martes, 13 de noviembre de 2012

Toda la belleza del mundo


Hay quien pasa por la vida creyéndose el centro del universo aunque apenas haya hecho nada por mejorar el mundo que le tocó en suerte. Hay quien pasa sin hacer ruido aun cuando dedique su vida a hacer más agradable la existencia de sus semejantes.

Jaroslav Seifert fue de los segundos y, por alguna suerte de justicia poética, al final de su vida le otorgaron el Premio Nobel de Literatura.  Nació en 1901 y murió en 1986. Atravesó casi todo el siglo XX, en la convulsa Europa y participó en todos los movimientos literarios y en todas las contiendas defendiendo los derechos humanos. Fue encarcelado, torturado y postergado literariamente, primero por los nazis y luego por los comunistas. Mantuvo el tipo y la dignidad y creó una obra poética que imaginativa y sensual que le sitúa como uno de los primeros poetas checos.

En 1983, un año antes de que el jurado del Nobel le señalara con el dedo de la inmortalidad, escribió sus memorias con el título Toda la belleza del mundo. Es un libro maravilloso. En él va hablando de cómo era el mundo que le tocó vivir, cómo era la sociedad checa, cómo eran sus amigos, cómo era la vida de Praga.

Vale la pena leerlo para entender que, incluso de los momentos más negros de la historia se sale y se sigue. Para constatar que antes, ahora y siempre la sociedad la forman personas generosas y ruines, seres desprendidos y otros egoístas, gente que explota y gente que se entrega a los demás. 

No hay en él mención alguna a sus penalidades, a su actitud heroica en los tiempos difíciles. Da por sentado que los lectores conocen las grandes líneas de la historia colectiva y la suya personal así que se dedica a contar las anécdotas menudas. El resultado es un magnífico retrato de su época narrado en un tono en el que mezcla la ironía con el lirismo.

He aquí algunas de las perlas:

“A veces voy allí a llorar silenciosamente. Es verdad que la casita no era muy indicada para vivir en ella, pero era hermosa (…)
Si en este momento habéis oído un silencioso suspiro, no hagáis caso. Soy yo quien ha suspirado por la belleza de aquellos tiempos pasados, cuando éramos felices y no lo sabíamos. Ahora ya lo sabemos (…)
Tenía ganas de hacer el amor con Praga; sólo con los ojos, de la misma manera que cuando miramos a una mujer, enamorados, desde el cabello hasta los pies (…)
Max Brod afirmó en cierta ocasión que el río Moldava fluye en sí mayor –porque Smetana lo quiso así- (…)
En mi tiempo, lo que hay de bello en el amor era todavía un poco más hermoso (…)
El tiempo no nos trató nada bien. Los años pasaban despacio. Cuando se vive mal, el tiempo no se apresura para darnos tiempo a saborear todos sus horrores. Despacio nos deja olvidar, aún más despacio cura las heridas, pero las cicatrices no las borra nunca (…)
Un día nos uniremos a sus filas (de los muertos) y con ellos esperaremos para entrar en los sueños de aquellos que habíamos dejado (…)
La vida no deja de llevarnos a algún lugar lejano, y nosotros no hacemos más que decir adiós a las riberas que desaparecen (…)
Este siglo parecía un trapo de carnicero: No dejaba de correr en él la espesa sangre negra (…)
En el fondo del alma de cada persona están escondidas dos cosas: la curiosidad y el miedo (…)
Ya que no nos es dado vivir durante mucho tiempo, dejemos algo detrás de nosotros como testimonio de nuestro paso por la vida (…)
A veces me parece casi imposible creer que, después de producirse aquellos hechos –no tan antiguos, en realidad- nos coloquemos ante la barra de un merendero, nos tomemos una cerveza, un refresco, bromeemos con una chica bien peinadita que está detrás de la barra y sonriamos felices. ¿Cómo puede ser que nuestra vida –y entre aquellos muertos había decenas de miles de los nuestros- haya superado aquellos espeluznantes acontecimientos con tanta facilidad y que siga adelante como si en nuestras existencias jamás hubieran tenido lugar aquellos episodios terroríficos? No estoy hablando de los jóvenes. Pero nosotros fuimos testigos. ¡Qué pronto olvidan los vivos! Probablemente, así debe ser. Probablemente, de otro modo vivir sería imposible (recordando el nazismo)
Vamos por la vida de desengaño en desengaño. Si los encerramos dentro de nosotros y no se los mencionamos a los demás, a eso se le llama optimismo vital. Pero empiezan ya en la infancia y continúan hasta el final de la vida. (…)
Cada uno tiene en su vida recuerdos sentimentales al menos para un minuto. (…)
Ahora sé bien que, si un hombre decide poner fin para siempre a todas las locuras, a todos los sueños y a todas las tonterías a las que estaba tan acostumbrado de joven, empieza a ser viejo (…)
No es tan fácil ir ahuyentando siempre de sí el desaliento de la vejez, pero es la única manera de escapar a la desesperación. También sé ahora que no es nada ingenioso mezclar el café azucarado con las lágrimas de uno (…)
La aventura tuvo un final feliz: no volví a verla nunca más en mi vida (…)
Al llegar a una edad avanzada –dice André Gide- siento menos curiosidad por los países, incluso por los más hermosos, pero cada día me siento más curioso con respecto a la gente. Aunque el científico Jean Jeans nos asegure sinceramente que no somos más que moho. Pero, ¡qué cosas ha conseguido hacer este moho y cuánto ha creado! (…)
Podéis pensar de mí lo que queráis, pero cuando las cédulas del gusto de mi boca se refocilan, amo la vida con todo mi corazón (…)
Pero ya sólo eran los colores de los recuerdos, meras apariencias, mera añoranza, mera tristeza y nada más (…)
Cada día nos moríamos un poco, como aconsejaba Tristan Tzara, pero nadie pensaba (…)
Y eso es todo. Cuanto quería y podía decir, lo he dicho. He terminado mi relato”.

5 comentarios:

  1. Que inmensa belleza en la desnudez, gracias por ampliar la laguna de mi ignoracia y ayudarme a remediarla.

    Que ha parecido especialmente hermoso hoy que rescato el tiempo que no tengo para reflexionar sobre mañana, un día lleno de ruido.

    Un beso

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    1. Si tienes oportunidad, léelo, Pilar. Te gustará por sí mismo y te dará oportunidad de pasear por Praga...

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  2. Realmente hermoso, le descubro ahora y me alegra. Me aporta un desprendimiento generoso que contrasta con el egocentrismo rampante que tanto se da aquí y ahora.

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    1. Sí, es tal como lo dices. Seifert habla sobre todo lo que ocurre a su alrededor, sobre sus amigos, sobre poesía, sobre arte, sobre villanías y sobre virtudes excelsas, todo con una ternura y una tolerancia desarmantes. Pero no alude para nada a sus penalidades. Ha sido un descubrimiento para mí

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