Los
viajeros llegan a Arles, uno de los puntos elegidos por el colega,
con cuatro ideas básicas: la ciudad conserva importantes restos
romanos, un teatro y un anfiteatro, una iglesia románica, la de San
Trófimo, con un claustro notable, y aquí pasó Van Gogh un año de
su triste vida. Con estas premisas, se dirigen en primer lugar a la
oficina de turismo, donde les proporcionan documentación suficiente
y donde compran el Pass, tarjeta que, por 11 euros, les facilita el
acceso a los principales monumentos durante un día.
La
plaza sufrió el asalto de los sarracenos en el año 842 y 850. Durante
siglos fue un gran puerto fluvial del Ródano hasta que la llegada
del ferrocarril en el siglo XIX arrasó con el tráfico fluvial y
ocasionó el declive económico de la ciudad.
Los viajeros
se quedan directamente maravillados y concluyen que el claustro está
a la altura de cualquiera de los mejores que conocen, que son
algunos. Antes de volver a la plaza, descubren una escultura notable del escultor arlesiano Jean Turcan: El ciego y el paralítico. Y se acuerdan de las elecciones generales que ese mismo día se están celebrando en España.
En la puerta de la iglesia de San Trófimo un cartel impide la entrada excepto a los asistentes a la misa. Los viajeros dudan si entrar, pero una señora muestra con un gesto severo las cámaras y los invita a volver después. Volverán tres veces más y las tres veces encontrarán la iglesia cerrada. En consecuencia, saben de oídas que se construyó a comienzos del XII sobre una basílica del siglo V, dedicada a San Esteban, que los ábsides originales fueron sustituidos en el siglo XV por un coro con deambulatorio y que fue catedral hasta que en 1801 fue convertida en iglesia parroquial y en 1882, declarada basílica menor por León XIII. Toma el nombre de San Trófimo, en perjuicio de San Esteban, cuando en 1152 se traen aquí las reliquias del santo. En su etapa catedralicia fue escenario de la coronación de Federico I Barbarroja como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y de la de Carlos IV, rey de Bohemia.
Los viajeros toman posiciones ante la portada, que es tan
extraordinaria o más que el claustro. El Apocalipsis de San Juan, en
piedra. Organizada a manera de arco triunfal, representa el juicio
final. El tímpano muestra un Pantocrator, con Cristo enmarcado en
mandorla con el tetramorfos. En el friso del dintel, los apóstoles y
en el friso que recorre la portada, el resultado del juicio final: a
la derecha los condenados y a la izquierda los elegidos. Más escenas
evangélicas: la Anunciación, el Bautismo, la adoración de los
Magos, la matanza de los inocentes. En el nivel inferior, esculturas
de santos vinculados a Arles: San Bartolomé, Santiago, San Juan
Evangelista, San Pedro, San Felipe, San Esteban, San Andrés, San
Pablo y, naturalmente, San Trófimo. Llaman la atención las columnas
de piedra oscura, cuyas bases están decoradas con esculturas de
leones y de Sansón y Dalila. El catecismo al alcance de todos los
fieles. Una acabada muestra de románico provenzal, en un excelente estado de conservación, incluida en el
capítulo de monumentos romanos y románicos de Arles declarados
patrimonio de la humanidad.
No repuestos de la impresión, los viajeros siguen ruta hacia el lado romano de Arles. Casi limítrofe con la iglesia, se encuentra el Teatro antiguo, construido a finales del siglo I de nuestra era y con capacidad para 10.000 espectadores. También éste se encuentra dispuesto para las actuaciones estivales.
Pasan de largo, pues, de la plaza y toman la rue de las Termas en
dirección a Docteur Farton cuando el colega siente el olor de la
cocina de un establecimiento que no puede ser más impropio -todo en
la decoración gira en torno a la corrida de toros- y donde el plato
del día es ¡paella! Allí que se sientan los viajeros -a la viajera
la elección no le parece ni medio bien pero está demasiado contenta
después de la visita a San Trófimo como para protestar- y salen del
trance con una paella, tipo Benidorm, y una zarzuela de pescado,
manifiestamente mejorable. El cocinero sale a saludar a la clientela
e informa a los viajeros que aprendió a guisar en la Costa Brava.
El
casco histórico de Arles es relativamente pequeño, de manera que es
posible recorrerlo a pie sin demasiado esfuerzo. A pocos metros de la
paella, en la calle Doctor Farton, se encuentra la Fundación Vicent
Van Gogh, un pequeño museo dedicado al artista holandés, que aquí vivió
un año, de febrero de 1888 a mayo de 1889, con una actividad febril:
más de 300 cuadros, entre ellos algunos de los más famosos. En
Arles le visitó Paul Gauguin, aquí ocurrió el incidente del corte
de la oreja, tras una discusión entre ambos pintores y de aquí
partió Van Gogh al asilo de Saint Rémy de Provence. La exposición ofrece,
efectivamente, una muestra interesante de su obra, con
muy buenos retratos, y la de algunos de sus contemporáneos
influenciados por él.
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