Toulouse
es la última etapa de nuestro particular tour francés. ¿Por qué
Toulouse? El colega considera que la inmersión románica no estaría
completa sin visitar la basílica de Saint Sernin. La viajera tiene
una cita secreta con esta ciudad que, tras la guerra civil, fue
capital del exilio español y sede del gobierno republicano; aquí vivió y murió la primera mujer en gestionar una cartera
ministerial en España, y una de las primeras ministras de Europa,
Federica Montseny, la Fanny Germain de la resistencia
antinazi, a quien la viajera tuvo la fortuna de entrevistar al final
de su vida.
Los
viajeros empiezan su recorrido saludando a la pobre Juana de Arco, en
la plaza de su nombre, una figura casi omnipresente en Francia, de donde es patrona. Cruzan el boulevard Strarbourg y
enseguida llegan a la basílica Saint Sernin, que encuentran cerrada. Este San Sernin tolosano es San
Saturnino, obispo de la ciudad, que fue martirizado hacia el año
250, siendo arrastrado por un toro hasta caer en el punto donde ahora
se levanta la iglesia de Taur (Toro), en la calle del mismo nombre,
que va de la basílica a la plaza del Capitolio.
San
Sernin es la segunda iglesia más antigua de Francia, después de la
abadía de Cluny. Se levantó en el siglo XII sobre una capilla más
pequeña del siglo V incapaz de acoger a los fieles que acudían a
venerar al santo mártir, cuya sepultura se encuentra en el interior,
cubierta de un baldaquino del siglo XVIII. La basílica de San
Sernin, de 120 metros de largo, y la catedral de Saint-Etienne han
alimentado tradicionalmente una rivalidad sobre cuál de ellas es la
más de lo más.
El
ábside es la parte más antigua de la iglesia, bajo el cual se
encuentra la iglesia primitiva. En su fábrica se observan
intervenciones posteriores, góticas y renacentistas. Como no podía
ser menos, Violet le Duc puso sus manos en ella en el siglo XIX,
escalonando los tejados laterales, intervención que fue suprimida en
una nueva restauración en el siglo XX, que trató de devolver el
aspecto que debía tener en el XIV. Tuvo claustro y abadía, que
desaparecieron en el siglo XIX. La Revolución francesa suprimió el
capitolio de San Sernin.
Estamos
ante un modelo de iglesia de peregrinación, grandes espacios donde poder acoger a muchedumbres de peregrinos. Planta de cruz latina,
el ábside está rodeado de un deambulatorio con capillas; tribunas
sobre los colaterales de la nave, del transepto y del coro. A pesar de que la mayoría de su tesoro desapareció durante la Revolución, en la “galería de
los santos cuerpos” se conserva una muestra de los relicarios y
reliquias que durante siglos atrajeron a los devotos: de San
Honorato, San Felipe, Santiago el Menor y el Mayor, San Edmundo, San
Gil, San Simón, San Judas y el propio San Sernin, además de la
Santa Espina y de la Verdadera Cruz.
San Sernin es visible de lejos gracias a su torre campanario octogonal de 64 metros de altura y cinco niveles, coronado por una cruz. Su carillón tiene 24 campanas.
La
plaza y el paseo que bordea el río es un excelente mirador del
Puente Nuevo -que, curiosamente, es el más antiguo de los que salvan
el curso del río- del Hospital de Santiago y la Cúpula de la Grave,
y, entre ambos, el muelle del Exilio Republicano Español. Has de ser
de escayola para no tener un recuerdo hacia los miles de españoles
que abandonaron en penosas condiciones su país y la pérdida que eso
supuso para el progreso de España. Vericuetos de la historia.
Al
día siguiente, sábado, los viajeros encuentran la ciudad sembrada
de mercadillos de todo tipo: de frutas y verduras en el boulevard de
Strasbourg, de bioagricultura a la espalda del Capitolio, de antigüedades y objetos diversos en torno a San
Sernin, ahora sí, abierta. El ábside y la puerta del Conde de la
basílica están rodeados por pequeños tenderetes. En la puerta
Miégeville, que da acceso a la iglesia, montan guardia cuatro
jóvenes militares con el arma en ristre.

