martes, 24 de noviembre de 2015

Foncebadón, una piedra en el Camino

Foncebadón es nombre rotundo, entre jaculatoria e imprecación. Foncebadón es un hito en el Camino de Santiago. Próximo a la Cruz de Ferro, a la sombre del monte Irago y con el Teleno al frente, Foncebadón se encuentra en el límite entre la Maragatería y el Bierzo, a orilla de la carretera LE-142, a 1.510 metros de altura. Tubo momentos de esplendor, en el siglo X fue sede de un concilio, el obispo Gaucelmo creó un hospital y albergue de peregrinos y, más recientemente, en la época de los arrieros que traían el pescado de Galicia y levantaban en el pueblo sus buenas casas de piedra. Pero desde la década de los 60 del pasado siglo, cuando se inició la emigración a las ciudades, Foncebadón, en realidad una pedanía de Santa Colomba de Somoza, fue perdiendo población hasta quedar únicamente María y, en ocasiones, su hijo.
María era un personaje de tragedia griega. Los viajeros la conocieron ya mayor, a principios de los años 90, y a pesar de su edad tenía coraje para enfrentarse a lo que se pusiera por delante. Así fuera el obispo o los elementos. Julio Llamazares relató en este magnifico artículo la defensa que María hizo de las campanas de la iglesia cuando el obispado quiso llevárselas ante el riesgo de ruina de la iglesia. Dos curas, seis obreros y cuatro guardias civiles no fueron capaces de vencer ni de convencer a la única vecina de Foncebadón para llevarse las campanas. Que las necesitaba para avisar a los pueblos cercanos si se producía un incendio o si un peregrino necesitaba ayuda, alegó. A pedradas y a denuestos les ganó María la partida. El hijo, presente en el intento, no intervino. Se limitó a advertir que “si alguien tocaba a su madre cogía la escopeta y le metía un tiro, que aquellas campanas tenían que tocar a muerto por ella y que luego hicieran con ellas lo que les diera la gana, incluso deshacerlas si querían”, relata Llamazares.
Los viajeros llegaron a hablar con María en una ocasión, un poco antes del incidente con el clero y la guardia civil. En las visitas siguientes, vimos como el pueblo se desmoronaba hasta quedar convertido en una sucesión de ruinas y sospechamos que la anciana María o había muerto o se había ido.
Hemos vuelto a comienzos de noviembre, en una tarde desapacible y lluviosa, y aún no nos hemos repuesto de la sorpresa. Algunas de las casas se han restaurado, se han levantado otras nuevas y hay varios alojamientos y albergues, tiendas: tres bares-restaurantes, cuatro albergues, un bar-tienda de ultramarinos y una pensión, informa su web. Un Benidorm de montaña en pequeño.
Esa tarde, vimos salir humo de varias de las casas, vimos ropa tendida y algunas personas en el interior de los establecimientos. La espadaña de la iglesia está rodeada de andamios: ahí siguen sus campanas. La nave del templo, que vimos antaño con la techumbre arruinada, hoy es un albergue restaurado con fondos americanos. Las asociaciones sostienen que es el Camino quien ha salvado a Foncebadón. Sin duda, mejor es así que la ruina anterior pero los viajeros sienten que algo indefinible, algo de la esencia de Foncebadón ha desaparecido, se ha ido con María.
El pueblo sigue el modelo de los del Camino: una población alargada, casas flanqueando la ruta. La carretera se desvía un poco después de la entrada y vuelve a confluir a la salida. Una cosa te digo, si entras a Foncebadón en coche ni se te ocurra seguir el camino; paséate cuanto quieras pero a la hora de conducir, date la vuelta y toma la carretera por donde has entrado. De lo contrario, te arriesgas a quedarte con el coche patas arriba, como Gregor Samsa tras la metamorfosis. Los viajeros estuvieron en un tris, con un grado de inclinación de al menos 45%. Sólo de recordarlo se me acelera el pulso.
Un poco más adelante, ya en la carretera LE-142, se encuentra la Cruz de Ferro. Sobre un montículo de piedras, un poste de madera de cinco metros de altura rematado por una cruz de hierro, réplica de la que se encuentra en el Museo de Astorga. Es tradición que quien pase por el lugar deposite una piedra traída de su lugar de procedencia. Varias son las explicaciones que justifican su existencia. Hay quien cree que es sólo una señal para orientación de los peregrinos en tiempo de grandes nevadas. Hay quien refiere que se trata de una herencia de la época romana, un hito de separación entre circunscripciones. Y los hay que aseguran que es un “monte de Mercurio”, con que los caminantes celtas señalaban los lugares estratégicos, costumbre que luego se cristianizó con las cruces. La Cruz de Ferro es otro de los puntos claves del Camino pero en la última visita más parecía un monte de escombros que de piedras. A un lado, la ermita de Santiago. Cuando llegamos, vemos a una peregrina que sigue su camino, sola, cubierta por un plástico para protegerse de la lluvia.
La tarde está oscura pero, un poco más abajo, se abren las nubes y aparece el sol en todo su esplendor. La escena tiene tintes de película bíblica, como cuando Moisés bajaba del Sinaí, en Los diez mandamientos. Nos quedamos paralizados al borde de la carretera, saboreando ese instante mágico. Y recordamos a María. Quizá los anclajes del pasado y momentos como este son los que la retendrían en la soledad de Foncebadón.

3 comentarios:

  1. María sigue viviendo en Foncebadón. Sólo pasó una corta temporada en Astorga hasta que volvió su hijo y abrió uno de los nuevos albergues.

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