martes, 11 de octubre de 2011

De recortes y excesos

Mantengo con la policía una relación ambivalente. Me muevo entre los flash back de la peli de mi vida, corriendo delante de los grises y la amabilidad de las patrullas –en moto, incluso a caballo- que recorren las calles sonriendo a las ancianas y a los niños. Entre el repelús que en ocasiones me produce pasar por el punto 0 de la Puerta del Sol, donde estuvo la Dirección General de Seguridad en tiempos del difunto caudillo, y la tranquilidad que me proporciona cruzarme con una pareja de jóvenes patrulleros.
Esta mañana me han llamado de la comisaría en relación a la denuncia presentada el sábado. Quien llama es un chico y se expresa con una delicadeza exquisita. Me informa que en la zona donde me robaron hay cámaras de grabación y cabe la posibilidad de que haya quedado inmortalizado el asalto. No obstante, sería conveniente que me pasara por la comisaría a ver el álbum de fotos de los ladrones fichados por si reconociera a alguno.
- ¿Le importaría venir? Cuando usted pueda. Cuando le venga bien, insiste el policía.
Quedo para esta misma tarde. Me presento en la puerta y dos minutos después aparece un joven.
- Gracias por venir ¿Le ha incomodado mucho?, se interesa.
- No, no, tenía la tarde libre, respondo por decir cualquier cosa.
He llegado unos minutos antes de la hora convenida. Me pasa a una sala de espera pero apenas me da tiempo a abrir el ebook cuando vuelve el joven a buscarme.
- ¿Le ha afectado mucho el asalto?, pregunta.
- Se me va pasando, le digo.
La comisaría está en una calle céntrica, paralela a la Gran Vía. Es un edificio un poco destartalado, muy cinematográfico –de cine negro-: pasillos estrechos y despachos pequeños. El joven me conduce a uno de estos cuartos, donde están dos chicas. Juraría que no llegan a la treintena, desde luego son más jóvenes que mis hijas. Una de ellas está sentada ante un ordenador, en la única mesa del despacho. A su lado, un álbum de fotos en blanco y negro. Lo abren y me lo muestran, las típicas fotos de ficha, de frente y de costado: un book profesional. Una de las chicas sale del despacho. Me sonríe como animándome.
Repaso las páginas, me resulta difícil superponer el recuerdo del tironero –que se me va tornando borroso- con las imágenes de facinerosos que muestran los fotografiados. Señalo a uno que se da un aire. El chico anota el número y la mujer busca en el ordenador. Me muestra una imagen del señalado en color, creo que no es. Sigo buscando. Señalo otro, repiten el trámite. Creo que éste se parece más, pero tampoco estoy segura.
- ¿Qué porcentaje de seguridad cree tener?, pregunta la policía.
- Quizá un 30%, respondo, un poco avergonzada de mi incompetencia como atracada.
- Lo siento, me quedé totalmente aturdida, me justifico.
- No se preocupe, es lo normal, me tranquilizan al unísono los dos policías.
La mujer, que claramente es la jefa, me informa de que si lo identifico como mi asaltante pedirán al juez una orden de detención, lo llevarán a comisaría y me llamarán para una rueda de reconocimiento.
- Como en las películas, me aclara, varios para seleccionar y usted detrás de un cristal.
- Ya, ya, respondo. Pero no estoy segura hasta ese punto…
Les recuerdo entonces lo que me dijo el policía que llamó esta mañana respecto a la posibilidad de que se haya grabado en las cámaras de la calle.
- Quizá la grabación ayude más, aventuro.
- Esperaremos que nos entreguen las imágenes en dos o tres días, me dicen.
Para ayudar a la identificación del asalto, me he puesto la misma ropa que llevaba el sábado. También llevo en un pendrive fotos en las que se aprecia cómo eran las piezas robadas. Me lo agradecen varias veces.
Yo me justifico de nuevo, realmente no he aportado gran cosa. Miro a la mujer que me devuelve la mirada, franca.
Me gustaría decirle cómo me reconforta encontrar mujeres al mando también en las comisarías –aunque sea en niveles medios-, cómo me alegra comprobar su competencia, independientemente del resultado final del asunto que me concierne, su eficiencia, su educación.
- Me hubiera gustado ser de más utilidad, digo al despedirme.
- Gracias por haber venido, responden ambos.
El  chico me acompaña hasta la salida. Nos cruzamos con otras personas, casi todas muy jóvenes.
Salgo a la calle. La tarde invita al paseo. Me pongo los cascos y conecto la radio del móvil. Están hablando sobre el viaje de Camps a Japón, invitado por una empresa a la que favoreció con ayudas públicas. Este tipo es que no escarmienta, me digo. Alguien añade que ocho presidentes de las comunidades autónomas se han llevado medio centenar de personas a una comida en Bruselas con el presidente de la Comisión, Durao Barroso. Va a resultar que sólo los infelices nos pagamos nuestros gastos. Mientras sigue el programa pienso en los jóvenes policías de la comisaría, escasos de medios, escasos de personal.
A éstos también es a los que se les recorta cuando se rebaja el sueldo a los funcionarios, cuando se recorta en personal.

3 comentarios:

  1. Recortando, recortando, siempre se nos ve el c. a los mismos.

    Besos

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  2. A ver si hay suerte y recuperas tu gargantilla, aunque supongo que el susto te va a durar más de lo que confiesas.

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  3. Pilar: Nos lo tenemos archiconocidas sus partes pudendas.
    Valdo: La gargantilla la he dado por perdida. El susto, no.

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