viernes, 12 de octubre de 2012

Política y crisis

Indalecio Prieto

Eduardo Dato
Uno de los efectos perniciosos de esta crisis es que trata de desautorizar las soluciones políticas por la vía de desacreditar a los políticos en general, en vez de centrar el foco en los verdaderos responsables: los especuladores financieros. Bien es cierto que los políticos en general no están acertando en su deber de presentar a la ciudadanía sus propuestas para resolver la crisis o de explicar por qué razones no pueden resolverla. Ni siquiera son capaces de desautorizar y segregar a los corruptos ni a los incompetentes.

Esto es especialmente inquietante porque si hay alguna vía de salida de este agujero negro en que nos ha situado el sistema financiero es mediante medidas políticas que eliminen las malas prácticas económicas que introdujo el ultraliberalismo y que nunca debieron permitirse.

Empero, la política no es un asunto exclusivo de nadie. Fue Aristóteles quien definió al hombre como zóon politikal, animal político o social. “Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados, dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua que es política. “Actividad de los que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos; actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo; cortesía y buen modo de portarse; por ext., arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado; orientaciones o directrices que rigen la actuación de una persona o entidad en un asunto o campo determinado”. En suma, algo que nos concierne a todos.

Para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión, ha dejado dicho Paul Auster. Quizá porque nuestra generación fue capaz de soñar un mundo más justo y, en alguna medida, tuvo el acierto de implantarlo en alguna parte del planeta.

Confieso que milito en esa religión, que me gusta hacerlo y que tengo tendencia a ver la vida bajo ese prisma. Recientemente, he llegado a la conclusión de que soy un caso de predestinación.

Fue a propósito de un comentario captado en las redes sociales en el que se bromeaba sobre el binomio Generalísimo-75. Entonces caí en la cuenta de que mi primer empleo fue en una empresa que tenía su sede en el número 75 de la entonces Avda. del Generalísimo. A mayor abundamiento, en el mismo edificio vivía Fernando Fuertes de Villavicencio, entonces jefe e intendente general de la Casa Civil de Franco. Lo de la intendencia se entendía fácilmente por la constante flujo de cajas que llegaban a aquella vivienda. Me faltó visión de futuro y don de adivinación porque hubiera sido alentador saber que la clave era el 75, el año 75.

Pasados los años, trabajé en un organismo que ocupaba el edificio que fue residencia de Miguel Primo de Rivera donde había nacido su hijo José Antonio, según rezaba una placa en la fachada. Aunque por entonces el falangismo era ya algo residual, cada 19 de noviembre un grupo de seguidores se reunía en aquel lugar para iniciar la marcha nocturna –con gran parafernalia- hasta el Valle de los Caídos a rendir honores a su fundador.

Ocasionalmente, aquellas citas terminaban en bronca por lo que la policía solía tomar alguna precaución. En una de esas ocasiones ocurrió que la directora del organismo y yo nos quedamos para terminar un trabajo y, como se había cerrado la puerta para evitar que alguien pudiera acceder al interior del edificio, allí hubimos de quedarnos, con la sola compañía del vigilante interior, hasta que la muchachada decidió emprender la caminata nocturna.

Mi último lugar de trabajo estaba en los Nuevos Ministerios, complejo que se empezó a construir en 1933 por iniciativa de Indalecio Prieto, de acuerdo con el proyecto del arquitecto Secundino Zuazo. El levantamiento contra la República obligó a suspender las obras que no se terminarían hasta 1942 por arquitectos fieles al nuevo régimen, ya que Zuazo se vio obligado a exilarse.
Francisco Largo Caballero
Circula por el complejo ministerial la especie de que el proyecto inicial seguía el trazado de una hoz y un martillo, símbolos del proletariado. En cualquier caso, durante varios años cada mañana, antes de empezar mi trabajo he podido saludar amistosamente a don Eduardo Dato e Iradier, presidente del Consejo de Ministros y del Congreso de los Diputados durante el reinado de Alfonso XIII, a don Francisco Largo Caballero, ministro de Trabajo y presidente del Gobierno, y a don Indalecio Prieto, en sus respectivas figuras pétreas.

Si todo ello no es predestinación que vengan Pericles y Gandhi benditos a negarlo.  

2 comentarios:

  1. Sí que parece predestinación, sí...

    Sobre el enfado hacia los políticos, creo firmemente que muchos de ellos, sus familias, parejas etc participan de esa especulación financiera.

    Si no, no se comprende tanto permisivismo y favoritismo.

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