jueves, 14 de enero de 2016

Normales y corrientes

Una de las expresiones más reiteradas a propósito de la apertura de la legislatura es que con los nuevos grupos han entrado en el Parlamento personas normales y corrientes. Se supone que quienes tal cosa dicen expresan que ellos se sienten representados por los nuevos. Porque, que se sepa, hasta el momento en ninguna otra legislatura ha ocupado escaño un extraterrestre. Los ha habido raritos, sí, indeseables, seguro, corruptos, sin duda, pero también excelentes escritores, buenos abogados, excelsos intelectuales y profesionales competentes, cada cual en su ámbito. Diputados que, así a bote pronto, sacaron adelante leyes como la del divorcio, la del aborto, la de igualdad de género, la de lucha contra la violencia machista, la universalización de las pensiones, la sanidad y la educación públicas, la de la dependencia... Gente normal, en suma.
Ahora bien, deberíamos empezar a ponernos de acuerdo acerca de la normalidad. Los diputados electos en 1977, en 1979, en 1982 eran normales, normalísimos, procedían de las asociaciones de vecinos, de las asociaciones de padres, de los sindicatos, habían sido detenidos, apaleados por la policía franquista, habían arriesgado sus carreras profesionales -y muchos las habían perdido-.
En los años ochenta, noventa y sucesivos siguieron accediendo candidatos normales, muchos de los que a diario arriesgaban sus vidas con solo salir a la calle porque el hecho mismo de pertenecer a partidos políticos como el PP o el PSOE les colocaba en el punto de mira del terrorismo de ETA. ¿Es Madina normal?, por señalar a alguien conocido. ¿Era normal Gerardo Iglesias, que pasó del escaño a la mina? ¿Es normal Octavio Granado, anterior secretario de Estado de la Seguridad Social -y uno de los técnicos más cualificados en la materia-, que al día siguiente de abandonar el cargo volvió a dar clase en su instituto?
Sí, es cierto, los partidos se convirtieron en una máquina de triturar ilusiones, buenos propósitos, proyectos, se transformaron en un fin en sí mismos, en un nido de corruptelas, pero entre ellos hubo y hay muchas personas decentes, con excelentes currículos, que han dejado los mejores años de su vida en el trabajo colectivo.
Como en España somos tan dados al movimiento pendular hay que estar atentos a no pasarnos al lado opuesto, que a fuerza de reprochar a los políticos su condición de privilegiados -la casta- vayamos a sacralizar lo vulgar, que los abogados del Estado sean sustituidos por tertulianos de Sálvame, por todólogos, que saben de todo y tienen soluciones para todo, como el ungüento amarillo, que para todo vale y para nada aprovecha.
Partamos de la base de que, con un censo de más de cuatro millones de parados, con una juventud que ha tenido que emigrar o sueña con llegar a mileurista, con una generación de cincuenteros condenada al ostracismo, levantarse 3.000 euros al mes, que es el salario mínimo del diputado, es una normalidad muy relativa.
El trabajo normal de los diputados es fatigoso, requiere de horas de estudio, de negociación discreta, de escuchar propuestas. No tiene nada que ver con su vestimenta o su peinado, ni con su situación civil, con su edad o sexo, con frecuencia, ni siquiera con el partido al que pertenece. Tiene que ver con su disposición, con su dedicación, con su conocimiento de las necesidades ciudadanas. Tareas poco glamurosas, ajenas al espectáculo, a la sobreactuación.
Cuando ayer el número dos de Podemos, Iñigo Errejón, declaró que no sabía qué modelo de gestión de la Cámara quería porque ellos acababan de aterrizar, hizo gala de una ignorancia irresponsable porque al trabajo se va con los deberes hechos. Cuando Rafael Hernando salió rasgándose las vestiduras por el niño de Bescansa mientras omitía cualquier referencia a su compañero de partido Pedro Gómez de la Serna, investigado por corrupción, hizo el ridículo, porque si sobraba alguien en el Congreso eran los corruptos. Cuando Pablo Iglesias junior se paseó ayer por las radios y televisiones rasgándose las vestiduras por el acuerdo alcanzado para la composición de la Mesa del Congreso, -qué vergüenza, Pepa, qué vergüenza- hizo teatro. Cuando ayer el recién elegido presidente del Congreso, Patxi López, subió a la tribuna hizo un discurso de Estado.
De normalidad hablamos. Convendría, pues, ponernos de acuerdo respecto a lo que consideramos normal. Dicho de una cosa que por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano, define la RAE. Ahora bien, en un país que considera princesa del pueblo a una persona indocumentada y con problemas de drogodependencia; en el que millones de personas se alimentan intelectualmente con programas basura; en un país donde millones de personas tienen a gala no leer un libro; en un país donde millones de personas se conocen de carrerilla la alineación de un equipo de fútbol pero son incapaces de enumerar tres escritores contemporáneos; en un país que arma la mundial si sancionan a su equipo pero no se mueve si es explotado; en un país que aplaude y admira al pícaro y al defraudador y menosprecia al investigador, ¿qué entendemos por normal? ¿Normal nivel Belén Esteban? ¿Normal nivel Muñoz Molina? ¿Normal nivel José Antonio Labordeta? ¿Cuál es nuestro modelo de normalidad?

3 comentarios:

  1. La normalidad es relativa, pero cuando hablamos entre iguales creemos entendernos. Yo no pertenezco a esa gente que dice que no quiere rastas por si le pegan piojos, ni de los que tampoco quiere a descamisados, no descorbatados, por no decir de aquellos que no quieren visualizar ni simbolicamente los problemas de la mujer trabajadora, aquellos se consideran personas normales, pero la calle hay otras personas normales diferentes a ellos.

    Saludos

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  2. Como siempre si tomamos la parte por el todo o el rábano por las hojas...qué ganas de centrarnos en lo que importa, si hay acuerdo para un gobierno a la izquierda, sea y si no, que no descuidemos la bodega porque no sé si nos quedan fuerzas para otra campaña electoral serenos.
    En fin, que no todo el mundo camina por la calle con corbata y chaqueta, ni son todos los que son...

    Besos

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  3. cuanta razón tienes!! no te añado ni una coma!!
    besotes!!

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