lunes, 13 de enero de 2014

En Aveiro para cambiar el año




Me gusta Portugal. Me gusta mucho su litoral y el interior, esa sabiduría con la que los portugueses cuidan sus monumentos, esa manera suya de hablar, esa cortesía para ignorar que eres incapaz de aprender su lengua mientras ellos sí hablan la tuya, esa forma tranquila y a la vez rotunda de hacer las cosas. Me gustan sus ciudades grandes y sus pequeños pueblos. Perderse tranquilamente en Lisboa y pasear por Óbidos. 
Sostiene Valdomicer, que es hombre sabio, que Cabo Carvoeiro es uno de los lugares más bonitos del mundo pero el Cabo da Roca le anda a la zaga. El palacio de Sintra es lo más parecido a una ensoñación y estoy convencida de que en su parque ocurren las historias más fabulosas que pueda imaginar –o no- la mente humana. Alcobaça es la sepultura perfecta para un amor inmortal: el de Pedro e Inés. Y Batalha tiene algo de misterioso en sus Capillas Imperfectas (o inacabadas). Valença do Minho es, de lejos, como una ciudad medieval y, de cerca, un núcleo proveedor de servicios. Miranda do Douro es una ciudad colgada sobre el Duero y Oporto tiene la virtud, a mis ojos, de entregar las aguas del Duero a la mar océana.
Cuando llego a Portugal, menos veces de las que quisiera, me pregunto qué nos diferencia a españoles y portugueses para que seamos dos países distintos y todas las razones que se me ocurren son en detrimento español. Hemos perdido y perdemos mucho con la segregación portuguesa. Basta con revisar la historia reciente de ambos países. Ellos supieron sacudirse una dictadura sin violencia pero sin contemplaciones. Separaron el grano de la paja –depuraron a los elementos de la PIDE sin miramientos- e hicieron borrón y cuenta nueva.
Pusieron empeño y medios –los escasos medios de que disponía una metrópoli que acababa de perder sus colonias- en la alfabetización de la población y allí era de ver a ancianas arrugadillas desplazarse a las escuelas para aprender a leer. Y a esas y otras compañeras de promoción leyendo a sus poetas clásicos.
Luego, las cosas se tuercen y los políticos no siempre están a la altura de su electorado. Pero un pueblo que hace una revolución a los sones de una melodía como Grándola villa morena se merece un respeto.
He empezado por decir que me gusta Portugal y añado que si en llegando a los sesenta no haces lo que quieres vas quemando oportunidades de hacerlo. El colega y yo teníamos empeño en estrenar un año en Portugal y hemos decidido hacerlo éste. En Aveiro, concretamente.
Aveiro es una ciudad pequeña, entre 60.000 y 80.000 habitantes según se cuente el núcleo urbano o el ámbito municipal, que allí se extiende en fregresías o parroquias. Pequeña, pero con personalidad. Atravesada por canales en los que otrora se transportaba la preciada sal extraída de sus salinas, es conocida como la Venecia portuguesa.
En realidad, el slogan turístico no le hace mucha justicia. Aveiro es mucho más que sus canales. Dos ejemplos ilustran su personalidad: su museo –un antiguo monasterio, con una notable colección de estatuaria religiosa- y el estadio deportivo, con un emblema ilustrativo: Educar en primer lugar.
Visitar una ciudad de vacaciones estivales en invierno puede que no sea la mejor de las ideas pero tiene dos ventajas: se encuentra fácilmente alojamiento y no hay problemas de saturación. A veces llueve, lo que ofrecerá ocasión de ponerse a cubierto en sus museos o en la catedral, digna de ver, pero como siempre que llueve escampa, habrá oportunidad de dar un paseo en moliceiro -que es como se llama la barca que surca los canales- para ver las salinas, para recorrer sus hermosas casas de art nouveau, para contemplar sus humedales en los que invernan miles de aves, la antigua fábrica de cerámica o, simplemente, para pasear por sus calles, acercarse hasta Beira Mar, la zona de veraneo a orilla del Atlántico, con su enorme faro, o a Costa Nova, con sus preciosas casas de colores.   

Aveiro es una ciudad plácida, con amplias avenidas como la del Dr. Lourenço Peixinho, la arteria comercial por excelencia, que concluye en la estación de ferrocarril, cuyo primitivo edificio es de un primor que dan ganas de sentarse enfrente sólo a mirar. Lo que no es mala idea porque justamente ahí, enfrente, hay varias cafeterías donde se pueden degustar los ovo moles, dulce típico equivalente a las yemas dulces, envueltos en una fina oblea a la que se dan formas diversas. Una exquisitez. Seguro que cualquiera de las cafeterías son confortables pero en la Tricana de Aveiro tienen un surtido de dulces a cual más apetecible y un personal amable que te tratan como si fueras de la casa. Y wifi como valor añadido.
Los amantes de la gastronomía lusa tienen su lugar en el entorno del Mercado de Pescado. Éste es un edificio de hierro que en los bajos acoge la actividad que le da nombre y en los altos, un restaurante homónimo. El restaurante tiene una carta no muy amplia pero excelente. Estupenda la cataplana de anguilas o sus pescados al horno. Yo no me iría sin probar sus anguilas fritas. El personal es muy profesional –en general, el sector turístico portugués ha alcanzado un nivel muy competente- puedes dejarte aconsejar antes de hacer la elección. En los alrededores de Aveiro, el mejor lugar para comer es en Beira do Mar, en el entorno del Faro.     
En la Nochevieja portuguesa no hay uvas, sino pasas. Hay que pedir un deseo con cada pasa. Se cena, en casa o fuera, y, a la medianoche, la gente sale a la calle a ver los fuegos artificiales. También hay champán. Y brindis. Y aunque no conozcas a nadie, no estarás sólo. Los portugueses se acercarán a brindar contigo y a desearte feliz año. Luego tú harás lo propio y, antes de que te des cuenta, te habrán hecho sentir como en familia.
Así que hemos terminado el año con un deseo más cumplido. En Portugal, esa tierra amable y querida. No pintan oros para este 2014 pero volvemos a casa entonando por lo bajinis esa letanía tantas veces repetida: Menos mal, menos mal que nos queda Portugal.  
 

3 comentarios:

  1. Bonito viaje por Portugal has dado y por lo que leo también has probado su gastronomía, personalmente no entiendo a un viajero si no coma las especialidades de la región visitada. He tenido la suerte de realizar varios viajes a Portugal a sus distintas zonas, ninguna de ellas me ha desilusionado y su comida menos aún.

    Un abrazo.

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  2. Qué hermosura y qué ganas de ir!!

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  3. ¡No me digas que nunca te hablé de Cabo Espichel! Donde todavía quedan las huellas de la borriquilla en la que María, madre de Jesús, subió el acantilado tras llegar a Europa.
    Imperdonable.

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