizado, como los buenos holandeses. 

Fue Joan Manuel Serrat quien señaló su lugar ideal, en el Mediterráneo: a mí enterradme sin duelo entre la playa y el cielo, en la ladera de un monte, más alto que el horizonte, quiero tener buena vista. 

Parece estar describiendo al camposanto de Deiá:

 

Si uno se pone menos localista, ahí está el cementerio de Eyup, en Estambul, con el Cuerno de Oro a sus pies y el Mar de Mármara en el horizonte.

O el de San Michelle, una isla de los muertos con Venecia a la vista. Lugar de emociones y reposo de grandes figuras del arte, como Stravinsky.

Personalmente, el cementerio que más me gusta es el de Colliure, donde fue a reposar don Antonio Machado, y en cuya lápida dejó escrito el mejor resumen de su vida:

Y cuando llegue el día del último viaje 

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 

me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 

casi desnudo, como los hijos de la mar. 

2 comentarios:

  1. Me gusta pasear de tu mano por rincones desconocidos o descubriendo en tus palabras matices perdidos.
    Me gustan los cementerios allí al final, todos podemos decirlo todo.

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  2. No soy de cementerios, lo soy más de visitar los mercados, aunque bien pensado son la síntesis y la antítesis del ser humano, reflejamos como vivimos y morimos.

    Saludos

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