Mientras la viajera toma
fotos de la puerta de la antigua abadía, que da paso al jardincillo
de la entrada, el colega pega la hebra con los militares. En un
francés algo macarrónico pero inteligible, les habla de la
necesidad de proteger estos edificios, del significado de la basílica
en el Camino de Santiago, de la importancia del románico... Los
jóvenes le escuchan atentamente. La viajera daría cualquier cosa
por saber lo que piensan estos chicos en este momento. Cuando los
viajeros salen después de la visita a San Sernin, que les pareció
magnífica y original con sus muros policromados, no queda rastro de
la vigilancia militar. Han huido antes de que les dieras otra charla, le
pincha la viajera al colega.
En
las calles es muy visible la presencia de la afición futbolera pero la vigilancia es discreta, al menos en las zonas alejadas del estadio. Los
viajeros cruzan la ciudad, de San Sernin a Saint-Etienne, sin
percibir presencia militar, excepto en la puerta de acceso del
ayuntamiento, en el que ese día se celebran varias bodas, por lo que
no se permiten las visitas públicas.
La
catedral de Saint-Etienne o San Esteban es una especie de puzzle de
una rara hermosura. Su construcción se prolongó durante casi cinco
siglos, del XII al XVII, lo que explica la diversidad de estilos. Así
y todo, se diría que alguien se entretuvo en complicar los planos
pues incluso el interior es asimétrico.
La nave Raymondine
-el cuerpo de la iglesia- es una amplia pero única nave, en estilo
gótico meridional. La segunda parte -el coro- es de estilo gótico
norte-. Llama la atención el órgano del siglo XVII, colgado a 17 metros de altura.
Destacan las vidrieras, que son originales, y su gran rosetón, inspirado en el de Notre Dame de París. Aquí está enterrado el arquitecto Pierre Paul Riquet, que supervisó las obras del Canal du Midi. El campanario románico tiene un carillón de 17 campanas y cinco más al vuelo. La puerta lateral se acabó en el siglo XX.
Destacan las vidrieras, que son originales, y su gran rosetón, inspirado en el de Notre Dame de París. Aquí está enterrado el arquitecto Pierre Paul Riquet, que supervisó las obras del Canal du Midi. El campanario románico tiene un carillón de 17 campanas y cinco más al vuelo. La puerta lateral se acabó en el siglo XX.
Junto a la catedral estaba el antiguo arzobispado, actualmente sede de la policía, como indica un cartel a la entrada. Una muestra de la laicidad del país. Entre
Saint-Etienne y el Halle (mercado) de los Granos, en el boulevar que
forma la ronda de Toulouse y que en este tramo toma el nombra de
Carnot, se encuentra el monumento a los Caídos, un arco triunfal
monumental. El antiguo mercado de granos es la sede actual de la
Orquesta Nacional del Capitole. Cerca de aquí está el Canal du
Midi, que en esta zona corre entre modernas urbanizaciones.
Volviendo al boulevard, en la dirección opuesta a los Jardines de Plantas, se llega al mercado
Victor Hugo, después de pasar por el moderno Teatro Nacional. El
mercado y las tiendas que se multiplican en derredor son el paraíso
del gourmet. Los viajeros hacen acopio de quesos -de Rocamadour y de
otras variedades- y creen descubrir en los mercados el rastro de los
exiliados españoles, en un Maison García y otro Chez Antonio. La primera planta del mercado está ocupada por
una serie de restaurantes populares, frecuentados sobre todo por los
tolosanos. Los viajeros eligen Le Magret
y se alegran mucho de la elección.
El
antiguo monasterio de los Hermanos Predicadores, conocido como
convento de los Jacobinos es un enorme edificio gótico de ladrillo. El
convento y el claustro han sido restaurados en 2015 y su visita puede
seguirse apoyada en diversos soportes multimedia. Si el visitante se cansa tiene la opción de reposar en alguna de las tumbonas que se encuentran desperdigadas en las salas y contemplar cómodamente las altas paredes y las bóvedas.
