lunes, 19 de octubre de 2015

¿Qué será de los niños de Hebrón?

En julio de 2008, un grupo de mujeres españolas vinculadas al asociacionismo y al feminismo visitó Israel durante quince días con el propósito principal de conocer la realidad sobre el terreno, de establecer contactos con el movimiento asociativo palestino e israelí y ver la posibilidad de establecer algún tipo de cooperación. Con el lema “Mujeres por la Paz”, la comisión se reunió con asociaciones pacifistas de Israel y de Palestina, con parlamentarios de todo el espectro político de la Kneset, el parlamento israelí, con la ministra de Información de la Autoridad palestina y con alcaldes y concejales, con hombres y mujeres destacados y anónimos, deseosos de alcanzar la paz en aquel territorio torturado.
En el grupo había abogadas, sindicalistas, parlamentarias, gestoras de ONG y una periodista, cada una con una función. ¿Cuál era el papel de la periodista? Contarlo. Contar lo que vio. Y eso es lo que hace tantas veces como surge la ocasión.
Cuenta, por ejemplo, que en Hebrón -que presume de ser la ciudad más antigua habitada ininterrumpidamente- encontró dos realidades opuestas. Una ciudad moderna, dinámica, organizada, en la parte administrada por los palestinos -H1-, con unos 140.000 habitantes. Una zona en permanente tensión en la H2, bajo control israelí, con 30.000 palestinos y medio millar de judíos. Es aquí donde se encuentra la tumba de los profetas, lugar sagrado para judíos y musulmanes.
La periodista observó que los residentes judíos hostigan a los palestinos arrojando basura desde los pisos altos, de la que los palestinos se defienden interponiendo mallas entre los pisos altos y el suelo. También comprobó que la principal arteria comercial permanece cerrada pues desde la matanza de 1994 Israel restringió el acceso a lo que era una pujante área comercial hasta lograr su clausura.
La periodista vio a soldados muy jóvenes en los puestos de vigilancia, pertrechados con sofisticadas armas, seguir el paso de jóvenes palestinos que han crecido con el odio cruzado entre las dos comunidades. Bastaría que uno de esos jóvenes se inclinara para coger una piedra y el soldado, poco más que un niño, descargara su arma, como de hecho ha ocurrido con frecuencia.
La violencia en la zona es algo casi sólido. Sin necesidad de remontarse a la matanza de 1929, cuando fueron asesinados 133 judíos, o a la de 1994, cuando un judío fundamentalista mató a 29 palestinos e hirió a otros muchos, en los últimos años al menos 15 colonos han muerto por ataques palestinos. En 2014 aquí se encontraron los cuerpos de tres adolescentes judíos asesinados.
La agenda del grupo de Mujeres por la Paz en Hebrón ha sido elaborada con la inestimable ayuda de la asociación Machsomwatch, integrada por mujeres jubiladas contrarias a la ocupación de Palestina y defensoras de los derechos humanos. Son mujeres corajudas y templadas, admiradas y denostadas por igual, acostumbradas a enfrentarse a situaciones complicadas.
Ellas advierten que los colonos judíos suelen hostigar a quienes pretenden visitar Hebron. Así sucede. Cuando el autobús de la comisión llega a las inmediaciones de la ciudad, un grupo de colonos se aproxima para tratar de desalentar la visita. Un hombre corpulento, conocido de Machsomwatch por su fundamentalismo, se destaca en actitud intimidatoria. Esgrime una cámara pero, sobre todo, un arma de fuego -en Israel raro es quien no va armado- y reclama a gritos que la comisión se dé la vuelta. Enseguida aparece un coche de la policía, que se mantiene al margen de la discusión.
Las mujeres de Machsomwatch mantienen el tipo. Es inútil pedir ayuda a la policía porque nunca se enfrentan a los colonos, aclaran. Cuando la comisión se dispone a recorrer la zona el número de colonos se ha incrementado hasta resultar claramente amenazante. Hay gritos y empujones contra las mujeres mientras el tipo corpulento aparenta grabar todo lo que sucede, al igual que un policía, sentado en un furgón, a un paso de la escena.
De pronto, aparece un grupo de soldados apuntándonos con sus armas. Si alguien pierde los nervios y suena un disparo, aunque sea al aire, puede organizarse una masacre. Las mujeres de Machsomwatch tratan de sosegar los ánimos; los soldados por un lado, la policía por otro, toman posiciones cada vez más próximos pero sin actuar. Es 15 de julio y hace un calor sofocante bajo un sol implacable.
La periodista hace cientos de fotos ante la mirada intimidatoria de los colonos y también de los soldados. No photos, dice uno de ellos. La periodista responde con el argumento que suele darle buen resultado en estos casos: Sorry, I don't speak english. Poco a poco los colonos van retrocediendo en su intimidación sin separarse del grupo. La comisión opta por retirarse y entrar a Hebrón por otro acceso. Si esto ocurre con personas conocidas y amparadas por la embajada de su país,  ¿qué sucederá con los palestinos, que a nadie interesan?
En el camino hacia el autobús una tienda muestra pequeñas piezas de la artesanía del vidrio, tradicional en Hebrón. La periodista compra dos pequeños búcaros para su colección. El palestino de la tienda le habla de las dificultades de los artesanos para obtener arenas de buena calidad y también para vender sus piezas, acorralados como están. “No nos olviden y hablen de nosotros”, le pide a la periodista, que guarda estas piezas como un pequeño tesoro.

La comisión logra, finalmente, pasar uno de los muchos controles que Israel tiene establecidos en la zona, entrevistarse con el alcalde, recorrer los mercadillos, tan parecidos a los de cualquier pueblo español, probar sus ricas uvas -el cultivo tradicional, también- comprobar el deterioro sistemático de la zona administrada por Israel y sentir en la piel el miedo y el odio acumulado durante décadas.
En el camino a la tumba de los profetas la periodista encontró a un tullido pidiendo limosna pero en las calles de Israel encontró a muchos niños y niñas alegres y traviesos como todos los niños. En ellos piensa la periodista cada vez que las noticias vuelven a hablar de Hebrón, siempre por alguna tragedia.
¿Qué será de ellos?, se pregunta.

1 comentario:

  1. Ojalá fuesemos capaces de contarnos un cuento y seguir durmiendo, pero me temo que cada vez que pensemos en ellos y ellas solo tendremos pesadillas.
    Un beso

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