A
estas alturas, los viajeros llevan rodados cerca de dos mil
kilómetros, en una inmersión en el románico del mediodía francés
-con una breve distracción en el mundo galo de Astérix-. Pues bien,
en el plan personal del colega, este rodeo no tiene otro fin que
llegar a Moissac.
Con el amparo de los cluniacenses, el monasterio comparte los bienes y privilegios de esta comunidad que se manifiesta en la construcción de una nueva iglesia, consagrada en 1063, un claustro, finalizado en 1100, y una biblioteca que se nutre de las copias realizadas por los monjes. En el siglo XII, la abadía tenía un centenar de monjes dedicados a la oración y a las copias de textos religiosos en latín. La mayor parte de estos manuscritos se conservan en la Biblioteca Nacional francesa.
Esta fase de prosperidad se prolongará hasta mediados del siglo XIV, durante la cual se reconstruirán también las dependencias monacales. En el siglo siguiente se reconstruye la iglesia y la abadía deja de estar bajo el amparo de Cluny para pasar a abades comandatarios. Esta intervención explica la mezcla de románico y gótico que se observa en la iglesia actual.
La
viajera trata de olvidarse de la invasión ferroviaria contemplando
el portal que tiene casi al alcance de la mano. Este tímpano,
realizado en el siglo XII, representa el Apocalipsis de San Juan. En
el centro, un Pantocrátor rodeado por el Tetramorfos (los símbolos de
los cuatro evangelistas: Juan, el águila; Mateo, el ángel; Marcos,
el león; y Lucas, el toro) y dos arcángeles. Completan el espacio
los 24 ancianos del Apocalipsis, colocados en paralelo y adaptándose
a la forma semicircular de forma simétrica. Todos los personajes
miran hacia Cristo aunque sus cuerpos hayan de forzar la figura. Las
filas de ancianos, portando instrumentos musicales o copas, están
separadas por olas del mar de cristal. Esta composición del tímpano se repite en muchas
otras iglesias románicas de toda Europa y tiene su expresión más
conocida en el pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela,
realizado por el maestro Mateo, pues no en vano el románico se
expandió a través del Camino de Santiago.
De uno y otro lado del portal parten dos columnas adosadas que culminan con la efigie de dos religiosos: a la derecha, el abad Roger. Sobre el portal, dos filas de almenas, bajo las que hay una línea de canecillos con cabezas humanas y zoomórficas. La primera de las almenas en la izquierda se remata con el busto de un hombre que toca un cuerno.
Los
viajeros alargan cuanto pueden la comida, que hasta el cocinero sale
a saludarles, pero, finalmente, atraviesan la puerta, como durante
siglos hicieran los peregrinos que recorrían Europa en dirección al
Finis Terrae, y entran en la iglesia, donde encuentran un Cristo del
siglo XII, una Piedad y un Entierro de Cristo del XV, además de decenas de niños de varias visitas colegiales, y pasan al
claustro.
Esta
es la segunda maravilla de Moissac. Un cuadrado de 31 por 27 metros,
116 columnas de mármol, alternando las sencillas y las dobles,
distribuidas en cuatro galerías; en sus 76 capiteles, que están
esculpidos en las cuatro caras, se muestran escenas bíblicas y de la
infancia de Cristo y motivos florales.
Tiene, además, ocho pilastras, dos en cada vértice, decoradas con relieves, y otras cuatro en medio de las galerías. Según indica una inscripción, la obra del claustro se terminó el año 1100, pero en el siglo XIII se rehizo, lo que explica los arcos apuntados.
Tiene, además, ocho pilastras, dos en cada vértice, decoradas con relieves, y otras cuatro en medio de las galerías. Según indica una inscripción, la obra del claustro se terminó el año 1100, pero en el siglo XIII se rehizo, lo que explica los arcos apuntados.
Los
viajeros lamentan no disponer de más tiempo para pasear
tranquilamente por Moissac, ver sus rincones art-deco, acercarse al
puente Napoleón sobre el río Tarn, y a la Casa de los justos o de
los niños judíos, donde en la segunda guerra mundial fueron
escondidos medio millar de niños judíos que así salvaron la vida.
O subir hasta el mirador de la Virgen y desde allí contemplar el
monasterio y el claustro, y la línea del ferrocarril, esa que estuvo
a punto de llevarse por delante una de las abadías más destacadas del románico... Sin complejos.
Me parece que nos quedan un par de viajes al Midi francés. He estado en Agen, hemos estado en Montauban,... pero ninguno de los dos en Moissac. Imperdonable, habrá que volver.
ResponderEliminarY comer -bien- con el tímpano al alcance de la mano
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