En
1215 Domingo de Guzmán, nacido en Caleruega (Burgos), cuya primera infancia transcurrió en Gumiel de Izán, había fundado en Toulouse la Orden de
Predicadores, los Dominicos, con el fin de predicar contra la herejía cátara y convertir a sus seguidores, los cátodos o albigenses. Las obras del convento
se iniciaron en 1229, la primera misa en la iglesia se ofició en
1234. Al tiempo que se construía el claustro se ampliaba el templo y
se levantaba la bóveda hasta los 22 metros de altura, sostenida por
una columna estrellada de once brazos, llamada La
Palmera; en realidad, dos naves separadas por una fila de columnas.
Las obras acabarían en 1253. El ábside se reconstruyó en 1292 y a lo largo del siglo XIV se igualó el resto de la iglesia, se reconstruyó también el claustro, adornado con elegantes columnas de mármol y capiteles con motivos florales y de animales, en torno al cual se levanta la sala capitular, la capilla de San Antonín, el refectorio y la sacristía. Toma el nombre de Jacobinos de la similitud con el convento dominico de París, situado en la calle Saint Jacques.
Las obras acabarían en 1253. El ábside se reconstruyó en 1292 y a lo largo del siglo XIV se igualó el resto de la iglesia, se reconstruyó también el claustro, adornado con elegantes columnas de mármol y capiteles con motivos florales y de animales, en torno al cual se levanta la sala capitular, la capilla de San Antonín, el refectorio y la sacristía. Toma el nombre de Jacobinos de la similitud con el convento dominico de París, situado en la calle Saint Jacques.
El
convento fue clausurado durante la Revolución francesa y se
convirtió en sede de la Sociedad por los Derechos del Hombre y el
Ciudadano. En 1810 se destinó a cuartel de caballería, que no fue
abandonado hasta 1865, a pesar de que en 1841 había sido declarado
monumento histórico. En el centro de la iglesia se encuentran los
restos de Santo Tomás de Aquino, que fueron cedidos a los dominicos
en 1368. Cuando se cerró el convento, los restos del santo se
trasladaron a San Sernin donde permanecieron hasta 1974. El conjunto
resulta de una espectacularidad apabullante.
La
bóveda de los soportales frente al ayuntamiento muestran frescos
alusivos a la historia de la ciudad, varios de ellos relacionados con
la guerra civil española. A estas alturas, los viajeros comprenden
que el gobierno francés haya definido a Toulouse como Ciudad
del Arte y la Historia y para cerrar comm'il faut su viaje se sientan en la terraza del Café Le Florida, cuyo interior acogió durante años las tertulias de los
exiliados republicanos. El colega pide una cerveza Chimay y la
viajera una copa de Moët Chandon. Brindan por la vuelta a casa y por los futuros viajes y por la memoria de quienes creyeron que el mundo podía ser
mejor y pagaron un alto precio para conseguirlo. Y dan por finalizado
este tour por territorio francés, un poco apresurado para lo que
ellos gustan, pero que les ha regalado una multitud de imágenes
inolvidables.
Hace tiempo que pasé por algunos de los lugares en los que habéis estado. No guardo fotos, porque entonces no existían las máquinas digitales y yo siempre he sido una calamidad para la fotografía, y mis recuerdos son muy vagos, salvo el andar de acá para allá buscando campings perdidos a la caída de la tarde. Vuestro recorrido y tu detallada narración me ha llevado a la conclusión de que tengo que volver, con más calma y los hoteles reservados, que una ya no tiene treinta años para andar dando tumbos. Gracias, Mery.
ResponderEliminarMe ha encantado acompañaros, y como os he leído un poco a salto de mata, volveré para disfrutar de lo compartido y tomar nota de lo "nuevo".
ResponderEliminarUn beso