En
julio de 2008, un grupo de mujeres españolas vinculadas al
asociacionismo y al feminismo visitó Israel durante quince días con
el propósito principal de conocer la realidad sobre el terreno, de
establecer contactos con el movimiento asociativo palestino e israelí
y ver la posibilidad de establecer algún tipo de cooperación. Con
el lema “Mujeres por la Paz”, la comisión se reunió con
asociaciones pacifistas de Israel y de Palestina, con parlamentarios
de todo el espectro político de la Kneset, el parlamento israelí,
con la ministra de Información de la Autoridad palestina y con
alcaldes y concejales, con hombres y mujeres destacados y anónimos,
deseosos de alcanzar la paz en aquel territorio torturado.
En
el grupo había abogadas, sindicalistas, parlamentarias, gestoras de
ONG y una periodista, cada una con una función. ¿Cuál era el papel
de la periodista? Contarlo. Contar lo que vio. Y eso es lo que hace
tantas veces como surge la ocasión.
Cuenta,
por ejemplo, que en Hebrón -que presume de ser la ciudad más
antigua habitada ininterrumpidamente- encontró dos realidades
opuestas. Una ciudad moderna, dinámica, organizada, en la parte
administrada por los palestinos -H1-, con unos 140.000 habitantes.
Una zona en permanente tensión en la H2, bajo control israelí, con
30.000 palestinos y medio millar de judíos. Es aquí donde se
encuentra la tumba de los profetas, lugar sagrado para judíos y
musulmanes.
La
periodista observó que los residentes judíos hostigan a los
palestinos arrojando basura desde los pisos altos, de la que los
palestinos se defienden interponiendo mallas entre los pisos altos y
el suelo. También comprobó que la principal arteria comercial
permanece cerrada pues desde la matanza de 1994 Israel restringió el
acceso a lo que era una pujante área comercial hasta lograr su
clausura.
La
periodista vio a soldados muy jóvenes en los puestos de vigilancia,
pertrechados con sofisticadas armas, seguir el paso de jóvenes
palestinos que han crecido con el odio cruzado entre las dos
comunidades. Bastaría que uno de esos jóvenes se inclinara para
coger una piedra y el soldado, poco más que un niño, descargara su
arma, como de hecho ha ocurrido con frecuencia.


Las
mujeres de Machsomwatch mantienen el tipo. Es inútil pedir ayuda a
la policía porque nunca se enfrentan a los colonos, aclaran. Cuando
la comisión se dispone a recorrer la zona el número de colonos se
ha incrementado hasta resultar claramente amenazante. Hay gritos y
empujones contra las mujeres mientras el tipo corpulento aparenta
grabar todo lo que sucede, al igual que un policía, sentado en un
furgón, a un paso de la escena.


En
el camino hacia el autobús una tienda muestra pequeñas piezas de la
artesanía del vidrio, tradicional en Hebrón. La periodista compra
dos pequeños búcaros para su colección. El palestino de la tienda
le habla de las dificultades de los artesanos para obtener arenas de
buena calidad y también para vender sus piezas, acorralados como
están. “No nos olviden y hablen de nosotros”, le pide a la
periodista, que guarda estas piezas como un pequeño tesoro.
La
comisión logra, finalmente, pasar uno de los muchos controles que
Israel tiene establecidos en la zona, entrevistarse con el alcalde,
recorrer los mercadillos, tan parecidos a los de cualquier pueblo español, probar sus ricas uvas -el cultivo
tradicional, también- comprobar el deterioro sistemático de la zona
administrada por Israel y sentir en la piel el miedo y el odio
acumulado durante décadas.
En
el camino a la tumba de los profetas la periodista encontró a un
tullido pidiendo limosna pero en las calles de Israel encontró a
muchos niños y niñas alegres y traviesos como todos los niños. En
ellos piensa la periodista cada vez que las noticias vuelven a hablar
de Hebrón, siempre por alguna tragedia.
¿Qué
será de ellos?, se pregunta.
Ojalá fuesemos capaces de contarnos un cuento y seguir durmiendo, pero me temo que cada vez que pensemos en ellos y ellas solo tendremos pesadillas.
ResponderEliminarUn beso